youb el Majaoui (viajero joven): “Fui ocupa: para dejar de vivir esa vida necesitas algún empujón, una ayuda”

chousa

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Ayoub el Majaoui: “Fui ocupa: para dejar de vivir esa vida necesitas algún empujón, una ayuda”


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“En las ocupaciones he visto muchísima variedad. Hay gente que trata la casa mejor que si fuera la suya, y otros que están 24/7 borrachos o drojados y dan problemas”



El joven jovenlandés Ayoub el Majaoui lleva ocho años en España. Tras entrar como viajero ilegal con apenas 14 años, pasó por un centro de menores y a la salida se vio en A Coruña sin dinero ni permiso de trabajo. Vivió la marginalidad, la delincuencia, la ocupación y el consumo de drojas antes de conseguir reconducir su vida con la ayuda de la asociación Casco y papeles para poder ganarse la vida. Entiende que a muchos de los que viven en esos ambientes hay que temerlos; pero también, cree, tenerles algo de compasión: gente sin amigos, esperanzas ni autoestima.

¿Cómo fue su llegada a España?
Entré en diciembre de 2013. En jovenlandia había pobreza, y veías que la gente que bajaba de España venían bien vestidos, con coches. El 90% de los que están en jovenlandia tienen España entre ceja y ceja. Intenté entrar en patera, debajo de un autobús, y al final lo hice metiéndome debajo de un tráiler.
¿Cuántos años tenía?
Catorce. Pasé con dos amigos. No bajamos del tráiler hasta Madrid.
¿Conocía a alguien?
Entré con un amigo de 22 años que había sido deportado y algo se defendía, pero nadie nos hacía ningún caso. Entramos en los súper a robar comida, o comerla allí. Dijo que teníamos que ir a Barcelona, donde tenía colegas. Nosotros no nos atrevíamos, pero él creo que dio un tirón y consiguió un bolso. Compramos dos billetes de tren, y él saltó la máquina; fuimos a Mataró. Al vernos jóvenes, y relacionándonos con gente chunga, fuimos a pedir ayuda en las mezquitas. No tenía ni idea de español. Un jovenlandés me ofreció ayuda y estuve dos meses en su casa, separándome de mis colegas. Después me mandó a Galicia, donde me dijo que la gente era tranquila y había un buen futuro. Me cogió un billete de bus para A Coruña.
La encrucijada de la ocupación
Enrique Carballo

¿Cuándo llegó?
No recuerdo el día exacto. Salí de la estación, pero no tenía nada de dinero. Fui a un supermercado, robé comida y luego me fui al parque de Santa Margarita. A la una de la noche la policía me encontró, me llevaron a la comisaría de Oza y luego fui al centro de menores de Ferrol. Entré en febrero de 2014.
¿Cuándo salió?
En enero de 2017, cuando cumplí los 18.
¿Cómo era la vida allí?
Era mejor que la situación de antes. Los dos primeros años se hizo algo duro porque no tenía familia afuera y no podía salir: estabas en el centro de lunes a lunes, y te sentías solo. Pero empecé a hacer deporte, gané un campeonato de España de remo [participó en el club de remo A Cabana], saqué la ESO, una FP de formación básica, en general bien.
Sale del centro, ¿tenía permiso de residencia?
Tenía permiso para residir, pero no me permitía trabajar. Intentas hacer las cosas bien, vas a entrevistas, pero cuando ven que no tienes permiso de trabajo les cambia la cara.
Ocupación: el conflicto de las mil caras
Marta Otero | A Coruña
¿Cómo hizo para vivir?
Tenía un hermano en Cedeira. Está casado, tiene hijos y viven de la Risga, pero no quería ir a su casa, pensé que podíamos acabar mal. Dije en el centro si me podían mandar a alguna ONG, pero insistieron en que no era factible. Me dieron la opción de ir a la residencia laboral [el Centro Residencial Docente, en Culleredo], si seguía estudiando. Cogí un ciclo que no quería, pero la otra opción era quedar en la calle con mis maletas. Así tenía donde dormir y comer, de lunes a viernes.
¿Y los fines de semana?
Cogía mi maleta y una manta robada del centro, venía a A Coruña andando y buscaba dónde dormir. A veces colegas me dejaban habitaciones. Entonces, del centro me mandaron una carta dándome de baja en unas ayudas que nunca recibí. Me habían prometido ayudas para el bus, comida, ayudar en la Risga... Pero al salir del centro ni me cogían el teléfono. Me dolió bastante. No tenía ni un chavo. Ves que tus amigos van a tomar un café y no puedes, y te sientes más solo que la una. Me bajaba la autoestima, las ganas de estudiar...
¿Qué pasó con los estudios?
Empecé a consumir cannabis, a beber en las habitaciones, a incumplir normas, y me expulsaron. Tantos estudios, tanto deporte, tanta vaina durante cinco años: me vi con mis maletas en la calle, sin nada.
¿Cómo se veía?
Dormía en cajeros de banco, en el puente de El Corte Inglés, en los parques de noche, que te vienen los seguratas a pegar... Una semana estuve desesperadísimo. Iba por la calle llorando, qué hago, qué hago, me tomo dos pastillas y me voy al otro barrio... Paraba a la policía y les decía que me llevasen al calabozo para dormir caliente. Me decían que no eran mis padres, que vaya a romper algo o robar a alguien y después me llevan. En Os Mallos le dije a uno que me detuviese, y me dijo, “rompe ese locutorio y te llevo ahora mismo”. Era como un vacile, no me decían dónde me podían ayudar. No sabía de Cruz Roja, de Padre Rubinos, ni de Casco, y que recibas esta respuesta de la gente de la ley, te lleva a delinquir.
¿Cómo se veía?
Empezó a crecer el consumo del cannabis y el alcohol. Pasé a consumir de todo, menos heroína. Y en esa situación, solo conoces a los que están como tú. Gente que se dedica a robar, extorsiones, peleas, movidas... Pasé de estar en clases a estar 24 horas en un parque, fumando y bebiendo. Pensabas en salir de eso, pensabas en conseguir algún trabajo, porque tu vida se está yendo a la cosa, pero sin permiso de trabajo, imposible.
¿Se drojaba por ver que no tenía opciones?
¡Claro! Yo no fumaba y bebía por diversión, sino por llenar mi tiempo de algo. No puedes estudiar sin una casa donde dormir, sin dinero para comprar un bolígrafo. Lo único que te queda es robar, intentar sobrevivir como puedas, estar tirado en el parque. Ahí veía a gente de 50 años, y decía: “Yo no quiero esto para mí cuando tenga esa edad”. Eso es lo único que me encarriló un poco. Pero ahí fue cuando empezó mi vida delictiva. Empecé a pillar chocolate a gramos y empezar a pasar, sales de fiesta y si ves un palo lo das...
¿Y para dormir?
En las casas ocupas. ¿Dónde vas a dormir si no? En Padre Rubinos, pero yo sentía que no necesitaba eso, que mi problema estaba en los ingresos y en los papeles. Aunque estuviese allí 50 años, no me iban a dar un permiso para trabajar. Con un colega de Nigeria entrábamos cada tres días en una casa.
¿Cómo es la gente que está en ese ambiente? ¿Todos están en la dinámica de tomar droja y robar?
En las casas ocupas hay muchísima variedad. Hay gente mayor, con responsabilidades, familia en otro países. Lo que hacen es trabajan en neցro y tienen la casa limpia; hay alguno que la trata incluso mejor que la suya, y no andan con quien consume y malas compañías. Luego hay otro tipo de ocupas: los fiesteros los que se creen los más guays, los más chulos... Ahí tienen problemas. No puedes entrar en una casa ocupa, poner música a todo volumen, estar 24/7 borracho y drojado...
En su caso. ¿Había peleas, problemas con los vecinos?
En un año entré en unos 25 pisos o casas, con mi amigo nigeriano En alguna estuve quince días, en otra veinte. Cuando entrábamos la limpiábamos, la ordenábamos, y no me llevaba ni un cortaúñas. Sabía que en algún momento podía entrar el dueño, y las cosas pueden acabar muy mal. Si entra y ve que la casa está recogida y solo tienes un saco de dormir, relaja.
No hay lío.
¡Claro! Viene, dice: “No puedes quedarte en mi casa”, y te tienes que ir. Eso era entendible perfectamente: es tu casa. Entonces me iba, buscaba una casa vieja, o con las ventanas cerradas, y estaba ahí una temporada. Pero solo las usaba para dormir. Para fumar o beber iba a ocupas de otra gente.
Los vecinos denuncian que hay pisos en los que se mete gente a consumir y generan problemas.
No mienten. Hay gente que consume y es tranquila, pero también otra que se le va la olla. Ya ves cómo están quemando cosas ahí [en referencia a los incendios en bajos y edificios de Os Mallos]. Iba a una de las ocupas de Peruleiro y luego volvía a dormir a mi casa. Ahí he visto peleas con botellas, gente clavándose cuchillos unos a otros, que sale un vecino a decir que no haya ruido y ya le quieren pegar... Eso no es muy agradable, que digamos. Pero hay otra casa en Peruleiro y había gente bastante normal, que no consumía. Venía policía secreta desde Madrid y entraba a ella. En las ocupas entran dos personas: las que están muy desesperadas, que han recibido palos por todos lados; y la gente que no tiene casa, no tiene dinero y no quiere hacer nada.
¿Cuál sería su fórmula para acabar con los ocupas en la ciudad?
La gente que está quemando casas y va a meterse, que no tiene un chavo y sale a robar, para mí hay que ponerse un poco en su piel. A nadie le gustaría juntarse con 25 personas en una habitación para meterse pastillas y coca. Cómo decirlo… Tienes a unas personas sin papeles, sin ingresos, a las que les dejas estar en el país, pero que tienen que pasar así tres años hasta que puedan trabajar [porque se les da un permiso por arraigo social]. Para mí eso es un problema gravísimo. O no le dejas estar directamente o tiras de él un poco.
¿Y cómo acaba psicológicamente tras esos tres años?
Te acostumbras a esa vida. Recibes palos de la sociedad, y de tus amigos, porque la gente que vive en esas casas están lejísimos de la sociedad, son marginales. Entran en depresión. No tienen amigos, fuera de intereses para fumar o meter droja. Yo aún conozco gente que andaba conmigo y sigue allí. Les intentas decir algo y dicen: “Ya lo he intentando, ya estoy hasta los bemoles”. No tienen esperanza. Para que dejen de vivir esa vida necesitan algún empujón, algún tipo de ayuda. La gente joven sin papeles, muchos ingresos son de robos.
El perfil del que habla, ¿es de hombres jóvenes?
Hay tipos de cincuenta años, pero no se ven. Un señor mayor no va a robar, intenta sobrevivir, pide ayudas sociales. Pero la gente joven…
¿Cómo salió de ese mundo?
Gracias a Casco. Iba a su centro de día de vez en cuando. Había un señor con el que a veces intercambiaba cosas. Una vez me dio un reloj a cambio de darle algo otro día, pero me olvidé y me lo encontré quince días después. Me empezó a insultar y nos empezamos a pegar. Como era muy pequeño, muy delgado (ríe), una trabajadora de Casco me preguntó por mi situación. En diciembre de 2019 entré en un piso de acogida. Mi intención era quedarme hasta renovar los papeles que me permitiesen trabajar, y luego irme a otro país, porque estaba cansado de esto. Pero vino el cobi19.
¿Cómo fue estar en el piso?
Cuando estás de ocupa te pasas la mayor parte del tiempo del día buscando comida. Pensaba que sería como estar en el centro de menores, y te darían de comer y dónde dormir. Pero tras lo del centro de menores había perdido la fe en las ayudas. Al principio me costó dejar el alcohol, las drojas, pero aquella vida tampoco era para siempre. Hice un curso de carretilla elevadora en la Cámara de Comercio.
¿Y cómo empezó a trabajar?
El 26 de enero me daban el permiso de trabajo, pero se retrasó y cuando iba a retirar los papeles vino el confinamiento. Cuando acabó el el bichito retomé los estudios de la laboral, de Control y mantenimiento de maquinaria naval, y solo me queda una asignatura. En junio de este año empecé a trabajar en el punto de calor de Casco, como traductor y cubriendo vacaciones. Ahora estoy a media jornada, y pendiente de otro como ayudante de cocinero. Conseguí un piso con mi pareja y estoy pagando a medias: una vida normal, establecida, y ya no consumo.
 
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Un empujón te daba yo a tu país y contigo a toda la guano que te defiende.
 
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