RHODESIA: de "granero de África" a Estado fallido

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RHODESIA: La gran traición

por Dean McCleland, 06/06/2015

Durante alrededor de tres meses me alojé en el Hotel Hilton mientras estuve trabajando recientemente en Pietermaritzburg (Sudáfrica). Allí coincidí con un rhodesiano que rozaba mi edad. Esta es la historia, en sus propias palabras, de sus vivencias y emociones durante aquélla guerra y sus turbulentas consecuencias; aunque primero narraré mi propia experiencia mientras estuve viviendo en Rhodesia.

Como una parte de los artículos que escribía en 1977 para mi currículum académico tenían como destinataria a la consultoría Price Waterhouse de Salisbury, viví los efectos de la guerra terrorista en primera persona. Muy pronto desarrollé afinidad por la implacable actitud de los rhodesianos cuando los rigores de la guerra eran sobrellevados en el país con equidad. Hubo otro fenómeno social que también me contagió como un atributo entrañable: una sociedad blanca bastante desclasada. Homogeneidad social y la existencia de un enemigo común cohesionó a la sociedad blanca en Rhodesia indisolublemente.

Dos guerrillas terroristas asediaban a los 250.000 blancos de Rhodesia para obtener por la fuerza lo que Ian Smith les había negado: el gobierno de las mayorías. Para evitar que sucediera, todos los hombres blancos entre los 18 y los 50 años fueron movilizados por el Ejército bajo la premisa de "seis semanas dentro, seis fuera". La dislocación tanto en el comercio como en la industria y también en el tejido social fue inexorable, pues quedó rasgado en pedazos. Siendo de naturaleza dura y estoica, los rhodesianos blancos sobrellevaron estas exigencias con buen espítiru. Profesaban un considerable orgullo por sus logros. A pesar de estar totalmente sobrepasados en número y a menudo también en armas, haciendo uso de un armamento bastante obsoleto que compensaban con una determinación encarnizada, consiguieron mantener a raya a las guerrillas del ZANLA (Ejército Africano para la Liberación Nacional de Zimbabue) y el ZIPRA (Ejército Revolucionario del Pueblo Zimbabuense).

La colosal tarea que tenían entre manos fue desdeñada mediante un peligroso axioma social: 250.000 blancos sin aliados y torpedeados por sanciones internacionales podrían vencer a 4 millones de neցros con un copioso arsenal y armamento ilimitado suministrado por China y la Unión Soviética. Permitir la hegemonía de estas fuerzas y, por tanto, dar fin al idilio -pues Rhodesia fue un verdadero paraíso para los blancos- no era contemplado como una opción. Cualquier otra alternativa no se discutía debido en gran parte a que las consecuencias de entregar el poder a los neցros eran consideradas absolutamente inconcebibles. Su firme convicción sobre lo correcto y justo de su causa no les permitía sopesar cuestiones como su lamentable falta de equipamiento y personal.

Para mi fue amor a primera vista. En sólo cuestión de días estaba prendado. Pasar de la visión de una sociedad racialmente fracturada, donde incluso el componente blanco estaba sesgado entre angloparlantes y afrikáners -cada grupo con su propia filosofía de vida y con una visión despectiva sobre el otro-, a otra donde la singularidad del propósito la impulsaba a alcanzar un objetivo superior, fue formidablemente estimulante. Lo que me distinguía de ellos era que yo no compartía su optimista visión del futuro. En la partida por el porvenir de Rhodesia los movimientos de liberación tenían todas las cartas, incluso los comodines. Con motivo, los rhodesianos despreciaban el ardor guerrero y la habilidad marcial de sus enemigos. De forma consistente, en cada enfrentamiento armado el ratio de bajas era de 10 contra 1 en favor de las fuerzas gubernamentales. Esto pudo reforzar la jovenlandesal de población blanca, pero sería efímero.

De hecho, el goteo constante de blancos caídos en combate tenía un impacto desembriagador. Los informativos en la televisión y radio rodhesianas comenzaban invariablemente con el siguiente anuncio: "Operaciones Combinadas lamenta informar hoy de la fin en acción de.......". En un país en el cual casi todos los blancos conocían o sabrían de alguien que conocía al fallecido, este sometimiento a la tortura del gota a gota desgastó el propio espíritu de la nación.

En estas circunstancias me incorporé al trabajo en Price Waterhouse en Salisbury. Allí la guerra era un tema tabú, aunque yo lo deslizaba periódicamente. A pesar de ser civiles, determinados empleados ocupaban posiciones clave en el Ejército por cortas temporadas. Así descubrí que la persona que me había llevado al trabajo, un piloto de aviones Dakota, fue llamado al servicio en la Base Aérea de New Sarum por un breve periodo. Cuando se reincorporó pocas semanas después nos contó que había participado en la exitosa destrucción de un campamento enemigo en Mozambique llamado Mapai. Huelga decir que la prensa internacional lo relató como un ataque intencionado de los rhodesianos contra un campo de refugiados. Con la información de primera mano que me proporcionaban mis compañeros empleados en Price Waterhouse, podía averiguar al momento la veracidad de dichas afirmaciones; sin provecho alguno. Hasta las más prestigiosas publicaciones continuaban basando sus informes en las declaraciones del ZANLA. Finalmente, en febrero de 1980, Robert Mugabe accedió al poder.

Esta es la historia de un hombre luchando en aquella guerra y su convicción de que podían ganar. Uno podría no estar de acuerdo con los puntos de vista expresados por él o por el autor de este artículo. El final del idilio significó para él, como para la mayoría de los blancos, no sólo la derrota en la guerra y la desaparición de un modo de vida -tal vez insostenible-, pero aún de forma más significativa la pérdida de su país natal: Rhodesia. Hoy los rhodesianos pueden ser encontrados en los cuatro rincones del planeta, en cualquier lugar menos en Zimbabue. He aquí su historia.

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Rhodesia fue probablemete el país más exitoso e idílico de África. Fue establecida en la década de 1890 y se desarrolló como colonia británica desde entonces hasta 1965. Lo tenía todo. El país prosperó enormemente a través de sus riquezas minerales y se establecieron muchas compañías mineras importantes. Éstas incluían intereses británicos y canadienses. Fue profusamente bendecida con amianto, oro, diamantes y cromo. La agricultura despegó y Rhodesia era considerada con respeto "el granero de África", incluso por delante de Sudáfrica. Rica en maíz y tabaco, vio florecer el negocio de las exportaciones. Los rhodesianos estaban considerados los más avanzados y exitosos cultivadores de tabaco del mundo. Rhodesia también poseía su propia industria manufacturera y satisfacía la mayoría de las necesidades cotidianas. Sin embargo, no fue agraciada con el petróleo. La mayoría de vehículos de motor y el equipamiento mecánico pesado también debían ser importados. Pero nunca supuso un problema debido a sus sólidos socios comerciales en Gran Bretaña y Sudáfrica. La economía rhodesiana despegó bajo gobiernos estables hasta bien entrados los años 70, incluso después de la declaración unilateral de independencia en 1965. De hecho, gracias a una excelente administración, tuvo la moneda más fuerte de África. Llegó incluso a cotizar más que el dólar estadounidense y el rand sudafricano.

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También era un país orgulloso. Nuestros padres y abuelos sirvieron en las fuerzas de la Commonwealth tanto en la Primera como en la Segunda Guerra Mundial. Sus hombres también prestaron servicio en Malasia, Borneo y después en Corea; donde la oleada comunista fue frenada. Mi propio padre sirvió en el Escuadrón Bombardero Lancaster 44 y mi tío fue piloto de combate en un escuadrón Spitfire de la RAF con base en Inglaterra. Si la memoria no me falla, también voló durante la Batalla de Inglaterra para ayudar a sacar a los británicos del atolladero en el que se encontraban. Conozco personalmente a hombres mayores que estuvieron en Dunkerque y muchos otros lugares.

Aunque era un país pequeño, Rhodesia tuvo también resultados excepcionales a nivel deportivo y rivalizaba con Sudáfrica en la mayoría de disciplinas y competiciones. A lo largo del siglo, muchos rhodesianos fueron convocados para participar como Springboks en las disciplinas de rugby y cricket cuando la selección sudafricana participaba con éxito en competiciones internacionales.

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Tan buena era la vida allí que muchos visitantes extranjeros se instalaron para convertirse en rhodesianos y beneficiarse de la prosperidad de aquel maravilloso país. También gentes de muchas nacionalidades inmigraron para integrarse en el estilo de vida que se les ofrecía. Durante mi infancia en Rhodesia nunca fui testigo de relación de repruebo racial alguna entre blancos y neցros. Siendo niños, podíamos ir en bicicleta o caminar a través de remotas aldeas africanas sin temor alguno. Jamás percibí la intención de hacer daño por ninguna de las partes. La criminalidad era prácticamente inexistente y la vida era tranquila y despreocupada.

Cuando cumplí los 12 años, asomaron las primeras señales de conflicto. Comenzaron en forma de revueltas y disturbios instigados por grupos terroristas entrenados por el bloque comunista. Nuestra familia vivía exactamente a 120 metros de distancia de un gran campamento africano (que albergaba la mano de obra de una mina donde trabajaban alrededor de 5.000 personas) del que mi padre era el administrador. Cuando comenzaron los altercados, llegaron la Policía y la Policía de Reserva y acamparon en nuestro jardín. Solían formar una barrera de protección en torno al césped de acceso a la propiedad. Siempre estaban fuertemente armados y a menudo alerta. Durante aquellos días, mi progenitora (escocesa ella) tenía un rifle del 22 preparado junto a la ventana mientras yo tomaba otra posición con mi carabina de balines para dar un poco de apoyo a los hombres apostados en nuestro jardín. No es que mi aportación pudiese ser significativa, pero podía alcanzar la señal de prohibido el paso que había junto al campamento cada vez que disparaba. Sentía que podía inflingir una herida mordaz si hubiese sido necesario.

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En aquellas difíciles circunstancias, continuábamos asistiendo a clase a más de 24 kilómetros de distancia y el autobús escolar operaba con agentes de la Policía de Reserva en su interior. Mi padre, por buenos motivos, era muy respetado entre los jovenlandeses del campamento y cuando había problemas era la única persona a la que los alborotadores permitían el acceso para mediar. Acudía sólo, en contra de las insistentes advertencias, y dialogaba con ellos. Nunca le hicieron el más mínimo daño, pero yo lo ví coger su pistola y meterla en el bolsillo de la chaqueta cada vez que tenía que atravesar aquella multitud enfureciza. Nosotros éramos una de las tres minas que en conjunto abarcaban un radio de más de 26 kilómetros. La mano de obra del sur muy sur suponía un total de 20.000 trabajadores.

A pesar de la inestabilidad que reinaba una y otra vez nunca nos preocupamos demasiado. Cuando la cosa se calmaba podía continuar caminando sólo por el campamento sin temor o siquiera albergar la más ligera duda de que no estuviese a salvo. Entre los 13 y los 19 años viví en un colegio interno, pues no había institutos de enseñanza superior en nuestra zona. Para llegar a aquel colegio teníamos que atravesar una extensa Reserva del sur muy sur y durante el tiempo que estuve allí jamás hubo percance alguno. En mis últimos años de instituto comenzaron las incursiones guerrilleras en el campo, pero todas ellas sucedían en áreas remotas de la frontera. Una vez más parecía que habían sido neutralizados. Lo que sí sucedió, en cambio, es que se hizo obligatorio el entrenamiento militar a nivel nacional. Todos recibimos llamadas de reclutamiento antes de graduarnos. Yo tuve suerte y conseguí posponer mi servicio un par años.

Pero no había escapatoria, así que cuando cumplí 20 años fui convocado a servir los nueve meses preceptivos de entrenamiento básico obligatorio. Los últimos tres de aquellos nueve meses los cumplí en misiones plenamente operativas. Todos lo lamentábamos de alguna manera, pero debíamos hacerlo y lo único que deseábamos era que acabara pronto para poder continuar con nuestras vidas. Para situarnos: lo que estaba ocurriendo era que el gobierno británico quería introducir el gobierno de mayorías en Rhodesia. Nuestro primer ministro en aquel momento, Ian Smith -otro piloto rhodesiano durante la Segunda Guerra Mundial- firmó la Declaración Unilateral de Independencia (DUI). Los británicos sabían entonces que aquella medida que pretendían imponer habría significado el fin de Rhodesia y de las bases y principios que la habían sustentado. Ellos sí eran conscientes de algunos aspectos que en el resto del mundo nunca admitieron, inmersos como estaban en su ingenuidad. Esto comprendía cuestiones como:

-Permitir a una civilización y cultura primitivas tomar el poder sin la preparación o conocimientos necesarios para mantener cada sector del país y su desarrollo futuro.

-Observar cómo lo sucedido en el resto de África había sido un completo y rotundo fracaso, con delincuentes al mando que habían destruido unos países que continuarían maltrechos y arruinados durante siglos.

-Aquéllos que aspiraban al poder habían sido sustentados directamente por los poderes comunistas alrededor del planeta.

-El tribalismo, que siempre tendrá la capacidad para destruir un país sin construir nada. Los shona, la tribu mayoritaria que sostenía a Mugabe, recibía ayuda y adiestramiento directamente de China. A los matabele los asistía la Unión Soviética. El brazo militar de los shona se denominó ZANU (Unión Nacional del sur muy sur de Zimbabue) y el de los matabele ZIPRA. Ambas facciones fueron entrenadas en tácticas terroristas despiadadas y operaron de manera fanática.

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Ian Smith firma la DUI

¡Menuda receta para el desastre! ¿Qué habría hecho cualquier persona decente; quiero decir, alguien con verdaderos principios? De manera que Ian Smith firmó la DUI y emprendimos nuestro propio camino respondiendo amablemente a los británicos que no íbamos a permitir que nuestro país fuera destruido. Poco después, el mundo se volvió contra nosotros y nos impusieron sanciones. Los rhodesianos eran hábiles e ingeniosos y continuaron exportando sus bienes de todas las maneras imaginables. Lanzamos operaciones para eludir las sanciones que realmente funcionaron y les pegamos un baile a los británicos. Ellos, por su ingenuo proceder, no suponían un problema al que enfrentarse. Nunca conocí un rhodesiano que no pensara que estábamos haciendo lo correcto. El pueblo de Rhodesia estaba muy unido. Los únicos problemas que realmente padecimos fueron aquellos relacionados con el carburante. Los británicos impusieron un embargo al petróleo que nos llegaba de Beira, en Mozambique; así que tuvimos racionamiento de combustible. ¡Pero a quién le importaba! Un pequeño problema como ese no desalienta a alguien que cree luchar por una causa noble y justa.

El servicio militar inicial, que aceptábamos de mala gana, era rematadamente aburrido y apenas pasaba nada en el país. De hecho no vimos ninguna acción en absoluto. Esto cambió rápidamente a partir de 1973. Pensábamos que nos libraríamos del Ejército durante un año o así, pero a los seis meses nos volvieron a llamar al servicio activo. Después pasó a ser cada tres meses y apenas implantaron aquel cambio empezaron a llamarnos casa seis semanas. En otras palabras, seis semanas de servicio activo y seis semanas de vuelta a la vida civil. Por si esto fuera poco, después nos convocaron para cumplir un año completo y, cuando aquello terminó, volvió a ser cada seis semanas. Era tan intenso el reclutamiento que podíamos considerarnos con razón tropa regular. Estuve inmerso en este sistema durante cinco años.

Cuando al principio no hubo más que escaramuzas con los insurgentes limitadas a las áreas fronterizas, todo el país fue dividido en zonas operativas. Dejó de ser seguro alejarse de cualquier pueblo o ciudad más allá de un radio de 8 kilómetros, ya que los terroristas estaban actuando por todo el territorio. Sin embargo, esto no nos amilanó y lo afrontamos con convoyes armados de policía acompañados de vehículos civiles patrullando de un lugar a otro. Una de las tácticas preferidas por los terroristas era la de disparar sobre los civiles en este sistema de convoyes. También lanzaban cohetes contra la aviación civil. Una vez un avión que zarpaba del lago Kariba fue alcanzado y aquellos que no murieron en el estrellamiento fueron masacrados después por los terroristas. Éstos atacaban también muchas veces a las mujeres y los niños mientras los hombres estaban de servicio y los masacraban. Muchos granjeros fueron asesinados en emboscadas cuando regresaban a sus casas. Asimismo, mutilaban y descuartizaban a las esposas e hijos de los granjeros cuando éstos atendían sus tierras. A pesar de todo esto, los granjeros resistieron y se quedaron. ¡Porque estábamos hechos de una pasta mejor! Honestamente, fueron héroes durante toda la guerra. Una granja en particular sobre la que estábamos estacionados fue atacada la noche posterior a que nos trasladáramos a otro lugar. Esto ocurrió en represalia contra el granjero por permitir a nuestra compañía establecer una base en su propiedad. Tras nuestro paso por allí, el granjero disponía de una valla que rodeaba su casa y en cada esquina había posicionados sacos terreros desde los que podían defenderse. Como todos los granjeros, tenía también una buena verja de seguridad a 45 metros de su vivienda. El caso fue que los terroristas primero lanzaron fuego de mortero contra la propiedad y después dispararon cohetes RPG. Varios impactaron en la casa. Después atacaron con armamento ligero. Mientras defendía una de las posiciones desde los sacos terreros, la esposa del granjero vio cómo tres asaltantes avanzaban hacia la puerta principal. Corrió hacia ellos armada con su subamatrelladora Uzi y los mató. Entonces regresó corriendo a su búnker sin ser alcanzada, a pesar de que le dirigieron una considerable cantidad de disparos. ¡Qué acto tan increíble y heroico! Y, hasta donde yo se, nunca fue condecorada por esta acción tan valiente. Sin embargo, salvó las vidas de su familia, pues al ver los terroristas los cuerpos abatidos de sus tres compañeros se retiraron enseguida.

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No todas las historias acabaron de esta manera. Sé de un incidente en el que el granjero y su esposa acudieron a atender los campos con sus trabajadores. Cerraron las puertas de seguridad de la vivienda, pero los terroristas lograron acceder. La empleada de hogar del sur muy sur llevaba al bebé blanco atado a su espalda envuelto en una tela mientras trabajaba. Cuando los terroristas le preguntaron dónde estaba el niño ella lo tapó tras el tejido y dijo que era suyo. Ellos no la creyeron y le arrancaron el bebé. Mientras uno agarraba al niño, otro montó su bayoneta y se apostó en el extremo opuesto del pasillo. El que agarraba al pequeño lo arrastró por el suelo hasta clavarlo en la bayoneta. Continuó haciendo esto hasta que otro terrorista arrojó el niño ensangrentado a otro tipo que también había montado su arma. Este juego macabro fue repetido un buen número de veces hasta que el cadáver del bebé quedó completamente descuartizado.

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Los comandos terroristas normalmente estaban compuestos por once miembros: un comandante, un médico, un comisario político y ocho guerrilleros. La figura del comisario político es la de un tipo bastante horrible. Su labor no era solamente la de politizar a los nativos, sino mantener el nivel de terror entre los lugareños. He visto las remotas aldeas africanas donde acudían para dejar claras las cosas. Acusaban a alguien de ser un delator del gobierno y procedían a cortar partes de su anatomía que metían en una cazuela para cocinarlas y después obligaban a la esposa a comerse por trozos a su marido. He sido testigo de cómo llegaban a aldeas alejadas en el campo, secuestraban a los jóvenes para engrosar sus filas y violaban a toda mujer joven que podían encontrar. Robaban el alimento del que dependían los aldeanos para el año siguiente tras las cosechas y los abandonaban muriéndose de hambre. ¡Esta era la misma gente a la que afirmaban querían liberar! Podría continuar, pero a estas alturas el lector ya se habrá hecho una idea de en qué consistían estos grupos terroristas.

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A medida que la guerra avanzaba, las Fuerzas Rhodesianas se habían convertido en soldados excepcionales. Yo personalmente no conozco una sola batalla o combate que concluyera en derrota. Perdíamos hombres, sí, pero sabíamos para lo que estábamos allí. Seguía sin gustarnos el servicio nacional, todo aquel fastidio, pero cada uno de nosotros creíamos en lo que estábamos haciendo: exterminar a un enemigo mortal, un cáncer que se extendía por el país. Ni por un instante sentimos que estábamos equivocados y jamás consideramos que podríamos ser aquellos malvados de los que el mundo hablaba. Nos mantuvimos orgullosos y en pie y, como nuestros padres antes de nosotros, combatíamos en una guerra noble y honorable contra lo peor de lo peor que el terrorismo podía engendrar. Luchamos legítimamente por nuestro país, nuestras familias y para eliminar a aquel ignominioso enemigo. Luchamos por lo que era bueno, noble y justo.

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Las tropas rhodesianas nunca fuimos esquivas ante nuestra tarea en modo alguno y llegábamos hasta límites insospechados para dar caza hasta al último terrorista que podíamos encontrar, sin importar lo que costase. Incluso atravesábamos la frontera para alcanzar nuestra presa. Fue un miércoles de la segunda quincena de septiembre de 1976 cuando mi sección dio con el rastro de un grupo terrorista. Seguimos sus pasos durante un cuarto de hora más o menos para confirmar con nuestro campamento base la validez de la información. Inmediatamente, la fuerza de fuego fue alertada. Ésta consistía en tropas aerotransportadas por helicópteros de combate y aviones Dakota con paracaidistas del Servicio Aéreo Especial a bordo. Antes de que la fuerza de fuego fuera desplegada, llegó un helicóptero con rastreadores profesionales. Seguimos las huellas durante alrededor de dos horas trazando su recorrido en mi mapa y estimando el tiempo desde que éstas fueron dejadas. De este modo, el comandante de nuestro campamento y yo pudimos determinar a qué distancia por delante se encontraban y la ruta que estaban siguiendo. Una vez establecido esto, la fuerza de fuego recibió la orden de despegar. Los helicópteros solían sobrevolar a una distancia considerable alrededor y por encima de los terroristas (de manera que no pudieran oírlos y saber que estaban allí) y después se dirigían directamente hacia ellos, deteniéndose a una distancia considerable para desplegar las tropas en posición de emboscada y atacar.

Mientras esta operación estaba en marcha, recibimos un mensaje alarmante en nuestras radios: la fuerza de fuego había regresado a la base y todas las secciones de cada pelotón, la compañía entera, debía volver al campamento. En otras palabras: ¡íbamos a dejar escapar a aquel grupo de terroristas! ¡Absolutamente inaudito! Que supiésemos, esto jamás había sucedido en la guerra de Rhodesia. Respondimos por radio para preguntar precisamente esto y recibimos la tajante respuesta de que nos limitáramos a desplazarnos hasta la carretera más cercana, donde nos recogerían. Supuso un impacto tremendo y quisimos pensar que nuestra presencia sería requerida en otro lugar bajo las premisas de urgencia y prioridad, por encima de un grupo de once terroristas que huían hacia la frontera con Mozambique. Después de muchas horas de espera, llegaron los vehículos para recogernos. Lo primero que preguntamos fue cuál era aquella urgencia prioritaria. Para nuestro mayor desconcierto, no parecía haber ninguna. Todo lo que sabíamos era que nuestro mayor había sido llamado de urgencia al cuartel general del Ejército en Salisbury desde donde envió la orden de que, sin importar qué estuviera sucediendo sobre el terreno, todos sus hombres debían regresar al campamento base.

Cuando regresamos al campamento el mayor estaba allí, en su tienda. El sargento mayor reunió a toda la compañía y nos hizo sentar como escolares frente a su tienda. Uno debe tener presente que esta actuación supone una deficiencia militar excepcional. Cuando estábamos acampados, bajo ninguna circunstancia se permitía que un pequeño grupo de soldados permanecieran juntos más que un breve periodo de tiempo. De hecho, incluso cuando íbamos a comer lo hacíamos en parejas. Era para asegurar que hubiese las mínimas bajas posibles en caso de que el campamento fuera atacado con fuego de mortero. En cambio, el sargento mayor sí ordenó al personal del cuartel general adoptar puestos de ametralladora para asegurar que el perímetro del campamento permanecía seguro.

Estábamos muy inquietos ante la situación, pues actuábamos absolutamente en contra de nuestro entrenamiento táctico y operativo. Una vez que estuvimos todos sentados en el suelo, apareció el mayor. Procedió a contarnos qué había pasado durante los últimos días y, mientras lo hacía, las lágrimas se deslizaban por su rostro. Todo era realmente extraño y nos sentimos ostensiblemente incómodos, pues este era el hombre más duro que conocíamos. Era un muy buen militar, pero nos disgustaba profundamente porque era duro e intransigente con nosotros. Tan duro era aquel hombre con sus tropas, sin importar el rango, que preferíamos estar en la jungla enfrentándonos a los terroristas antes que tener que lidiar con él en el campamento.

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John Vorster reunido con Ian Smith

Nos informó de que nuestro primer ministro había sido convocado en Pretoria el fin de semana anterior por John Vorster, el primer ministro sudafricano. Cuando Ian Smith preguntó a Vorster por el motivo de la convocatoria, éste le contestó que la situación era grave y que debía reunirse con el secretario de Estado norteamericano Henry Kissinger. Smith asistió el sábado por la tarde al partido de rugby que enfrentaba a Sudáfrica con Nueva Zelanda en la capital sudafricana y, a diferencia de lo que había ocurrido en ocasiones anteriores -donde Smith se sentaba junto a Vorster en igualdad de condiciones-, la delegación rhodesiana de ministros fue relegada a asientos de segunda fila.

El lunes por la mañana la delegación rhodesiana entró en los Edificios de la Unión donde les presentaron a Henry Kissinger. Ian Smith le hizo esta pregunta directa a John Vorster: "¿De que va todo esto?". A lo que Vorster contestó: "Henry ha venido para insistir en que aceptéis el gobierno de mayorías en Rhodesia". Entonces Smith replicó con otra pregunta: "¿Si no lo hago, cuáles serían las consecuencias?". Vorster comenzó a decir que, si no aceptaban, el sistema ferroviario sudafricano comenzaría a congestionarse demasiado como para transportar nada dentro o fuera de Rhodesia. Al escuchar esto, Smith le inquirió qué ocurriría si aceptaban. Vorster dijo: "Entonces siempre podríamos trazar una hoja de ruta". Lo que uno tiene que comprender es que Rhodesia y Sudáfrica habían sido sólidos aliados y que todas las operaciones para sortear las sanciones fueron conducidas con la ayuda sudafricana. Esto no supuso una sorpresa ya que, durante años, cada vez que regresábamos a la guerra nuevo armamento y munición nos eran enviados. A lo largo del año anterior, sin embargo, estábamos limpiando munición vieja para reutilizarla en el frente. Recuerdo a los armeros comentando: "Esperemos que 'Smithy' y Vorster se besen o hagan lo que sea necesario para que recibamos el nuevo material regular". Poco imaginaban ellos lo que estaba sucediendo realmente. Cuando solicitábamos morteros más grandes, nos enviaban componentes de motor. Ahora comprendíamos por qué estaba ocurriendo todo aquello.

Ian Smith se mostró muy reticente, pero Vorster le sugirió que leyera toda la documentación que había desperdigada sobre dos escritorios. El primer ministro rhodesiano dejó allí a la delegación que había traído consigo para examinar los documentos en su hotel. Volvió a ser convocado aquella misma tarde y le informaron de que los estadounidenses conocían todas las operaciones para esquivar las sanciones y que se asegurarían de que los sudafricanos no nos suministraran más combustible. Entonces Kissinger solicitó a Smith una respuesta. 'Smithy' le dijo que esto era imposible, pues debía ser una decisión de todo su gobierno. Telefonearon a Salisbury antes de volar de vuelta y mantener a su llegada una reunión de emergencia del gabinete al completo.

Esta reunión se alargó toda la noche. El gabinete no logró alcanzar una decisión y convocaron al Comando de Enlace Operativo (CEO; compuesto por Ejército, Fuerza Aérea y Policía) para participar en las discusiones antes de tomar una resolución final. En aquel momento, los militares citaron a cada comandante de campo y todos llegaron a Salisbury el martes al mediodía. Esta reunión tuvo lugar en el Cuartel General Militar de la capital y se dijo que fue una sesión muy acalorada en la que hubo muchos tragos amargos. También esta reunión se alargó toda la noche. El miércoles a primera hora de la mañana nuestros generales decidieron que los comandantes de campo regresaran a sus puestos y señalaron al primer ministro y su gobierno que la decisión final era suya exclusivamente y que aquello que concluyese el CEO se debería cumplir. Antes de que los comandantes de campo abandonaran la capital, la decisión aún no había sido tomada. A los mismos les trasladaron dos palabras clave: una indicaría que continuábamos en guerra y la otra que nos plegábamos ante las amenazas de Kissinger, más tarde conocidas como "Propuesta Kissinger". Durante el viaje de vuelta desde Salisbury, nuestro comandante recibió la palabra clave por parte del mayor; básicamente íbamos a rendirnos y aceptar la endemoniada perspectiva de un gobierno de la mayoría negra. Los registros indican que Kissinger permaneció en Pretoria hasta que llegó la aceptación oficial y tomó un vuelo para abandonar Sudáfrica el viernes por la mañana. Llegados a este punto, nuestro mayor comunicó por radio con el capitán de campo y le dijo que, sin importar qué estuviera sucediendo en el frente, toda la tropa debía regresar al campamento base. Esto iba en contra de las órdenes que habían recibido en Salisbury, porque cada comandante de campo debía indicar a sus soldados que todo iba bien. Nuestro mayor fue más allá, y nos contó cómo se sucederían los acontecimientos en los siguientes tres años hasta la llegada del gobierno de mayoría negra. Cada cosa que nos dijo quedó en papel mojado y el tiempo de transición se redujo a los seis meses.

Tras escuchar esta demoledora información, vi a hombres de nuestra compañía deambular solos sin rumbo. Vi a otros recoger tierra con las manos y arrojarla con rabia contra el suelo exclamando: "¡Déjame sentirla por última vez, porque pronto esto ya no será nuestro!". Entonces regresamos donde nuestro mayor para pedirle que nos devolviera a las bases de nuestros regimientos porque queríamos recoger nuestras cosas, cargar los coches y sacar a nuestras familias de Rhodesia. Nos contestó que él no tenía la autoridad para permitirlo, pero que podía llamar al teniente coronel al mando de nuestra zona de operaciones. Tras transmitirle lo que estaba pasando, el teniente coronel apareció aproximadamente dos horas más tarde con un número de camiones de la Policía Militar. Nos convocó y preguntó: "¿¡Qué es este dolido despropósito!?". En las convocatorias de las FF.AA. rhodesianas había mucho personal profesional. Gente que no eludía sus obligaciones porque recibía instrucción y destinos fáciles. Nosotros aún éramos seres pensantes que luchábamos por nuestro país y no una banda de cabestros que no conocía nada mejor. La primera y única pregunta fue formulada: "Señor, ¿qué sentido tiene continuar luchando cuando vamos a entregar nuestro país a los terroristas?". La respuesta vino en forma de rápida reprimenda que hizo sonrojar incluso a los soldados más bregados, pues nos lloriqueó verbalmente. Rápidamente nos pasamos la consigna unos a otros: "No volváis a preguntar nada a este petulante y dejad que se larguen de aquí, porque además no queremos echar a patadas a unos boinas rojas con poca o ninguna experiencia de combate". Le agradecimos que hubiera venido y se marchó con los boinas rojas pensando que había hecho un gran trabajo desalentando cualquier atisbo de "rebelión". Dos noches después, el primer ministro hizo una intervención radiofónica en la que comunicó a la nación la favorable perspectiva que nos aguardaba y travistió descaradamente la verdad para mantener alta la jovenlandesal y el orden en el país. Los hombres de nuestra compañía estaban tan rabiosos que pienso que si Ian Smith nos hubiese visitado en cualquier momento durante aquélla convocatoria en particular, cualquiera de los veinte soldados le habría disparado. Los afrikáner que luchaban en nuestras filas estaban tan indignados con Sudáfrica que algunos de ellos juraron que no volverían a hablar afrikaans en lo que les quedaba vida por cómo su progenitora patria se había arrastrado en la traición.

Cuando terminó nuestra convocatoria y regresamos a casa durante una temporada, pusimos en conocimiento de los hechos y de los planes que se avecinaban al resto de las compañías de nuestro regimiento. En un periodo de dos años, las fuerzas del regimiento descendieron de doce compañías operativas a cuatro, ya que la mayoría de los hombres consideraban que habían sido traicionados y engañados, y no iban a arriesgar sus vidas bajo ninguna circunstancia. Mi esposa y yo tomamos la firme decisión de mantenernos en nuestros principios y abandonar el país que nos vio nacer y por el que habíamos luchado. Lo preferíamos a vivir sometidos a uno de los regímenes terroristas más brutales conocidos hasta ese momento. Al cabo de un año había encontrado un trabajo en Sudáfrica y emigramos para emprender una nueva vida.

Todo lo que se nos comunicó aquel funesto día se manifestó en los siguientes años. Los terroristas liderados por Robert Mugabe alcanzaron el poder. Algunos de mis amigos que se quedaron durante el último periodo me contaron que existía un plan militar estratégico completo para volver a tomar el país si Robert Mugabe ganaba las elecciones. La orden final del general Peter Walls para lanzar la operación nunca llegó. Nuestros hombres estaban hechos añicos y extremadamente desilusionados. Una vez más se sintieron traicionados y amargamente decepcionados con su propia gente.

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General Peter Walls

Cuando Robert Mugabe llegó al poder, dio a nuestras fuerzas regulares y especiales -consistentes en la Infantería Ligera Rhodesiana, las Fuerzas Aéreas Especiales (SAS) y los Selous Scouts- un plazo para salir del país. Lo hicieron, y con mucha dignidad. Las SAS condujeron un convoy que atravesó Rhodesia a campo abierto y retaron a los terroristas leales a Mugabe a que fueran a por ellos una última vez. Por supuesto, los terroristas estaban extremadamente contentos y festejaron ver partir a su enemigo más temido y superior. No iban a arriesgar una gran cantidad de bajas en una bravuconada final.

Así comenzó la era y leyenda de Robert Mugabe. Se prodigó en el pronto éxito y la fama. El presidente norteamericano lo invitó a la Casa Blanca, le felicitó por su gran victoria sobre el régimen colonial de la minoría blanca y le deseó el mayor de los éxitos. Los jovenlandeses de todo el continente lo proclamaron como su héroe y desde luego él aprovechó la ocasión. Llegaron ministros europeos que lo alabaron por su victoria. Defendieron que el nuevo país no sería como otros estados fallidos jovenlandeses y que apoyarían por todas las vías el éxito futuro de Zimbabue para liderar y abastecer al resto de África. Aseguraron que "el granero de África" daría asistencia a las masas hambrientas de jovenlandeses. Durante doce años, el héroe africano cabalgó sobre la cresta de la ola. Zimbabue fue bendecida con la lluvia y la agricultura se disparó hasta alcanzar nuevas cotas. Todo prosperó y su moneda se mantuvo fuerte. Durante este periodo Mugabe reprimió despiadadamente a sus enemigos internos. Su ejército aplastó completamente la guerrilla del ZIPRA estacionada en Zambia. Los matebeles sabían que, tras derrocar a los blancos, habría una lucha bestial por ocupar el poder. Mantuvieron a sus fuerzas -que estaban fuertemente mecanizadas con tanques y artillería pesada- en Zambia. Cuando pensaron que había llegado el momento, lanzaron un ataque masivo y avanzaron desde las cataratas Victoria hasta Bulawayo. El servicio de Inteligencia de Mugabe era excelente y conocía estos planes de antemano. También disponía de los blancos que habían permanecido en las ahora llamadas Fuerzas Aéreas de Zimbabue (ZAF) preparados para la misión. A medida que esta gran fuerza terrestre se trasladaba rumbo al sur, fueron primero atacados por las ZAF y barridos en gran medida. Entonces irrumpieron las fuerzas de Mugabe y aniquilaron a los supervivientes. Mugabe empleó a tropas de combate de Corea del Norte y, en combinación con sus propios soldados, entrenados por los norcoreanos, se desplegaron para llevar a cabo un genocidio en Matabelelandia. Asesinaron a multitud de civiles y destruyeron hasta el último resquicio de resistencia del ZIPRA aún operativo. Hasta el día de hoy, Mugabe nunca ha permitido que los matabele olviden su oposición a él y un gran número de sus fuerzas aún controlan la capital matabele, Bulawayo. Con la ayuda de la temida Organización Central de Inteligencia muchos matabeles han sido asesinados o hechos desaparecer. El pavor se ha instalado entre la población y ninguna forma de oposición es tolerada.

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Desde aproximadamente 1992, el maravilloso periodo de luna de miel estaba llegando a su fin. La oposición comenzó a emerger y de repente ahora los golpes se dirigían contra los que antes eran leales miembros de su tribu. Fue despiadado con ellos y para asegurar que los votos permanecían en su partido comenzó a confiscar granjas pertenecientes a los blancos y trasladó a "campesinos" para ocupar dichas tierras. En muchos casos, sin embargo, entregaba estas granjas a líderes leales de su partido. La mayoría de las veces los nuevos propietarios no tenían los conocimientos o el capital para dirigir las granjas productivamente. En consecuencia, muchos se asientan hoy como usurpadores en esas granjas llevadas al abandono. El resultado es que Zimbaue, el que fue en su día "granero de África", no puede ni alimentarse a sí misma y ahora está hambrienta, viviendo de la caridad de organizaciones de beneficiencia internacionales. La minería también se ha deteriorado hasta el extremo en el que ya apenas se exporta nada debido a la incapacidad de la gente para mantener la productividad. Cada rama del sector público ha colapsado, una vez más producto de la ineptitud de la gente. El sistema bancario es un desbarajuste y desde hace más de tres años pocas o ninguna divisa extranjera está a disposición del pueblo zimbauense o de las grandes compañías que aún operan allí. Las pensiones que se les garantizaron a los rhodesianos que viven en el exterior ya no son pagadas. Esto ha generado privaciones increíbles a los jubilados rhodesianos que viven fuera de Zimbabue. Ésta en su día robusta economía, en la que el valor del dólar rhodesiano llegó a estar por encima del rand sudafricano y el dólar estadounidense, puede ahora devaluarse más del 100% mensualmente. Ahora un dólar americano se traduce al cambio en el mercado neցro (que es aceptado por todas las instituciones de Zimbabue) en nueve millones de dólares zimbauenses y esta moneda continúa hoy cayendo, incluso mientras escribo este documento (1 de octubre de 2006). Es tan endemoniada la inercia de la moneda zimbauense que recientemente han tenido que retirar tres ceros de los billetes oficiales para que la gente pueda transportar los fajos. La infraestructura a lo largo del país se derrumba a un ritmo que da miedo. ¡La democracia es una mofa! Desde que comenzaron las votaciones, las urnas en las zonas donde existe una amenaza para el gobierno terrorista son sencillamente remplazadas. Incluso en la granja de primo han aparecido urnas desprecintadas. Según testigos presenciales, muchas han sido recuperadas también en la bahía de Kariba.

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Cuando Zimbabue surgió, las fuerzas terroristas se suponía que debían informar a los británicos sobre las asambleas de votación monitoreadas de manera que no pudiesen intimidar a la población rural local. Lo que realmente ocurrió fue que armaron pobremente a muchos lugareños, sobre todo muchachos de edades comprendidas entre los 14 y los 19 años llamados majubas y los presentaron ante las asambleas como "luchadores por la libertad", mientras que las guerrillas continuaban intimidantes en la selva para asegurar que las elecciones no descarrilaran. Los británicos enviados a los puntos de asamblea, "bobbies" incluidos, miraban para otro lado o en muchos casos, estamos seguros, no tenían ni idea de lo que pasaba. Y uno debe saber que la intimidación en África implica que, si no votas lo que yo digo, simplemente mueres. Esto no significa que no hubiesen ganado las elecciones, pero está claro que se aseguraron de que así sería. Uno debe recordar también que Rhodesia tenía un número considerable de regimientos jovenlandeses luchando en la guerra del lado del gobierno que no transigían con la campaña de los terroristas. Puede que no fuesen la mayoría, pero había un número significativo de jovenlandeses opuestos a Mugabe y lo que representaba; especialmente aquellos que habían sufrido por su culpa. Justo antes de que los terroristas del ZANLA regresaran a casa, su líder, Josiah Tongogara -el hombre que se habría presentado a las elecciones- fue asesinado por fuerzas leales a Mugabe quien, sorprendentemente, no era tan conocido en aquel momento por las masas. Tongogara era su líder más reconocido. En los últimos catorce años han continuado las intimidaciones y la sustitución de urnas para darle a Mugabe victorias arrolladoras. Zimbabue no se diferencia en nada del resto de África, donde la palabra "democracia" realmente significa "un hombre, un voto, como mínimo una vez". El juego de poder africano sigue su curso de raíces tribales: el más fuerte y despiadado es quien manda. Esta es la manera del sur muy sur de ganarse el respeto. ¡Es la ley de la jungla! Está impresa en su sistema de creencias y es totalmente contraria a los principios democráticos más elementales.

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Mugabe junto a Tongogara

Todo se ha transformado en algo exageradamente parsimonioso y degradado. Pueblos y edificios fenecen por falta de mantenimiento, a la espera de ser reparados y pintados. Ya nada está limpio y el abandono de los jardines y áreas públicas hace que la hierba alcance el metro de altura, sin ningún atisbo de orden. Hay poco o ningún combustible al alcance del público y las gasolineras permanecen desiertas. Los alimentos son extremadamente caros para la población local y hay carencia de suministro, incluso en los pueblos. Hoy Zimbabue es un país moribundo y sin esperanza.

The Good Old Days Rhodesia (Zimbabwe) - YouTube

Ian Smith y muchos otros políticos creíbles y experimentados, así como analistas de aquel tiempo, advirtieron a británicos, norteamericanos y europeos que esto era exactamente lo que le ocurriría a Rhodesia si insistían en el gobierno de mayoría negra; y efectivamente así ha sido. Sin embargo, ellos creían saber más y su ignorancia y falta de entendimiento es ahora completamente evidente. Aún hoy nos definen como "régimen colonial de la minoría blanca" que privó a esta gente de sus derechos democráticos; y suena maravilloso, inteligente y acertado. Valdría cuando tienes un pueblo con una base equiparable y les niegas tales privilegios. Pero la realidad de los hechos es que ellos provienen de una cultura y civilización muy elementales y de ninguna manera son siquiera remotamente capaces de gestionar de manera constructiva un país de manera aceptable. A esto le tienes que añadir el tribalismo que no comprenden en Occidente y la gran falta de los mínimos flecos de una educación básica para el 95% del país aún a fecha de hoy. El paisaje descrito conduce a la burda manipulación por parte de los más astutos y despiadados, ofreciendo la fantástica idea de democracia a un mundo de ignorancia. Y para exacerbar aún más estas verdades, la ideología comunista de los terroristas en el gobierno es la mejor receta para el desastre que uno pueda imaginar.

Cualquier viaje por la Zimbabue de hoy confirmará todo esto sin lugar a dudas. Un país próspero y estable hoy yace en ruinas. Hasta el extremo que, sin importar cuánto dinero se inyecte en su economía, ese país necesitará entre cincuenta y setenta años para recuperarse; si es siquiera capaz de recuperarse alguna vez. Reconstruir no es sólo levantar edificios y nuevas infraestructuras, ya que todo esto a buen seguro volvería a decrepitarse al poco tiempo. Es necesario educar a la gente, elevando su nivel de competencias y desarrollando los conocimientos en administración. Probablemente el mayor desafío esté en la erradicación del tribalismo, presente desde el principio de los tiempos, hondamente arraigado en un código de valores realmente perverso y en un sistema cultural que están en el poder y gobernando. Si sólo esto pudiese conseguirse, entonces tal vez Zimbabue y toda África tendrían alguna oportunidad de progreso y estabilidad. Pero, como ya he señalado antes, tendrían que pasar un mínimo de cincuenta o setenta años para conseguirlo. La mayor parte de la generación actual tendría que pasar el testigo. La pregunta a hacerse entonces sería: ¿Qué hacemos con la buena gobernanza hasta entonces? Mi creencia personal es que los poderes coloniales que una vez gobernaron tendrían que regresar para compartir la responsabilidad de la dirección y apoyar a dichas naciones de una manera holística. Los incompetentes de ahora jamás serán capaces de hacer esto, y esa es la razón por la que África nunca progresa, sólo se deteriora en todos los aspectos.

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John Vorster y Henry Kissinger

En 1986 me encontraba haciendo una consultoría para una empresa en Sudáfrica. El director y propietario del negocio se dió cuenta de que yo era rhodesiano y me preguntó por lo ocurrido en mi país. Le hablé de la triste historia que he relatado en este documento. Antes de poder terminar mi discurso, él me interrumpió: "Todo lo que me ha dicho es cierto". Entonces le dije: "¿Cómo lo sabe? Podría haberle hecho un relato muy parcial". A lo que él me contestó: "No, es todo verdad. ¿Pero cree que esto es lo peor haya pasado?". Por supuesto que lo pensaba. Entonces él afirmó: "Hay una parte de la historia peor aún". Fue a su caja fuerte y extrajo un grueso libro de tapas negras parecido a un diario. Lo hojeó y me mostró eventos datados dos años antes de la Propuesta Kissinger. Se trataba de dos reuniones mantenidas en Europa entre Kissinger y Vorster. Procedió a relatarme la conspiración para acabar con Rhodesia. Le pregunté por qué Sudáfrica habría estado de acuerdo con esto. Volvió a hojear el libro para mostrarme otras anotaciones al respecto: "Verá, existía un trato a través del cual si Sudáfrica colaboraba se le concedería más tiempo antes de implantar también aquí el gobierno de mayorías. Si no lo hacían, los americanos amenazaban con consecuencias muy severas para Sudáfrica". Pero la revelación más devastadora estaba aún por llegar. Según aparecía escrito en su libro, antes incluso de la Propuesta Kissinger de 1976, el cambio de gobierno para Sudáfrica ya estaba planificado para 1993. Me preguntó si había visto antes un plan tan maquiavélico. Estaba conmocionado porque algo así pudiera ser orquestado y manipulado con tanta antelación, y que esas personas pudieran tener el poder para hacer algo tan diabólico. Entonces tuve que hacer la pregunta más obvia: "¿Dónde demonios ha obtenido usted esta información?". ¡Me dijo que él había ocupado uno de los cargos más altos en el servicio de Inteligencia del Sudáfrica! Posteriormente Sudáfrica también sucumbió al gobierno de mayoría negra en mayo de 1994. ¡Seis meses después de lo que ya habían determinado a finales de los 70!

Fuente: Rhodesia: The Great Betrayal - The Casual Observer
 
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