Algún día harán magistrado del TC al conejo de la Loles

Eric Finch

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Dura lex: Algún día harán magistrado del TC al conejo de la Loles

17 junio, 2013

Algún día harán magistrado del TC al conejo de la Loles


Ayer aparecía en El País un artículo de Soledad Gallego-Díaz titulado “No han aprendido nada. No se enmiendan” http://elpais.com/elpais/2013/06/14/opinion/1371221016_623813.html. Trataba del nombramiento de Enrique López como magistrado del Tribunal Constitucional, en el cupo de los dos que designa el Gobierno. Venía a decir la ilustre periodista que no se entiende cómo el Gobierno y los partidos dominantes no se dan cuenta de que se están llevando por delante el escaso prestigio de las instituciones y cualquier esperanza de que los ciudadanos miremos con respeto a quienes nos gobiernan y que tomemos en serio cualquiera de los poderes del Estado. En palabas de la señora Gallego-Díaz: “Han sido el presidente del Gobierno, el ministro de Justicia y el presidente saliente del Tribunal Constitucional, Pascual Sala, quienes han puesto su rúbrica al pie de un documento que certifica la vigencia de la apropiación partidista de las instituciones. Han sido ellos quienes han impuesto el nombramiento de Enrique López como magistrado del Tribunal Constitucional, en contra de toda prudencia o ponderación”. Ese nombramiento, se dice, “desmiente de manera radical que exista en el Gobierno la menor intención de atajar el creciente desprestigio de las instituciones”. Los datos que el artículo nos recuerda son bastante tremendos: “En sus 50 años de vida, Enrique López ha sido ponente en un total de 64 sentencias, según datos de jurisprudencia de la Audiencia Nacional, el único tribunal en el que ha ejercido esa labor, durante cuatros años y medio. Previamente, el señor López ha sido juez instructor en juzgados de primera instancia de Coruña, Valladolid y León, y letrado y portavoz del Consejo General del Poder Judicial. De las 64 sentencias en las que ha sido ponente, 28 fueron dictadas de conformidad entre el fiscal y los abogados defensores. De las 36 restantes, el propio señor López tuvo que dictar autos de aclaración en más de un 10% de los casos para corregir errores graves, no erratas, como declarar rebelde en los hechos probados al condenado o dictar una pena de guandoca no compatible con los hechos probados. Consta, por otra parte, que el Tribunal Supremo ha corregido un porcentaje sensible de las sentencias en las que el señor López fue ponente”. No sigo, para qué.

Bien, pues Soledad Gallego-Díaz tiene más razón que una santa, pero se equivoca. Su diagnóstico de lo que está ocurriendo y que con ese nombramiento llega a un peculiar clímax o es incompleto o está desenfocado. No se trata de que se esté propasando y errando el Gobierno, con el silencio mezquino ahora del partido mayoritario de la oposición y con la complicidad de un Pascual Sala que deja el Tribunal Constitucional y su Presidencia mostrando que era verdad lo que siempre se pensó de él, pese a que se tiñía de progresista o fuera aupado por el PSOE. No, a Pascual Sala ese voto se lo van a pagar con alguna canonjía bien pronto, y sobrados precedentes tenemos de cuánto aprecian algunos magistrados los platos de lentejas, y más si son con chorizo. Y en lo que al Gobierno se refiere, no se está arriesgando ante nosotros, el pueblo, con su incompetencia, sino que se está aprovechando de la nuestra y lo único que se le puede reprochar es que se recochinee y se refocile tanto, que no nos aplique compasivamente aquello de que bien está jorobar pero no arrancar los pelos. Sin un pelo nos deja, pero tan contentos como dolidos. En el fondo, yo me hincho de orgullo al pensar que mi tía Obdulia también podría haber acabado en el TC a poco que la vida le hubiera durado más y que hiciéramos unas relaciones por ahí.

Ni cinco mil votos va a perder el PP por elevar a López a tan alta magistratura ni cien le van a quitar al PSOE porque ese amigo suyo que presidía el TC haya dicho que sí y que menudos méritos le cuelgan a don Enrique. Mentira todo el escándalo, farisaico a más no poder el enfado de tantísimos. Hay por nuestra parte consentimiento y provocación. Cada nueva arbitrariedad y cada desprecio mayor a la Constitución, a sus principios de fondo y a los poderes constitucionales es una prueba que gobiernos y partidos grandes hacen con nosotros y que les da resultados tan sorprendentemente buenos, que se animan a seguir y a ponerse metas más procaces para la vez siguiente. Igualito a esos tipejos que pegan a sus parejas y que, en algunos casos desgraciados, las ven ponerse a jadear de placer y a pedirles más azotes, masoquismo de tarugas (y tarugos, en su caso), que acabará en hospital o entierro, pero que les quiten lo gozado y Manolo me zurra porque en el fondo me quiere y me pone burrísima con lo machísimo que es. Así somos nosotros. No, no como Manolo, como sus víctimas más bien. Manolo son los que gobiernan y designan y nombran y se solazan en su poderío y con tamaña potencia. Sólo hay que ver cómo les gime la papeleta electoral a ésos que votan a corruptos indudables, investigados irredentos, imputados y probadamente ladrones con o sin juicio. La fidelidad política de la grandísima mayoría de los que apoyan a los partidos dominantes es amor al amo, gusto por el látigo, placer de nalgas azotadas o de tetillas con grapas. A ver, o que venga ahora alguno a convencerme de que se había creído la inteligencia, las buenas intenciones y hasta el programa del Zapatero de la segunda vez o del Rajoy de la primera, y eso por no ir más atrás y no mencionar alcaldes y presidentes autonómicos.

En resumen, que mucho escándalo con lo de Fulano o Mengano en el Constitucional, pero Fulano es el que tiene menos culpas. Él probablemente seguirá haciendo lo que el Gobierno le mande, pero la cama la pagamos nosotros y la pagamos felices, mientras en los más altos gabinetes estarán ya pensando qué otra cosa pueden hacernos que nos duela y nos haga aullar como posesos, pero de puro gusto suicida, como esos diputados ingleses que siempre la endiñan con una bolsa de plástico en la cabeza y asfixiados mientras una relación de pago les clava chinchetas en los galletaes. No se me pierda, amigo lector, el diputado inglés del ejemplo es usted si es de la mayoría votante y silenciosa y sumisa y de eslogan rancio, y quién le planta la bolsa y quién le atornilla las partes y quién cobra por el motel es acertijo que dejo a su aguda inteligencia, pero está bien fácil.

Sí, he dicho silencio y ésa es la segunda parte. En el aquelarre nacional somos activos y pasivos al tiempo, activos en cuanto le vemos la rendija a la urna electoral y silenciosos de por si acaso y no vaya a ser. ¿Pensamos un experimento? Vamos, que alguno me eche una mano y redactamos juntos un manifiesto bien duro contra el nombramiento de don Enrique López, contra el Gobierno que lo impulsa, los magistrados del TC que se han pasado por salva sea la parte el espíritu de la Constitución y la letra de la ley que ponía unos mínimos requisitos de experiencia y prestigio, y acudamos con ese escrito a solicitar la firma de nuestros juristas conocidos y compañeros bien críticos. No, no digo que lo pasemos a la rúbrica del señor del quinto C que es jubilata y ya le da igual casi todo, o de la panadera de la esquina, que está quemada y pensando en marcharse a Australia para envejecer junto a su hijo que se largó para allá el año pasado a buscarse la vida y porque no tiene quién le ponga cargo aquí o una magistratura de nada. No, que lo lean delante de nuestras narices los profesores funcionarios que se hacen cruces en las barras, sean las de la cafetería del campus o las otras, los que subrayan en sus discursos íntimos lo de inaudito e intolerable y vergonzoso, que lo examinen ahí mismo y que firmen siquiera y luego usted y yo, si hace falta, llevamos el papelín en persona al TC, al Ministerio de Justicia, a las sedes de los dos partidos rellenitos y a un par de delegaciones autonómicas para que no nos digan centralistas.

¿Cuántas firmas lograríamos? No llegamos a cien ni aunque nos pateemos las tropecientas facultades de Derecho y busquemos uno a uno a cada catedrático sin avisar de que vamos, para que no huya. ¿Y por qué no habrían de firmar si están todos enfadadísimos y son indignados propiamente dichos? Ah, por si acaso y nunca se sabe y no sea que un día y yo personalmente no tengo nada contra nadie y no vayan a entenderse mal las cosas y ahora justamente tengo que acabar el informe de un proyecto y déjame ahí la carta y ya la leo el mes que viene despacio o yo no firmo manifiestos porque me sientan fatal para la almorrana o es que tengo un cuñado que es primo segundo de un amigo de Fulano y una vez me lo presentó y de trato es muy majo. Y así, no quiero cansarles, pero de ésas me sé más o menos ciento y pico. Tiralevitas y pequeñines, criaturillas de Dios con tarima y trampantojos.

Últimamente, y a ser posible y salvo que me vengan por la espalda, no tomo cafés ni copas con gentes que no estén dispuestas a repetir en público lo que en privado me protestan. Estoy hasta la boina de que con el aliento en mi oreja todos sean más gente de izquierdas y más revolucionarios y más radicales y más bolivarianos, incluso, y más de una pieza que yo y que luego tengan retortijones a la hora de dar la cara o poner una firma y echen a correr para el aseo o a buscar a los niños, que casualmente siempre salen de clase o tienen música a la hora ésa en que habíamos quedado para hacer la revolución o ciscarnos en la ANECA. Así somos y por eso pasa lo que pasa. Con dos o tres mil firmas de profesores de universidad he visto yo mismo pararse decretos y tambalearse leyes. Con quinientas firmas de catedráticos y titulares de Derecho, y no digamos unos magistrados y fiscales, y un par de tribunas ardientes en los diarios, no se le vuelve a ocurrir a un Gobierno proponer para el TC o el CGPJ o cosa similar a su tía la subida de peso o a la frutera de los melones. Pero como callamos, sí. Y es nuestro silencio de menesterosos y nuestra prudencia de berberechos lo que pone cargos y adorna nombramientos. Rajoy tendrá su culpa, no digo que no, igual que antes pusieron otros al señor Sala y a unos cuantos más de ese percal, salvando las distancias que haya que salvar y teniendo en cuenta que hay un proceso histórico y casi físico de aceleración en la caída o de condensación creciente del engrudo. Pero no es Rajoy, hoy, el mayor culpable, aun con todo lo que carga y que su alma sería de color del todo si la tuviera. No, la culpa es de nuestro por si acaso, que es atributo que no mejora con pócimas ni se adecenta con cirugía ni admite ejercicios de estiramiento. De donde no hay no se puede sacar y lo que no da la natura no lo prestan ni Salamanca ni la lectura de las obras completas de John Rawls.

Con mayor seriedad que nunca y el más leal propósito de cumplir si pierdo, les hago una apuesta sin vuelta de hoja. Al que recoja el guante le juego una mariscada de grueso calibre en la mejor marisquería gallega a que antes del 2025 tendremos en el Tribunal Constitucional, y de magistrado, un gato de un ministro o un pollo de una presidenta de cualquier cosa. Sí, no hablo en metáforas, cuando digo gato no me refiero a madrileño varón y humano, sino al felino propiamente dicho, sea de angora, persa o común por completo, y al mencionar el pollo aludo al hijo de la gallina, ése que va con plumas y canta de amanecida. Que sí, que para antes del primer cuarto del siglo XXI veremos algún bicho del todo con toga y formando Sala para el recurso de amparo o el control abstracto de constitucionalidad y habrá traductores que expliquen cuándo maúlla afirmativo o cuándo cacarea que no y hasta con cacareo de calidad y dirimiendo. Vale, que no me creen; pues tranquilos, que, si llegamos allá, yo corro con la cuenta de la cena ésa y de segundo pedimos pollo de corral y que se fastidie el animal por no haber sabido hacer carrera ni relacionarse en mejor gallinero.

Voy a justificar un poco más mi tesis y a combatir esa ingenuidad suya de usted que le impide tomar conciencia de por quién nos toman y por dónde. Paso aprisa sobre los argumentos más fáciles y nada más que los menciono. El primero, que tampoco allá por los inicios de los ochenta y cuando para el Tribunal se buscaba gente seria podíamos sospechar que acabaríamos en esto de ahora, y ya ven. ¿O acaso es menor la distancia entre algunos de este momento y ese gallo togado que imagino yo, que la que hay entre más de uno de hoy y un Rubio Llorente, un Luis Díez-Picazo, un Ángel Latorre, una Gloria Begué, un Manuel García-Pelayo, un Francisco Tomás y Valiente, un Rafael Gómez-Ferrer… Y podría seguir, aunque ya sé que a partir de cierto momento el lobo empezó a asomar su patita por debajo de la puerta y tal o cual magistrado comenzó a destapar el canalillo o a dejar que le calentaran las entretelas. Pero, con las luces y sombras de cada cual de aquéllos, uno lee esos nombres y primero se sobrecoge y luego cogería el fusil, si por ganas y justicia fuera. No voy a mencionar a ninguno de estas cosechas recientes, pero que cada quien haga las cuentas de si entre más de cuatro de los que acabo de decir y alguno de esos de ahora no hay mayor contraste que entre este último y el gallo o el minino que lo sucederá de aquí a una temporada. Yo, francamente, no veo apenas distancia, salvo que subrayemos el carácter indómito de los gatos y que a veces los gallos hacen honor a su nombre.

Segundo, que si acudimos a la Historia y el Derecho Comparado tampoco hemos de sentirnos tan originales ni ahora ni para el futuro, aunque nos duela el mal de muchos. Hace ya años que Berlusconi hacía diputadas a las más esmeradas de sus “velinas” y por aquellas mismas tierras el emperador Calígula puso a su caballo Incitatus de senador y cónsul de Bitinia. Tampoco antes hacía falta la carrera diplomática, ya ven. Nihil novum sub sole, si acaso que ahora hay menos seriedad y que van sobre seguro porque previamente a la propuesta se hicieron unas encuestas para comprobar que al electorado le traen al fresco tanto el Tribunal Constitucional como el hipódromo y el zoo. Aquí cada uno estamos con el por si acaso y el qué hay de lo mío y no sé si te acordarás de mí, pero una vez nos vimos en Benidorm y quería yo comentarte que tengo un sobrino que a lo mejor te vale para el despacho o que si me das un diploma de que impartí una conferencia en casa de tu suegro, porque tengo que acreditarme y tal, tú ya sabes, señoría, mi amol.

Sí, lo anterior son obviedades, pero ahora le propongo a usted que reflexione en serio sobre un argumento que voy a sacar. Piense primero en cuánta gente hay que vota a ojos cerrados al partido de su querencia o al líder de sus pasiones, de todas todas y aunque rebuznen o por aquello de que ya mi abuelo era de las juventudes o a un tío de mi abuela lo fusilaron los otros en el treinta y siete. Programa, programa, programa. El total de esos votantes racionales y reflexivos debe de andar por encima del ochenta por ciento, vistos los sucesivos resultados de las diversas convocatorias democráticas. Bueno, pues ahora preguntémonos si alguno de tales votantes culilaxos cambiarían de partido o coalición o votarían en blanco o se abstendrían si en la lista del partido de sus amores va el tercero un conejo y en la sexta plaza una lagartija; o coloque usted el bicho que quiera pero no me venga con monos, que se nos difumina el contraste. Yo le digo: sólo un cinco o seis por ciento se lo pensaría y vaya usted a saber qué haría, pero los demás hasta razonarían que, jolín, ya era hora de que las bestezuelas pudieran tener su escaño y que para la próxima hay que meter una foca de segunda, para que defienda los derechos de las especies en extinción.

En resumidas cuentas, que el PP y el PSOE y sus adláteres diversos nos van poniendo a prueba y los que de su asombro no salen son más que nada ellos mismos. Hoy nos magrean el muslo y sonreímos, mañana nos masajean los pectorales y los comemos con los ojos, al día siguiente nos piden para la habitación y les damos esos cuartos. ¿A qué preguntarse a dónde querrán ir a parar y por qué sorprendernos de que consumen con exaltación de chimpancés y trasfondo de fanfarrías? Están en lo propio, andan en el puro derecho natural y los avala la naturaleza de las cosas. Los raros somos nosotros, y si nos quedara una mínima entereza deberíamos ir corriendo al médico de cabecera o al psiquiatra de guardia y decirle mire, doctor, que fíjese qué magistrados nos meten y qué ministros nos plantan y cuántos cargos nos cargan y no sé decir que no porque por si acaso y algunas noches hasta tengo sueños constitucionales lúbricos y me veo explotándole a Amparo sus mejores recursos, doctor, deme algo para que se me bajen estas ínfulas o dígame si no habrá un huequecito en el aprisco y a la espera.
 
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