Esto prueba una vez mas que los fiel a la religión del amores heredaran España muy pronto. Para resumirte todo este tocho que de seguro a algunos les da verguenza leer, dejame decirte que tu como español, tienes mas sangra fiel a la religión del amora neցroide que de cualquier otra. Asi que bajemonos de esa nube de pureza blanca.
"¿Hay jovenlandeses en la costa?", decimos todavía hoy para significar la presencia de alguien no particularmente grato. ¿Saben por qué? Agárrense bien, lean este artículo y lo sabrán.
Así fue en los siglos XVI y XVII
¡Quién lo había de decir! La trata de esclavos, esa infamia que, según fiel a la religión del amores, jovenlandeses y europeos etnomasoquistas, constituye la mayor lacra de Europa, ahora resulta que fue ampliamente superada, al menos en los siglos XVI y XVII, por la cometida contra los nuestros por parte del islam. Es cierto, es cierto: el “tú más” no justifica nada. La trata de esclavos neցros fue una indignidad tan aborrecible como injustificable. Pero hay una pequeña diferencia: nosotros la reconocemos y deploramos (hoy en día hasta exagerando los zurriagazos). Ellos, en cambio —el mundo de la religión del amor—, no reconoce ni deplora nada. Hay otra diferencia además: cuando nos querían arrebatar a los nuestros, los europeos combatimos todo lo que pudimos al enemigo (y así se produjo la victoria de Lepanto, y así tuvo lugar la expulsión de los moriscos, que colaboraban en las razias). Y cuando capturaban a los blancos, los padres terciarios y mercedarios intentaban rescatarlos. Nada de todo ello existió nunca en África.
Pero pasemos a ver lo que nos cuenta el profesor norteamericano Robert C. Davis.
Los historiadores estadounidenses han estudiado todos los aspectos de la esclavización de los jovenlandeses por parte de los blancos, pero han ignorado en gran medida la esclavitud de los blancos por parte de los jovenlandeses del Norte. Christian Slaves, Muslim Masters [Esclavos cristianos, amos fiel a la religión del amores][1] es un libro cuidadosamente documentado y escrito con claridad sobre lo que el profesor Davis denomina "la otra esclavitud", que floreció durante aproximadamente la misma época que el tráfico tras*atlántico de esclavos y que devastó a cientos de comunidades costeras europeas. En la mente de los blancos de hoy, la esclavitud no juega en absoluto el papel central que tiene entre los neցros. Y, sin embargo, no se trató ni de un problema de corta duración ni de algo carente de importancia. La historia de la esclavitud en el Mediterráneo es, de hecho, tan siniestra como las descripciones más tendenciosas de la esclavitud americana.
Un comercio al por mayor
La costa de Berbería, que se extiende desde jovenlandia hasta la actual Libia, fue el hogar de una próspera industria del secuestro de seres humanos desde 1500 hasta aproximadamente 1800. Las principales capitales esclavistas eran Salé (en jovenlandia), Túnez, Argel y Trípoli, habiendo sido las armadas europeas demasiado débiles durante la mayor parte de este período para efectuar algo más que una resistencia meramente simbólica.
El tráfico trasatlántico de neցros era estrictamente comercial, pero para los árabes los recuerdos de las Cruzadas y la rabia por haber sido expulsados de España en 1492 parecen haber motivado una campaña de secuestro de cristianos que casi parecía una yihad.
"Fue quizás este aguijón de la venganza, frente a los amables regateos en la plaza del mercado, lo que hizo que los traficantes islámicos de esclavos fueran mucho más agresivos y en un principio mucho más prósperos (por así decirlo) que sus homólogos cristianos", escribe el profesor Davis.
Durante los siglos XVI y XVII fueron más numerosos los esclavos conducidos al sur a través del Mediterráneo que al oeste a través del Atlántico. Algunos fueron devueltos a sus familias contra pago de un rescate, otros fueron utilizados para realizar trabajos forzados en África del Norte, y los menos afortunados murieron trabajando como esclavos en las galeras.
Lo que más llama la atención de las razias esclavistas contra las poblaciones europeas es su escala y alcance. Los piratas secuestraron a la mayoría de sus esclavos interceptando barcos, pero también organizaron grandes asaltos anfibios que prácticamente dejaron despobladas partes enteras de la costa italiana. Italia fue el país que más sufrió, en parte debido a que Sicilia está a sólo 200 km de Túnez, pero también porque no tenía un gobierno central fuerte que pudiese resistir a la oleada turística.
Las grandes razias a menudo no encontraron resistencia
Cuando los piratas saquearon, por ejemplo, Vieste en el sur de Italia en 1554, se hicieron con el alucinante número de 6.000 presos. Los argelinos secuestraron 7.000 esclavos en la bahía de Nápoles en 1544, una incursión que hizo caer tanto el precio de los esclavos que se decía poder "intercambiar a un cristiano por una cebolla".
España también sufrió ataques a gran escala. Después de una razia en Granada en 1556 que se llevó a 4.000 hombres, mujeres y niños, se decía que "llovían cristianos en Argel". Y por cada gran razia de este tipo, había docenas más pequeñas.
La aparición de una gran flota podía hacer huir a toda la población al interior, vaciando las zonas costeras.
En 1566, un grupo de 6.000 turcos y corsarios cruzó el Adriático para desembarcar en Francavilla al Mare. Las autoridades no podían hacer nada, y recomendaron la evacuación completa, dejando a los turcos el control de más de 1.300 kilómetros cuadrados de pueblos abandonados hasta Serracapriola.
Cuando aparecían los piratas, la gente a menudo huía de la costa hacia la ciudad más cercana, pero el profesor Davis explica que hacer tal cosa no siempre fue una buena estrategia: "Más de una ciudad de tamaño medio, llena de refugiados, fue incapaz de resistir un ataque frontal de cientos de asaltantes. El capitán de los piratas, que de lo contrario tendría que buscar unas pocas docenas de esclavos a lo largo de las playas y en las colinas, ahora podía encontrar mil o más cautivos convenientemente reunidos en un mismo lugar a los que tomar."
Los piratas volvían una y otra vez para saquear el mismo territorio. Además de un número mucho mayor de pequeñas incursiones, la costa de Calabria sufrió las siguientes depredaciones graves en menos de diez años: 700 personas capturadas en una sola razia en 1636, 1.000 en 1639 y 4.000 en 1644.
Durante los siglos XVI y XVII, los piratas establecieron bases semipermanentes en las islas de Isquia y Procida, cerca de la desembocadura de la Bahía de Nápoles, elegida por su tráfico comercial.
Al desembarcar, los piratas fiel a la religión del amores no dejaban de profanar las iglesias. A menudo robaban las campanas, no sólo porque el metal fuese valioso, sino también para silenciar la voz distintiva del cristianismo.
En las pequeñas y más frecuentes incursiones, un pequeño número de barcos operaba furtivamente y se dejaba caer con sigilo sobre los asentamientos costeros en mitad de la noche, con el fin de atrapar a las gentes "mansas y todavía desnudas en la cama". Esta práctica dio origen al dicho siciliano "pigliato dai turchi" ("tomado por los turcos"), y se emplea cuando se coge a alguien por sorpresa o por estar dormido o distraído.
Las mujeres eran más fáciles de atrapar que los hombres, y las zonas costeras podían perder rápidamente todas las mujeres en edad de tener hijos. Los pescadores tenían miedo de salir, y no se hacían a la mar más que en convoyes. Finalmente, los italianos abandonaron gran parte de sus costas. Como explica el profesor Davis, a finales del siglo XVII, "la península italiana fue saqueada por corsarios berberiscos durante dos siglos o más, y las poblaciones costeras se retiraron en gran medida a pueblos fortificados en las colinas, o a ciudades más grandes como Rimini, abandonando kilómetros de costa, ahora pobladas de vagabundos y filibusteros".
No fue hasta alrededor de 1700 cuando los italianos estuvieron en condiciones de prevenir las razias, aunque la piratería en los mares pudo continuar sin obstáculos.
La piratería llevó a España y sobre todo a Italia a alejarse del mar y a perder con efectos devastadores sus tradiciones de comercio y navegación: "Por lo menos para España e Italia, el siglo XVII representó un período oscuro en el que las sociedades española e italiana fueron meras sombras de lo que habían sido durante las anteriores épocas doradas".
Algunos piratas árabes eran avezados navegantes de alta mar, y aterrorizaban a los cristianos hasta una distancia de 1.600 kilometros. Una espectacular razia en Islandia en 1627 dejó cerca de 400 prisioneros.
Existe la creencia de que Inglaterra era una potencia naval formidable desde la época de Francis Drake, pero a lo largo del siglo XVII los piratas árabes operaron libremente en aguas británicas, penetrando incluso en el estuario del Támesis para capturar y asolar las ciudades costeras. En sólo tres años, desde 1606 hasta 1609, la armada británica reconoció haber perdido, por culpa de los corsarios argelinos, no menos de 466 buques mercantes británicos y escoceses. A mediados de la década de 1600, los británicos se dedicaron a un activo tráfico de neցros entre ambos lados del Atlántico, pero muchas de las tripulaciones británicas pasaron a ser propiedad de los piratas árabes.
La vida bajo el látigo
Los ataques terrestres podían ser muy exitosos, pero eran más arriesgados que los marítimos. Los navíos eran por lo tanto la principal fuente de esclavos blancos. A diferencia de sus víctimas, los buques piratas tenían dos modos de propulsión: además de las velas, los galeotes. Llevaban muchas banderas diferentes, por lo que cuando navegaban podían enarbolar el pabellón que tuviera más posibilidades de engañar a sus presas.
Un buen barco mercante de gran tamaño podía llevar unos 20 marinos en buen estado de salud, preparados para durar algunos años en galeras. Los pasajeros en cambio para servían obtener un rescate. Los nobles y ricos comerciantes se convirtieron en piezas atractivas, así como los alubio*s, que a menudo podían significar un suculento rescate pagado por sus correligionarios. Los dignatarios del clero también eran valiosos porque el Vaticano solía pagar cualquier precio para arrancarlos de las manos de los infieles.
Cuando llegaban los piratas, a menudo los pasajeros se quitaban sus buenos ropajes y trataban de vestirse tan mal como fuese posible, con la esperanza de que sus captores les restituyeran a sus familias a cambio de un modesto rescate. Este esfuerzo resultaba inútil si los piratas torturaban al capitán para sonsacarle información sobre los pasajeros. También era común hacer que los hombres se desnudaran, para buscar objetos de valor cosidos en la ropa, y ver si los circuncidados judíos no estaban disfrazados de cristianos.
Si los piratas iban cortos de esclavos en galeras, podían poner algunos de sus cautivos a trabajar de inmediato, pero a los presos los colocaban generalmente en la bodega para el viaje de regreso. Iban apiñados, apenas podían moverse entre la suciedad, el mal olor y los parásitos, y muchos morían antes de llegar a puerto.
A su llegada al norte de África, era tradición que los cristianos recientemente capturados desfilaran por las calles para que la gente pudiera hacer burla de ellos y los niños cubrirlos de sarama.
En el mercado de esclavos, los hombres estaban obligados a brincar para demostrar que no eran cojos, y los compradores a menudo querían desnudarlos para ver si estaban sanos, lo cual también permitía evaluar el valor sensual de hombres y mujeres; las concubinas blancas tenían un gran valor, y todas las capitales esclavistas poseían una floreciente red gays. Los compradores que esperaban hacer dinero rápido con un gran rescate examinaban los lóbulos de las orejas para encontrar marcas de perforación, lo cual era indicio de riqueza. También era habitual examinar los dientes de un cautivo para ver si podía sobrevivir a un régimen esclavista duro.
El pachá o soberano de la región recibía un cierto porcentaje de los esclavos como forma de impuesto sobre la renta. Estos eran casi siempre hombres, y se convertían en propiedad del gobierno en lugar de ser propiedad privada. A diferencia de los esclavos privados, que por lo general embarcaban con sus amos, aquéllos vivían en bagnos, que es como se llamaba a los almacenes de esclavos del pachá. Era común afeitar la cabeza y la barba de los esclavos públicos como humillación adicional, en un momento en que la cabeza y el vello facial eran una parte importante de la identidad masculina.
La mayoría de estos esclavos públicos pasaban el resto de sus vidas como esclavos en galeras. Resulta difícil imaginar una existencia más perversos. Los hombres eran encadenados tres, cuatro o cinco a cada remo, y sus tobillos quedaban encadenados también juntos. Los remeros nunca dejaban su bancada, y cuando se les permitía dormir, lo hacían en ella. Los esclavos podían empujarse para llegar a hacer sus necesidades en un agujero en el casco, pero a menudo estaban demasiado cansados o desanimados para moverse y descargaban ahí donde estaban sentados. No tenían ninguna protección contra el ardiente sol mediterráneo, y sus amos les despellejaban las espaldas con el instrumento favorito del negrero: el látigo. No había casi ninguna posibilidad de escape o rescate, el trabajo de un galeote era el de matarse a trabajar —sobre todo en las razias para capturar más perversoss como él—, siendo arrojados por la borda a la primera señal de enfermedad grave.
Cuando la flota pirata estaba en puerto, los galeotes vivían en el bagno y hacían todo el trabajo sucio, peligroso o agotador que el Pachá les ordenara hacer. Solían cortar y arrastrar piedras, dragar el puerto o encargarse de las labores más penosas. Los esclavos que se encontraban en la flota del sultán ruco ni siquiera tenían esa opción. A menudo estaban en el mar durante meses seguidos y permanecían encadenados a los remos incluso en el puerto. Sus barcos eran prisiones de por vida.
Otros esclavos en la costa bereber tenían un trabajo más variado. A menudo hacían el trabajo agrícola que asociamos a la esclavitud en Estados Unidos, pero los que tenían habilidades eran alquilados por sus dueños. Algunos de éstos simplemente aflojaban a sus esclavos durante la jornada con orden de regresar con una cierta cantidad de dinero por la noche, bajo la amenaza de ser golpeados brutalmente en caso de no hacerlo. Los dueños esperaban normalmente una ganancia de un 20% sobre el precio de compra. Hicieran lo que hiciesen, en Túnez y Trípoli los esclavos llevaban un anillo de hierro alrededor de un tobillo y arrastraban una pesada cadena de entre 11 y 14 kg.
Robert C. Davis, Christian Slaves, Muslim Masters: White Slavery in the Mediterranean, the Barbary Coast, and Italy, 1500-1800, Palgrave Macmillan, 2003, 246 pp
"¿Hay jovenlandeses en la costa?", decimos todavía hoy para significar la presencia de alguien no particularmente grato. ¿Saben por qué? Agárrense bien, lean este artículo y lo sabrán.
Así fue en los siglos XVI y XVII
¡Quién lo había de decir! La trata de esclavos, esa infamia que, según fiel a la religión del amores, jovenlandeses y europeos etnomasoquistas, constituye la mayor lacra de Europa, ahora resulta que fue ampliamente superada, al menos en los siglos XVI y XVII, por la cometida contra los nuestros por parte del islam. Es cierto, es cierto: el “tú más” no justifica nada. La trata de esclavos neցros fue una indignidad tan aborrecible como injustificable. Pero hay una pequeña diferencia: nosotros la reconocemos y deploramos (hoy en día hasta exagerando los zurriagazos). Ellos, en cambio —el mundo de la religión del amor—, no reconoce ni deplora nada. Hay otra diferencia además: cuando nos querían arrebatar a los nuestros, los europeos combatimos todo lo que pudimos al enemigo (y así se produjo la victoria de Lepanto, y así tuvo lugar la expulsión de los moriscos, que colaboraban en las razias). Y cuando capturaban a los blancos, los padres terciarios y mercedarios intentaban rescatarlos. Nada de todo ello existió nunca en África.
Pero pasemos a ver lo que nos cuenta el profesor norteamericano Robert C. Davis.
Los historiadores estadounidenses han estudiado todos los aspectos de la esclavización de los jovenlandeses por parte de los blancos, pero han ignorado en gran medida la esclavitud de los blancos por parte de los jovenlandeses del Norte. Christian Slaves, Muslim Masters [Esclavos cristianos, amos fiel a la religión del amores][1] es un libro cuidadosamente documentado y escrito con claridad sobre lo que el profesor Davis denomina "la otra esclavitud", que floreció durante aproximadamente la misma época que el tráfico tras*atlántico de esclavos y que devastó a cientos de comunidades costeras europeas. En la mente de los blancos de hoy, la esclavitud no juega en absoluto el papel central que tiene entre los neցros. Y, sin embargo, no se trató ni de un problema de corta duración ni de algo carente de importancia. La historia de la esclavitud en el Mediterráneo es, de hecho, tan siniestra como las descripciones más tendenciosas de la esclavitud americana.
Un comercio al por mayor
La costa de Berbería, que se extiende desde jovenlandia hasta la actual Libia, fue el hogar de una próspera industria del secuestro de seres humanos desde 1500 hasta aproximadamente 1800. Las principales capitales esclavistas eran Salé (en jovenlandia), Túnez, Argel y Trípoli, habiendo sido las armadas europeas demasiado débiles durante la mayor parte de este período para efectuar algo más que una resistencia meramente simbólica.
El tráfico trasatlántico de neցros era estrictamente comercial, pero para los árabes los recuerdos de las Cruzadas y la rabia por haber sido expulsados de España en 1492 parecen haber motivado una campaña de secuestro de cristianos que casi parecía una yihad.
"Fue quizás este aguijón de la venganza, frente a los amables regateos en la plaza del mercado, lo que hizo que los traficantes islámicos de esclavos fueran mucho más agresivos y en un principio mucho más prósperos (por así decirlo) que sus homólogos cristianos", escribe el profesor Davis.
Durante los siglos XVI y XVII fueron más numerosos los esclavos conducidos al sur a través del Mediterráneo que al oeste a través del Atlántico. Algunos fueron devueltos a sus familias contra pago de un rescate, otros fueron utilizados para realizar trabajos forzados en África del Norte, y los menos afortunados murieron trabajando como esclavos en las galeras.
Lo que más llama la atención de las razias esclavistas contra las poblaciones europeas es su escala y alcance. Los piratas secuestraron a la mayoría de sus esclavos interceptando barcos, pero también organizaron grandes asaltos anfibios que prácticamente dejaron despobladas partes enteras de la costa italiana. Italia fue el país que más sufrió, en parte debido a que Sicilia está a sólo 200 km de Túnez, pero también porque no tenía un gobierno central fuerte que pudiese resistir a la oleada turística.
Las grandes razias a menudo no encontraron resistencia
Cuando los piratas saquearon, por ejemplo, Vieste en el sur de Italia en 1554, se hicieron con el alucinante número de 6.000 presos. Los argelinos secuestraron 7.000 esclavos en la bahía de Nápoles en 1544, una incursión que hizo caer tanto el precio de los esclavos que se decía poder "intercambiar a un cristiano por una cebolla".
España también sufrió ataques a gran escala. Después de una razia en Granada en 1556 que se llevó a 4.000 hombres, mujeres y niños, se decía que "llovían cristianos en Argel". Y por cada gran razia de este tipo, había docenas más pequeñas.
La aparición de una gran flota podía hacer huir a toda la población al interior, vaciando las zonas costeras.
En 1566, un grupo de 6.000 turcos y corsarios cruzó el Adriático para desembarcar en Francavilla al Mare. Las autoridades no podían hacer nada, y recomendaron la evacuación completa, dejando a los turcos el control de más de 1.300 kilómetros cuadrados de pueblos abandonados hasta Serracapriola.
Cuando aparecían los piratas, la gente a menudo huía de la costa hacia la ciudad más cercana, pero el profesor Davis explica que hacer tal cosa no siempre fue una buena estrategia: "Más de una ciudad de tamaño medio, llena de refugiados, fue incapaz de resistir un ataque frontal de cientos de asaltantes. El capitán de los piratas, que de lo contrario tendría que buscar unas pocas docenas de esclavos a lo largo de las playas y en las colinas, ahora podía encontrar mil o más cautivos convenientemente reunidos en un mismo lugar a los que tomar."
Los piratas volvían una y otra vez para saquear el mismo territorio. Además de un número mucho mayor de pequeñas incursiones, la costa de Calabria sufrió las siguientes depredaciones graves en menos de diez años: 700 personas capturadas en una sola razia en 1636, 1.000 en 1639 y 4.000 en 1644.
Durante los siglos XVI y XVII, los piratas establecieron bases semipermanentes en las islas de Isquia y Procida, cerca de la desembocadura de la Bahía de Nápoles, elegida por su tráfico comercial.
Al desembarcar, los piratas fiel a la religión del amores no dejaban de profanar las iglesias. A menudo robaban las campanas, no sólo porque el metal fuese valioso, sino también para silenciar la voz distintiva del cristianismo.
En las pequeñas y más frecuentes incursiones, un pequeño número de barcos operaba furtivamente y se dejaba caer con sigilo sobre los asentamientos costeros en mitad de la noche, con el fin de atrapar a las gentes "mansas y todavía desnudas en la cama". Esta práctica dio origen al dicho siciliano "pigliato dai turchi" ("tomado por los turcos"), y se emplea cuando se coge a alguien por sorpresa o por estar dormido o distraído.
Las mujeres eran más fáciles de atrapar que los hombres, y las zonas costeras podían perder rápidamente todas las mujeres en edad de tener hijos. Los pescadores tenían miedo de salir, y no se hacían a la mar más que en convoyes. Finalmente, los italianos abandonaron gran parte de sus costas. Como explica el profesor Davis, a finales del siglo XVII, "la península italiana fue saqueada por corsarios berberiscos durante dos siglos o más, y las poblaciones costeras se retiraron en gran medida a pueblos fortificados en las colinas, o a ciudades más grandes como Rimini, abandonando kilómetros de costa, ahora pobladas de vagabundos y filibusteros".
No fue hasta alrededor de 1700 cuando los italianos estuvieron en condiciones de prevenir las razias, aunque la piratería en los mares pudo continuar sin obstáculos.
La piratería llevó a España y sobre todo a Italia a alejarse del mar y a perder con efectos devastadores sus tradiciones de comercio y navegación: "Por lo menos para España e Italia, el siglo XVII representó un período oscuro en el que las sociedades española e italiana fueron meras sombras de lo que habían sido durante las anteriores épocas doradas".
Algunos piratas árabes eran avezados navegantes de alta mar, y aterrorizaban a los cristianos hasta una distancia de 1.600 kilometros. Una espectacular razia en Islandia en 1627 dejó cerca de 400 prisioneros.
Existe la creencia de que Inglaterra era una potencia naval formidable desde la época de Francis Drake, pero a lo largo del siglo XVII los piratas árabes operaron libremente en aguas británicas, penetrando incluso en el estuario del Támesis para capturar y asolar las ciudades costeras. En sólo tres años, desde 1606 hasta 1609, la armada británica reconoció haber perdido, por culpa de los corsarios argelinos, no menos de 466 buques mercantes británicos y escoceses. A mediados de la década de 1600, los británicos se dedicaron a un activo tráfico de neցros entre ambos lados del Atlántico, pero muchas de las tripulaciones británicas pasaron a ser propiedad de los piratas árabes.
La vida bajo el látigo
Los ataques terrestres podían ser muy exitosos, pero eran más arriesgados que los marítimos. Los navíos eran por lo tanto la principal fuente de esclavos blancos. A diferencia de sus víctimas, los buques piratas tenían dos modos de propulsión: además de las velas, los galeotes. Llevaban muchas banderas diferentes, por lo que cuando navegaban podían enarbolar el pabellón que tuviera más posibilidades de engañar a sus presas.
Un buen barco mercante de gran tamaño podía llevar unos 20 marinos en buen estado de salud, preparados para durar algunos años en galeras. Los pasajeros en cambio para servían obtener un rescate. Los nobles y ricos comerciantes se convirtieron en piezas atractivas, así como los alubio*s, que a menudo podían significar un suculento rescate pagado por sus correligionarios. Los dignatarios del clero también eran valiosos porque el Vaticano solía pagar cualquier precio para arrancarlos de las manos de los infieles.
Cuando llegaban los piratas, a menudo los pasajeros se quitaban sus buenos ropajes y trataban de vestirse tan mal como fuese posible, con la esperanza de que sus captores les restituyeran a sus familias a cambio de un modesto rescate. Este esfuerzo resultaba inútil si los piratas torturaban al capitán para sonsacarle información sobre los pasajeros. También era común hacer que los hombres se desnudaran, para buscar objetos de valor cosidos en la ropa, y ver si los circuncidados judíos no estaban disfrazados de cristianos.
Si los piratas iban cortos de esclavos en galeras, podían poner algunos de sus cautivos a trabajar de inmediato, pero a los presos los colocaban generalmente en la bodega para el viaje de regreso. Iban apiñados, apenas podían moverse entre la suciedad, el mal olor y los parásitos, y muchos morían antes de llegar a puerto.
A su llegada al norte de África, era tradición que los cristianos recientemente capturados desfilaran por las calles para que la gente pudiera hacer burla de ellos y los niños cubrirlos de sarama.
En el mercado de esclavos, los hombres estaban obligados a brincar para demostrar que no eran cojos, y los compradores a menudo querían desnudarlos para ver si estaban sanos, lo cual también permitía evaluar el valor sensual de hombres y mujeres; las concubinas blancas tenían un gran valor, y todas las capitales esclavistas poseían una floreciente red gays. Los compradores que esperaban hacer dinero rápido con un gran rescate examinaban los lóbulos de las orejas para encontrar marcas de perforación, lo cual era indicio de riqueza. También era habitual examinar los dientes de un cautivo para ver si podía sobrevivir a un régimen esclavista duro.
El pachá o soberano de la región recibía un cierto porcentaje de los esclavos como forma de impuesto sobre la renta. Estos eran casi siempre hombres, y se convertían en propiedad del gobierno en lugar de ser propiedad privada. A diferencia de los esclavos privados, que por lo general embarcaban con sus amos, aquéllos vivían en bagnos, que es como se llamaba a los almacenes de esclavos del pachá. Era común afeitar la cabeza y la barba de los esclavos públicos como humillación adicional, en un momento en que la cabeza y el vello facial eran una parte importante de la identidad masculina.
La mayoría de estos esclavos públicos pasaban el resto de sus vidas como esclavos en galeras. Resulta difícil imaginar una existencia más perversos. Los hombres eran encadenados tres, cuatro o cinco a cada remo, y sus tobillos quedaban encadenados también juntos. Los remeros nunca dejaban su bancada, y cuando se les permitía dormir, lo hacían en ella. Los esclavos podían empujarse para llegar a hacer sus necesidades en un agujero en el casco, pero a menudo estaban demasiado cansados o desanimados para moverse y descargaban ahí donde estaban sentados. No tenían ninguna protección contra el ardiente sol mediterráneo, y sus amos les despellejaban las espaldas con el instrumento favorito del negrero: el látigo. No había casi ninguna posibilidad de escape o rescate, el trabajo de un galeote era el de matarse a trabajar —sobre todo en las razias para capturar más perversoss como él—, siendo arrojados por la borda a la primera señal de enfermedad grave.
Cuando la flota pirata estaba en puerto, los galeotes vivían en el bagno y hacían todo el trabajo sucio, peligroso o agotador que el Pachá les ordenara hacer. Solían cortar y arrastrar piedras, dragar el puerto o encargarse de las labores más penosas. Los esclavos que se encontraban en la flota del sultán ruco ni siquiera tenían esa opción. A menudo estaban en el mar durante meses seguidos y permanecían encadenados a los remos incluso en el puerto. Sus barcos eran prisiones de por vida.
Otros esclavos en la costa bereber tenían un trabajo más variado. A menudo hacían el trabajo agrícola que asociamos a la esclavitud en Estados Unidos, pero los que tenían habilidades eran alquilados por sus dueños. Algunos de éstos simplemente aflojaban a sus esclavos durante la jornada con orden de regresar con una cierta cantidad de dinero por la noche, bajo la amenaza de ser golpeados brutalmente en caso de no hacerlo. Los dueños esperaban normalmente una ganancia de un 20% sobre el precio de compra. Hicieran lo que hiciesen, en Túnez y Trípoli los esclavos llevaban un anillo de hierro alrededor de un tobillo y arrastraban una pesada cadena de entre 11 y 14 kg.
Robert C. Davis, Christian Slaves, Muslim Masters: White Slavery in the Mediterranean, the Barbary Coast, and Italy, 1500-1800, Palgrave Macmillan, 2003, 246 pp