Yugoslavia veinte años despúes: el genocidio que jamás habría ocurrido de no ser por los perioputas

M. Priede

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Hoy se sabe la verdad, pero nadie se siente culpable. Todo lo contrario: desde entonces han seguido repitiendo mentiras, especialmente desde el 11-s, y a cual más criminal.

Adeudan millones de muertos y duermen tranquilos, son como Rajoy y Sorayita: no va con ellos.


La mayor patraña de finales del siglo XX
por Pierre Rimbert y Serge Halimi, abril de 2019​


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Hace ahora veinte años, el 24 de marzo de 1999, trece Estados miembro de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), entre ellos Estados Unidos, Francia y Alemania, bombardearon la República Federal de Yugoslavia. La guerra duró setenta y ocho días y se alimentó de mentiras mediáticas cuyo objetivo era alinear la opinión pública occidental con la de los mandos militares. Los serbios cometen un “genocidio”, “juegan al fútbol con cabezas cortadas, descuartizan cadáveres, arrancan los fetos a las mujeres embarazadas y los asan”, denunciaba el ministro de Defensa alemán, el socialdemócrata Rudolf Scharping, cuyos comentarios fueron ampliamente reproducidos en los medios de comunicación; mataron “entre 100.000 y 500.000 personas” (TF1, 20 de abril de 1999), incineraron a sus víctimas en “hornos como los que se utilizaron en Auschwitz” (The Daily Mirror, 7 de julio). Una a una, estas noticias falsas se irán desmintiendo –pero solo una vez finalizado el conflicto–, sobre todo gracias a la investigación del periodista estadounidense Daniel Pearl (The Wall Street Journal, 31 de diciembre de 1999). También se desinflará la que fue una de las manipulaciones más decisivas de finales del siglo XX: el plan Potkova (“herradura”), un documento que supuestamente demostraba que los serbios habían planeado la “limpieza étnica” de Kosovo. Su difusión por parte de Alemania en abril de 1999 fue el pretexto usado para intensificar los bombardeos. Los desinformadores, sin embargo, no fueron internautas paranoicos, sino los gobiernos occidentales, la OTAN y los órganos de prensa más respetados (1).​
Entre ellos, Le Monde, un diario cuyas posturas editoriales eran entonces la referencia para el resto de la galaxia mediática francesa. Su redacción, dirigida por Edwy Plenel, reconoce haber “tomado partido a favor de la intervención” (2). En la primera página de la edición del 8 de abril de 1999, un artículo de Daniel Vernet reza: “El plan llamado ‘Herradura’ planeaba la deportación de kosovares”. El periodista difundía así la noticia desvelada el día anterior por el ministro de Asuntos Exteriores alemán, el ecologista Joschka Fischer. Este “plan del Gobierno de Belgrado explica detalladamente la política de limpieza étnica llevada a cabo en Kosovo (…) su nombre en clave es ‘Herradura’, sin duda como símbolo de la acción de atenazar a la población albanesa”, escribe Vernet, para quien el asunto “parece fuera de toda duda”.​
A los dos días, el diario reincide a toda plana: “Cómo [Slobodan] Miloševic planeó la limpieza étnica”. “El plan serbio ‘Potkova’ planeó el éxodo forzado de kosovares ya desde octubre de 1998. Continuó ejecutándose durante las negociaciones de Rambouillet”. Le Monde menciona un “documento de origen militar serbio” y difunde de nuevo las alegaciones de los oficiales alemanes, llegando incluso a reproducir íntegramente una nota –lo que hoy en día llamaríamos el “argumentario”– entregada a los periodistas por el inspector general del Ejército alemán. Berlín pretendía así justificar, de cara a una opinión pública más bien pacifista, la primera guerra llevada a cabo por la Bundeswehr desde 1945, y además contra un país que 50 años atrás fue ocupado por la Wehrmacht.​
Solo que el plan era falso: no provenía de las autoridades serbias, sino que era una creación elaborada a partir de datos que habían recopilado los servicios de inteligencia búlgaros y que este país, que en aquel entonces se empleaba con ahínco para entrar en la OTAN, había tras*mitido a los alemanes. La verdad se destapó el 10 de enero de 2000 en el semanario Der Spiegel y la exministra de Asuntos Exteriores búlgara la confirmó doce años después. Es evidente a posteriori que el documento debería haber despertado sospechas puesto que “herradura” se dice potkovica en serbio y no potkova, como señaló ya el 15 de abril de 1999 el diputado alemán Gregor Gysi ante el Bundestag. En marzo de 2000, el general de brigada alemán Heinz Loquai expresó en un libro sus “dudas acerca de la existencia de tal documento”; su investigación obligó a Scharping a admitir que no disponía de una copia del “plan” original. En esa época, el portavoz del Tribunal Penal Internacional para la antigua Yugoslavia calificó como “material poco concluyente” los datos del supuesto plan (Hamburger Abendblatt, 24 de marzo de 2000); y la fiscal Carla Del Ponte ni siquiera se refirió a él en el acta de acusación de Miloševic en 1999 y después en 2001.​
“La guerra –decía Plenel poco tiempo después de que empezaran los bombardeos– es el mayor reto para el periodismo. Es ahí cuando demuestra o no su credibilidad, su fiabilidad” (3). Por lo visto, este investigador nunca se ha enfrentado a la contradicción que esto supone respecto a ese “amor por los sucesos reales” del que presumía en un libro panfletario apoyando la intervención de la OTAN (4). Le Monde seguirá aludiendo a la mentira, pero haciendo como si siempre la hubiese considerado con prudencia: “El documento del plan ‘Herradura’ sigue siendo muy controvertido. Su validez nunca ha sido demostrada” (16 de febrero de 2002). Los periodistas Jean-Arnault Dérens y Laurent Geslin, expertos en los Balcanes, tachan el plan Potkova de “arquetipo de fake news difundidas por los ejércitos occidentales y reproducidas por todos los grandes periódicos europeos” (5).​
El aniversario no justificaría por sí solo que recordáramos este asunto. Sin embargo, algunas de sus consecuencias siguen influyendo en las relaciones internacionales. La OTAN decidió atacar en su primera misión armada desde su fundación en 1949 a un Estado que no amenazaba a ninguno de sus miembros. Usó como pretexto razones humanitarias y actuó sin un mandato de las Naciones Unidas. Estados Unidos se sirvió de este precedente en 2003 durante la oleada turística de Irak, que también se apoyó en una campaña de desinformación masiva. Unos años después, en febrero de 2008, la declaración de independencia de Kosovo debilitó el principio de inviolabilidad de las fronteras. Asimismo, Rusia se basó en este precedente cuando, en agosto de 2008, reconoció la independencia de Abjasia y de Osetia del Sur, dos territorios que se habían escindido de Georgia; y después, en marzo de 2014, para la anexión de Crimea.​
Puesto que la guerra de Kosovo fue llevada a cabo por una mayoría de gobiernos “de izquierda” y fue apoyada por gran parte de los partidos conservadores, nadie tenía ningún interés en revisar las falsedades oficiales. Y es fácil comprender por qué los periodistas que están más obsesionados con el asunto de las fake news prefieren también mirar hacia otro lado.​

(1) Cf. Serge Halimi, Henri Maler, Mathias Reymond y Dominique Vidal, L’opinion, ça se travaille... Les médias, les “guerres justes” et les “justes causes”, Agone, Marsella, 2014.​
(2) Pierre Georges, director adjunto de redacción del Le Monde, entrevista para la revista Marianne, París, 12 de abril de 1999.​
(3) Citado por Daniel Junqua en La Lettre, n.º 32, París, abril de 1999, y reproducido en Acrimed.org, noviembre de 2000.​
(4) Edwy Plenel, L’Épreuve, Stock, París, 1999.​
(5) La Revue du crieur, n.º 12, París, febrero de 2019.​
 
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Lo que le han hecho a Yugoslavia desde 1918 no tiene perdón de Dios, primero crearlo cuando destruyeron el Imperio Austrohungaro, luego destruir la nación a machetazo limpio y la misma destrucción de Serbia amputandola con Montenegro y Kosovo.
 
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