Roque Joaquín de Alcubierre, descubridor de las ruinas de Pompeya y Herculano. Fundador de la arqueo

EL CURIOSO IMPERTINENTE

Será en Octubre
Desde
17 May 2011
Mensajes
28.868
Reputación
59.909
Este militar aragonés fue el verdadero padre de la arqueología moderna. Otro gran español víctima de la envidia, la maledicencia y la cicatería.
La historiografía masónica y protestante ha tratado de sepultar hasta su mismo nombre en el olvido. Es, por tanto, nuestro deber recordarlo y rendirle tributo de admiración.

ROQUE JOAQUIN DE ALCUBIERRE. PADRE DE LA ARQUEOLOGIA | Historicum Studia Aragonum

ROQUE JOAQUIN DE ALCUBIERRE. PADRE DE LA ARQUEOLOGIA
COMPARTIR EN:
JOSE MARÍA FERNANDEZ — 28 ABRIL, 2014

Este zaragozano es el responsable directo y único, de que hoy podamos viajar en el tiempo, hasta los años de esplendor del Imperio Romano. No se trata de “descubrir” las facetas de este insigne aragonés, pero sí reivindicar y poner las piezas en su sitio, cuyas caóticas situaciones son causadas por las siempre injustas y deshonrosas usurpaciones, indebidamente realizadas a lo largo de la historia. Hoy con epítetos y adjudicaciones absolutamente gratuitas y fuera de la verdad absoluta, en cuanto a sus verdaderos protagonistas.

La práctica siempre está de moda entre aquellos mercachifles que la insana envidia los coloca en la boca letrinera de su propia abstracción. Causas recientes las padecemos en la actualidad, con falsas identidades de unos, que pretenden desnudar a los otros, verdaderos dueños de ese pasado común, que en mala hora se llevó a cabo, tratando de adquirir la honra y el honor que nunca poseyeron y que por mor de falsos historiadores, tratan de conseguir poniendo lo que para esta casta de estafadores es su máxima ley “una mentira sostenida a través del tiempo, llega a convertirse en realidad”.

Quizás con el apoyo de otros especialistas, dudosos, en otras disciplinas, se decantan por el vil metal o preeminencia social, pretenden al menos confundir o implantar unos derechos que nunca fueron, tergiversando lo incólume para la consecución de sus patéticos fines consintiendo lo que saben nunca fue cierto, en tanto que los herederos, pusilánimes e interesados, dejan correr el agua putrefacta de la letrina de origen, en franco perjuicio de la propia. Empero el agua pura y cristalina de las fuentes de la verdad y lo cierto se abren paso arrinconando esta defección que va desapareciendo de sus orillas, por la fuerza de lo incontestable.

Este Alcubierre sufrió en sus carnes póstumas este efecto, tanto que, sus naturales nunca supieron o se atrevieron a reivindicar en los foros internacionales, semejante agravio, levantado por cortesanos de bajo calado. Nunca fue España, lugar de arraigo. América es América porque Américo Vespucio, diseñó unos mediocres mapas mal copiados de los de Juan de la Cosa, un geógrafo español verdadero artífice de la geografía del Nuevo Mundo, y que este avispado italiano supo repartir en los lugares adecuados, para que, en su honor, aquellos felones, reconocieran las nuevas tierras con su nombre ¿qué hizo España?, callar…, callar como siempre, justificando una vez más su desarraigo; ese amor a la tierra que nunca existió, ni existe, es el caballo de batalla del porqué este país no se encuentra como puntero entre los lideres. Napoleón III, en su apoyo al dictador Maximiliano de Méjico, envía un regimiento de coraceros y utilizan con agravio, la denominación de la América Latina, ¡nunca lo fue! Solo mentes indoctas e ignorantes, usan ese vocablo. siempre ha sido, Iberoamérica, o Hispanoamérica, hoy tan adaptado aquí, que al parecer los autores del intento de destrucción de lo español, no hay que buscarlos fuera de España, sino dentro, ese germen tiene un nombre DESARRAIGO, cuando los naturales de un lugar están convencidos de que todo lo exterior es mejor que lo que ellos mismo producen…, sus días están contados, es la mayor alarma de ese desarraigo agónico entre las gentes nativas.
Si a eso le sumamos las tendencias políticas, por llamarlas de alguna manera, que a lo largo de los últimos 450 años, se han dado en esta piel de toro, ya tenemos los ingredientes para sentar las bases de una nación desunida, periférica y enemiga de sí misma. Nuestro último y legítimo rey, D. Fernando II de Aragón, creó lo que el mundo no había conocido hasta entonces y no conocería después, a pesar de los buitres, sobre todos, los siempre enemigos ingleses. La traición ingrediente esencial de ese desarraigo, condenó a este impecable monarca y con él a España, a su absoluta desaparición como elemento esencial de la hoy patética Europa.

Alcubierre, es sin ningún género de dudas, el padre de la actual arqueología, llevó a cabo su trabajo encomendado por el monarca Carlos VII de Nápoles, (Carlos III de España) más conocido como el Alcalde Madrid, por su excelente gobierno, el mejor de los Borbones. Hombre ilustrado que vive en el siglo, al compás de los avances técnicos que aplica en la medida de lo posible en sus reinos y gobiernos, no siempre bien entendido por la gente y los intereses de los apoltronados, que tanto daño han hecho a este país. Usa los medios que conoce, esto es las técnicas mineras, no en vano era ingeniero de minas. Esta metodología aplicada a la nueva situación, es la que desarrollará a posteriori, lo que se conoce en el mundo científico como el método arqueológico, éste y no otro fue el planteamiento del origen de dicha ciencia. Es evidente que Alcubierre no ejerció la Arqueología como hoy la entendemos. Su objetivo prioritario era localizar piezas de valor para engrosar las colecciones del Rey Carlos III, (Carlos VII de Nápoles). Sus múltiples enemigos, envidiosos de sus éxitos, no tanto por la aplicación de aquellos métodos, como por los hallazgos y extracción de los tesoros del viejo imperio romano, a los que no solo databa y clasificaba sino que catalogaba, dibujaba uniendo a ellos la descripción del lugar y posición que había sido hallado, nunca se aprovechó de su posición para lucrarse, acabando en el más absoluto olvido.

Nace en Zaragoza, en el verano de 1702. Cursa sus primeros estudios y cuándo tiene edad, entra en el recién creado cuerpo de Ingenieros Militares, bajo la protección de los Condes de Bureta, lo que le hace conseguir plazas cómodas para su trabajo. Pocos años después Carlos III de España, recuperó Nápoles del dominio austriaco. Andrés de los Cobos, su inmediato superior, lo llevó con él, en 1734, ya que el carácter complicado y las rencillas con algún que otro compañero, le hubiese acarreado más de un disgusto. Había intentado por todos los medios antes de regresar a la Corte, que lo admitieran de forma definitiva, en la oficialidad del Cuerpo de Ingenieros. Pero, no era simpático a nadie. Su manera directa de decir las cosas, hacía chirriar los dientes, a aquellos paniaguados cortesanos, que eran los mandos militares. Su llegada a Nápoles no queda registrada hasta dos años después.

Diecisiete siglos antes, un cataclismo, interrumpió la vida tranquila de unas ciudades, en el verano del año 79 de nuestro calendario. Acababan de celebrar las fiestas en honor a Vulcano esposo de Venus y Dios del Fuego, la forja y los volcanes. Todavía estaban calientes las brasas de las hogueras, cuándo el apocalipsis arrasó con las ciudades de Pompeya, Herculano, Estabia, Oplontis y algunas más de menor tamaño, habían desaparecido el 25 de agosto, de dicho año de la faz de la tierra. Según Plinio EL Joven, testigo ocular, narró con detalle a su amigo y gran historiador Cornelio Tácito, todo cuanto aconteció aquel aciago día. Según Plinio unos pequeños temblores de tierra y una colosal columna de humo procedente del Vesubio, ascendió a los cielos, a continuación comenzó una lluvia de piedras volcánicas y ceniza que ocultó el sol. Cubrió toda la comarca, finalmente grandes gases ardientes que se movían en suspensión, arrasaron todo que encontraron a su paso en un radio de 70 Km.

Esta historia es sabida, más o menos por nuestras gentes, pero lo que casi todos ignoran que fue un zaragozano quien lo descubrió y saco estas ciudades a la luz. Más de mil quinientos años después, el primer hombre que vuelve a pisar aquellos lugares fue el aragonés Roque Joaquín Alcubierre que pasó al olvido por la desidia de sus gobernantes y por las envidias y traiciones para alzarse con la gloria del trabajo de este ingeniero de minas. Con los galones de capitán, Alcubierre se encontraba enfrascado en la nivelación de unos terrenos, cercanos al pabellón de caza del Rey, en Portici, cuándo le llamó poderosamente la atención, la cantidad de objetos antiguos, que salían a pocos centímetros de la superficie. Su amigo y cirujano Giovanni Angelis, le dice, que unos años antes, cuando estaban bajo el dominio austriaco, se cavó un pozo por orden de Manuel Mauricio de Lorena, príncipe de D’Elbeuf y se encontraron vestigios arquitectónicos, mármoles, mosaicos…, lo que le hace sospechar que pueda haber tesoros escondidos. Pide permiso para buscar más exhaustivamente.

No debemos olvidar, que desde el Renacimiento, las piezas romanas y griegas, estaban muy cotizadas por las familias más adineradas, hasta Miguel Ángel en su juventud, labró y envejeció varias estatuas, que luego enterró para conseguir dinero. Tras mucho insistir, le dió permiso el mismo monarca, en octubre de 1738. En aquellos días, ni la Arqueología ni sus métodos científicos, existían todavía. Se pone manos a la obra, con tres peones. El trabajo debió de ser muy duro. Muy pronto comienza a encontrar piezas, de gran interés, hasta que topa con un muro, que le hace pensar que ha dado con un templo, pero con lo que dio fue con el teatro de Herculano, una placa decía que había sido construido por el arquitecto Publio Numisio.

Los sucesivos hallazgos de incalculable valor, animan a Carlos III a proporcionarle más hombres. Alcubierre, ante la falta de un método que aplicar en la tarea encomendada, se ve forzado a utilizar el que conoce que no es otro que el minero, lo que le permite continuar trabajando en los subterráneos, provocándole un deterioro de la salud. Las tareas son tan duras que se emplea mano de obra de presos y esclavos. A medida que avanzaban las galerías se estrechaban y se hacían más inhóspitas, por la humedad y sobre todo por el humo de las antorchas. Tanto los hombres como los materiales, ascendían y descendían atados a una cuerda, por medio de un cabestrante.

Su salud sufrió un grave revés. Perdió todos dientes y la vista. Cuándo se incorpora nuevamente, después de un periodo de reposo, lo hace como Teniente Coronel, y le espera una fase llena de descubrimientos. En 1748 consigue permiso para excavar en otra zona relativamente cercana, donde empiezan a aparecer piezas muy valiosas. Alcubierre, cree que encuentra la ciudad de Estabia, pero en realidad lo que encuentra es la ciudad de Pompeya.


Los años siguientes resultan frenéticos, Roque Joaquín encuentra las ciudades de: Estabia, Cumas, Sorrento, Mercado di Sábato y Bosco de Tre Case, además de Pompeya y Herculano. El Rey le obliga a llevar un minucioso control de todo, de los avances y de lo que se encuentra cada día. Debían ser descritos y dibujados de forma meticulosa, asi nace lo que hoy se conoce como el método tipológico esencial para cualquier arqueólogo.
Con ello se lleva a cabo, un descubrimiento único en la historia de la Arqueología, que con el paso del tiempo, no solo informaría del arte romano, sino de cómo vivían.

Sus innumerables éxitos pronto se ven empañados por las envidias, malentendidos y rivalidades de algunos de los que tenía bajo su severo mando.Atraídos por la desbocada fama del lugar, visitan las excavaciones los que se hacían llamar eruditos en dicha materia, que no eran otra cosa que meros coleccionistas. Poco pudieron ver, pues el lugar estaba muy restringido al acceso público no autorizado. El que hoy es considerado el padre de la Arqueología e Historia del Arte Johann Joachim Wilckenmann, (otro Américo Vespucio, entre otros muchos) en realidad no pasaba de ser un mero anticuario que censuró y criticó muy duramente el método de excavación del aragonés, ¿cómo puede censurar y criticar aquello que no existe hasta que Alcubierre lo crea? Lo humilló públicamente en sus escritos. Su pretensión era hacerse cargo de todo lo descubierto. Para ello cuenta con la ayuda de Camilo Paderni, fistro como todos los traidores, que no duda en intrigar contra el ingeniero zaragozano, para conseguir el papel de director de excavaciones. Intrigaba cerca del ministro Tunecci, desacreditando a Alcubierre. Esta traición se cree que la organizó el alemán Wilckenmann, ya que Paderni no pasaba de ser un pobre lacayo, no era hombre de mucha inteligencia y lo que el anticuario quería, era hacerse con las obras que salían de dicha excavación. La envidia enfermiza que sentía el alemán por el aragonés, queda patente en una carta que Wilckenmann envía al conde Brühl, ”La dirección de este trabajo, (se refiere a la excavación) fue encomendada a un ingeniero español, que había seguido al Rey. Actualmente es Coronel y jefe del Cuerpo de Ingenieros, llamado Roch Joachim Alcubierre. Este hombre que tiene tanta familiaridad con las antigüedades, como la luna con los cangrejos, como dice el proverbio italiano, ha causado por su poca capacidad, la pérdida de valiosas obras de arte“. Tampoco perdió ocasión este alemán de insultar al aragonés, nuevamente en cartas escritas, calumniándolo allí donde lo dejaban hablar, pero siempre con la sombra del traidor Paderni que difamaba, allí por donde pasaba. Hay que tener en cuenta que quienes coleccionaban estos objetos que otorgaban un cierto prestigio, pues su posesión estaba reservada a las buenas fortunas, era la nobleza y a la nueva sociedad que emergía con fuerza, los burgueses, dueño al fin y al cabo del sistema financiero de los Estados. Estos pagaban muy bien. La insana envidia que el alemán sufría por Alcubierre, por no cederle el protagonismo, fue reconocida por algunos de los críticos del momento. No olvidemos a su cómplice, el traidor italiano.

En 1772 fue ascendido a brigadier e ingeniero jefe de los ejércitos del rey, así como gobernador del castillo del Carmen, adosado a la muralla aragonesa de Nápoles. Y cinco años más tarde fue nombrado, mariscal de campo. En 1775 a propuesta del ministro Tanucci, se crea la Real Academia Herculanense. La misión principal era el estudio de todas las antigüedades halladas en las excavaciones y de manera especial en Herculano. La República de las Letras, como solía llamarse por entonces, no tenía acceso a tales obras y de esta manera, pudieron conocer su valor artístico y documental. Esta tarea, ya había sido encomendada a Monseñor Octavio Antonio Bayardi, pero defraudó al Rey, al ministro y a toda esa parafernalia auto intitulada república de las letras. Para esta encomienda, se eligieron quince personas, al frente, volvieron a elegir a monseñor, ya que la iglesia así lo impuso. Todos eran representantes ilustres del mundo intelectual napolitano del momento. Pero quien no figuró, fue el,”correveidile” de Camilo Paderni, a pesar de ser el director del museo de Portici. Tanto el rey como el ministro Tanecci, le tenían en muy alta estima,”en público” no asi en privado, pues conocían de su traición. No obstante en ocasiones fue invitado a alguna de sus sesiones.


Quién no figuró nunca, ni lo solicitó, fue el traicionado y ninguneado Alcubierre. Los felones no saben de cargos, prestigios, ni honores, son solo eso…, felones. Los museos se fueron llenando de todo tipo de objetos, se habilitó el convento de la Compañía de Jesús, para albergar la Universidad de Nápoles, después de haber sido abolida esta compañía por el papa Clemente XIV. Paderni no soportaba a Alcubierre, aunque no quería reconocerlo. Como director del museo de Nápoles, dirige la excavación, pero es un fracaso tras otro. Lo cual alegra felizmente al zaragozano.

Quienes tanto lo criticaban, ingleses, franceses, alemanes, ejercían el expolio más salvaje de cuantos se haya conocido en la historia y la arqueología. Esto se daría incluso bien entrado el siglo XX, allá donde hollaban las botas de sus soldados. Todo cuánto descubrían, impunemente lo saqueaban, llevándolo a sus países de origen y hasta el día de hoy, se mantienen en sus museos, a pesar de las múltiples quejas y peticiones de devolución a los estados propietarios. Pero todo lo que Alcubierre descubrió se mantiene intacto en su lugar, no era anticuario, asi que no estaba sujeto a los expolios que estos realizaban o financiaban. Tras su fallecimiento en el año 1780, su viuda se ve obligada a pedir ayuda económica a las autoridades, recibiendo una pensión vitalicia de 150 ducados al año, abocando a la familia a la más honrada y humilde de las pobrezas. Este es el pago de un monarca a su fiel vasallo, este es el pago de una nación a uno de sus hijos que de haberlo defendido en su momento, de haber tenido ese arraigo del que sólo se conoce el vocablo, hubiera pasado a ser reconocida como cuna de una rama de la ciencia, pero desgraciadamente esto es…, España y su idiosincrasia.

Dedicó su vida a una actividad que lo fascinaba, entregándole todo al Rey, pero al igual que todos los de su estirpe, no conocían la honradez, ni el reconocimiento de quienes le servían, ofreciendo todo cuanto tenían, que en la mayoría de las veces, era la vida. El trabajo de Alcubierre y sus colaboradores debe ser juzgado en su justo término, considerándolo como el arranque de la Arqueología de campo y sobretodo, como base necesaria e insustituible de uno de los museos más extraordinarios del mundo clásico. No olvidemos que ninguno de los hallazgos salió de Italia, ni siquiera cuando Carlos III, abandonó definitivamente Nápoles. Una vez más dejamos en el olvido a un héroe, que realizó sin saberlo, el verdadero descubrimiento de la Arqueología y que como con tantos y tantos personajes ilustres de nuestra tierra, pasan al olvido y otros perversoss, cobardes y traidores, se apoderan de su trabajo y esfuerzo con la complicidad tácita de nuestros gobernantes, no alzaron ni alzan su voz, para dejar el nombre de ROQUE JOAQUIN ALCUBIERRE en el lugar que le corresponde. Ni una estatua para su recuerdo, ni unas líneas en los libros de texto, ni una calle en pueblo alguno, ni un recuerdo, pero si tenemos plazas de nombre impronunciable, y difícil escritura, de otros países, para vergüenza y humillación de nuestra historia.

Nuestros gobernantes están obligados a mantener el legado de nuestros antepasados. Su incompetencia en materia histórica debería ser duramente castigada. La desgracia de estos hombres y mujeres que hicieron y descubrieron tanto y tan bueno, es no haber nacido en cualquier país extranjero, donde su hazaña jamás seria desconocida. Gentes mediocres son archiconocidos merced a estas caricaturas políticas provincianas que mantenemos en este maldecido país. Ningún representante ni alemán ni italiano, hasta el día de hoy, ha pedido disculpas por haber consentido, que traidores, cobardes, arrebataran el trabajo de un hombre que, sí ha sido el precursor y verdadero padre de la Arqueología. Tampoco ningún títere, mercachifle, de los gobernantes regionales ni españoles, se ha preocupado de ello, su interés, es la bolsa, esa que se vacía con cada cambio y se llena con los nuevos, para repetir el constante ciclo, que de ser bautizado debería llamarse, en honor al rio Anas, “los ojos del Guadiana”. Zaragoza a 20 de abril de 2014 María Jé Salvador Miguel Vicepresidenta.


ROQUE JOAQUÍN ALCUBIERRE
Zaragoza, 16 de agosto de 1702 - Nápoles, 14 de marzo de 1780

Nacido en Zaragoza en 1702, de acuerdo con los nombres que le impusieron, Roque Joaquín, su nacimiento o bautizo debió de ser el 16 de agosto, festividad de ambos santos. Después de cursar sus primeros estudios en Zaragoza, ingresó pronto como voluntario en el ejército, pasando a formar parte del Real Cuerpo de Ingenieros Militares, de reciente creación, como ingeniero voluntario. Gracias al apoyo del Conde de Bureta, obtuvo entre, 1731 y 1733, destinos de relativa importancia en Gerona y otras plazas de Cataluña, como Barcelona. En concreto, en Gerona Alcubierre estuvo "encargado de las obras que se ejecutaron en ella, así sobre aquellos ríos, baluarte de Santa María y otras fortificaciones". En esos años está documentado también su trabajo como delineante en Balsaín.

En 1733 pasó a la Corte, junto a su ingeniero jefe, D. Andrés de los Cobos, y el 21 de agosto de ese mismo año dirigió, apoyado por De los Cobos, una instancia al Marqués de Verboom pidiendo su admisión definitiva en el Cuerpo de Ingenieros. Parece que esta solicitud no obtuvo el resultado deseado, ya que aún después de su traslado a Italia, Alcubierre sigue figurando como ingeniero voluntario. Alcubierre partió hacia Italia siguiendo a su protector, que lo había hecho a mediados de 1734. El primer documento que atestigua su presencia allí es de enero de 1736, en el que figura como ingeniero extraordinario en plazas de aquel reino.

Tras ser ascendido a capitán, en enero de 1738 se encontraba trabajando en la construcción de un nuevo palacio para el rey Carlos de Nápoles (futuro Carlos III de España) en Portici. Uno de los trabajos que se le encomendaron fue el trazado de la planta de los alrededores del Palacio, y mientras se dedicaba a ello, los habitantes de la zona le informaron sobre numerosos hallazgos fortuitos de objetos antiguos. Tras recoger todas las noticias posibles sobre estos hechos, sobre todo los datos proporcionados por su buen amigo el cirujano Giovanni de Angelis, Alcubierre propuso a su jefe la realización de una excavación sistemática en ese lugar, en busca de tesoros antiguos. La idea fue apoyada por el rey, quien encargó a Alcubierre la dirección de los trabajos de excavación iniciados en otoño de 1738.

Los restos descubiertos por Alcubierre resultaron pertenecer a la ciudad de Herculano, sepultada por una erupción del Vesubio en el año 79 d.C. Los trabajos de excavación se iniciaron con una cuadrilla de dos o tres trabajadores en lo que se denominó "Pozo Nucerino". El resultado fue el descubrimiento de numerosas esculturas (de Hércules o las de los Balbos de Gades), pinturas murales y restos de un edificio después identificado con el teatro de la ciudad. Diez años más tarde, animado por el éxito, Alcubierre decide probar fortuna con una cuadrilla de doce obreros en el lugar conocido como Civita. El resultado fue el descubrimiento de Pompeya, otra ciudad sepultada por la misma erupción del Vesubio que Herculano, de la que se excavaron el anfiteatro, la praedia de Iulia Felix y una buena parte de la Vía de los Sepulcros, junto a la Puerta de Herculano. Además de Pompeya y Herculano, los trabajos de rescate se desarrollaron también en Estabia, Sorrento (villa de Asinio Pollio), Capri, Pozzuoli y Cumas.

El interés de estas excavaciones se centraba, fundamentalmente, en la recuperación de objetos artísticos para ser expuestos con posterioridad en las colecciones reales. Alcubierre llevaba un diario meticuloso de los trabajos, a lo que contribuyó su formación como ingeniero y experto en dibujo, y de la correspondencia que mantenía con especialistas resaltando los hallazgos más importantes. Sin embargo, los restos exhumados volvían a ser enterrados ante las dificultades técnicas que presentaba su conservación. A pesar de ejecutar con perfección el encargo de sus superiores, fue duramente criticado, especialmente por sus colaboradores, el suizo Carlos Weber y el romano Francesco de la Vega, que soportaban mal la tenacidad y autoritarismo de Alcubierre, y por Winckelmann.
Desde 1738 y hasta su fin, en marzo de 1780, Alcubierre simultaneó la dirección de las excavaciones con sus obligaciones militares, más absorbentes a medida que ascendía puestos en los ejércitos del rey de Nápoles: en 1749 era ya teniente coronel e ingeniero en segundo, el 12 de junio de 1772 era ascendido a brigadier e ingeniero en jefe, y el 9 de noviembre de 1777 a mariscal de campo. En 1772 se le concedió también el cargo de gobernador del Castillo del Carmen, adosado a la muralla aragonesa de Nápoles, en las inmediaciones de la plaza del Mercado. Ese mismo año, el rey de Nápoles, Fernando IV de Borbón, concedió a la esposa de Alcubierre, Dª Ignacia Díaz, en atención a los servicios prestados, a su numerosa familia y a la honrada pobreza en que vivía, una pensión anual de 150 ducados, pagadera desde la fin de su esposo.

Roque Joaquín de Alcubierre falleció el 14 de marzo de 1780, y fue sepultado en la capilla del Castillo del Carmen, hoy desaparecido, en el Panteón de los Castellanos.


Bibliografía
ALCUBIERRE, R.J. de: "Noticia de las alajas antiguas que se han descubierto en las escavaciones de Resina y otras", en U. Pannuti: "Giornale degli scavi diErcolano (1738-1756)", Atti della Accademia Nazionale dei Linzei, Anno CCCLXXX, Serie VIII, Volumen XXVI, Fasc. 3. Roma, 1983, Pp. 159-410
FATÁS, G.: Aragoneses Ilustres. Zaragoza. CAI 1983. Pp. 11-12
FERNANDEZ MURGA, F.: "Roque Joaquín de Alcubierre, descubridor de Herculano, Pompeya y Estabia", Archivo Español de Arqueología, XXXV 1962. Pp 3-35.
FERNÁNDEZ MURGA, F.: Carlos III y el descubrimiento de Herculano, Pompeya y Estabia. Salamanca. 1989
MOSTALAC CARRILLO, A.: "A dos siglos y medio del acontecimiento. Alcubierre, descubridor de Pompeya." Trébede 10 (enero 1998). Pp. 25-29
VV.AA. Gran Enciclopedia Aragonesa 2000. Vol 1, pag. 169. Zaragoza. 2000

Ayuntamiento de Zaragoza. Centro de Historia

martes, 15 de octubre de 2013
Roque Joaquín de Alcubierre, el descubridor de Pompeya y Herculano
¿Quién no ha oído hablar de Pompeya? Salvo la propia capital, no existe ninguna otra ciudad, de las cientos que florecieron en la Antigüedad bajo el control político de Roma, que haya alcanzado la popularidad que hoy tiene en cualquier parte del globo la localidad de la bahía de Nápoles. Incontables enjambres de turistas la recorren a diario. Y todo el mundo, además, está al corriente de su trágico fin.

Pompeya no fue una gran metrópoli sino una urbe de tamaño medio, similar a otras muchas. Y ni siquiera sus ruinas son las más majestuosas entre las conservadas, pues se han hallado restos de mayor monumentalidad y extensión a orillas del Mediterráneo (basta con visitar Leptis Magna, Djémila o Timgad, en el Norte de África, para comprobarlo). Sin embargo, tanto Pompeya como sus vecinas, en especial Herculano, poseen unas características distintivas que las dotan de un valor especial.

Un cataclismo interrumpió abruptamente el discurrir de su existencia un verano del año 832 desde la fundación de Roma, esto es, el año 79 del calendario cristiano actual, cuando todavía estaban calientes, ironías del destino, las brasas de las grandes hogueras con las que sus pobladores acababan de celebrar las Vulcanalias, fiestas dedicadas a Vulcano, esposo de Venus y dios del fuego, la forja y los volcanes.

Como contrapartida, ese apocalipsis que las devastó les proporcionó un cobijo estable y permitió que, en parte, se conservaran tal y como estaban en el momento de la tragedia. Calles, viviendas, comercios, oratorios, zonas de ocio, estatuas, pinturas y grafitis, muebles, utensilios de uso cotidiano, joyas y hasta la huella dejada por los cuerpos de algunos de sus habitantes y de sus mascotas, a los que no dio tiempo de huir, permanecieron durante siglos preservados en una “cámara sellada”, bajo tierra, a salvo del despiadado paso del tiempo.

Y allí seguirían, como lugares de leyenda, si no hubiese sido por la tenacidad de un zaragozano, Roque Joaquín de Alcubierre, quien las localizó y devolvió a la luz.

En una carta, un testigo ocular, Gayo Plinio Cecilio Segundo, conocido hoy como Plinio el Joven, narró con detalle la catástrofe a su amigo y gran historiador Cornelio Tácito, así como la fin de su tío. Éste, el mayor naturalista del mundo antiguo, al que se da el sobrenombre de Plinio el Viejo para diferenciarlo de su sobrino, había acudido a evacuar a los supervivientes al mando de la flota romana emplazada en la zona.

Según Plinio, tras unos pequeños temblores de tierra, el noveno día antes de las calendas de septiembre (24 de agosto) una colosal columna de humo procedente del Vesubio ascendió a los cielos. A continuación, comenzó una densa lluvia de piedras volcánicas y ceniza que ocultó el sol. Durante horas, cubrió toda la comarca, hundió tejados y colapsó vías y caminos. Finalmente, grandes nubes de gases ardientes y materiales en suspensión que se movían a nivel del suelo (oleadas de flujo piroclástico) abrasaron todo lo que encontraron a su paso.

Cuando el volcán se serenó, Pompeya, Herculano, Estabia, Oplontis y otros asentamientos menores habían desaparecido de la faz de la tierra. El emperador Tito, que sólo llevaba un par de meses en el poder, envió rápidos auxilios, donó dinero para las víctimas y hasta se personó en el lugar. Pero muy poco se pudo hacer. Durante un tiempo, antiguos habitantes y saqueadores intentaron recuperar objetos de algún valor. Después, el recuerdo de las ciudades sepultadas se fue haciendo cada vez más difuso hasta acabar por perderse. Como único testimonio de lo sucedido sólo quedaron las cartas de Plinio.

Diecisiete siglos más tarde un ingeniero militar nacido en Zaragoza, en 1702, se afincó en la región. No se sabe la fecha con certeza, pero es más que probable que fuera durante la segunda mitad de 1734, una vez que el reino de Nápoles retornó a manos españolas. Tras la batalla de Bitonto, en mayo de ese año, los soldados del conde de Montemar doblegaron los últimos focos de resistencia austriaca y fue entronizado un hijo del monarca español Felipe V, que pasó a reinar con el nombre de Carlos VII de Nápoles (el mismo que en 1759, al morir sin descendencia sus hermanos mayores Luis I y Fernando VI, abandonaría la corona napolitana para ceñir la española y convertirse en Carlos III).

Roque Joaquín de Alcubierre había recibido su primera formación a orillas del Ebro. Y en cuanto tuvo edad para ello, al parecer bajo la protección del conde de Bureta, se unió como voluntario al Real Cuerpo de Ingenieros Militares, creado en 1711. A las órdenes de Esteban Panón y de Andrés Bonito y Pignatelli, pasó por varios destinos, entre los que figuraron Gerona y Balsaín, antes de trasladarse a la Corte. Allí intentó ser admitido de forma definitiva en la oficialidad del Cuerpo de Ingenieros. Pero su complicado carácter y rencillas internas se lo impidieron.

Al ser enviado a Nápoles Andrés de los Cobos, su superior en ese momento, Alcubierre, a quien su jefe inmediato tenía en alta estima, le acompañó. El primer documento que certifica su presencia en el Sur de Italia data de enero de 1736.

Dos años después y ya, por fin, con los galones de capitán, se hallaba enfrascado en la nivelación de los terrenos aledaños a un pabellón de caza para el rey, en Portici, cuando le llamó poderosamente la atención la gran cantidad de objetos antiguos que surgían diseminados, a pocos centímetros de la superficie. Un amigo del lugar, el cirujano Giovanni de Angelis, le confirmó la constante presencia de materiales romanos. Al mismo tiempo, le llegó la noticia de que unos años antes, durante el dominio austriaco, al cavar un pozo en una finca cercana por orden de Manuel Mauricio de Lorena, príncipe D’Elbeuf, se habían encontrado lo que parecían vestigios arquitectónicos, junto a mármoles labrados y otros restos menores.

Todo ello le hizo sospechar que la tierra albergaba tesoros escondidos y pidió permiso para iniciar una búsqueda más exhaustiva. No hay que olvidar que desde el Renacimiento las piezas de arte griegas y romanas estaban muy cotizadas y existía un floreciente mercado para coleccionistas, copado por las familias más adineradas, en el que abundaban las falsificaciones (hasta Miguel Ángel, en su juventud, labró varias estatuas que luego enterró y “avejentó” para poder venderlas a mejor precio). Tras mucho insistir, obtuvo la autorización del propio monarca en octubre de 1738 y, con la ayuda de tres peones, se puso manos a la obra.


En aquel entonces, ni la Arqueología ni sus métodos científicos existían todavía. El penoso trabajo de Alcubierre y sus hombres se asemejaba al de los mineros en busca de metales o piedras preciosas. Excavaban pozos y a partir de éstos abrían galerías subterráneas, en muchas ocasiones en terrenos “petrificados” donde llegaban a emplear dinamita (sic) para abrirse paso (Obviamente se trata de un error garrafal del articulista. La dinamita no fue inventada hasta un siglo más tarde). A medida que iban avanzando, las galerías se estrechaban y se hacían más inhóspitas, por la humedad y, sobre todo, el humo de las antorchas con las que se alumbraban. Al lugar de la excavación sólo se podía acceder por el pozo. Tanto hombres como materiales ascendían y descendían atados a una soga, con la ayuda de un cabestrante.

Por suerte, los resultados no se hicieron esperar. Bronces, lápidas, estatuas de diferentes tamaños... comenzaron a abandonar su apacible refugio en un flujo interminable y multiplicaron el interés del monarca, que decidió aumentar el número de operarios. Alcubierre, a su vez, fue obligado a llevar un diario donde rendir puntual cuenta de los avances y de todos y cada uno de los hallazgos, que debían ser descritos de forma meticulosa y dibujados. A éste se añadían informes periódicos y alguno más, suplementario, en caso de dar con elementos de una calidad extraordinaria.

No tardó en ser localizado un muro, que se pensó era de un templo campestre. Sin embargo, poco después, la inscripción de una lápida reveló que pertenecía a un teatro, el teatro de la ciudad de Herculano, una de las mencionadas en las cartas de Plinio el Joven.

El entusiasmo se desató. Cada nueva galería ofrecía descubrimientos más asombrosos que la anterior. Con el fin de aligerar las tareas, un grupo de presos se sumó a los trabajos. Apareció la basílica, lugar destinado a la administración de justicia y las transacciones financieras. Y aparecieron, una tras otra, viviendas engalanadas con increíbles mosaicos y pinturas murales. Una de ellas, la villa de los Papiros, custodiaba 1.785 manuscritos con textos latinos y griegos, la mayoría hasta entonces desconocidos.


El prestigio de Alcubierre como director de la excavación aumentaba pero su salud se fue minando, maltratada por la aspereza de su cometido. Perdió todos sus dientes y su vista se vio gravemente afectada. Agotado y enfermo, tuvo que abandonar temporalmente su quehacer entre 1741 y 1745. En su ausencia disminuyeron los hallazgos, por lo que en cuanto recobró la energía, ya con el grado de teniente coronel, volvió a su puesto y con él retornaron los resultados espectaculares.

En 1748 fue informado de que a unos kilómetros de donde excavaban también era frecuente que emergieran durante tareas agrícolas abundantes objetos antiguos y que los lugareños aprovechaban las piedras talladas que encontraban para levantar sus propias edificaciones. Decidió entonces solicitar permiso al ministro de Estado para iniciar nuevas búsquedas en esa zona y, en cuanto tuvo el beneplácito real, puso en marcha la empresa.

Su intuición y dedicación pronto dieron fruto y un nuevo rosario de objetos fascinantes se encaminó hacia el Museo Real de Portici, donde todo, sin excepción alguna, debía ser catalogado y estudiado. Alcubierre creía haber dado esta vez con la ciudad de Estabia. Pero estaba equivocado. En 1763 sería desenterrada una inscripción que daba nombre a la localidad. Se trataba, nada más y nada menos, que de Pompeya, la mayor de cuantas había devorado la furia del Vesubio.

El celo de Alcubierre por su tarea y su eterna curiosidad le impulsaron a implicarse en la resurrección de nuevos enclaves. Se sabe que excavó la villa del político, historiador y literato Gayo Asinio Polion en Sorrento y también que trabajó en algún momento de su carrera en Estabia, Pozzuoli, Capri y Cumas. Pero sus innumerables éxitos se vieron salpicados por malentendidos, envidias y rivalidades de algunos de los funcionarios que tenía bajo su severo mando.

Esos reproches se sumaron a diversas críticas académicas. Atraídos por la desbocada fama del lugar, numerosos eruditos visitaron las excavaciones pero poco pudieron ver, pues el acceso estaba muy restringido. Uno de los más acreditados, Johann Joachim Winckelmann, considerado en la actualidad el padre de las modernas Arqueología e Historia del Arte, muy enfadado, censuró abiertamente y con extrema dureza el secretismo y los “primitivos” métodos del aragonés. Lo que no impidió que éste siguiera al frente de los trabajos hasta su fin, en 1780, una ocupación absorbente que compaginó, no obstante, con sus obligaciones militares. En 1772 había sido ascendido a brigadier e ingeniero jefe de los ejércitos del rey, así como gobernador del castillo del Carmen, adosado a la muralla aragonesa de Nápoles. Y cinco años después fue nombrado mariscal de campo.

A pesar de vivir cautivo por su labor día y noche durante décadas, de revelar al mundo tesoros de incalculable valor y de ser el principal responsable de que hoy podamos viajar en el tiempo hasta los años de esplendor del Imperio Romano, este primitivo “Indiana Jones” aragonés, que acabaría abandonado en la cuneta de la historia, nunca se aprovechó de su posición para lucrarse. Tras su fallecimiento, su viuda se vio obligada a solicitar ayuda económica a las autoridades y, en atención a los servicios prestados, recibió una pensión vitalicia de 150 ducados anuales, renta que sólo alcanzó a la familia para seguir residiendo, en honrada pobreza, en una humilde vivienda de Nápoles.



Para saber más:
-FERNÁNDEZ MURGA, Félix: Carlos III y el descubrimiento de Herculano, Pompeya y Estabia, Salamanca, Universidad, 1989.


Aragonautas: Roque Joaquín de Alcubierre, el descubridor de Pompeya y Herculano
 
Última edición:
Alcubierre, es sin ningún género de dudas, el padre de la actual arqueología, llevó a cabo su trabajo encomendado por el monarca Carlos VII de Nápoles, (Carlos III de España)...

Otro cabrón fachoso que se largó de este mundo sin condenar el franquismo.
 
Fue la monarquia borbónica quien también trabajo en las ruinas Mayas.
 
Otro como Sautuola, que revolucionó la visión del hombre prehistórico y le pusieron fino. Al final por suerte el tiempo puso a cada uno en su sitio, aunque no pudo verlo en vida.

Por suerte algunos en el cine español empiezan a espabilar y a hacer pelis y series sobre estas cosas: Isabel, Carlos, la serie sobre Balmis, sobre las mujeres en América...Y en breve peli sobre Sautuola (la guitarrita del principio sobra pero es muy bueno que se hagan estas pelis).

[YOUTUBE]CC3KCASQQXI[/YOUTUBE]
 
Pues Alcubierre y un egiptólogo reconocido como Auguste Mariette en el fondo eran lo mismo, recolectores de objetos.

A mi en la universidad me hablaron de Winckelmann como que fué el pionero de la arqueología y blabla...pero muy poco de Alcubierre cuando sin los descubrimientos de éste el otro no habría tenido nada que estudiar.
 
Volver