Eric Voegelin contra el gnosticismo.

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El "descarrilamiento" Gnóstico
Según Voegelin, Hay algo delicado en la tensión inherente al a existencia en la metaxy. El fundamento del Ser "tira" hacia sí, con su carácter desconocido e incognoscible. Esa tensión crea angustia. La existencia en el mundo supone la aceptación de esa incompletitud. Ese equilibrio inestable se agudiza en la diferenciación cristiana, que "limpia" de dioses y de explicaciones míticas el mundo terrenal, al colocar la divinidad más allá de este mundo. La desviación del gnosticismo consiste en rechazar esa limitación inherentemente humana y creer que la divinidad es alcanzable, bien sea rechazando el aspecto material de la existencia, como ocurre en el gnosticismo primitivo, o bien mediante el rechazo del aspecto divino de la existencia, y la posesión de un completo dominio de la realidad material a través de una ideología que invariablemente plantea una salvación inmanente, es decir, en este mundo. El ideólogo gnóstico moderno sustituye a Dios, es decir, lo desconocido, por su propia individualidad omniscente gracias a su ideología. Esa pretensión de dominio excluyente de la verdad deriva en los sistemas totalitarios y el sectarismo que provocan el desorden social que Voegelin vivió. Este es el tipo de descarrilamiento "derrailement" que Voegelin ve en la Modernidad.

Origen del mundo moderno
En "The new Science of Politics", Voegelin afirma que el gnosticismo inmanentista moderno, descrito anteriormente, es trazable a través de la historia hasta el gnosticismo espiritual primitivo. Voegelin hace retroceder el origen de la modernidad desde la Ilustración, que a su juicio no es más que una etapa más, hasta la Edad Media, con Joaquin de Fiore. Este, abandonando la escatología cristiana de San Agustín, dividió la historia, por primera vez, en tres etapas. Una etapa primitiva, la del Padre, La Edad del Hijo, después de la venida de Jesucristo y la Edad del Espíritu Santo donde la utopía llegaría a la Tierra en forma de una espiritualidad sin Iglesia, que supondría una nueva fase de superación del hombre en la Tierra. Esa es la marca de la modernidad. Desde entonces el superhombre nietzschiano, El estado prusiano del fin de la Historia de Hegel, el nuevo hombre de la revolución comunista, el hombre transhumano de la tecnología, de la liberación sensual, la supermujer de la liberación feminista etc son la etapa final después de las dos anteriores preparatorias en las que cada ideólogo moderno ha dividido su visión inmanentista y utópica de la Historia. Según Voegelin, La misma división moderna del mundo en edad antigua, Edad Media y Edad moderna corresponde a esa experiencia de Verdad del gnosticismo moderno.

Pero, para Voegelin, es el espíritu desafiante de Lutero el que desencadena el conflicto revolucionario que daría lugar a la modernidad. Para algunas sectas protestantes como los Puritanos más radicales, la acción revolucionaria era un deber del creyente, con el objetivo de acelerar la segunda venida de Jesucristo a la tierra e instaurar el reino de Dios. Entre tanto, la revolución triunfante debía ser administrada por los más virtuosos en un gobierno teocrático, del que según Voegelin, un exponente es el gobierno de Calvino en Ginebra. Voegelin, en "New science of politics" llega a considerar los "comentarios" de Calvino con un "Corán" para describir su intención sectaria, para sentar doctrina más allá de toda discusión. Es a través del conflicto violento entre sectas por lo que se llega a una pax política en la que se separa el gobierno de las congregaciones religiosas. Pero para Voegelin, el espíritu revolucionario original de los protestantes y su activismo es el patrón en el que se calcan desde entonces las revoluciones cada vez más inmanentistas, más intolerantes y más violentas que ocurren en la historia de Occidente (The new science of Politics). Las revoluciones anglosajonas, Inglesa y Americana, la Ilustración, la Revolución Francesa, el comunismo y el nazismo son solo etapas más en la progresiva inmanentización de la escatología cristiana. Esta sitúa la salvación en el más allá, mientras que las utopías modernas lo sitúan en la Tierra. En el catálogo de salvaciones terrenales no solo hay que incluir las grandes ideologías sino otras formas menores como la salvación por la Ciencia, el cientifismo, que tiene tanto predicamento en el mundo moderno, que Voegelin afirma que casi cada disciplina científica plantea su propia salvación utópica: salvación por la psicología, por la sociología, por la biología etc. (The new Science of Politics) En este tipo hay que incluir otras tendencias más modernas, como la eterna juventud a través de la cirugía estética, la comida macrobiótica o cualquier moda que surge a cada instante dentro del paroxismo moderno.

El rechazo de la realidad material fundamentado en la convicción de poseer una Verdad revelada para ascender directamente a la divinidad sin pasar por un juicio según las obras terrenales está en la naturaleza del gnosticismo antiguo. Pero el voluntarismo revolucionario deseoso de transformar la realidad basado en la misma pretensión es lo que es distintivamente moderno. Voegelin, en The ecumenic Age asocia ese tipo de cosmivisión a interpretaciones "egofánicas" de experiencias espirituales o noéticas en las que el sujeto se siente protagonista, y no mero espectador o un mero indagador en la naturaleza de las cosas. Según Voegelin (The new Science of Politics) late en el ideólogo moderno un deseo de encumbrar su propia época, su propio grupo elegido cuando no su propia personalidad en un lugar destacado de la Historia, invariablemente, en el vértice que marca la tercera época de plenitud. Voegelin analiza las ideologías de Hegel, Nietzsche, Marx, Comte y hace ver sus paralelos con las cosmovisiones gnósticas de la antigüedad, sus sectas de iniciados y los grados de iluminación, su negación del estado de cosas y el afán revolucionario de rechazar la realidad y el orden social. En la elaboración cosmogónica del gnóstico antiguo, el mundo es una ilusión, y la salvación hacia la divinidad se consigue pronunciando conjuros mágicos. En las elaboraciones ideológicas modernas, el orden social es una ilusión opresora que debe ser derribada por medio del activismo. Las ideologías modernas, como el gnosticismo primitivo son deformaciones de la escatología cristiana en los que la angustia y la incertidumbre provocada por un dios lejano y una lejana salvación se sustituyen por una certeza absoluta y una voluntad revolucionaria en la confianza de que el cielo está a la vuelta de la esquina. Todas esas formaciones y deformaciones que constituyen experiencias de Verdad son propias de Occidente, que nace de la especulación filosófica griega y de la experiencia ****ocristiana.
 
Eric Voegelin, uno de los tratadistas de teoría política más señeros del siglo XX, elaboró una curiosa teoría sobre la política como nueva religión. Según esta visión de la llamada teología política, las modernas ideologías no eran sino formas de entender la religión secularizadas. Uno de los hallazgos más interesantes de Voegelin consistía en entender ciertas ideologías, por ejemplo, el marxismo, como una forma secularizada de gnosticismo.


Dicha forma de pensamiento floreció en los primeros siglos de nuestra era, como un movimiento espiritual de corte esencialmente aristocrático, que proponía una nueva soteriología, es decir una nueva forma de salvación, a través de un conocimiento esotérico (gnosis) que iluminara a los elegidos en las verdades ocultas sobre el problema del mal y del dolor en el mundo. Esta corriente de pensamiento aunaba en su seno elementos cristianos, neoplatónicos, zoroástricos y maniqueos.


Según el gnosticismo el cristianismo y las religiones paganas ofrecían una visión parcial, distorsionada e incompleta del problema de la salvación. La realidad auténtica, vedada para los no iniciados, ocultaba una concepción de Dios como un ser totalmente alejado de un mundo corrompido, donde el bien era, por lo tanto, imposible. Entre Dios y la materia, en la línea neoplatónica de la emanación de los seres, pululaban una serie de seres intermedios provistos de diferentes grados de perfección. En el hombre, que estaba situado en el último lugar ontológico de la creación, convivían dos principios antagónicos. Uno bueno, de corte espiritual y carácter más elevado. Otro malo, el cuerpo, que comparte con la materia el grado más ínfimo de perfección y que por lo tanto resultaba poco apreciable. Era necesario, según el gnosticismo, avanzar hacia un conocimiento más pleno de la realidad a fin de poder alcanzar la apocatástasis, es decir una reconciliación final con Dios, concebido como el primer principio de la realidad.


Para Eric Voegelin algunas de las intuiciones básicas del gnosticismo se repiten frecuentemente a través de la historia en multitud de movimientos políticos y sociales. Para el pensador de origen austriaco toda forma de gnosticismo, incluso aquellas secularizadas en formas de ideologías, exhiben un manifiesto desprecio por el mundo. Todos los males del mundo se explican en último término porque hay en él inscrita una marca de imperfección constitutiva. Sólo a través de un proceso histórico de autoconvencimiento e iluminación se podía revertir esta tendencia, pues en el hombre convenientemente iluminado podía permitir liberar al mundo y a la humanidad de esa falta constitutiva de carácter originario.


Basándonos en la genial intuición de Voegelin, podríamos afirmar que también el progresismo ha constituido una forma de pensamiento gnóstico. En una primera época se materializó en una ideología; la ilustración, que pretendía conferir al ser humano una mayoría de edad intelectual a través del conocimiento científico y técnico que lo liberase de la superstición y la heteronomía jovenlandesal e intelectual.


Con la llegada del marxismo y del llamado socialismo real, el gnosticismo, como bien apunta Voegelin, asumió los ropajes del materialismo dialéctico que quiso ver en la utopía de la sociedad sin clases la salvación de la humanidad. El fundamentalismo liberal quiso también erigirse en una gnosis capaz de liberar al hombre de las constricciones de la naturaleza, a través de la creencia en la espontaneidad y la autoorganización de las sociedades verdaderamente libres. Autores como Ludwig von Mises o Murray Rothbard se creyeron, como gnósticos clásicos tipo Marción o Basílides, poseedores de un conocimiento contra intuitivo, atribuyendo a este carácter esotérico del verdadero liberalismo la razón última de la no aceptación masiva de las ideas más netamente liberales por parte de la sociedad.


Por último, la socialdemocracia creyó encontrar una especie de tercera vía entre el comunismo y el liberalismo. En un primer momento intentando una cohabitación contenida con un mercado bastante intervenido, y en fechas más recientes abogando por nuevas formas de organización de la economía como la llamada economía del bien común de Christian Felber o la economía verde de Jeremy Rifkin basadas en formas de crecimiento medioambientalmente sostenibles y que fueran capaces de superar el odiado capitalismo.


Por otro lado, ante el colapso sin paliativos del utopismo marxista-leninista, la izquierda anticapitalista tuvo que buscar nuevos nichos de mercado, en las nuevas luchas de clases sectoriales que proporcionaba el llamado marxismo cultural. En todas ellas encontramos ese desprecio hacia este mundo tan injusto y perverso en el que parece que vivimos, y una confianza ciega en que sólo una nueva iluminación, trasmitida por un selecto grupo de intelectuales, podría salvar a la humanidad y al planeta en que vivimos de esa imperfección originaria


Ejemplos de Gnosticismo los encontramos prácticamente en casi cualquier asunto que suscite el interés del llamado progresismo hoy en día. El feminismo se cree en posesión de un conocimiento oculto y que es capaz de iluminar todas y cada de las injusticias y sufrimientos de las mujeres a través de la historia. Según esta forma gnóstica de conocimiento, la clave de la opresión sobre la mujer radicaría en el carácter no natural sino cultural del género.


Para el ecologismo, también de raíz gnóstica, aunque no lo sepamos estamos ante las puertas de un inminente colapso del modo de producción capitalista y una desaparición de nuestro planeta.


Escuchando a profetas del posmodernismo gnóstico como la congresista norteamericana Alexandria Ocasio-Cortez uno no puede dejar de retrotraerse al imaginario gnóstico, poblado de eones, que para el gnosticismo eran seres dotados de una especial inteligencia y en conexión íntima con la divinidad, que nos alertan sobre los peligros de continuar dando la espalda al mensaje salvador del progresismo gnóstico que encarnan figuras como la mencionada congresista americana en su carrera contra reloj por salvar al mundo del feroz trumpismo.


También vemos resabios de ese gnosticismo progre en la divinización de la cultura como instrumento de salvación para las masas indoctas. Como muy bien apunta Gustavo Bueno en su obra El mito de la cultura, desde la ilustración la cultura asume el rol que la gracia tenía atribuido en el pensamiento teológico. Al igual que según la teología agustiniana el hombre está, como consecuencia del pecado original, inclinado al pecado, y necesita de la gracia divina para obtener la salvación, en el pensamiento ilustrado, la cultura asume el rol de la gracia. Gracias a la mediación del saber, el hombre alcanza su verdadera salvación de las tinieblas de la ignorancia.


Este culto al poder salvador de la cultura, nos ha llevado a que en estos tiempos posmodernos en que estamos inmersos, el político de turno, como si se tratara de uno de esos eones gnósticos a los que nos referíamos antes, nos otorga su “gracia” salvadora cada vez que financia una actividad supuestamente cultural, aunque tal actividad en no pocas ocasiones no sea más que un pesebre camuflado o sencillamente un instrumento de adoctrinamiento para las masas


De esta manera, el político de turno nos intenta ilustrar mediante exposiciones, certámenes literarios amañados, publicaciones o planes educativos sobre aquellos elementos de la cultura que debemos conocer en aras de alcanzar la verdadera gnosis y, por ende, la salvación de ese espíritu corrompido por un mundo postmachista, ecológicamente degradado y tremendamente insolidario. El que cuestiona los axiomas socialdemócratas se arriesga a ser catalogado como un impío, o peor: un bárbaro que desconoce logros civilizatorios de primer orden.


Desafortunadamente, incluso aquellos partidos, teóricamente alejados de los cánones del progresismo al uso, han acabado sucumbiendo a los cantos de sirena de los nuevos “eones” del progresismo y pretenden también de nuestra profunda incultura. Sólo así se pueden explicar derivas hacia al esteticismo más nihilista y franfurtiano de las otrora ferias prestigiosas como Arco, hoy convertida en una exhibición de despropósitos artísticos, o la financiación pública de supuestos proyectos culturales que sólo buscan cuestionar las creencias de una parte de la población, pero jamás los axiomas del gnosticismo progre.

 
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