Leyla
Himbersor
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5 tipos de turistas que no gustan y 5 que sí encajan en Barcelona
El brote de turismofobia que viven algunos barrios de la ciudad guarda relación con la forma de alojarse, moverse, divertirse de sus viajeros
Con las consabidas chanclas, bermudas, sombreros y cámaras de foto en ristre, la iconografía del personaje turista provoca más alergias que nunca en algunos barrios saturados. Pero lo cierto es que modelos de turista hay tantos como tipos de barceloneses, y que no todos se perciben como un incordio, sino todo lo contrario.
En su encaje en la ciudad influyen tanto su pinta –el torsonudismo y los estilismos playeros dan urticaria en un destino urbano tan pronto uno abandona la arena-, como su forma de alojarse –ilegal, desmadrada o más ortodoxa-, su ruta alimenticia –del bocadillo grasiento en una escalera al restaurante más rutilante-, su manera de visitar la capital catalana –en manada o con autonomía- o sus intereses –tópicos o con curiosidad no centrípeta-, entre otros rasgos que van más allá de lo abultado de su cartera.
De todo lo cual se desprende que algunas categorías son las que más puntos tienen de contribuir a la turismofobia, mientras que hay tipologías de turistas de los que se habla poco pero encajan sin problemas en la ciudad.
CINCO PERFILES BIENVENIDOS
1-Los de negocios (que no hacen turismo)
En 1990 el viajero de negocios representaba el 70% del total. En la actualidad, pese a que ha crecido en volumen, está en minoría (con un 36%) ante el alud vacacional. Ese 'turista' de corbata en viaje de empresa o congresos tiene la particularidad de alojarse (casi siempre) en hoteles y dirigirse a la Fira o a reuniones, sin apenas tiempo para recorrer la ciudad, lo que significa que gasta en pernoctar y en otros servicios (restaurantes, tras*portes...) un 50% más que un viajero vacional, pero no satura los espacios más concurridos. Pero alerta, un reciente estudio constata que, cada vez más, muchos optan por permanecer uno o dos días más en sus primeros viajes para descubrir Barcelona.
2- Los (pocos) que duermen lejos
Si hay un turista especialmente grato es el que no adopta el modelo enjambre para dormir a más céntrico mejor, sino que prefiere descubrir barrios más tranquilos. Ese 0,5% que duerme en hoteles de Sant Andreu, ese 2,2% de Horta-Guinardó, o hasta el 5,9% de Sarrià-Sant Gervasi o Les Corts a buen seguro generan menos malas caras que el 17,6% que se instala en Ciutat Vella, o el 37,3% del Eixample. Y no digamos ya si descansan en L'Hospitalet o Badalona.
3- Se prefieren en pareja, familia o maduritos
La juventud no siempre es una virtud. La mayoría de incidencias por incivismo en la vía pública o por juergas en pisos turísticos sin licencia los protagonizan jóvenes, vetados si van en grupo por muchos propietarios de pisos legales. No obstante, solo un 8,7% de visitantes tienen de 18 a 24 años. Mientras que los de 25 a 34 son casi un 27%. El grupo más mayotario (28,7%) es la franja siguiente, hasta 44 años, y la que llega a los 54 representa casi una quinta parte. Son el objeto de deseo de hoteleros y anfitriones domésticos, en pareja o en familia. No suelen dar problemas y tienen presupuestos más holgados, aunque a veces se mueven en masa.
4- 'Shopping' y petrodólares a destajo
El ayuntamiento insiste en que turismo de calidad no es equivalente a lujo, lo que cuenta son sus motivaciones y comportamiento. Pero comerciantes, hoteleros, restaurantes y servicios de todo tipo se frotan las manos ante el desfile de jeques árabes y millonarios americanos y de medio mundo que (aunque también desaten algún repruebo ideológico) gastan miles de euros al día en compras exclusivas y suites de lujo o en conocer los 26 restaurantes con estrella Michelin de la metrópolis. Son poco visibles y sus caprichos no hacen ruido. Según el ránking de Mastercard, el Global Destination Cities Index, Barcelona es 11ª en gasto de visitantes internacionales (2016), solo por detrás de Londres, París, Dubai, Singapur o Tokio, entre otras.
5- Con hambre cultural y curiosidad
Cabe preguntarse qué sería de muchos museos sin el aluvión guiri. El Born Centre Cultural (1,48 millones de visitantes) o el Museu Picasso (un millón) son ejemplos. La arquitectura es, de hecho, la cualidad más valorada (9,06) por los viajeros, seguida por la cultura (8,74). No obstante cotiza al alza elegir pequeños museos, exposiciones y recintos alejados del circuito. Y se aplaude a los que compran ese 27,6% de productos turísticos para visitar otras comarcas que ya oferta Turismo de Barcelona.
CINCO PERFILES MENOS GRATOS
Individualmente todos pueden ser grandes personas, pero por su forma y ámbito de acción y por concentrarse en territorio caliente, estos son los menos aplaudidos en algunos vecindarios.
1- Instalados en miles de viviendas ilegales
La estimación municipal de que en la ciudad hay unos 6.000 pisos sin licencia que se alquilan por días a turista supone que, a una media de cuatro ocupantes (y muchas veces más), unas 24.000 personas entran y salen a diario de fincas vecinales donde no están autorizados. Además de la economía sumergida que generan, estos huéspedes suelen estar menos controlados y ser mal acogidos por las comunidades. Amén de que la actividad repercute en la escasez y altos precios de la vivienda residencial. Especial descontrol hay con los casos de realquiler. Además la apuesta por la ilegalidad suele concentrarse en los barrios más buscados para el viajero (Barceloneta, Gòtic, Sagrada Família...) y por tanto ya más saturados, con lo que llueve sobre mojado. Si compiten por precio, acaban atrayendo a perfiles ‘low cost’, juveniles o más interesados en invertir en las juergas.
2- En albergues/pisos de alta densidad
El albergue juvenil como concepto es una honrosa forma de viajar por la que muchos empiezan, y aquí procede repescar la anécdota de que el primer viaje de un jovencísimo Obama a Barcelona fue como mochilero. Lo que sucede es que la gran concentración de plazas que suponen algunos establecimientos (con decenas de literas en poco espacio) hace que se genere un gran trasiego de jóvenes arriba y abajo también en horas nocturnas, y que según sea el espacio hagan también vida en la calle. En pocos años han pasado a representar el 6,2% de las plazas, con 124 albergues, y proyectos que causan rechazo como el de la Vila Olímpica. Los pisos completos dotados de literas y alquilados por habitaciones sin licencia son el súmum del 'vade retro'.
3- Los 'walking deads' de madrugada
En la Barceloneta han bautizado así a los turistas que tras una noche de excesos a base de botellón playero de algún local de ocio del Port Olímpic deambulan a pie haciendo eses hasta su alojamiento. Es una especie que también coloniza en verano en el Raval, el Born o el Gòtic y que a su paso, como en el vídeo de Thriller, sueltan algún vómito o alivio corporal como si tal cosa. Tampoco ayuda que en el litoral el ayuntamiento haya optado por no destinar apenas ninguna dotación policial, lo que hace que los mejores locales de la zona tengan que desplegar su propio personal para llamar al civismo en el entorno. Una mayor dosis de sanciones podría alivar este síntoma estival.
4- Los excursionistas sin tasa turística
Colau quería que los excursionistas que patean el centro de la ciudad a toda velocidad y devoran con ferocidad sus iconos pagaran. Y así lo están haciendo desde esta temporada los cruceristas en escala (1,12 millones, porque el resto zarpa de la ciudad o recala en ella) y muy pronto se unirán los que lleguen en autocares vía turoperadores. Pero ¿qué pasa con los que llegan en Rodalies desde localidades de la costa o en coche? Nada. No hay manera de que pasen por caja. Para muchos barceloneses el turista más irritante es el que abarrota el tras*porte público, como los trenes de la R-1 y R-2, los buses y estaciones de metro que llegan a la playa, el centro o la Sagrada Família. Con el añadido de que se benefician de tarjetas de tras*porte subvencionadas. La versión del que llega con bolso cargado de bocadillos para consumir en un banco o la escalinata de un monumento durante su excursión a la gran ciudad tampoco enamora.
5- En tour, a dos ruedas y en bañador
En la Boqueria ya pusieron coto a los rebaños turísticos organizados capaces de atascar un pasillo del mercado. Pero el fenómeno desbocado de las visitas guiadas no profesionales (han proliferado como la espuma) hace que los grupos en cantidad incontrolada se adueñen a veces de aceras y espacios públicos, a pie o en vehículos a dos ruedas, generando hastío sobre todo en Ciutat Vella y sus calles estrechas. Y vayan en grupo o no, otra modalidad para no hacer amigos en Barcelona es recorrer sus calles como si uno saliera de un chiringuito de playa. Cualquier look es posible en una ciudad cosmopolita, pero que no perdona a quienes exhiben torso y pelo en pecho o andan en bañador y chanclas compartiendo con desparpajo su sudor al menor roce.
El Periodico: 5 tipos de turistas que no gustan y 5 tipos que sí encajan
El brote de turismofobia que viven algunos barrios de la ciudad guarda relación con la forma de alojarse, moverse, divertirse de sus viajeros
Con las consabidas chanclas, bermudas, sombreros y cámaras de foto en ristre, la iconografía del personaje turista provoca más alergias que nunca en algunos barrios saturados. Pero lo cierto es que modelos de turista hay tantos como tipos de barceloneses, y que no todos se perciben como un incordio, sino todo lo contrario.
En su encaje en la ciudad influyen tanto su pinta –el torsonudismo y los estilismos playeros dan urticaria en un destino urbano tan pronto uno abandona la arena-, como su forma de alojarse –ilegal, desmadrada o más ortodoxa-, su ruta alimenticia –del bocadillo grasiento en una escalera al restaurante más rutilante-, su manera de visitar la capital catalana –en manada o con autonomía- o sus intereses –tópicos o con curiosidad no centrípeta-, entre otros rasgos que van más allá de lo abultado de su cartera.
De todo lo cual se desprende que algunas categorías son las que más puntos tienen de contribuir a la turismofobia, mientras que hay tipologías de turistas de los que se habla poco pero encajan sin problemas en la ciudad.
CINCO PERFILES BIENVENIDOS
1-Los de negocios (que no hacen turismo)
En 1990 el viajero de negocios representaba el 70% del total. En la actualidad, pese a que ha crecido en volumen, está en minoría (con un 36%) ante el alud vacacional. Ese 'turista' de corbata en viaje de empresa o congresos tiene la particularidad de alojarse (casi siempre) en hoteles y dirigirse a la Fira o a reuniones, sin apenas tiempo para recorrer la ciudad, lo que significa que gasta en pernoctar y en otros servicios (restaurantes, tras*portes...) un 50% más que un viajero vacional, pero no satura los espacios más concurridos. Pero alerta, un reciente estudio constata que, cada vez más, muchos optan por permanecer uno o dos días más en sus primeros viajes para descubrir Barcelona.
2- Los (pocos) que duermen lejos
Si hay un turista especialmente grato es el que no adopta el modelo enjambre para dormir a más céntrico mejor, sino que prefiere descubrir barrios más tranquilos. Ese 0,5% que duerme en hoteles de Sant Andreu, ese 2,2% de Horta-Guinardó, o hasta el 5,9% de Sarrià-Sant Gervasi o Les Corts a buen seguro generan menos malas caras que el 17,6% que se instala en Ciutat Vella, o el 37,3% del Eixample. Y no digamos ya si descansan en L'Hospitalet o Badalona.
3- Se prefieren en pareja, familia o maduritos
La juventud no siempre es una virtud. La mayoría de incidencias por incivismo en la vía pública o por juergas en pisos turísticos sin licencia los protagonizan jóvenes, vetados si van en grupo por muchos propietarios de pisos legales. No obstante, solo un 8,7% de visitantes tienen de 18 a 24 años. Mientras que los de 25 a 34 son casi un 27%. El grupo más mayotario (28,7%) es la franja siguiente, hasta 44 años, y la que llega a los 54 representa casi una quinta parte. Son el objeto de deseo de hoteleros y anfitriones domésticos, en pareja o en familia. No suelen dar problemas y tienen presupuestos más holgados, aunque a veces se mueven en masa.
4- 'Shopping' y petrodólares a destajo
El ayuntamiento insiste en que turismo de calidad no es equivalente a lujo, lo que cuenta son sus motivaciones y comportamiento. Pero comerciantes, hoteleros, restaurantes y servicios de todo tipo se frotan las manos ante el desfile de jeques árabes y millonarios americanos y de medio mundo que (aunque también desaten algún repruebo ideológico) gastan miles de euros al día en compras exclusivas y suites de lujo o en conocer los 26 restaurantes con estrella Michelin de la metrópolis. Son poco visibles y sus caprichos no hacen ruido. Según el ránking de Mastercard, el Global Destination Cities Index, Barcelona es 11ª en gasto de visitantes internacionales (2016), solo por detrás de Londres, París, Dubai, Singapur o Tokio, entre otras.
5- Con hambre cultural y curiosidad
Cabe preguntarse qué sería de muchos museos sin el aluvión guiri. El Born Centre Cultural (1,48 millones de visitantes) o el Museu Picasso (un millón) son ejemplos. La arquitectura es, de hecho, la cualidad más valorada (9,06) por los viajeros, seguida por la cultura (8,74). No obstante cotiza al alza elegir pequeños museos, exposiciones y recintos alejados del circuito. Y se aplaude a los que compran ese 27,6% de productos turísticos para visitar otras comarcas que ya oferta Turismo de Barcelona.
CINCO PERFILES MENOS GRATOS
Individualmente todos pueden ser grandes personas, pero por su forma y ámbito de acción y por concentrarse en territorio caliente, estos son los menos aplaudidos en algunos vecindarios.
1- Instalados en miles de viviendas ilegales
La estimación municipal de que en la ciudad hay unos 6.000 pisos sin licencia que se alquilan por días a turista supone que, a una media de cuatro ocupantes (y muchas veces más), unas 24.000 personas entran y salen a diario de fincas vecinales donde no están autorizados. Además de la economía sumergida que generan, estos huéspedes suelen estar menos controlados y ser mal acogidos por las comunidades. Amén de que la actividad repercute en la escasez y altos precios de la vivienda residencial. Especial descontrol hay con los casos de realquiler. Además la apuesta por la ilegalidad suele concentrarse en los barrios más buscados para el viajero (Barceloneta, Gòtic, Sagrada Família...) y por tanto ya más saturados, con lo que llueve sobre mojado. Si compiten por precio, acaban atrayendo a perfiles ‘low cost’, juveniles o más interesados en invertir en las juergas.
2- En albergues/pisos de alta densidad
El albergue juvenil como concepto es una honrosa forma de viajar por la que muchos empiezan, y aquí procede repescar la anécdota de que el primer viaje de un jovencísimo Obama a Barcelona fue como mochilero. Lo que sucede es que la gran concentración de plazas que suponen algunos establecimientos (con decenas de literas en poco espacio) hace que se genere un gran trasiego de jóvenes arriba y abajo también en horas nocturnas, y que según sea el espacio hagan también vida en la calle. En pocos años han pasado a representar el 6,2% de las plazas, con 124 albergues, y proyectos que causan rechazo como el de la Vila Olímpica. Los pisos completos dotados de literas y alquilados por habitaciones sin licencia son el súmum del 'vade retro'.
3- Los 'walking deads' de madrugada
En la Barceloneta han bautizado así a los turistas que tras una noche de excesos a base de botellón playero de algún local de ocio del Port Olímpic deambulan a pie haciendo eses hasta su alojamiento. Es una especie que también coloniza en verano en el Raval, el Born o el Gòtic y que a su paso, como en el vídeo de Thriller, sueltan algún vómito o alivio corporal como si tal cosa. Tampoco ayuda que en el litoral el ayuntamiento haya optado por no destinar apenas ninguna dotación policial, lo que hace que los mejores locales de la zona tengan que desplegar su propio personal para llamar al civismo en el entorno. Una mayor dosis de sanciones podría alivar este síntoma estival.
4- Los excursionistas sin tasa turística
Colau quería que los excursionistas que patean el centro de la ciudad a toda velocidad y devoran con ferocidad sus iconos pagaran. Y así lo están haciendo desde esta temporada los cruceristas en escala (1,12 millones, porque el resto zarpa de la ciudad o recala en ella) y muy pronto se unirán los que lleguen en autocares vía turoperadores. Pero ¿qué pasa con los que llegan en Rodalies desde localidades de la costa o en coche? Nada. No hay manera de que pasen por caja. Para muchos barceloneses el turista más irritante es el que abarrota el tras*porte público, como los trenes de la R-1 y R-2, los buses y estaciones de metro que llegan a la playa, el centro o la Sagrada Família. Con el añadido de que se benefician de tarjetas de tras*porte subvencionadas. La versión del que llega con bolso cargado de bocadillos para consumir en un banco o la escalinata de un monumento durante su excursión a la gran ciudad tampoco enamora.
5- En tour, a dos ruedas y en bañador
En la Boqueria ya pusieron coto a los rebaños turísticos organizados capaces de atascar un pasillo del mercado. Pero el fenómeno desbocado de las visitas guiadas no profesionales (han proliferado como la espuma) hace que los grupos en cantidad incontrolada se adueñen a veces de aceras y espacios públicos, a pie o en vehículos a dos ruedas, generando hastío sobre todo en Ciutat Vella y sus calles estrechas. Y vayan en grupo o no, otra modalidad para no hacer amigos en Barcelona es recorrer sus calles como si uno saliera de un chiringuito de playa. Cualquier look es posible en una ciudad cosmopolita, pero que no perdona a quienes exhiben torso y pelo en pecho o andan en bañador y chanclas compartiendo con desparpajo su sudor al menor roce.
El Periodico: 5 tipos de turistas que no gustan y 5 tipos que sí encajan
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