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Será en Octubre
A Seca, la barriada de Pontevedra donde se vuelve a vivir como hace décadas: «De radiadores nada y el súper es la casa de mi suegra»
MARÍA HERMIDAPONTEVEDRA / LA VOZ
PONTEVEDRA CIUDAD
Débora, mostrando las humedades que tiene su casa, donde aunque hay calefacción ella y su pareja no la pueden encender porque no les alcanzan los recursos para pagarla. Ramón Leiro
A cinco minutos del centro de Pontevedra, en este barrio pocas casas tienen calefacción y en las que cuentan ella no la pueden enchufar
24 nov 2022. Actualizado a las 09:32 h.
Comentar · 5
Débora y Jacobo son una de las parejas que reside en la barriada de A Seca, en esas casas sociales a tiro de piedra de Pontevedra que alumbró el franquismo y que actualmente se dividen entre las que prosperaron y se convirtieron en coquetos hogares, de planta baja o primeros, o las que siguen como antaño, con las paredes humedecidas y sin sistemas de calefacción. La de ellos, de la familia de él, está a medio camino entre lo uno y lo otro. Tiene doble acristalamiento y radiadores. Pero da igual. Ellos ya no los pueden usar porque viven de sendas ayudas de 400 euros que no darían para pagar esas facturas. Lo único que se permiten es tener encendida la nevera, una lavadora de cuando en vez y «una televisión de ojo ciego, de toda la vida». El frío, que ya ha entrado en su vivienda de planta baja porque este inmueble «siempre fue una nevera», lo sacuden con jerséis polares o mantas. Y la carestía en el otoño más caro y difícil que recuerdan aún va más allá: «El súper es en casa de mi suegra», señala Débora cuando Jacobo entra por la puerta con una botella de vinagre y unas zanahorias.
Débora, de 36 años, explica que entre los dos suman cinco hijos, el más mayor de 18 años, y un nieto. No viven con ellos: «Sería imposible. Ojalá pudiésemos. A los míos los tiene mi progenitora y solo vienen los fines de semana», dice. Su economía mejoró en verano porque ella trabajó de camarera y empeoró tras acabársele el contrato, ya que no volvió a topar empleo. Su caso, aunque duro, no es aislado en esta barriada.
Gloria, de 61 años, vecina del barrio de A Seca de Pontevedra. Ramón Leiro
No hace falta llamar a muchas puertas para toparse con necesidades económicas semejantes. Gloria, de 61 años, vive en otra de las casitas, en un primero. No tiene ningún sistema para calentar el hogar. Dice que eso no le importa, que sus prioridades son otras: «Cústame pagar cada bombona, que valen vinte euros e para comer e ducharse fan falta», indica. Gloria, que tiene «os ósos desfeitos» tras pasarse media vida trabajando en la leira, no cuenta con pensión. Tampoco su pareja. Sobreviven con las chapuzas que él y «con amigos que axudan no que poden». Da gracias a que hace unos años compró esa casa, donde pagan veinte euros de luz —que a ella le parecen bastantes— porque «o único que se enchufa é a televisión e cando toca a lavadora, nada máis».
«Pienso en apagar la nevera»
En otra de las viviendas saluda una mujer joven desde la ventana. Ella está de alquiler en A Seca. Dice que tuvo suerte de que le rentasen ahí una casa, porque «el resto de los alquileres eran inasumibles». Vive con su hija, tiene una pensión mínima y se pasa el día planeando cómo gastar menos en electricidad: «Desenchufo el calentador, la lavadora... y hasta pienso en apagar la nevera, porque aunque no esté siempre funcionando las cosas están frías igualmente», dice. Cuenta que había unas estufas eléctricas en el piso y que las retiró a un trastero: «No quiero caer en la tentación de enchufarlas. Si las tengo aquí igual lo hago y entonces me vendrá una factura enorme, así que las saqué. Mantas, jerséis rellenitos y a aguantar el frío cuando venga. De momento, lo llevamos bien».
La abundancia no viaja a casi ningún hogar del barrio este otoño. Nadie parece contento. Pero sí están orgullosos de algo: «Somos una familia, nos ayudamos», señalan unos y otros. El que tiene huerta surte de hortalizas. Y el que tiene gallinas reparte bemoles. Sobrevivir como antaño también propicia cosas buenas.
Blanquita, portavoz del barrio, que se pasa el día desenchufando aparatos para que no consuman electricidad. Ramón Leiro
«Me paso el día desenchufando todo y a las vecinas les digo que hagan lo mismo»
Pregúntale a Blanquita. Eso es lo que recomiendan buena parte de los vecinos de la barriada de A Seca cuando se les interroga sobre cualquier cosa. Blanquita, que oficialmente se llama Blanca Rojo, es una de las vecinas más veteranas —lleva ahí desde 1953— y también fue la portavoz de la asociación de vecinos. Pero, sobre todo, es el carisma hecho mujer, la mano amiga que ayuda al que llega de nuevo al barrio. Blanquita también está indignada con la inflación con la que toca lidiar. Ella tiene una estufa de butano para calentar la casa, pero ni siquiera se permite encenderla a diario. Además, no para de implementar las medidas de ahorro que se le van ocurriendo: «Me paso el día desenchufando todo y a las vecinas les digo que hagan lo mismo. Apago la lavadora y la desenchufo. El calentador está solo lo justito para las duchas... yo no dejo ningún aparato conectado y aún así la factura cuesta», sostiene. Blanca conoce muchas de las necesidades del vecindario y concluye: «Lo único bueno es poder ayudarnos».
PONTEVEDRA CIUDAD
Débora, mostrando las humedades que tiene su casa, donde aunque hay calefacción ella y su pareja no la pueden encender porque no les alcanzan los recursos para pagarla. Ramón Leiro
A cinco minutos del centro de Pontevedra, en este barrio pocas casas tienen calefacción y en las que cuentan ella no la pueden enchufar
24 nov 2022. Actualizado a las 09:32 h.
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Débora y Jacobo son una de las parejas que reside en la barriada de A Seca, en esas casas sociales a tiro de piedra de Pontevedra que alumbró el franquismo y que actualmente se dividen entre las que prosperaron y se convirtieron en coquetos hogares, de planta baja o primeros, o las que siguen como antaño, con las paredes humedecidas y sin sistemas de calefacción. La de ellos, de la familia de él, está a medio camino entre lo uno y lo otro. Tiene doble acristalamiento y radiadores. Pero da igual. Ellos ya no los pueden usar porque viven de sendas ayudas de 400 euros que no darían para pagar esas facturas. Lo único que se permiten es tener encendida la nevera, una lavadora de cuando en vez y «una televisión de ojo ciego, de toda la vida». El frío, que ya ha entrado en su vivienda de planta baja porque este inmueble «siempre fue una nevera», lo sacuden con jerséis polares o mantas. Y la carestía en el otoño más caro y difícil que recuerdan aún va más allá: «El súper es en casa de mi suegra», señala Débora cuando Jacobo entra por la puerta con una botella de vinagre y unas zanahorias.
Débora, de 36 años, explica que entre los dos suman cinco hijos, el más mayor de 18 años, y un nieto. No viven con ellos: «Sería imposible. Ojalá pudiésemos. A los míos los tiene mi progenitora y solo vienen los fines de semana», dice. Su economía mejoró en verano porque ella trabajó de camarera y empeoró tras acabársele el contrato, ya que no volvió a topar empleo. Su caso, aunque duro, no es aislado en esta barriada.
Gloria, de 61 años, vecina del barrio de A Seca de Pontevedra. Ramón Leiro
No hace falta llamar a muchas puertas para toparse con necesidades económicas semejantes. Gloria, de 61 años, vive en otra de las casitas, en un primero. No tiene ningún sistema para calentar el hogar. Dice que eso no le importa, que sus prioridades son otras: «Cústame pagar cada bombona, que valen vinte euros e para comer e ducharse fan falta», indica. Gloria, que tiene «os ósos desfeitos» tras pasarse media vida trabajando en la leira, no cuenta con pensión. Tampoco su pareja. Sobreviven con las chapuzas que él y «con amigos que axudan no que poden». Da gracias a que hace unos años compró esa casa, donde pagan veinte euros de luz —que a ella le parecen bastantes— porque «o único que se enchufa é a televisión e cando toca a lavadora, nada máis».
«Pienso en apagar la nevera»
En otra de las viviendas saluda una mujer joven desde la ventana. Ella está de alquiler en A Seca. Dice que tuvo suerte de que le rentasen ahí una casa, porque «el resto de los alquileres eran inasumibles». Vive con su hija, tiene una pensión mínima y se pasa el día planeando cómo gastar menos en electricidad: «Desenchufo el calentador, la lavadora... y hasta pienso en apagar la nevera, porque aunque no esté siempre funcionando las cosas están frías igualmente», dice. Cuenta que había unas estufas eléctricas en el piso y que las retiró a un trastero: «No quiero caer en la tentación de enchufarlas. Si las tengo aquí igual lo hago y entonces me vendrá una factura enorme, así que las saqué. Mantas, jerséis rellenitos y a aguantar el frío cuando venga. De momento, lo llevamos bien».
La abundancia no viaja a casi ningún hogar del barrio este otoño. Nadie parece contento. Pero sí están orgullosos de algo: «Somos una familia, nos ayudamos», señalan unos y otros. El que tiene huerta surte de hortalizas. Y el que tiene gallinas reparte bemoles. Sobrevivir como antaño también propicia cosas buenas.
Blanquita, portavoz del barrio, que se pasa el día desenchufando aparatos para que no consuman electricidad. Ramón Leiro
«Me paso el día desenchufando todo y a las vecinas les digo que hagan lo mismo»
Pregúntale a Blanquita. Eso es lo que recomiendan buena parte de los vecinos de la barriada de A Seca cuando se les interroga sobre cualquier cosa. Blanquita, que oficialmente se llama Blanca Rojo, es una de las vecinas más veteranas —lleva ahí desde 1953— y también fue la portavoz de la asociación de vecinos. Pero, sobre todo, es el carisma hecho mujer, la mano amiga que ayuda al que llega de nuevo al barrio. Blanquita también está indignada con la inflación con la que toca lidiar. Ella tiene una estufa de butano para calentar la casa, pero ni siquiera se permite encenderla a diario. Además, no para de implementar las medidas de ahorro que se le van ocurriendo: «Me paso el día desenchufando todo y a las vecinas les digo que hagan lo mismo. Apago la lavadora y la desenchufo. El calentador está solo lo justito para las duchas... yo no dejo ningún aparato conectado y aún así la factura cuesta», sostiene. Blanca conoce muchas de las necesidades del vecindario y concluye: «Lo único bueno es poder ayudarnos».
