Noticia: Nacho Escolar pone el ejemplo de 6 mujeres que pese a los avances sufren el asfixiante machismo a diario. Queda mucho por hacer.

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“¿Pero qué más queréis?” Seis historias para hablar del machismo que queda a pesar de los avances





Foco

Igualdad

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‎ Ilustración de Patricia Bolinches

Ana Requena Aguilar / Marta Borraz

7 de marzo de 2024 22:20h Actualizado el 08/03/2024 05:30h
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La carrera laboral de Silvia se torció con su primer hijo: su empresa le puso dificultades desde que comunicó su embarazo, unas dificultades que tomaron la forma de discriminación. Beatriz fue víctima de un abuso sensual en la calle y a plena luz del día, cuando un hombre le tocó el pecho sin su consentimiento. A Julia S. la expulsaron del hospital público que llevaba su embarazo cuando las cosas se complicaron y tuvo que abortar. Sintió que hacía algo prohibido, casi clandestino. Montse, mujer bisexual de 53 años, lleva toda su vida escuchando que la bisexualidad es vicio y promiscuidad. María Ángeles se convirtió en la oveja negra de su pueblo cuando se atrevió a denunciar una tradición machista.

No te dejes engañar: si no ves la brecha salarial a los 25 te la encontrarás a los 40 (salvo que hagamos algo para evitarlo)
No te dejes engañar: si no ves la brecha salarial a los 25 te la encontrarás a los 40 (salvo que hagamos algo para evitarlo)

Ellas, como todas, han escuchado algunas de esas frases manidas que de vez en cuando se utilizan para desacreditar el feminismo: “¿pero qué más queréis?” o “¿de qué os quejáis” o “lo habéis llevado todo demasiado lejos” o “estáis exagerando”. Sus vidas son solo una muestra de cómo el machismo sigue atravesando la sociedad, generando desigualdad, discriminación y violencia. Y de cómo el feminismo sigue siendo necesario para cambiarlo todo.

Ana tiene 48 años y ha pasado más de la mitad de su vida trabajando como conservera en la industria cántabra. Durante ocho horas al día introduce anchoa, bonito, lo que toque, en pequeños envases o latas. “Es un trabajo muy mecánico, son movimientos repetitivos constantes”, explica. Las tendinitis, el síndrome del túnel carpiano o los trastornos musculoesqueléticos están a la orden del día en un sector fuertemente feminizado. Pero si tiene que hacer una queja, Ana lo tiene claro: “Tenemos un convenio con dos categorías: los hombres que son carretilleros o mecánicos están en una, pero para contratarnos a nosotras se utiliza otra, y ellos cobran más por hora”. Un oficial de primera del grupo laboral en el que entran las conserveras cobra menos por hora que un auxiliar del grupo que se utiliza para encuadrar a las profesiones más masculinizadas. Entre categorías iguales, la diferencia salarial al año puede ser de cerca de 1.500 euros.

Tenemos un convenio con dos categorías, los hombres que son carretilleros o mecánicos están en una, para contratarnos a nosotras se utiliza otra, y ellos cobran más por hora

Ana — Conservera

La socióloga de la Universidad de València Empar Pablo explica que la segregación ocupacional “es uno de los factores explicativos más importantes de la brecha salarial”. Esta segregación implica que el mercado laboral reproduce la división tradicional de tareas: algunas actividades y trabajos se han considerado más masculinos y otros más femeninos, un reparto muy ligado a los roles de género. Ana lo explica así: “Se supone que a las mujeres se nos daba mejor el trabajo manual por tener manos pequeñas”. Por otro lado, las ocupaciones más feminizadas tienden a tener peores condiciones laborales y salarios. “El trabajo de las mujeres lo tienen visto como si fuera un extra para lo que gana el marido. Eso viene de antes, de cuando ellos eran marineros y ellas iban a la fábrica a hacer el bonito o el bocarte como un suplemento. No se valora realmente el trabajo que hacemos”, apunta Ana. Una de las consecuencias: ellas, con salarios menores, son las que piden adaptaciones de jornada, reducciones y excedencias.
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Silvia empezó a tener problemas en el trabajo en cuanto comunicó su embarazo.
Para entender las discriminaciones de género en el mercado laboral hoy hay que echar la vista atrás. “La participación de las mujeres en el empleo remunerado ha ido de la mano con un cambio de su uso de los tiempos”, señala la economista Libertad González. En las últimas décadas, las mujeres han aumentado mucho su dedicación al trabajo remunerado fuera de casa, han disminuido el tiempo destinado a tareas del hogar (en parte por avances técnicos y por la externalización, fundamentalmente a otras mujeres, sobre todo, migrantes) y han seguido empleando el mismo tiempo para los cuidados.

“Si miramos el uso del tiempo de los hombres durante este mismo periodo casi no ha habido cambios. Dedican casi el mismo tiempo a trabajar fuera, un poco más a trabajar dentro del hogar, y a los cuidados siguen dedicando muy poco. Estos cambios tan grandes en la vida de las mujeres no han ido acompañados de cambios significativos en la vida de los hombres”, diagnostica González. Al mismo tiempo, las empresas siguen primando la total disponibilidad. “Los trabajos bien situados y remunerados no permiten la conciliación”, señala la economista. La mezcla de esas realidades supone un tope, un obstáculo que reproduce desigualdades en el empleo, en el uso del tiempo, en los ingresos, en las posibilidades de autonomía económica, en las pensiones.

Pedí reducción de jornada porque no me dejaron adaptar los horarios. Yo quería entrar a las ocho y no me lo permitieron a pesar de que tenía otros compañeros que lo hacían

Silvia Elvira

Silvia Elvira, de 42 años, vecina de Móstoles, en Madrid, comprobó en primera persona la dureza de un mercado laboral que todavía vive de espaldas a los cuidados. Contable en una empresa, comunicó pronto su primer embarazo, “porque ya veía cosas”. “Me dijeron que cómo había podido pasar esto, que pensaban que yo tenía dedicación a la empresa y que cómo lo íbamos a hacer, que qué había pensado. Les dije que yo solo estaba pensando en que mis análisis salieran bien”, cuenta. Durante su embarazo siguió trabajando a destajo, a veces hasta 13 horas diarias, hasta que su médica le dio la baja mientras en su empresa escuchaba que estar embarazada “no era estar enferma”.

Al incorporarse, no hubo otra que coger una reducción de jornada que pidió con antelación pero que no le concedieron hasta dos meses después de volver a su puesto de trabajo. “La pedí porque no me dejaron adaptar los horarios. Yo quería entrar a las ocho y no me lo permitieron a pesar de que tenía otros compañeros que sí lo hacían. Acababa trabajando aún más horas y pedí aún más reducción de jornada y de sueldo para poder organizarme”, recuerda. Con su segundo embarazo y reincorporación, la hostilidad empeoró. Cuando reclamó sus más de 300 horas extra, la metieron a un despacho: “Me dijeron que era una desagradecida, que siempre que me habían llamado del cole diciéndome que mis hijos estaban enfermos me habían dejado ir a por ellos”.

De media, las mujeres destinan casi tres horas diarias a labores como limpiar, cocinar o hacer la compra. Ellos, dos horas al día. La brecha es aún mayor si hablamos del cuidado de los hijos durante los días laborables: las mujeres dedican 6,7 horas diarias a sus hijos, mientras que los hombres 3,7, según datos del CIS. Un estudio de la asociación Yo No Renuncio de Malasmadres mostraba que el 40% de las madres se sentían agotadas casi todos los días por la carga mental de las tareas domésticas y familiares, y el 34% todos los días. El 77% de las reducciones de jornada para cuidar en esa época en el 2020 de la que yo le hablo fueron asumidas por mujeres. Y cerca del 70% de las personas que trabajan a tiempo parcial en España son mujeres. Los motivos principales: no encontrar un empleo a tiempo completo y tener que dedicarse a los cuidados.

Ansiedad y depresión mediante, Silvia tuvo que darse de baja y demandó a su empresa por las horas extra sin compensar, también por discriminación y acoso laboral. En el primer juicio, que se demoró años, llegaron a un acuerdo de indemnización. “Necesitaba acabar con eso y seguir mi vida, pero me hubiera gustado tener mi sentencia”, reconoce. La economista Libertad González afirma que pedir reducciones de jornada suele ser una condena, “renunciar a proyección laboral, a promoción, a más salario”. Y menciona el trabajo de la última Nobel de Economía, Claudia Goldin, experta en brechas de género, que señala que o el mercado laboral permite más flexibilidad o las cosas no terminarán por cambiar.
 
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Ya para que seguir leyendo:



¿Qué? ¿Quizás pq los carretilleros pertenecen a otro convenio? Da igual, entre que la tal Ana ni se entera de a qué convenio está suscrito.... ¡¡¡como para pedirla que entienda que el carretillero no tiene nada que ver con las funciones que ella realiza.

Pero da igual, lo importante es que Nachete escriba su articulo de hez. Como siempre.

¿Pá que leer más? La misma mie... de siempre.
Eso es completamente falso , trabajo dirigiendo equipos en logística y un carretillero puede ser hombre o mujer , no hay distinción de salarios en el convenio, de hecho, eso estaría prohibido

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