Feminismo y antifeminismo: dos caras de una misma moneda

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Análisis de los métodos utilizados en la actualidad por el capitalismo transnacional

Feminismo y antifeminismo: dos caras de una misma moneda. El principio de la polaridad aplicado al capitalismo

Fuente: Conspiración Abierta

"El bien es mal, y el mal es bien: cortemos el aire y la niebla." (W. Shakespeare, Macbeth, Acto I, Escena I)

En las sociedades de masas capitalistas, la mejor forma de conseguir que la gente acepte unánimemente un orden social determinado, es presentando como disidentes unas ideas que, en el fondo, persigan los mismos objetivos que las ideas oficiales. Y si es posible activar un enconamiento de gran magnitud entre una y otra posición, mejor, pues la tensión creada contribuirá a anular la capacidad para hacer juicios racionales y activará la lógica maniquea: "Fíjate que malos son esos. Eso quiere decir que los otros son muy buenos". De esta forma se consigue polarizar a la población de tal modo que, apoyen lo que apoyen, acaben apoyando los mismo.

Un ejemplo de esta estrategia es lo que está pasando en nuestros días con todo el tema de la radicalización del movimiento feminista y la reciente aparición de una disidencia antifeminista perfectamente organizada.

Por un lado, es un hecho innegable que la mayor parte de las organizaciones feministas más representativas de nuestros días están financiadas con cantidades multimillonarias por grandes fundaciones neoliberales estadounidenses como la Open Society, la Fundación Ford o la Fundación Rockefeller [1], y que el ideario feminista es hoy aceptado y asumido de principio a fin por todos los Estados capitalistas aliados de los Estados Unidos. Es decir, el credo feminista es parte esencial del ideario del capitalismo transnacional liderado por Estados Unidos. Lo que resulta curioso es que las personas que más se están significando públicamente en la crítica del feminismo sean también neoliberales ortodoxos y anticomunistas militantes, muchos de ellos con probados vínculos con el Departamento de Defensa de los Estados Unidos, como es el caso de Agustín Laje y Nicolás Márquez [2], formados ambos en el Centro de Estudios Hemisféricos de Defensa (o CHDS por sus siglas en inglés, estrechamente vinculado a la antigua Escuela de las Américas), donde se especializaron en técnicas de contrainsurgencia. Las teorías de Laje y Márquez cuentan también con el apoyo de instituciones como el Interamerican Institute for Democracy, presidido por el también neoliberal y anticomunista Carlos Alberto Montaner, gran defensor y propagandista de la política exterior de los Estados Unidos, méritos que reconoció en el año 2012 la publicación norteamericana globalista de Samuel Hutington, Foreign Policy, al designarle como uno de los 50 intelectuales iberoamericanos más influyentes en el mundo.

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En artículos anteriores he explicado cómo las reivindicaciones feministas, al presionar al conjunto de las mujeres para que se integren todo lo posible en todas las estructuras del sistema capitalista, son muy útiles para conseguir el fortalecimiento y el desarrollo de dicho sistema: desmovilización de las luchas obreras al activar una absurda guerra entre sexos (y a veces entre tendencias sensuales), naturalización de la explotación capitalista al presentarla como algo socialmente deseable, aumento de la competitividad entre los trabajadores gracias a la incorporación masiva y semiforzada de las mujeres al trabajo asalariado mediante su coacción psicológica ("aquella que no luche por un puesto de trabajo en una empresa capitalista es una traidora a la causa del feminismo") y, lo más importante de todo, intervencionismo en la política y la economía de los Estados nacionales por parte de entidades supraestatales financiadas por multinacionales capitalistas con la excusa de la defensa de los derechos de las mujeres.

Del feminismo y de los grandes beneficios que éste aporta al capitalismo ya he hablado mucho en anteriores artículos, por lo que hoy toca hablar de los antifeministas y de todo lo que verdaderamente se esconde detrás de su argumentario, pues, desde mi punto de vista, son la clave para comprender la actual revolución ideológica emprendida por el capitalismo, con Donald Trump y la alt-right (derecha alternativa) a la cabeza.

El movimiento antifeminista es bastante heterogéneo, y nos podemos encontrar desde teóricos de la conspiración y gurús del New Age como el dicharachero discordiano Rafapal, a una prestigiosa investigadora social y profesora universitaria lesbiana y atea como Camille Paglia o a unos politólogos argentinos católicos, apostólicos y romanos como los ya mencionados Laje y Márquez, pasando por movimientos de autoayuda masculina como el sectario MGTOW o incluso partidos políticos, ONGs, prensa y movimientos sociales como VOX, HazteOir, La Gaceta o el MCRC de García Trevijano. A pesar de esta gran "diversidad" del antifeminismo, curiosamente todos ellos coinciden en utilizar los mismos argumentos a la hora de criticar y hacer propuestas para combatir al feminismo; unos argumentos que, a su vez, justifican a la perfección la agenda del capitalismo transnacional de desregularización total de las economías nacionales. En definitiva, se podría hablar de una especie de frente común destinado a influir en la sociedad desde diferentes ámbitos con ideas de corte minarquista (e incluso anarcocapitalista), con el objetivo de poner al servicio de los intereses del capitalismo transnacional (liderado por Estados Unidos) las economías de todo el mundo gracias a un amplio consenso social de carácter global. Se podría decir, sin temor a equivocarnos, que estos individuos y organizaciones están usando el antifeminismo como excusa para hacer propaganda imperialista; es decir, cumple la misma función que el feminismo que dice criticar

Veamos a continuación algunos de los argumentos más utilizados por los antifeministas.

Para los antifeministas, el feminismo es un fenómeno que ha crecido a la sombra del Estado y que ha terminado fagocitándolo. Según ellos, las cuantiosas subvenciones estatales recibidas por las feministas (los antifeministas nunca mencionan las subvenciones privadas megamultimillonarias que financian a los movimientos feministas) ha creado una especie de lobby de presión que gobierna en la sombra a la sociedad, y cuyo único objetivo es seguir saqueando las arcas públicas. Esta teoría de la conspiración feminista, no sólo es muy útil para encubrir el hecho de que el feminismo es de mucha más utilidad al capitalismo y al Estado que a la inversa, sino que, sobre todo, sirve como argumento principal para cargar en contra del intervencionismo estatal en la vida pública (un intervencionismo que en otro tiempo fue muy beneficioso para ir adaptando progresivamente a los obreros a la economía de libre mercado) y favorecer así los intereses del capitalismo que viene. No es que se quiera acabar completamente con el Estado, pues el capitalismo no podría sobrevivir sin él (especialmente sin la policía, el ejército, la judicatura y la escuela); lo que se busca es ponerlo a su servicio según las necesidades del momento, y cuyo objetivo hoy en día, cuando la explotación capitalista se encuentra ya casi completamente naturalizada entre la totalidad tanto de los hombres como de las mujeres (para eso sirvió el feminismo) de todos los estratos sociales, es una mayor desregularización de las economías nacionales con el fin de acelerar el proceso globalizador. Es decir, una vez que se ha conseguido que todo el mundo se haya rendido ideológicamente al capitalismo, y de haber integrado completamente a la mujer en él, es hora de que el Estado deje vía libre a una total especulación capitalista internacional de la vida pública, siendo su única función la de velar por que tal especulación se desarrolle con absoluta libertad. En el fondo, el verdadero objetivo de los antifeministas no es el de derrotar la ideología feminista radicalmente antihombre que hoy defienden buena parte de los Estados capitalistas, sino que, con la excusa de combatir dicha ideología, y aprovechando el descontento que ésta provoca entre buena parte de la sociedad, lo que verdaderamente se busca es socavar totalmente la confianza de los ciudadanos en el Estado, con el fin de que sea más fácil ir destruyendo todas aquellas medidas estatales proteccionistas que aún impiden poner la economía de los países totalmente en manos de las multinacionales; del mismo modo que el verdadero objetivo de la promoción, tanto por parte del Estado como por fundaciones privadas, de ese feminismo radical antihombre, no es el de la defensa de los derechos de las mujeres, sino el de, gracias a su discurso demagógico y victimista, hacerse con el liderazgo de las diferentes corrientes feministas y dirigir sus esfuerzos en una sola dirección: hacer que los Estados eliminen toda aquella legislación que ponga límite a la explotación y a la especulación capitalista gracias a la excusa de la defensa del derecho de las mujeres a participar en igualdad de condiciones en dicho sistema de explotación y especulación ("La ONU presenta Consejo Asesor para promover el liderazgo de la mujer en el sector privado").

La meritocracia es otra de las trampas conceptuales favoritos utilizados por los antifeministas para idealizar el liberalismo económico y movilizar a la gente en contra del proteccionismo estatal. Según el antifeminismo, los feministas son una casta burocrática que se ha convertido en la clase gobernante gracias a las subvenciones públicas que recibe, y no por sus propios méritos. Este razonamiento, no sólo sirve -cómo ya he dicho más arriba- para ocultar que el feminismo es un producto del capitalismo, un aparato ideológico creado por aquél para garantizar su perpetuación y desarrollo (ocultando así el carácter mafioso y totalitario al que tiende el capitalismo), sino, sobre todo, para incitar a que sea la propia población la que pida más capitalismo. Con la excusa de que el capitalismo se encuentra secuestrado por una casta burocrática feminista, los antifeministas reclaman una sociedad que sea gobernada por quienes demuestren méritos para ello, algo que sólo se podrá conseguir cuando el mercado se vea completamente libre de toda regulación estatal. Lo que se olvida interesadamente en este tramposo discurso, es que los únicos méritos que pueden hacer que alguien prospere en el capitalismo son: la capacidad para engañar y manipular a tus semejantes, la más absoluta falta de escrúpulos o la más abyecta codicia, y que, por lo tanto, una persona que demostrase su "valía" en este sentido, es imposible que no tienda a crear aberraciones como el feminismo si eso le puede ayudar a conseguir sus objetivos, es decir, a sumar más méritos. El capitalismo es un "juego" diseñado para que lo ganen exclusivamente los más perversoss, nunca los más virtuosos; y eso nunca podrá producir bienestar social -por más que traten de autoconvencerse de lo contrario los defensores del capitalismo para justificar su insaciable codicia-, sino tan sólo, miseria humana y, con ello, decadencia.

La sencilla desmitificación de la brecha salarial, una de las grandes reivindicaciones del feminismo contemporáneo, por parte del antifeminismo, concede a éstos otra nueva oportunidad para ensalzar las "virtudes" del neoliberalismo.

Según los antifeministas, las estadísticas usadas por las feministas para extender la idea de la existencia de desigualdades salariales y económicas entre hombres y mujeres son tramposas, pues para hacer la media de lo que cobran unos y otros, incluyen las fortunas de los hombres más ricos del mundo en su cálculo. Este sencillo y lógico razonamiento con el que los antifeministas desmontan el mito de la llamada brecha salarial (un mito que, por otro lado, ha sido muy útil al feminismo para conseguir implicar a las mujeres en la lucha por un capitalismo más "justo"), les reviste de una cierta presunción de veracidad, concediéndoles la oportunidad de entonar el recurrente mantra de que el capitalismo es un sistema que ofrece igualdad de oportunidades; quedando olvidado en este absurdo debate el hecho de que se trata de una igualdad de oportunidades para explotar, es decir, para crear desigualdades.

La crítica a la Ley Integral contra la Violencia de Género (LIVG) por parte del antifeminismo organizado es mero oportunismo político, o, como se dice hoy, mero "postureo"; pues, aprovechando el descontento que esta ley, de corte claramente fascista, está provocando entre la población masculina, los antifeministas tienen una oportunidad inmejorable para cargar contra el Estado y, ante el bloqueo ideológico que sufren los diversos grupos obreristas (izquierdistas, comunistas y anarquistas) a la hora de criticar el feminismo, ganarse el favor de un importante sector de la sociedad para su verdadera causa: la desregularización total de la economía. Al tratarse la LIVG de una ley de carácter policiaco, ésta en nada perjudica los objetivos finales de estos antifeministas minarquistas, partidarios de un Estado mínimo, sino más bien todo lo contrario, por lo que es muy probable que, una vez conseguidos sus objetivos, dicha ley no sólo se quedara como está, sino que aumentase su grado de agresividad con el fin de seguir intimidando al conjunto de la clase obrera, para ponerla, aún más, al servicio de los intereses del capitalismo [3]. Y es que, en un sistema donde la economía está, cada vez más, al servicio de los explotadores, es necesario reforzar, cada vez más, los aparatos represivos, con el fin de contener con mayor efectividad las crecientes iras de los explotados.

Otra de las ideas recurrentes en el discurso del antifeminismo es la asociación constante del feminismo contemporánea con el marxismo. Aunque para sostener esta afirmación no se aporte otra prueba argumental que la repetición constante y permanente de esta idea. Con ello se trata de extender la falsa impresión de que vivimos bajo una dictadura encubierta de corte marxista, de la cual sólo nos libraríamos -según ellos- con el advenimiento de un nuevo orden verdaderamente neoliberal. En el fondo, la estrategia de calificar al capitalismo actual de marxista (según ellos, la cultura occidental actual es marxista [4]) es una burda falacia que trata de agitar el viejo espectro del comunismo para justificar, con el mayor consenso social posible, una nueva vuelta de tuerca al sistema, desmontando lo poco que queda del llamado Estado del bienestar con el fin de aumentar los márgenes de beneficios.

En este sentido, me llama la atención las críticas de los antifeministas hacia la Escuela de Frankfurt (Marcuse, Habermas, Adorno...) y a los freudomarxistas en general, a quienes consideran los padres del feminismo actual, el que hoy es política de Estado en los países capitalistas. Probablemente, todo esto de la Escuela de Frankfurt constituya una de las partes más importantes del temario de los manuales de contrainsurgencia con los que los antifeministas son formados. La razón por la que estos manuales de la CIA eligieron a la Escuela de Frankfurt para justificar la idea de que el feminismo postmoderno es una creación del marxismo, se puede deber al abandono de posturas revolucionarias comunistas y a la adopción de posiciones reformistas socialdemócratas por parte de los freudomarxistas (recordemos que Erich Fromm acabó haciendo campaña electoral para Jimmy Carter), lo cual hace más fácil su vinculación con un fenómeno netamente burgués como el feminismo. Estemos o no de acuerdo con el marxismo, considerar a la socialdemócrata y burguesa Escuela de Frankfurt como el mejor representante de las ideas de Marx y Engels en el siglo XX, es algo así como considerar al opulento y elitista clero vaticano como el transmisor más adecuado del mensaje de Jesús de Nazaret y de Juan el bautista, estemos o no de acuerdo con el cristianismo.

El doble pensar orwelliano de los planteamientos antifeministas, que por un lado afirman que, a pesar de lo que dicen las feministas, vivimos en el mejor de los mundos posibles porque el capitalismo concede a todos las mismas oportunidades, y, a renglón seguido, se nos dice que vivimos en una especie de dictadura marxista, es una clara prueba de su intención manipuladora, tan típica del capitalismo, que prefiere recurrir a la más descarada manipulación psicológica de las masas para imponer sus ideas, revistiendo así al capitalismo de una aureola democrática y pacífica; en otras palabras, fariseísmo e hipocresía en estado puro. Se nos dice que el capitalismo evita la dictadura de los más fuertes, pero lo que se les olvida decirnos es que ello se hace en beneficio de los más "astutas", quienes se aprovechan de los prejuicios y la ignorancia de la mayoría para imponer lo que, en el fondo, no deja de ser una tiranía, la peor de todas. Mientras la fuerza de una minoría siempre podrá ser contrarrestada por la fuerza de la mayoría -por tratarse de una característica natural que no entiende de diferencias de clases-, la inteligencia de una minoría nunca podrá ser vencida por la de la mayoría, por tratarse de una cualidad cultural que se distribuye de un modo desigual, caprichoso y aleatorio entre los individuos, según el mejor o peor entorno social en el que hayan crecido, siendo, habitualmente, patrimonio de la clase dominante. Por ello, la inteligencia de la clase dominante puesta al servicio de sus intereses egoístas es un mecanismo que retroalimenta un orden social que perpetúa estas desigualdades intelectuales y que, por lo tanto, es imposible de derrotar si no es a través de la fuerza. La falaz excusa de que el capitalismo es un sistema social pacífico, que no utiliza la violencia para imponerse, tiene como objetivo crear un cierto consenso que permita poner a los aparatos represivos del Estado al servicio de estos charlatanes y sinvergüenzas (la violencia puesta al servicio de la no violencia), perpetuando así un sistema social con el que seguirse aprovechando de la ingenuidad y la ignorancia del prójimo y convertirlo en su esclavo. ¿Cabe mayor hipocresía?

La beligerancia del discurso del feminismo actual y el carácter fascistoide de la ideología de género hace que muchos individuos vean en la disidencia antifeminista organizada una seductora tabla de salvación a la que agarrarse ante la hostilidad reinante, y se echen en sus brazos de un modo irreflexivo, pasándoles desapercibido el verdadero trasfondo ideológico que subyace en su interior, que no es otro que el mismo que se esconde tras el feminismo. Ni los feministas son peores que los antifeministas ni a la inversa; son dos estrategias complementarias [5], es un trabajo en equipo cuyo objetivo es común: una nueva vuelta de tuerca en la esclavización de la humanidad. Se trata del viejo principio de la polaridad aplicado al neoliberalismo, de tal manera que lo que no puedan conseguir de un modo, lo consigan del otro. Mientras que el feminismo (estatal y privado) y la victimización que éste hace de la situación de la mujer es muy útil al capitalismo para poner por delante de todo la defensa de los derechos de las mujeres, especialmente su derecho a ser explotadoras, y evitar gracias a ello que se pongan límites a la explotación capitalista; el antifeminismo es muy útil para victimizar al capitalismo frente al Estado y dotar de munición argumental a sus más fanáticos defensores para que exijan, sin ningún tipo de rubor, nuevas medidas que hagan posible que dicha explotación sea más sencilla.

Gracias al poder de persuasión de sus aparatos de agitación y propaganda, el capitalismo ha conseguido tal nivel de polarización de la sociedad en torno a estas dos posturas aparentemente antagónicas, que cualquier posicionamiento que adoptemos al respecto (feminismo sí, feminismo no) será asimilado inmediatamente por uno de los dos polos, favoreciendo así en última instancia con nuestro esfuerzo los intereses del capitalismo. Algo parecido a lo que ocurre con el tema de la inmi gración, donde se ha polarizado a la sociedad en torno a dos posiciones aparentemente antagónicas pero igualmente útiles para el capitalismo: los izquerdistas, partidarios de la inmi gración, que favorecen la entrada de mano de obra barata, provocando con ello una degradación de las condiciones laborales de la mano de obra nativa; y los derechistas neoliberales, detractores de la inmi gración pero partidarios de la flexibilización (precarización) de las condiciones laborales de la mano de obra nativa y extranjera. Y lo mismo sucede en lo relativo a la política económica de la Unión Europea, donde también se ha polarizado a la opinión pública en torno a dos posturas antagónicas pero complementarias: por un lado tenemos a Alemania con su propuesta de Los Estados Unidos de Europa (la Europa federal, de la cual es partidaria el independentismo catalán), algo con lo que los alquimistas de Wall Street llevan soñando desde mucho antes de promover las dos grandes guerras mundiales, para liberalizar completamente el mercado europeo; y, por otro, como no podía ser de otro modo según esta lógica de las polaridades de falsos opuestos, a la cuna del capitalismo transnacional, Gran Bretaña, con su pantomima del Brexit.

El capitalismo se ha perfeccionado de tal forma, que se ha convertido en un sistema cerrado, en un callejón sin salida, donde cualquier intento de mejora de nuestra situación sólo servirá para empeorarla. En el capitalismo, elijas lo que elijas, elegirás fin.

Notas:
[1] Un ejemplo paradigmático es el del magnate estadounidense-israelí Haim Saban y su esposa, la feminista y diseñadora de joyas Cheryl Saban, nombrada por Barack Obama en el año 2012 Asesora Principal de la Misión de los Estados Unidos ante las Naciones Unidas. Los Saban, a través de su fundación Women's Self Worth, vienen colaborando durante años con cantidades multimillonarias en diferentes proyectos feministas de la ONU y de multitud de organizaciones feministas: "ONU Mujeres y la Fundación Women’s Self Worth se unen para trabajar en el empoderamiento de las mujeres y la igualdad de género"
[2] Dos de los personajes que más se están significando en el campo del antifeminismo son los argentinos Agustín Laje y Nicolás Márquez, quienes, igual que los promotores de otras creaciones del Departamento de Defensa de los Estados Unidos como las primaveras árabes, el 15-M o Podemos, coinciden en señalar que las redes sociales e internet son los mejores medios que existen de participación ciudadana, pasando por alto la gran facilidad con que se puede manipular a las masas desde las penumbras de internet. El verdadero objetivo de esta mitificación de internet como herramienta democratizadora es el de favorecer la vulneración de la soberanía nacional de los Estados-nación por parte de quienes manejan la red ("Podemos empieza a llevar a la práctica los proyectos de la oligarquía internacional").
[3] Recomiendo la lectura del artículo "Saúl Craviotto, la violencia de género y twitter, el Gran Hermano en la era cibernética", donde explico el carácter policiaco de la LIVG y lo beneficiosa que ésta es para el sistema de explotación capitalista como medio para someter a la clase obrera.
[4] Uno de los términos estrella en el discurso de los antifeministas neoliberales es el de "marxismo cultural", un término que no paran de repetir como loros con el fin de imponerlo por aburrimiento, pues se trata de un concepto que no soporta la más mínima refutación lógica, y que se cae por su propio peso. ¿Cómo es posible decir que, en España (por ejemplo), nuestra cultura es marxista, cuando todas las instituciones del Estado español (su ordenamiento jurídico incluido) tienen como misión gestionar el correcto desarrollo de un solo tipo de economía, la de libre mercado?, ¿o cuando el gobierno de España lo ejerce un partido político con una notable herencia franquista?
[5] En el vídeo: "La huelga feminista es un fraude" es un ilustrativo ejemplo de cómo feministas y antifeministas trabajan en equipo: un medio de comunicación neoliberal como es El País, firme defensor del feminismo, sirve a un youtuber antifeminista -cometiendo un error claramente premeditado (y probablemente pactado con el youtuber que realiza el vídeo)- una oportunidad única para que éste defienda desde la "disidencia" y desde el victimismo la necesidad de una revolución neoliberal. Debido al desprestigio de los medios de comunicación de masas convencionales, internet se ha convertido en una plataforma ideal para difundir masivamente discursos que retroalimenten de forma mucho más eficaz al capitalismo gracias a colgarse la etiqueta de disidentes. Las noticias que determinados blogs y páginas web afines a esta estrategia del capitalismo difunden cada cierto tiempo sobre una futura censura de la red -que nunca se materializa y nunca se materializará (pues la naturaleza de internet ya permite activar mecanismos de sobra para visibilizar unos contenidos e invisibilizar otros)-, tienen como objetivo dotar a la red de un falso aura democrática y de independencia.
 
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A ver ceporros, el artículo no habla de todos los antifeministas, habla del antifeminismo organizado, que es disidencia controlada diciendo chorradas como que el capitalismo actual es marxismo cultural porque el referente del feminismo imperante es la escuela de Frankfurt, que aunque se llamen marxistas no son más que progresía de salón posmoderna. También explica como ese antifeminismo, aprovechando que el pisurga pasa por Valladolid, aprovecha el ataque al estado feminista para defender políticas liberales.
 
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