La ciudad hace perder mucho al cielo. La contaminación lumínica destruye el espectáculo.
Recuerdo quedarnos observando el cielo en el pueblo, con nuestras luces apagadas... Un entretenimiento como tantos otros.
Pero la mejor observación directa de mi vida fue en la montaña con un cielo totalmente despejado, con la luna oculta.
Es una pena que hayamos perdido estas costumbres.