Vlad_Empalador
Será en Octubre
No hay mujeres antiestéticas, hay hombres sin dinero
La relación de las mujeres con su aspecto físico siempre ha tenido un componente económico y de estatus social, un vínculo que se mantiene a pesar de los avances de los feminismos
Foto: iStock.
Por
María Díaz
18/09/2022 - 05:00
"¿No sabes que un hombre rico es como una chica bonita? No te casarías con una chica solo porque es bonita, pero Dios mío, ¿acaso no ayuda?".
Esta es una de las muchas lindezas de Lorelei Lee, el personaje que interpreta Marilyn Monroe en la adaptación cinematográfica de "Los caballeros las prefieren rubias". El libro original —y su continuación "Pero se casan con las morenas"— fue todo un éxito para su autora Anita Loos, que además de novelista, dramaturga y actriz, fue la primera guionista a sueldo en un estudio de Hollywood. Las novelas eran una sátira de la hipocresía sensual y económica de hace un siglo, momento en el que cohabitaban aún estrictas normas jovenlandesales con la explotación erótica de las vampiresas en la gran pantalla. Una de estas mujeres fatales es precisamente la protagonista de estos libros, una corista aparentemente materialista y estulta. Que con el tiempo su personaje terminase caricaturizado como la rubia sencilla habla mucho más de nosotros como audiencia que de Lee, Monroe o de la propia Loos.
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Lo cierto es que pocas veces se ha resumido con tanta gracia y acierto una verdad que, no por más aprehendida y naturalizada, deja de ser incómoda cuando se expresa con claridad. La belleza ha sido para las mujeres lo que el dinero para los hombres, una hacienda que se hereda, conserva e invierte para sostener una posición concreta en el mundo. La relación estrecha y complicada en la historia entre mujeres y belleza es, en realidad, un 'affaire' a tres bandas con el capital. Mientras la vinculación entre poder y dinero en la historia del hombre ha sido directamente proporcional, no así ha sido, con mucha frecuencia, en el caso de las mujeres.
Ni las revoluciones, ni los feminismos, ni el acceso al mercado laboral remunerado han erradicado este vínculo trigonométrico entre mujeres, belleza y poder. Sin ir más lejos, en marzo de este año, el programa de La Sexta 'Encuentros inesperados' mezcló diferentes figuras públicas femeninas —como si fuese 'The View', o lo que fue su versión castiza 'Amigas y conocidas'— para hablar de cosas de mujeres, AKA feminismo mainstream. En el batiburrillo de personalidades estaban, entre otras, la rapera Mala Rodríguez y Esperanza Aguirre. "Antes usaban a las mujeres para sacar beneficio de sus cuerpos y ahora somos nosotras nuestros propios proxenetas", confesó la cantante con una honestidad poco frecuente en televisión, provocando cierto revuelo. Aguirre, sin embargo, se limitó a sonreír y mirar con perspicacia, supongo que satisfecha de las raíces que el neoliberalismo ha echado en las mujeres obreras.
En muchos lugares del mundo, tener una hija bella es aún una vía de escape de la miseria para las familias
Nadie de aquella mesa supo contestar fuera de las dicotomías de bien/mal, machismo/feminismo, como si la vida fuese un laboratorio estéril, un lugar aséptico sin condicionamientos previos donde la libre elección de la mujer fuese incondicional a sus circunstancias materiales y culturales. Mala Rodríguez no hablaba entonces de lo idóneo de la situación o de las bondades de la autoexplotación, sino de cómo ella había salido adelante, como tantas otras, como la misma Lorelei Lee y la propia Monroe. Que la situación es la que es no hay duda, pero para terminar con ella (si es que acaso es un fin que la sociedad desea, algo que aún está por ver) requiere mucho más que caritas de escándalo y golpes en el pecho.
Estas declaraciones no son más que el resultado último, el que corresponde con el estado de autoaprovechamiento en el que vivimos, de la mercantilización de la belleza femenina, cuyos orígenes históricos son muy remotos. Tradicionalmente, legislaciones y costumbres entorpecían el acceso de las mujeres a patrimonio, formación o cargos, lo que impedía que mujeres privilegiadas obtuvieran espacios de poder que hombres en su misma posición sí detentaban. La belleza se convirtió de esta forma en un subterfugio con el que construir la influencia personal que las mantenía seguras, así como en un relativo ascensor social. En muchos lugares del mundo, tener una hija bella es aún una vía de escape de la miseria para las familias. Negocios como el de las misses o las agencias matrimoniales internacionales dan buena cuenta de ello.
Cuando la belleza no ha acompañado a las mujeres de la élite, se ha cambiado el canon para que así sea
Aunque hay excepciones ilustres (y otras vías de acceso a la influencia política, como pudiera ser la religión) lo cierto es que la belleza femenina, la misma que ha inspirado las obras que estudiamos y ha acompañado las vidas de los hombres ilustres, permitió a unas pocas una posición privilegiada en la observación y gestión de la historia, aunque no fuese esta contada en primera persona, femenino plural. Tan estrecho es este vínculo entre poder y belleza que es frecuente que las crónicas halaguen los rasgos, sean aquellos los que fuesen, de las mujeres en primera línea, desde reinas —de ayer y de hoy— hasta primeras damas. El mito de Cleopatra achaca su relevancia a su belleza y no al revés, digan lo que digan los historiadores. Por supuesto, toda esta cultura está sustentada mediante las instituciones del trabajo sensual y su reverso virtuoso, el matrimonio tradicional.
Cuando la belleza no ha acompañado a las mujeres de la élite, se ha cambiado el canon para que así sea: se torna, pues, sin miramientos los rasgos de una población por otra, la palidez por el moreno, la robustez por las sílfides y viceversa, para así volver a empezar según sea necesario. A su vez, esta persecución de la belleza y su mantenimiento aleja a las mujeres de un poder fáctico. Nos mantiene ocupadas en un trabajo sisífico, perdiendo tiempo y dinero, que termina en los masculinos bolsillos de la industria cosmética. Como bien resume Jessica Defino, periodista especializada en belleza y anticonsumismo: "Todas las tendencias de belleza se reducen a 'cómo puedo no parecer pobre', todo ello mientras te hacen más pobre en virtud de pagar por participar de ellas".
El modelaje deja de ser una profesión de humildes muchachas descubiertas, para pasar a formar parte de una élite ya consolidada
Actualmente, con los tratamientos cosméticos y la cirugía estética, ya no es necesario ajustar los cánones a los rostros ricos, sino que los rostros ricos pueden manufacturarse para satisfacer el estándar. Así, por ejemplo, el modelaje deja de ser una profesión de humildes muchachas descubiertas, para pasar a formar parte de las ocupaciones feminizadas de una élite ya consolidada, como ocurre con el caso de las Hadid o las Jenner. Al mismo tiempo, como el atractivo se relaciona con la casta, los nuevos ricos ya no se casan con grandes bellezas, sino que se las fabrican. Se compran facciones para adquirir posición, un fenómeno que cuenta con poco tiempo, pero está ya muy asentado. Hace solo 20 años los morros operados eran señal inequívoca de advenedizos; ahora son una aspiración de clase media. Paquita La del Barrio, la célebre intérprete del himno "Rata de dos patas", canta siempre tan acertada en 'Mi vecinita' al respecto: "Ya saqué la conclusión, yo sé por qué se los digo; no existen mujeres antiestéticas, solo hay maridos dolidos".
La relación de las mujeres con su aspecto físico siempre ha tenido un componente económico y de estatus social, un vínculo que se mantiene a pesar de los avances de los feminismos
Por
María Díaz
18/09/2022 - 05:00
"¿No sabes que un hombre rico es como una chica bonita? No te casarías con una chica solo porque es bonita, pero Dios mío, ¿acaso no ayuda?".
Esta es una de las muchas lindezas de Lorelei Lee, el personaje que interpreta Marilyn Monroe en la adaptación cinematográfica de "Los caballeros las prefieren rubias". El libro original —y su continuación "Pero se casan con las morenas"— fue todo un éxito para su autora Anita Loos, que además de novelista, dramaturga y actriz, fue la primera guionista a sueldo en un estudio de Hollywood. Las novelas eran una sátira de la hipocresía sensual y económica de hace un siglo, momento en el que cohabitaban aún estrictas normas jovenlandesales con la explotación erótica de las vampiresas en la gran pantalla. Una de estas mujeres fatales es precisamente la protagonista de estos libros, una corista aparentemente materialista y estulta. Que con el tiempo su personaje terminase caricaturizado como la rubia sencilla habla mucho más de nosotros como audiencia que de Lee, Monroe o de la propia Loos.
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Ni las revoluciones, ni los feminismos, ni el acceso al mercado laboral remunerado han erradicado este vínculo trigonométrico entre mujeres, belleza y poder. Sin ir más lejos, en marzo de este año, el programa de La Sexta 'Encuentros inesperados' mezcló diferentes figuras públicas femeninas —como si fuese 'The View', o lo que fue su versión castiza 'Amigas y conocidas'— para hablar de cosas de mujeres, AKA feminismo mainstream. En el batiburrillo de personalidades estaban, entre otras, la rapera Mala Rodríguez y Esperanza Aguirre. "Antes usaban a las mujeres para sacar beneficio de sus cuerpos y ahora somos nosotras nuestros propios proxenetas", confesó la cantante con una honestidad poco frecuente en televisión, provocando cierto revuelo. Aguirre, sin embargo, se limitó a sonreír y mirar con perspicacia, supongo que satisfecha de las raíces que el neoliberalismo ha echado en las mujeres obreras.
En muchos lugares del mundo, tener una hija bella es aún una vía de escape de la miseria para las familias
Nadie de aquella mesa supo contestar fuera de las dicotomías de bien/mal, machismo/feminismo, como si la vida fuese un laboratorio estéril, un lugar aséptico sin condicionamientos previos donde la libre elección de la mujer fuese incondicional a sus circunstancias materiales y culturales. Mala Rodríguez no hablaba entonces de lo idóneo de la situación o de las bondades de la autoexplotación, sino de cómo ella había salido adelante, como tantas otras, como la misma Lorelei Lee y la propia Monroe. Que la situación es la que es no hay duda, pero para terminar con ella (si es que acaso es un fin que la sociedad desea, algo que aún está por ver) requiere mucho más que caritas de escándalo y golpes en el pecho.
Estas declaraciones no son más que el resultado último, el que corresponde con el estado de autoaprovechamiento en el que vivimos, de la mercantilización de la belleza femenina, cuyos orígenes históricos son muy remotos. Tradicionalmente, legislaciones y costumbres entorpecían el acceso de las mujeres a patrimonio, formación o cargos, lo que impedía que mujeres privilegiadas obtuvieran espacios de poder que hombres en su misma posición sí detentaban. La belleza se convirtió de esta forma en un subterfugio con el que construir la influencia personal que las mantenía seguras, así como en un relativo ascensor social. En muchos lugares del mundo, tener una hija bella es aún una vía de escape de la miseria para las familias. Negocios como el de las misses o las agencias matrimoniales internacionales dan buena cuenta de ello.
Cuando la belleza no ha acompañado a las mujeres de la élite, se ha cambiado el canon para que así sea
Aunque hay excepciones ilustres (y otras vías de acceso a la influencia política, como pudiera ser la religión) lo cierto es que la belleza femenina, la misma que ha inspirado las obras que estudiamos y ha acompañado las vidas de los hombres ilustres, permitió a unas pocas una posición privilegiada en la observación y gestión de la historia, aunque no fuese esta contada en primera persona, femenino plural. Tan estrecho es este vínculo entre poder y belleza que es frecuente que las crónicas halaguen los rasgos, sean aquellos los que fuesen, de las mujeres en primera línea, desde reinas —de ayer y de hoy— hasta primeras damas. El mito de Cleopatra achaca su relevancia a su belleza y no al revés, digan lo que digan los historiadores. Por supuesto, toda esta cultura está sustentada mediante las instituciones del trabajo sensual y su reverso virtuoso, el matrimonio tradicional.
Cuando la belleza no ha acompañado a las mujeres de la élite, se ha cambiado el canon para que así sea: se torna, pues, sin miramientos los rasgos de una población por otra, la palidez por el moreno, la robustez por las sílfides y viceversa, para así volver a empezar según sea necesario. A su vez, esta persecución de la belleza y su mantenimiento aleja a las mujeres de un poder fáctico. Nos mantiene ocupadas en un trabajo sisífico, perdiendo tiempo y dinero, que termina en los masculinos bolsillos de la industria cosmética. Como bien resume Jessica Defino, periodista especializada en belleza y anticonsumismo: "Todas las tendencias de belleza se reducen a 'cómo puedo no parecer pobre', todo ello mientras te hacen más pobre en virtud de pagar por participar de ellas".
El modelaje deja de ser una profesión de humildes muchachas descubiertas, para pasar a formar parte de una élite ya consolidada
Actualmente, con los tratamientos cosméticos y la cirugía estética, ya no es necesario ajustar los cánones a los rostros ricos, sino que los rostros ricos pueden manufacturarse para satisfacer el estándar. Así, por ejemplo, el modelaje deja de ser una profesión de humildes muchachas descubiertas, para pasar a formar parte de las ocupaciones feminizadas de una élite ya consolidada, como ocurre con el caso de las Hadid o las Jenner. Al mismo tiempo, como el atractivo se relaciona con la casta, los nuevos ricos ya no se casan con grandes bellezas, sino que se las fabrican. Se compran facciones para adquirir posición, un fenómeno que cuenta con poco tiempo, pero está ya muy asentado. Hace solo 20 años los morros operados eran señal inequívoca de advenedizos; ahora son una aspiración de clase media. Paquita La del Barrio, la célebre intérprete del himno "Rata de dos patas", canta siempre tan acertada en 'Mi vecinita' al respecto: "Ya saqué la conclusión, yo sé por qué se los digo; no existen mujeres antiestéticas, solo hay maridos dolidos".