Orwell, el antifascista que vino a España para luchar contra el fascismo. Lo que vivió en España lo llevo a cambiar de opinion

Príncipe Saiyan

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«Habían pintado la hoz y el martillo y las iniciales de los partidos revolucionarios en todas las paredes; habían saqueado las iglesias», escribe George Orwell

Con su viaje a la guerra de España, Orwell continuaba implicándose para hacer realidad sus convicciones socialistas.

Lo enviaron al frente de Aragón, tranquilo en aquellos días. Cuando volvió a Barcelona de permiso, encontró otra ciudad: la diferencia de clases había regresado. Barcelona seguía «desportillada por la guerra. Pero sin ningún indicio de predominio obrero […]. Los oficiales del nuevo Ejército Popular […] aparecían en enjambres. Todos tenían pistolas automáticas; nosotros, en el frente, no podíamos conseguirlas ni por todo el oro del mundo», escribe.

cuando sale a la calle se topa con una atmósfera oprimente y aterradora: «Era como si alguna gigantesca inteligencia malvada estuviese flotando por encima de la ciudad», escribe.

los comunistas acusan a sus simpatizantes de trotskistas y «espías del fascismo» y los persiguen con saña. Su amigo Bob Smillie muere en la guandoca; a George Kopp, un magnífico soldado con un corazón de oro, lo encarcelan y desaparece en una de las temibles checas. Orwell está en peligro.
Durante el día, junto con Eileen –su mujer, que ha viajado a Barcelona–, finge ser un turista inglés. La pareja se mueve por barrios residenciales para no levantar sospechas. Por la noche, ella regresa al hotel Continental mientras él duerme al raso en descampados. Lo buscan. Lo acusan de fascista, igual que a sus amigos.
Los Orwell logran subir a un tren para huir a Francia. Tienen la enorme fortuna de que, cuando los guardias revisan el convoy, ellos están en el vagón restaurante y «dieron por sentado que éramos gente respetable», escribe Orwell.


Indignado con las mentiras de la prensa

La decepción se multiplica cuando en Inglaterra comprueba que también allí la prensa manipula la verdad. «Vi soldados que habían luchado valientemente ser denunciados por cobardes y traidores, y a otros que nunca habían visto pegar un tiro ser ensalzados como los héroes de victorias imaginarias», redacta. Se desgañita intentando proteger la verdad, pero no lo escuchan: «Vi a ávidos intelectuales construyendo superestructuras emocionales sobre eventos que nunca habían tenido lugar».

Pero no calló. «La indignación era su bien más preciado», dijo de él Thomas Pynchon. Al regresar de España, escribe Rebelión en la granja, una fábula que retrata los abusos del estalinismo, pero su editor se niega a publicarlo. El manuscrito lo rechaza también T. S. Eliot, lector en Faber & Faber: no ve adecuado «criticar la situación política», dice.
 
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El orgüel ese tenía pinta de ser buena persona
 
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