Alfonso VIII, el Bueno (1155-1214).
La prematura fin de Sancho III de Castilla dejó el Reino en manos de un niño de tres años. El Gobierno del Reino y la tutoría recayeron, en un complicado testamento del Monarca fallecido, sobre el conde gallego Gutiérre Fernández de Castro, a lo que se opuso la familia de los Lara, que también ambicionaban la Regencia.
El enfrentamiento entre estas dos poderosas familias por la tutoría del Rey y la Regencia del Reino, promovió una larga guerra civil que ensangrentó y debilitó a Castilla. Como consecuencia de esta debilidad y desorden, Sancho VI de Navarra invadió Castilla y se apoderó de Logroño, Briviesca y algunas plazas de Álava y el Duranguesado. Fernando II de León, que ambicionaba los territorios castellanos, también invadió el territorio de su sobrino ocupando Toledo y Burgos, llegando hasta Soria. Fernando II pretendía convertirse en tutor de su sobrino y que éste le rindiera vasallaje. Pese a la vigilancia a la que era sometido, Manrique de Lara consiguió sacar a escondidas a Alfonso de Soria, conjurando el peligro de permanecer cautivo de su tío. El joven Rey fue llevado a San Esteban de Gormaz (Soria), de allí a Atienza (Guadalajara) y por último a Ávila.
En 1169, se consideró oportuno, como único medio de acabar con la instabilidad del Reino, declarar a Alfonso VIII mayor de edad y poner el Gobierno en sus manos. En las Cortes de Burgos en 1170, se le entregó el gobierno del Reino y, al mismo tiempo, se acordó darle por esposa a Leonor Plantagenet, de 15 años -al igual que él-, hija del Monarca inglés Enrique II, que aportaba como dote el ducado de Gascuña, lindante con los territorios castellanos por la parte de Guipúzcoa.
Alfonso VIII mantuvo una entrevista con Alfonso II de Aragón en la que ambos monarcas zanjaron las diferencias territoriales que los separaban y formalizaron una alianza defensiva contra el resto de los Monarcas peninsulares.
No había olvidado Alfonso VIII las tierras que Sancho IV de Navarra la arrebató durante su minoría de edad. En 1173, al castellano atacó con un potente ejército al Monarca navarro, mientras Alfonso II de Aragón penetró en Navarra por Tudela. Alfonso VIII consiguió ocupar Logroño, Briviesca y Navarrete, venciendo a Sancho VI, que tuvo que refugiarse en el castillo de Leguín (Navarra), de donde escapó por la noche; pero el Monarca castellano le persiguió hasta las proximidades de Pamplona, donde el Rey navarro se rindió.
Alfonso VIII decidió apoderarse de Cuenca, plaza de difícil acceso, por su posición y sus defensas; desde allí los fiel a la religión del amores hostigaban constantemente la frontera castellana. Con la ayuda de Alfonso II de Aragón, rindió la ciudad tras nueve meses de cerco, el 21 de septiembre de 1177. Ese mismo año, en un intento de evitar un nuevo enfrentamiento armado, los reyes navarro y castellano se sometieron al arbitraje de Enrique II de Inglaterra, quien, después de oír a ambas partes, dictaminó que los Monarcas debían devolverse las plazas y territorios en litigio, si bien Alfonso VIII debía abonar al navarro, en concepto de indemnización, la cantidad de 3.000 maravedís, pagaderos en tres plazos. Los dos aceptaron el fallo del Rey inglés y firmaron en Fitero (Navarra) la paz por diez años. Alfonso VIII y Alfonso II de Aragón se entrevistaron en Cazorla, en 1179, y acordaron sus áreas de expansión. Alfonso II se adjudicaba el reino jovenlandés de Valencia y renunciaba al de Murcia en beneficio de Alfonso VIII.
Fernando II de León falleció en 1188, y su hijo y sucesor, Alfonso IX, necesitado de la ayuda del Monarca castellano, más fuerte que él, acudió a Carrión de los Condes, donde Alfonso VIII le armó Caballero rindiéndole homenaje el leonés.
Alfonso II de Aragón, temeroso de la potencia que iba adquiriendo Castilla, decidió cambiar su tradicional política de amistad hacia Alfonso VIII. Se reunió con Sancho IV de Navarra en Borja (Zaragoza), donde ambos Monarcas firmaron un pacto anticastellano. Meses después se sumaron a ese pacto Alfonso IX de León y Sancho I de Portugal.
Pese a tan adversas condiciones, Alfonso VIII pudo ir salvando todos los escollos que se le oponían. Entre 1191 y 1194 tropas castellanas penetraron por tierras de Jaén y Córdoba, apoderándose de un enorme botín. El califa almohade Abu Yusuf Ya’qud al Mansur, acudió a la defensa de esas tierras, y en 1195, cruzó el Estrecho de Gibraltar y desembarcó en Al-Ándalus con un potente ejército, llegando hasta Calatrava (Ciudad Real) y amenazando la ciudad de Toledo. Alfonso II de Aragón, consciente del peligro que amenazaba a los Reinos cristianos, intentó una política de apoyo a Castilla, más la desconfianza de navarros y leoneses malogró la posibilidad de ofrecer un frente común. Alfonso VIII, impaciente por la tardanza de los refuerzos prometidos por los navarros y leoneses, decidió enfrentarse solo a los almohades, y el 19 de julio de 1195, les presentó batalla cerca de Alarcos. La derrota fue espantosa, y gran parte del ejército castellano quedó en el campo de batalla. Yusuf Ya’qud al Mansur destruyó la fortaleza de Alarcos, tomó al asalto Calatrava y aquel mismo año regresó a Córdoba, y luego partió hacia jovenlandia.
Navarros y leoneses, ante la derrota de los castellanos y la débil situación en que había quedado Alfonso VIII, decidieron pactar con los almohades y aprovecharse de la debilidad de Castilla. En 1196, Alfonso IX de León, apoyado por contingentes de tropas fiel a la religión del amoras, entró en Tierra de Campos (Palencia) talando y saqueando sus pueblos. Sancho VII de Navarra entró por Soria y Almazán, arrasando cuanto encontraba a su paso. Los almohades amenazaban Madrid, Toledo, Alcalá de Henares y Cuenca. Aunque no consiguieron entrar en ninguna de estas ciudades, sometieron al saqueo y a la destrucción cuanto encontraron fuera de sus murallas.
Muerto Alfonso II de Aragón, el Monarca castellano firmó una alianza en 1197 con el nuevo Rey aragonés, Pedro II, con quien se mostró como un leal amigo ayudándole en la lucha contra leoneses, navarros y almohades. Las fuerzas conjuntas de castellanos y aragonesas penetraron en León y avanzaron sobre Astorga y El Bierzo, consiguiendo apoderarse de la fortaleza de Puente Castro (León). Alfonso IX de León lanzó una contraofensiva consiguiendo recuperar Puente Castro. Mientras, Alfonso VIII consiguió firmar una paz de diez años con Abu Yusuf Ya`qub. Quedaba que leoneses y castellanos encontraran la paz. Ésta llegó con el enlace de Berenguela, hija de Alfonso VIII, con Alfonso IX de León (separado ya de su primera esposa, Teresa, hija de Sancho I de Portugal) al llevar Berenguela como dote los castillos reclamados por el leonés y las plazas tomadas por Alfonso VIII. La boda se celebró a pesar del grado de parentesco que había entre los contrayentes, puesto que Berenguela era sobrina de Alfonso IX. Años más tarde, cuando ya habían nacido seis hijos, ante la persistencia del Papa Inocencio III de considerar nulo el matrimonio, Berenguela tuvo que separarse de su esposo y regresar a Castilla.
Asegurada la paz con León, Alfonso VIII quiso recuperar el País Vasco, que había pertenecido a Castilla y que ahora estaba en poder de Navarra. En 1119, fuerzas castellanas y aragonesas penetraron en Navarra por distintas fronteras y a finales de 1200, Castilla había recuperado todas las tierras que habían sido suyas y ganado otras a expensas de Navarra, con lo que este Reino vio su territorio muy reducido. El castellano, una vez recuperadas las tierras en litigio, dio por terminadas sus reclamaciones y cesó en sus acciones bélicas contra Navarra. Volvió sus armas contra el condado de Gascuña, que su esposa Leonor aportó como dote y que nunca se le había entregado. Pese a los dos años de campaña (1204-1205), no pudo lograr la completa anexión del ducado, porque sus dos ciudades más importantes, Bayona y Burdeos, se negaron a reconocer su autoridad.
A partir de 1206, Alfonso VIII inició una política de reconciliación con los Reinos de Navarra, León y Portugal con la idea de atraerlos y unir sus fuerzas contra el peligro almohade. El Rey castellano trató de implicar a la Iglesia en este proyecto, confiando esa misión a Rodrigo Ximénez de Rada, Arzobispo de Toledo, y a Tello Téllez de Meneses, Obispo de Palencia. En 1209, finalizada la tregua que se pactó con los almohades, Alfonso VIII reinició las hostilidades y ese mismo año entró en el valle del Júcar. El califa almohade, Abu Abd Allah Muhammad al-Nasir, llamado por los cristianos como Miramamolín, respondió con el envío a España de un formidable ejército. En febrero de 1212 llegó a Castilla la bula del Papa Inocencio III promulgando la cruzada contra el infiel, que concedía indulgencias y gracias a cuantos españoles o extranjeros ayudaran a Alfonso VIII de Castilla.
En la primavera de 1212, se fueron reuniendo en Toledo y en las riberas del Tajo los contingentes de las tropas españolas y extranjeras. No lo hicieron los Monarcas Alfonso IX de León, por conflictos territoriales, y Alfonso II de Portugal, al ver que no eran aceptadas por Alfonso VIII las altas compensaciones que pedía por participar en la lucha.
En su avance hacia al-Ándalus, los ejércitos cristianos recuperaron Malagón (Ciudad Real) y Calatrava, conquistando a primeros de julio, Alarcos, Caracuel y Piedrabuena (Ciudad Real). Las tropas extranjeras molestas porque no se les permitía el saqueo, abandonaron la empresa, quedando su representación reducida basicamente a las órdenes militares religiosas. Alfonso VIII dio la orden de avanzar hacia el paso de Despeñaperros (Jaén).
Cuando llegaron al paso de La Losa, estaba totalmente taponado por los almohades. Miramamolin suponía que el ejército cristiano, muy mermado de efectivos y bloqueado, habría de dar la vuelta o sería aplastado. Pero gracias a la intervención de un pastor, lograron atravesar Sierra Morena por el puerto del Muradal, un paso que no estaba vigilado, y plantarse ante la tienda roja del califa.
Aunque las cifras que se manejan sobre el número de combatientes que intervinieron en la batalla carecen de bases sólidas, por lo abultadas, se puede afirmar que eran los dos ejércitos más grandes que jamás se habían enfrentado en la Península Ibérica y que los almohades superaban en número a los cruzados. El 16 de julio de 1212, cristianos y almohades en enfrentaron en Las Navas de Tolosa, provincia de Jaén.
Alfonso VIII, el de Las Navas - Revista de Historia