Confieso que tengo esa misma actitud desde hace tiempo. Y mi justificación es porque no tengo los recursos, ni la capacidad ni la preparación para poder estar pendiente de todo. Mi cabeza no me da para estar pendiente de tantos tantos tantos focos abiertos de preocupación o de atención.
Así que limito la cantidad de asuntos a los que puedo atender sin caer en ese exceso de información. Lógicamente hay puntos en los que los doy por perdidos: la política, la economía, las relaciones personales más allá del trato diario... todo eso llega un momento es que lo vi tan manipulado, tan improbable que mi participación o aportación cambiara algo, que al final desistí. Sólo a título individual intento tomar las mejores decisiones en cada uno de esos puntos y sólo hasta el punto en el que puedo actuar dentro mi limitado campo de influencia.
Algún vídeo leí que estamos en la sociedad del cansancio donde la mente recibe tal cantidad de información a la vez y en tal cantidad que la única forma de protegerse de la sobrecarga es apagándose y actuar en modo automático. Modo automático que ya ha sido programado para que actúe en la forma que ha ido aprendiendo en plan perro de Pavlov. Cada vez más automática y a la vez menos crítica. Porque no hay un momento de descanso en la que la mente pueda trabajar en silencio para poder aportar sus propias conclusiones.
No quiero decir con esto que no esté medio informado o que no quiera interesarme por los temas importantes pero es un sentir en el que sabes que eres tan pequeño que nada de lo que hagas va a tener influencia a nivel general. Por eso para mí son muy importantes las personas que conozco que son capaces de hacer y pensar por sí mismas sin repetir las consignas o los eslóganes que escuchan en la TV, porque tengo la sensación de que son personas de alguna manera resistentes a la manipulación de los medios y por lo tanto valiosas por tener ideas propias.
No solo no sirve de nada, conocer, esforzarse, estudiar, leer... Creo que, en todos estos años, jamás he convencido a nadie de nada.
En cierto momento te conviertes en el raro, el friki, por decir cosas lógica. O ni eso, por ir a tu rollo.
Los vacuñados que hoy se arrepienten, por ejemplo, que saben que tu elección fue correcta, ni siquiera te conceden el acierto. Ellos siguen a la suya, en su nube. "Nadie podía saberlo", hasta en eso son soberbios. Que las banderillas eran un fraude es algo que solo podía saberse cuando lo supieron ellos; no antes. De hecho, niegan que los demás nos hayamos dado cuenta antes. Si acertamos, fue de chiripa, como un reloj estropeado.
En mis relaciones laborales, siguiendo con la banderilla, he procurado no hablar nunca. Sin embargo, sin venir a cuento el uno viene diciéndome si ya me he medicado, o que él va a banderillarse mañana y que no estará disponible.
Ahora nadie habla del tema.
En asuntos más pequeños, menos manipulados mediáticamente, sucede tres cuartos de lo mismo. Puedes tener toda la razón del mundo, dar datos, referencias, bibliografía; pero nadie va a cambiar nunca de posición. En lugar de ello, te tratarán como a un loco, y como tal te van a excluir de todos los ámbitos de la sociedad. Te quieren fuera.
Eres un hereje moderno. Un apestado. Al final, he decido pasar de todo. No voy a ser vocero de nada. Mi trato a los fulastres es el mismo que ellos me dan a mí. Pasar de ellos, reírme y burlarme, aunque por dentro me amargue.