Artículo FPCS - ¿Salvaron vidas las banderillas el bichito?

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15 Jun 2022
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En la guarde
Fernando del Pino alopécico-Sotelo
7 de mayo de 2024
La respuesta político-sanitaria a la esa época en el 2020 de la que yo le hablo constituye el mayor escándalo de salud pública de la historia. Se basó en un engaño descomunal, pero la verdad se va abriendo paso.
Ya sabemos que ni los ilegales confinamientos ni las estúpidas mascaras sirvieron para nada[1] salvo para enriquecer al entorno de nuestra clase política, pero ¿qué ocurre con las banderillas y terapias genéticas que se impusieron de forma voluntario-obligatoria a la población? Muchos se muestran hoy arrepentidos de haberse medicado y preocupados por los efectos secundarios que ven a su alrededor y que empiezan a reconocer las propias empresas farmacéuticas. Estas personas deben estar tranquilas, pues el paso del tiempo disminuye la probabilidad de sufrir un efecto adverso, y deben ser indulgentes consigo mismas, pues tomaron la decisión bajo coacción y completamente desinformadas, no en balde el gremio médico les falló estrepitosamente (con escasas y valientes excepciones).
En efecto, la mayor parte de la población no se vacunó libremente, sino forzada por una inaguantable presión política y social. Primero les aterrorizaron mediante una campaña de terror mediática que les hizo creer que el el bichito era peligrosísimo para todos y que sólo las banderillas podían salvarles la vida. Luego fueron manipulados con sentimientos de culpa basados en una creencia supersticiosa, completamente acientífica: la banderilla no sólo te protege a ti, sino a los demás («si no te banderillas, matarás al abuelo»). Finalmente, fueron intimidados por la campaña de demonización de los no medicados y chantajeados con el pasaporte el bichito, destinado a hacerles la vida imposible.
España fue uno de los países donde la dictadura sanitaria tuvo más éxito, pues se vacunó el 87% de la población, frente al 76% de Alemania, el 68% de EEUU o el 60% de Polonia[2]. Ahora, los mismos responsables políticos que forzaron a su población a banderillarse se lavan las manos afirmando cínicamente que la banderillación fue «voluntaria» y que las banderillas el bichito eran seguras y salvaron muchas vidas.
banderillas poco testadas y poco seguras
Hoy pocos analistas serios dudan que estas banderillas y terapias genéticas tan poco testadas no eran seguras. No sólo se han ido documentando multitud de graves efectos secundarios isquémicos y cardiovasculares (trombosis, ictus, miocarditis, embolia pulmonar, etc.), inmunológicos y de otros tipos[3], sino que muy probablemente hayan causado la fin de decenas de miles de personas, según sugieren los datos de farmacovigilancia de EudraVigilance y VAERS. En la siguiente tabla se muestran las muertes anuales reportadas en EEUU tras banderillarse desde 1991 hasta hoy[4]:
s-tras-banderillarse-en-EE.UU_.-1991-2024-Fuente-VAERS.png


Los mismos que defendieron la falsedad de que las banderillas impedían el contagio y, más tarde, que impedían la gravedad y la fin (otra falsedad, como veremos), defienden que estas cifras de mortalidad tan inquietantes pueden despreciarse: correlación no implica causalidad, dicen. Teóricamente correcto, pero ¿acaso por ello debemos descartar la tabla como si no tuviera valor informacional? ¿De qué sirve entonces la farmacovigilancia? ¿De verdad debemos considerar este gráfico normal? Evidentemente, no. En el 2021, el 33% de las muertes se produjo menos de una semana después de banderillarse. ¿Pura casualidad? Tengan en cuenta que éstas son las muertes reportadas, así que ¿cuántas serán las reales? ¿Cómo puede ser que la EMA (cómplice, como todos los reguladores, de este escándalo) acepte con naturalidad las 12.000 muertes reportadas en Europa[5] haciendo referencia a la baja proporción respecto del número de medicados? ¿Existe algún precedente de algún medicamento del que se hayan reportado decenas de miles de muertes que no haya sido retirado del mercado?
¿Salvaron vidas las banderillas?
Ante la avalancha de efectos secundarios, la consigna es que, pese a ello, las banderillas han salvado incontables vidas y que, por tanto, la ratio riesgo-beneficio es positiva.
La evidencia científica no parece apoyar esa conclusión. Una revisión de ensayos controlados aleatorios aparecida como preprint en The Lancet concluyó que la tasa de mortalidad de los medicados con banderillas ARNm era ligeramente superior a la de los no medicados, sugiriendo que las banderillas no salvaban vidas o que las muertes causadas por sus efectos adversos (particularmente cardiovasculares) superaban las vidas supuestamente salvadas por ellas[6]. Su autora principal, una médico danesa, reconocía el intento de ocultación de la verdad: «Llevo en esto muchos años y sé que hay poderes por ahí que no están interesados en profundizar realmente en estos hallazgos»[7]. A pesar de ello, algunos estudios[8], ampliamente difundidos por los medios, llegaron a hablar de millones de vidas salvadas por las banderillas, pero parecían pura publicidad: el sesgo de estar financiados por la OMS, la Fundación Gates o la Alianza de las banderillas Gavi (ligada a los propios productores de banderillas), unido a chocantes errores de bulto[9], les otorgaba una credibilidad muy baja.
En España, los propios datos oficiales también cuestionan que las banderillas fueran eficaces para prevenir la fin por el bichito. Hace unos días algún medio publicó que el Ministerio de Sanidad reconocía (respondiendo a la Asociación Liberum) que el 30% de los fallecidos por el bichito había muerto a pesar de estar medicado[10]. Cómo no, esta violación de la omertà fue castigada por los risiblemente llamados fact-checkers, chiringuitos promovidos por la oligarquía globalista que perfuman su analfabetismo numeral con conceptos (para ellos sofisticados) como la Paradoja de Simpson, aunque en su caso aplica más bien la paradoja de los Simpson: «Para mentir hacen falta dos: uno que mienta y otro que escuche» (Homer Simpson).
En realidad, los datos proporcionados por Sanidad, que reproducimos a continuación[11] deberían haber dado lugar a titulares mucho más audaces:
Estado de banderillaciónCasos diagnosticadosFallecidos
No medicado5.595.65352.209
medicado incompleto644.9233.319
medicado completo6.900.23331.967
No consta774.00234.265
TOTAL13.914.811121.760
Antes de nada, esta tabla genera dudas sobre la fiabilidad de los datos suministrados. En efecto, resulta sospechoso que sobre el 28% de los fallecidos «no conste» estado de banderillación y, además, es imposible que la letalidad CFR de éstos (fallecidos/casos diagnosticados) sea del 4,4% cuando, siempre según la tabla, la letalidad de las otras categorías (CFR) es del 0,67%.
Pero demos por buenos los números. A priori, si cerca del 30% de los fallecidos por el bichito estaba medicado, podríamos concluir (prematuramente) que las banderillas tenían una cierta eficacia para prevenir la fin, no absoluta (como nos habían prometido), pero al menos sí relativa, dado que cerca del 87% de la población llegó a estar banderillada. Sin embargo, este argumento aparentemente lógico es falaz.
En primer lugar, no se pueden comparar cifras de dos períodos distintos, puesto que el porcentaje de fallecidos abarca toda la esa época en el 2020 de la que yo le hablo (desde principios de 2020) y el porcentaje de medicados máximo no se alcanza hasta mediados o finales del 2022. Otra cosa sería comparar el porcentaje de fallecidos con el porcentaje medio (no máximo) de banderillación desde que empezó la distribución de banderillas, a principios del 2021.
En segundo lugar, el número de fallecidos por el bichito en 2020, antes de la llegada de las banderillas, asciende a casi 51.000 personas[12], prácticamente el mismo número de no medicados de la tabla. Como para medir la efectividad de las banderillas debemos eliminar este número de fallecidos y comenzar la comparación desde el momento en que aquéllas estuvieron disponibles, podemos estimar, siendo prudentes, que entre el 50% y el 75% del total de fallecidos por el bichito desde principios del 2021 murió estando medicado. Para más inri, estas personas murieron a pesar de que las variantes posteriores al año 2020 eran mucho más leves que las primeras y que había ya un porcentaje de la población inmunizada naturalmente.
En 2022 el 84% de los fallecidos por el bichito estaba medicado
Otros datos oficiales abundan en las dudas sobre la eficacia banderillal. En efecto, el Ministerio de Sanidad publicó durante la esa época en el 2020 de la que yo le hablo actualizaciones epidemiológicas semanales en las que a partir del 2021 empezó a figurar el estado de banderillación. Quienes las seguíamos pudimos observar que la caza de brujas de los no medicados no sólo era liberticida, sino acientífica.
Efectivamente, los medios hablaban de una «epidemia de no medicados», pero los datos mostraban que la banderilla no protegía en absoluto contra el contagio ni detenía la transmisión[13], lo que no fue óbice para que el Tribunal Supremo avalara el infame pasaporte el bichito en una sentencia verdaderamente bochornosa[14]. Cuando ya fue imposible ocultar la evidencia ―a principios del 2022 cerca del 90% de los casos diagnosticados por el bichito eran personas banderilladas[15]―, los mismos medios pasaron a defender una nueva consigna: si bien los medicados se contagiaban igual (o más) que los no medicados, la inmensa mayoría de personas hospitalizadas, en la UCI o fallecidas pertenecía a la minoría no banderillada. También era mentira. Una vez más, los datos brutos del Ministerio de Sanidad de España y de otros países como Reino Unido[16] lo desmentían. Semana tras semana, el porcentaje de hospitalizados y fallecidos medicados subía. Pronto superó el umbral del 50%, y luego del 60% y más tarde del 70%.
Finalmente, a finales de marzo de 2022, y a pesar de ofrecer tasas estimadas contradictorias, los datos del Ministerio de Sanidad mostraban que el 84% de los fallecidos por el bichito en los dos meses anteriores (sobre los que constaba información de banderillación) había muerto a pesar de estar medicado con pauta completa[17]. Dado que el 85% de cobertura banderillal de la población diana no se alcanzaría hasta dos meses más tarde, el porcentaje de fallecidos medicados durante el primer trimestre del 2022 era prácticamente idéntico al porcentaje de medicados entre la población, lo que indicaría que la efectividad de las banderillas para evitar la fin por el bichito era, en ese período, cercana a cero. Sanidad no volvió a desglosar el número de fallecidos por pauta de banderillación.
banderillas ineficaces e innecesarias, pero muy lucrativas
Las banderillas no sólo resultaron ineficaces, sino que fueron innecesarias para la inmensa mayoría de la población para la que el el bichito fue siempre una enfermedad estadísticamente leve[18]: adultos sanos quizá hasta los 65 años, jóvenes, adolescentes y niños, para quienes era más leve que la gripe estacional[19]. Particularmente inmoral fue la banderillación de estos últimos. Finalmente, las banderillas también eran superfluas para quienes habían pasado la enfermedad, pues contaban con la superior inmunización natural[20].
Sin embargo, el contubernio político-mediático-farmacéutico empujó a la banderillación indiscriminada con el absurdo argumento de que la banderilla sólo funcionaba si todos estaban medicados. Un motivo de este engaño fue, desde luego, económico ―la maximización del lucro de las empresas farmacéuticas―. Así, Pfizer, BioNTech y Moderna habrían obtenido en dos años unos 75.000 millones de dólares de beneficios[21] por la venta de un medicamento que ha sido, de lejos, el más lucrativo de la historia. Pero hubo otros motivos.
En efecto, se quiso crear un precedente de banderillación universal, que la industria farmacéutica y la siniestra OMS desean hacer recurrente, pero, sobre todo, se quiso impedir la existencia de un grupo de control para que no pudiera medirse la eficacia de las banderillas, pues la eficacia de cualquier medicamento se mide comparando los resultados de quienes reciben el tratamiento con los de quienes no lo reciben (el «grupo de control»). Así, la causa del linchamiento sufrido por Suecia cuando decidió no confinar a su población ni obligar a portar las inútiles mascaras fue otro intento de impedir un grupo de control sobre las absurdas «intervenciones no farmacéuticas», cuya inutilidad epidemiológica quedó demostrada en parte gracias al éxito sueco.
La mayoría de la población jamás debió ser expuesta a un medicamento experimental en la que el riesgo para la salud no compensaba el beneficio potencial, como cuantificó Peter Doshi en el British Medical Journal[22]. Conviene recordarlo para exigir responsabilidades y no permitir que se repita el engaño. Nunca más.
 
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Fernando del Pino alopécico-Sotelo
7 de mayo de 2024
La respuesta político-sanitaria a la esa época en el 2020 de la que yo le hablo constituye el mayor escándalo de salud pública de la historia. Se basó en un engaño descomunal, pero la verdad se va abriendo paso.
Ya sabemos que ni los ilegales confinamientos ni las estúpidas mascaras sirvieron para nada[1] salvo para enriquecer al entorno de nuestra clase política, pero ¿qué ocurre con las banderillas y terapias genéticas que se impusieron de forma voluntario-obligatoria a la población? Muchos se muestran hoy arrepentidos de haberse medicado y preocupados por los efectos secundarios que ven a su alrededor y que empiezan a reconocer las propias empresas farmacéuticas. Estas personas deben estar tranquilas, pues el paso del tiempo disminuye la probabilidad de sufrir un efecto adverso, y deben ser indulgentes consigo mismas, pues tomaron la decisión bajo coacción y completamente desinformadas, no en balde el gremio médico les falló estrepitosamente (con escasas y valientes excepciones).
En efecto, la mayor parte de la población no se vacunó libremente, sino forzada por una inaguantable presión política y social. Primero les aterrorizaron mediante una campaña de terror mediática que les hizo creer que el el bichito era peligrosísimo para todos y que sólo las banderillas podían salvarles la vida. Luego fueron manipulados con sentimientos de culpa basados en una creencia supersticiosa, completamente acientífica: la banderilla no sólo te protege a ti, sino a los demás («si no te banderillas, matarás al abuelo»). Finalmente, fueron intimidados por la campaña de demonización de los no medicados y chantajeados con el pasaporte el bichito, destinado a hacerles la vida imposible.
España fue uno de los países donde la dictadura sanitaria tuvo más éxito, pues se vacunó el 87% de la población, frente al 76% de Alemania, el 68% de EEUU o el 60% de Polonia[2]. Ahora, los mismos responsables políticos que forzaron a su población a banderillarse se lavan las manos afirmando cínicamente que la banderillación fue «voluntaria» y que las banderillas el bichito eran seguras y salvaron muchas vidas.
banderillas poco testadas y poco seguras
Hoy pocos analistas serios dudan que estas banderillas y terapias genéticas tan poco testadas no eran seguras. No sólo se han ido documentando multitud de graves efectos secundarios isquémicos y cardiovasculares (trombosis, ictus, miocarditis, embolia pulmonar, etc.), inmunológicos y de otros tipos[3], sino que muy probablemente hayan causado la fin de decenas de miles de personas, según sugieren los datos de farmacovigilancia de EudraVigilance y VAERS. En la siguiente tabla se muestran las muertes anuales reportadas en EEUU tras banderillarse desde 1991 hasta hoy[4]:
Ver archivo adjunto 1892492

Los mismos que defendieron la falsedad de que las banderillas impedían el contagio y, más tarde, que impedían la gravedad y la fin (otra falsedad, como veremos), defienden que estas cifras de mortalidad tan inquietantes pueden despreciarse: correlación no implica causalidad, dicen. Teóricamente correcto, pero ¿acaso por ello debemos descartar la tabla como si no tuviera valor informacional? ¿De qué sirve entonces la farmacovigilancia? ¿De verdad debemos considerar este gráfico normal? Evidentemente, no. En el 2021, el 33% de las muertes se produjo menos de una semana después de banderillarse. ¿Pura casualidad? Tengan en cuenta que éstas son las muertes reportadas, así que ¿cuántas serán las reales? ¿Cómo puede ser que la EMA (cómplice, como todos los reguladores, de este escándalo) acepte con naturalidad las 12.000 muertes reportadas en Europa[5] haciendo referencia a la baja proporción respecto del número de medicados? ¿Existe algún precedente de algún medicamento del que se hayan reportado decenas de miles de muertes que no haya sido retirado del mercado?
¿Salvaron vidas las banderillas?
Ante la avalancha de efectos secundarios, la consigna es que, pese a ello, las banderillas han salvado incontables vidas y que, por tanto, la ratio riesgo-beneficio es positiva.
La evidencia científica no parece apoyar esa conclusión. Una revisión de ensayos controlados aleatorios aparecida como preprint en The Lancet concluyó que la tasa de mortalidad de los medicados con banderillas ARNm era ligeramente superior a la de los no medicados, sugiriendo que las banderillas no salvaban vidas o que las muertes causadas por sus efectos adversos (particularmente cardiovasculares) superaban las vidas supuestamente salvadas por ellas[6]. Su autora principal, una médico danesa, reconocía el intento de ocultación de la verdad: «Llevo en esto muchos años y sé que hay poderes por ahí que no están interesados en profundizar realmente en estos hallazgos»[7]. A pesar de ello, algunos estudios[8], ampliamente difundidos por los medios, llegaron a hablar de millones de vidas salvadas por las banderillas, pero parecían pura publicidad: el sesgo de estar financiados por la OMS, la Fundación Gates o la Alianza de las banderillas Gavi (ligada a los propios productores de banderillas), unido a chocantes errores de bulto[9], les otorgaba una credibilidad muy baja.
En España, los propios datos oficiales también cuestionan que las banderillas fueran eficaces para prevenir la fin por el bichito. Hace unos días algún medio publicó que el Ministerio de Sanidad reconocía (respondiendo a la Asociación Liberum) que el 30% de los fallecidos por el bichito había muerto a pesar de estar medicado[10]. Cómo no, esta violación de la omertà fue castigada por los risiblemente llamados fact-checkers, chiringuitos promovidos por la oligarquía globalista que perfuman su analfabetismo numeral con conceptos (para ellos sofisticados) como la Paradoja de Simpson, aunque en su caso aplica más bien la paradoja de los Simpson: «Para mentir hacen falta dos: uno que mienta y otro que escuche» (Homer Simpson).
En realidad, los datos proporcionados por Sanidad, que reproducimos a continuación[11] deberían haber dado lugar a titulares mucho más audaces:
Estado de banderillaciónCasos diagnosticadosFallecidos
No medicado5.595.65352.209
medicado incompleto644.9233.319
medicado completo6.900.23331.967
No consta774.00234.265
TOTAL13.914.811121.760
Antes de nada, esta tabla genera dudas sobre la fiabilidad de los datos suministrados. En efecto, resulta sospechoso que sobre el 28% de los fallecidos «no conste» estado de banderillación y, además, es imposible que la letalidad CFR de éstos (fallecidos/casos diagnosticados) sea del 4,4% cuando, siempre según la tabla, la letalidad de las otras categorías (CFR) es del 0,67%.
Pero demos por buenos los números. A priori, si cerca del 30% de los fallecidos por el bichito estaba medicado, podríamos concluir (prematuramente) que las banderillas tenían una cierta eficacia para prevenir la fin, no absoluta (como nos habían prometido), pero al menos sí relativa, dado que cerca del 87% de la población llegó a estar banderillada. Sin embargo, este argumento aparentemente lógico es falaz.
En primer lugar, no se pueden comparar cifras de dos períodos distintos, puesto que el porcentaje de fallecidos abarca toda la esa época en el 2020 de la que yo le hablo (desde principios de 2020) y el porcentaje de medicados máximo no se alcanza hasta mediados o finales del 2022. Otra cosa sería comparar el porcentaje de fallecidos con el porcentaje medio (no máximo) de banderillación desde que empezó la distribución de banderillas, a principios del 2021.
En segundo lugar, el número de fallecidos por el bichito en 2020, antes de la llegada de las banderillas, asciende a casi 51.000 personas[12], prácticamente el mismo número de no medicados de la tabla. Como para medir la efectividad de las banderillas debemos eliminar este número de fallecidos y comenzar la comparación desde el momento en que aquéllas estuvieron disponibles, podemos estimar, siendo prudentes, que entre el 50% y el 75% del total de fallecidos por el bichito desde principios del 2021 murió estando medicado. Para más inri, estas personas murieron a pesar de que las variantes posteriores al año 2020 eran mucho más leves que las primeras y que había ya un porcentaje de la población inmunizada naturalmente.
En 2022 el 84% de los fallecidos por el bichito estaba medicado
Otros datos oficiales abundan en las dudas sobre la eficacia banderillal. En efecto, el Ministerio de Sanidad publicó durante la esa época en el 2020 de la que yo le hablo actualizaciones epidemiológicas semanales en las que a partir del 2021 empezó a figurar el estado de banderillación. Quienes las seguíamos pudimos observar que la caza de brujas de los no medicados no sólo era liberticida, sino acientífica.
Efectivamente, los medios hablaban de una «epidemia de no medicados», pero los datos mostraban que la banderilla no protegía en absoluto contra el contagio ni detenía la transmisión[13], lo que no fue óbice para que el Tribunal Supremo avalara el infame pasaporte el bichito en una sentencia verdaderamente bochornosa[14]. Cuando ya fue imposible ocultar la evidencia ―a principios del 2022 cerca del 90% de los casos diagnosticados por el bichito eran personas banderilladas[15]―, los mismos medios pasaron a defender una nueva consigna: si bien los medicados se contagiaban igual (o más) que los no medicados, la inmensa mayoría de personas hospitalizadas, en la UCI o fallecidas pertenecía a la minoría no banderillada. También era mentira. Una vez más, los datos brutos del Ministerio de Sanidad de España y de otros países como Reino Unido[16] lo desmentían. Semana tras semana, el porcentaje de hospitalizados y fallecidos medicados subía. Pronto superó el umbral del 50%, y luego del 60% y más tarde del 70%.
Finalmente, a finales de marzo de 2022, y a pesar de ofrecer tasas estimadas contradictorias, los datos del Ministerio de Sanidad mostraban que el 84% de los fallecidos por el bichito en los dos meses anteriores (sobre los que constaba información de banderillación) había muerto a pesar de estar medicado con pauta completa[17]. Dado que el 85% de cobertura banderillal de la población diana no se alcanzaría hasta dos meses más tarde, el porcentaje de fallecidos medicados durante el primer trimestre del 2022 era prácticamente idéntico al porcentaje de medicados entre la población, lo que indicaría que la efectividad de las banderillas para evitar la fin por el bichito era, en ese período, cercana a cero. Sanidad no volvió a desglosar el número de fallecidos por pauta de banderillación.
banderillas ineficaces e innecesarias, pero muy lucrativas
Las banderillas no sólo resultaron ineficaces, sino que fueron innecesarias para la inmensa mayoría de la población para la que el el bichito fue siempre una enfermedad estadísticamente leve[18]: adultos sanos quizá hasta los 65 años, jóvenes, adolescentes y niños, para quienes era más leve que la gripe estacional[19]. Particularmente inmoral fue la banderillación de estos últimos. Finalmente, las banderillas también eran superfluas para quienes habían pasado la enfermedad, pues contaban con la superior inmunización natural[20].
Sin embargo, el contubernio político-mediático-farmacéutico empujó a la banderillación indiscriminada con el absurdo argumento de que la banderilla sólo funcionaba si todos estaban medicados. Un motivo de este engaño fue, desde luego, económico ―la maximización del lucro de las empresas farmacéuticas―. Así, Pfizer, BioNTech y Moderna habrían obtenido en dos años unos 75.000 millones de dólares de beneficios[21] por la venta de un medicamento que ha sido, de lejos, el más lucrativo de la historia. Pero hubo otros motivos.
En efecto, se quiso crear un precedente de banderillación universal, que la industria farmacéutica y la siniestra OMS desean hacer recurrente, pero, sobre todo, se quiso impedir la existencia de un grupo de control para que no pudiera medirse la eficacia de las banderillas, pues la eficacia de cualquier medicamento se mide comparando los resultados de quienes reciben el tratamiento con los de quienes no lo reciben (el «grupo de control»). Así, la causa del linchamiento sufrido por Suecia cuando decidió no confinar a su población ni obligar a portar las inútiles mascaras fue otro intento de impedir un grupo de control sobre las absurdas «intervenciones no farmacéuticas», cuya inutilidad epidemiológica quedó demostrada en parte gracias al éxito sueco.
La mayoría de la población jamás debió ser expuesta a un medicamento experimental en la que el riesgo para la salud no compensaba el beneficio potencial, como cuantificó Peter Doshi en el British Medical Journal[22]. Conviene recordarlo para exigir responsabilidades y no permitir que se repita el engaño. Nunca más.
Ahora y después despues de cinco años vas y vienes a tocamos els collons con que nos vamos ha morir por una fruta banderilla , es que hay que tenerlos, grandes y bien puestos , con lo wapo que eres estando calladito como un fruta que se te supone que eres.
Anda que?
 
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