Cirujano de hierro
Será en Octubre
El presidente norteamericano Harry S. Truman precipitó la exclusión presionado por los círculos evangélicos. En el primer franquismo, esta persecución se materializó en misas clandestinas y entierros ‘extramuros’. La libertad religiosa llegó en 1967, con una ley influenciada por el Concilio Vaticano Segundo.
El Plan Marshall regó la Europa devastada de los años cincuenta con miles de millones de dólares. Francia, Alemania, Portugal, Bélgica o Italia se beneficiaron de unas aportaciones que buscaban frenar la expansión del comunismo en unos países hundidos por las secuelas de la Segunda Guerra Mundial, pero España se quedó fuera del reparto.
Detrás de esta decisión hubo una coalición de motivos políticos, históricos, estratégicos… y también religiosos. Así lo aseguran historiadores y expertos en protestantismo, que ven detrás de este hecho la falta de libertad de culto en la España franquista y, particularmente, la persecución que se hizo durante años sobre la minoría evangélica, un asunto que preocupaba particularmente a la Casa Blanca y al presidente Harry S. Truman, que era protestante.
Los relatos históricos sobre la elaboración y diseño del Plan Marshall ponen de relieve que en un primer momento todos los países del Viejo Continente estaban invitados a recibir el auxilio estadounidense. También España y la Unión Soviética, países que mantenían relaciones frías con Washington por distintos motivos. En el caso de la URSS, se bajó de la propuesta al considerarla una manifestación flagrante de «imperialismo» americano. Por parte de España, la cuestión fue por otros derroteros. Aunque en el régimen la idea siempre fue sumarse a la iniciativa a pesar de las reticencias expresadas por Francia y el Reino Unido, quedó fuera en el último momento por decisión expresa del presidente Truman, que obró muy influido por los círculos protestantes españoles y estadounidenses, quienes le informaron del cierre de templos, el secuestro de publicaciones y la persecución contra reverendos y feligreses.
Según las crónicas de la época, la propuesta elaborada inicialmente por la Cámara de Representantes de los EE.UU. incorporaba a España en el trascendental ‘European Recovery Program’. Entró tras las colosales gestiones diplomáticas del franquismo, que logró que finalmente se incluyera en el proyecto la denominada enmienda O’Konski. Sin embargo, España cayó del texto final por exigencia directa de la Casa Blanca. «La iniciativa de los legisladores americanos quedó neutralizada desde la propia administración demócrata: [el presidente] Truman, preocupado por las consecuencias internas y exteriores que la enmienda acarrearía a su política, logró que la Cámara rectificara la posición inicial, tras amenazar con aplicar el veto presidencial», señaló el catedrático de Historia de la Universidad Autónoma de Madrid Pedro Martínez Lillo en una investigación sobre la diplomacia española y el Plan Marshall publicada en 1996 en los ‘Cuadernos de Historia Contemporánea’ de la UAM. Para Truman, la libertad religiosa era un derecho básico, y sin asegurarla, España no podía recibir el apoyo americano.
Pastores y una reina
Varios historiadores especializados en la represión contra el protestantismo ponen nombres y apellidos a las presiones que apunta Martínez Lillo. Según David Estrada, protestante y profesor de filosofía de la Universidad de Barcelona, entre quienes recomendaron al presidente que no avalara la inclusión de España están desde el influyente líder evangélico norteamericano John Mackay (muy amigo de Miguel de Unamuno) hasta la Reina Guillermina de Holanda. También varios nombres de los movimientos protestantes españoles con buenas conexiones en Washington. « El tema protestante se desconoce mucho , pero fue el punto principal que dejó a España fuera del plan, mucho más que la persecución política u otras prácticas antidemocráticas. No fue una decisión por motivos políticos, de hecho, más tarde, Estados Unidos ayuda a España tras instalar sus bases militares, y en aquel momento la situación política era más o menos la misma que en los años cuarenta», explica el profesor a ABC. El padre de Estrada, que imprimió y repartió miles de Biblias protestantes de forma secreta, acogió a Mackay en Barcelona y le mostró las penurias que sufría esta minoría religiosa de apenas 50.000 miembros en la España del primer franquismo. En esa época, los entierros ‘extramuros’ fuera de los cementerios parroquiales o las misas y bautizos ‘clandestinos’ (bajo pena de multa) en pisos privados eran prácticas muy habituales.
Entre los líderes protestantes españoles que mantuvieron una interlocución directa con la Secretaría de Estado y con el propio presidente Truman durante este periodo destaca Samuel Vila (1902-1992), pastor y presidente de la Unión Baptista de España cuando estalló la Guerra Civil. Según relata su hijo, Eliseo Vila, su padre conoció a Harry S. Truman en un Congreso de la Alianza Mundial Bautista celebrado en Atlanta (EE.UU.). Con él mantuvo varias reuniones de las que, explica, no hay testimonio gráfico porque le podrían haber puesto en peligro por maniobrar contra España desde el exterior.
De esos encuentros, añade, surgió la conciencia que el presidente tuvo años más tarde sobre la situación de los protestantes españoles y que acabó dejando a Madrid fuera del Plan Marshall. Paralelamente, Vila también mantuvo una intensa correspondencia con la cúpula del Gobierno franquista e incluso fue recibido en algunas ocasiones en el Palacio del Pardo para que expusiera sus quejas ante la nomenclatura del régimen.
El rol de la Iglesia Católica
Además de las decenas de cartas al Gobierno, a la Embajada Americana en Madrid o la Secretaría de Estado de la Casa Blanca que conserva hoy la familia Vila, hay un documento en el que trasluce claramente la estrecha relación que hubo entre el veto oficial al protestantismo y el Plan Marshall. Se trata de un texto pastoral escrito por el cardenal Pedro Segura y Sáenz cuando era obispo primado de Sevilla. En él, este influyente purpurado, uno de los máximos exponentes de las tesis nacionalcatólicas, avisaba al Gobierno franquista de que la amenaza de quedar fuera del rescate europeo organizado por Washington no era motivo suficiente para rebajar la presión contra los protestantes. «Mucho más vale y mucho más es la fidelidad a la fe católica que un río de oro norteamericano. No es noble exigir a un pobre, como precio de un pedazo de pan, la violación de la Ley Divina», escribió Segura tal y como se recoge en el libro ‘Una fe contra un imperio’ (Editorial Clie, 1979).
En la citada misiva, el cardenal también criticaba al régimen con una dureza poco habitual en esos tiempos por, decía, ser demasiado blando y no perseguir lo suficiente a los cristianos evangélicos. «En el territorio sometido a la soberanía española funcionan, amparados por el Estado español, 162 capillas protestantes, un seminario, seis escuelas, una editorial y seis librerías dedicadas expresamente al proselitismo protestante», decía.
Las palabras del obispo no solo ponen de manifiesto la animadversión que parte de la jerarquía católica de la época sentía hacia los protestantes, también muestran el malestar de la Iglesia ante la ‘tolerancia no regulada’ que empezó a practicar el franquismo tras la Guerra Civil. Esta actitud de ‘dejar hacer’ -el Fuero de los Españoles aprobado en 1945 prometía en su capítulo sexto que nadie sería molestado por sus creencias religiosas «en el ejercicio privado de su culto»- contrastaba con las tesis de un clero que hasta la llegada del Papa Juan XXIII (1958) siguió considerando ‘herejes’ a los protestantes. Esto, sumado a la inmensa influencia que tenía la Iglesia y la Santa Sede sobre Franco y sus ministros, motivó que el régimen no diera pasos hacia una cierta apertura religiosa hasta la instalación de las bases americanas en España, momento en el que Franco prometió al presidente Eisenhower un mejor trato a los evangélicos. «Aunque la cosa mejoró con el tiempo, el último caso localizado de persecución es de 1973, tan solo dos años antes de la fin de Franco, cuando el pastor metodista Enric Capó fue procesado por el Tribunal de Orden Público», relata el periodista David Casals, autor del documental ‘Protestantes, la historia silenciada’ (Clack, 2021).
Un punto de inflexión
Según el investigador, la aversión del franquismo hacia los evangélicos llegaba a muchos resortes de la vida cotidiana. «Desde problemas para inscribir a un hijo con un nombre bíblico que no formase parte del Santoral hasta la fin. De hecho, los protestantes se enterraban junto a los ateos, los judíos o los suicidas en un recinto aparte o fuera de los cementerios, que eran considerados un lugar sagrado por parte de la Iglesia católica», relata. También había conflictos en el Ejército, donde muchos protestantes se negaban a arrodillarse en las misas de campaña de la mili. «No arrodillarse por motivos de conciencia era considerado un acto de desobediencia, lo que podría traducirse en un consejo de guerra con condenas de meses e incluso años de prisión», añade.
Para los protestantes, la exclusión del Plan Marshall fue un primer paso a favor de su gran objetivo: la legalización de los cultos no católicos, un paso trascendental que no llegó hasta mucho después, en 1967, con la aprobación de la Ley de Libertad Religiosa. «Más que la presión externa, el punto de inflexión que precipitó esa norma fue el cambio de postura de la Santa Sede», resalta Xavier Memba, pastor protestante e investigador del Observatorio Blanquerna de Religión y Cultura. Revolucionaria para un Estado completamente confesional, la nueva ley llegó con el soplo de aire de renovación eclesial que supuso el Concilio Vaticano Segundo (1962-1965), que apostó decididamente por el ecumenismo, un reencuentro entre las diferentes familias del cristianismo que puso fin a siglos de enfrentamientos y persecuciones mutuas.
El Plan Marshall regó la Europa devastada de los años cincuenta con miles de millones de dólares. Francia, Alemania, Portugal, Bélgica o Italia se beneficiaron de unas aportaciones que buscaban frenar la expansión del comunismo en unos países hundidos por las secuelas de la Segunda Guerra Mundial, pero España se quedó fuera del reparto.
Detrás de esta decisión hubo una coalición de motivos políticos, históricos, estratégicos… y también religiosos. Así lo aseguran historiadores y expertos en protestantismo, que ven detrás de este hecho la falta de libertad de culto en la España franquista y, particularmente, la persecución que se hizo durante años sobre la minoría evangélica, un asunto que preocupaba particularmente a la Casa Blanca y al presidente Harry S. Truman, que era protestante.
Los relatos históricos sobre la elaboración y diseño del Plan Marshall ponen de relieve que en un primer momento todos los países del Viejo Continente estaban invitados a recibir el auxilio estadounidense. También España y la Unión Soviética, países que mantenían relaciones frías con Washington por distintos motivos. En el caso de la URSS, se bajó de la propuesta al considerarla una manifestación flagrante de «imperialismo» americano. Por parte de España, la cuestión fue por otros derroteros. Aunque en el régimen la idea siempre fue sumarse a la iniciativa a pesar de las reticencias expresadas por Francia y el Reino Unido, quedó fuera en el último momento por decisión expresa del presidente Truman, que obró muy influido por los círculos protestantes españoles y estadounidenses, quienes le informaron del cierre de templos, el secuestro de publicaciones y la persecución contra reverendos y feligreses.
Según las crónicas de la época, la propuesta elaborada inicialmente por la Cámara de Representantes de los EE.UU. incorporaba a España en el trascendental ‘European Recovery Program’. Entró tras las colosales gestiones diplomáticas del franquismo, que logró que finalmente se incluyera en el proyecto la denominada enmienda O’Konski. Sin embargo, España cayó del texto final por exigencia directa de la Casa Blanca. «La iniciativa de los legisladores americanos quedó neutralizada desde la propia administración demócrata: [el presidente] Truman, preocupado por las consecuencias internas y exteriores que la enmienda acarrearía a su política, logró que la Cámara rectificara la posición inicial, tras amenazar con aplicar el veto presidencial», señaló el catedrático de Historia de la Universidad Autónoma de Madrid Pedro Martínez Lillo en una investigación sobre la diplomacia española y el Plan Marshall publicada en 1996 en los ‘Cuadernos de Historia Contemporánea’ de la UAM. Para Truman, la libertad religiosa era un derecho básico, y sin asegurarla, España no podía recibir el apoyo americano.
Pastores y una reina
Varios historiadores especializados en la represión contra el protestantismo ponen nombres y apellidos a las presiones que apunta Martínez Lillo. Según David Estrada, protestante y profesor de filosofía de la Universidad de Barcelona, entre quienes recomendaron al presidente que no avalara la inclusión de España están desde el influyente líder evangélico norteamericano John Mackay (muy amigo de Miguel de Unamuno) hasta la Reina Guillermina de Holanda. También varios nombres de los movimientos protestantes españoles con buenas conexiones en Washington. « El tema protestante se desconoce mucho , pero fue el punto principal que dejó a España fuera del plan, mucho más que la persecución política u otras prácticas antidemocráticas. No fue una decisión por motivos políticos, de hecho, más tarde, Estados Unidos ayuda a España tras instalar sus bases militares, y en aquel momento la situación política era más o menos la misma que en los años cuarenta», explica el profesor a ABC. El padre de Estrada, que imprimió y repartió miles de Biblias protestantes de forma secreta, acogió a Mackay en Barcelona y le mostró las penurias que sufría esta minoría religiosa de apenas 50.000 miembros en la España del primer franquismo. En esa época, los entierros ‘extramuros’ fuera de los cementerios parroquiales o las misas y bautizos ‘clandestinos’ (bajo pena de multa) en pisos privados eran prácticas muy habituales.
Entre los líderes protestantes españoles que mantuvieron una interlocución directa con la Secretaría de Estado y con el propio presidente Truman durante este periodo destaca Samuel Vila (1902-1992), pastor y presidente de la Unión Baptista de España cuando estalló la Guerra Civil. Según relata su hijo, Eliseo Vila, su padre conoció a Harry S. Truman en un Congreso de la Alianza Mundial Bautista celebrado en Atlanta (EE.UU.). Con él mantuvo varias reuniones de las que, explica, no hay testimonio gráfico porque le podrían haber puesto en peligro por maniobrar contra España desde el exterior.
De esos encuentros, añade, surgió la conciencia que el presidente tuvo años más tarde sobre la situación de los protestantes españoles y que acabó dejando a Madrid fuera del Plan Marshall. Paralelamente, Vila también mantuvo una intensa correspondencia con la cúpula del Gobierno franquista e incluso fue recibido en algunas ocasiones en el Palacio del Pardo para que expusiera sus quejas ante la nomenclatura del régimen.
El rol de la Iglesia Católica
Además de las decenas de cartas al Gobierno, a la Embajada Americana en Madrid o la Secretaría de Estado de la Casa Blanca que conserva hoy la familia Vila, hay un documento en el que trasluce claramente la estrecha relación que hubo entre el veto oficial al protestantismo y el Plan Marshall. Se trata de un texto pastoral escrito por el cardenal Pedro Segura y Sáenz cuando era obispo primado de Sevilla. En él, este influyente purpurado, uno de los máximos exponentes de las tesis nacionalcatólicas, avisaba al Gobierno franquista de que la amenaza de quedar fuera del rescate europeo organizado por Washington no era motivo suficiente para rebajar la presión contra los protestantes. «Mucho más vale y mucho más es la fidelidad a la fe católica que un río de oro norteamericano. No es noble exigir a un pobre, como precio de un pedazo de pan, la violación de la Ley Divina», escribió Segura tal y como se recoge en el libro ‘Una fe contra un imperio’ (Editorial Clie, 1979).
En la citada misiva, el cardenal también criticaba al régimen con una dureza poco habitual en esos tiempos por, decía, ser demasiado blando y no perseguir lo suficiente a los cristianos evangélicos. «En el territorio sometido a la soberanía española funcionan, amparados por el Estado español, 162 capillas protestantes, un seminario, seis escuelas, una editorial y seis librerías dedicadas expresamente al proselitismo protestante», decía.
Las palabras del obispo no solo ponen de manifiesto la animadversión que parte de la jerarquía católica de la época sentía hacia los protestantes, también muestran el malestar de la Iglesia ante la ‘tolerancia no regulada’ que empezó a practicar el franquismo tras la Guerra Civil. Esta actitud de ‘dejar hacer’ -el Fuero de los Españoles aprobado en 1945 prometía en su capítulo sexto que nadie sería molestado por sus creencias religiosas «en el ejercicio privado de su culto»- contrastaba con las tesis de un clero que hasta la llegada del Papa Juan XXIII (1958) siguió considerando ‘herejes’ a los protestantes. Esto, sumado a la inmensa influencia que tenía la Iglesia y la Santa Sede sobre Franco y sus ministros, motivó que el régimen no diera pasos hacia una cierta apertura religiosa hasta la instalación de las bases americanas en España, momento en el que Franco prometió al presidente Eisenhower un mejor trato a los evangélicos. «Aunque la cosa mejoró con el tiempo, el último caso localizado de persecución es de 1973, tan solo dos años antes de la fin de Franco, cuando el pastor metodista Enric Capó fue procesado por el Tribunal de Orden Público», relata el periodista David Casals, autor del documental ‘Protestantes, la historia silenciada’ (Clack, 2021).
Un punto de inflexión
Según el investigador, la aversión del franquismo hacia los evangélicos llegaba a muchos resortes de la vida cotidiana. «Desde problemas para inscribir a un hijo con un nombre bíblico que no formase parte del Santoral hasta la fin. De hecho, los protestantes se enterraban junto a los ateos, los judíos o los suicidas en un recinto aparte o fuera de los cementerios, que eran considerados un lugar sagrado por parte de la Iglesia católica», relata. También había conflictos en el Ejército, donde muchos protestantes se negaban a arrodillarse en las misas de campaña de la mili. «No arrodillarse por motivos de conciencia era considerado un acto de desobediencia, lo que podría traducirse en un consejo de guerra con condenas de meses e incluso años de prisión», añade.
Para los protestantes, la exclusión del Plan Marshall fue un primer paso a favor de su gran objetivo: la legalización de los cultos no católicos, un paso trascendental que no llegó hasta mucho después, en 1967, con la aprobación de la Ley de Libertad Religiosa. «Más que la presión externa, el punto de inflexión que precipitó esa norma fue el cambio de postura de la Santa Sede», resalta Xavier Memba, pastor protestante e investigador del Observatorio Blanquerna de Religión y Cultura. Revolucionaria para un Estado completamente confesional, la nueva ley llegó con el soplo de aire de renovación eclesial que supuso el Concilio Vaticano Segundo (1962-1965), que apostó decididamente por el ecumenismo, un reencuentro entre las diferentes familias del cristianismo que puso fin a siglos de enfrentamientos y persecuciones mutuas.