Clavisto
Será en Octubre
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- 10 Sep 2013
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Era temprano cuando llegó. Pidió lo habitual y se olvidó del café mientras miraba algo en el teléfono, cosa muy normal en él. Apenas había nadie más en el bar, puede que el ciego, no sé. Al rato se acercó a la otra esquina para enseñarme lo que estaba viendo. Esto era raro. Gustavo suele estar en lo suyo y cuando no lo está es que algo vuelve a ir muy mal en su cabeza.
Con cierto entusiasmo no preocupante me contó lo que había visto y grabado poco antes: águilas. Había salido con el coche al campo, a una parte de él donde dice que las águilas se dejan ver. Le pregunté a qué hora, pues apenas eran poco más de las nueve, y respondió que no lo sabía. En el vídeo grabado se distinguían como unos pájaros volando en círculo bajo el cielo nublado. Conté tres o cuatro puntos móviles. "Águilas, Kufisto, águilas" dijo emocionado dentro de un orden. Le devolví el móvil antes del final no sin antes decirle lo flipantes que eran.
- Tienes que venirte un día a verlas -dijo-
Esto me sorprendió bastante. Y todavía más al ver que lo decía en serio. Gustavo no es un tipo que haga bromas y tampoco uno que vaya por ahí buscando compañía. Siempre solo, a veces lo he visto andando con otro parecido a él. En el bar hay gente que aún le saluda más para calmar su mala conciencia que otra cosa, pero la mayor parte de las veces todo queda en eso y a Gustavo parece no importarle, como si lo diera por descontado. Pero yo soy el que está tras la barra y aunque sólo fuera por eso siempre le saludo y converso con él cuando puedo y quiere, que no es siempre.
Le dije la verdad. Este lunes sería casi imposible con todos los preparativos de fiestas y demás pero que sí, que le llamaría cualquier otro día y quedaríamos para ir a ver águilas.
La mañana tras*currió como si en lugar de estar a las puertas de la Navidad lo estuviéramos a las de la delegación de Hacienda. Poca gente y una sensación como de estar incubando algo, sin duda consecuencia de la borrachera de antes de ayer, eterna progenitora y parturienta de muchos de mis malos días, que una vez pasada la peor parte de la resaca iba dejando sitio a algo parecido a enfermedad. Aumenté la dosis de vitamina C en polvo y de ajos crudos y con suerte todo quedará en poco.
Gustavo regresó a eso de las tres de la tarde. Una pareja en el ventanal y otra en una de las mesas completaban el cuadro. Esta vez fui yo quien se acercó a su esquina de la barra.
Y volvimos a hablar de águilas.
Una vez vio una muy de cerca yendo junto a su padre y un compañero en la locomotora del tren. Había tenido el pálpito de que precisamente allí, en aquel lento tramo arbolado, iba a aparecer un águila. Gustavo estaba seguro de ello, se concentró y aguzó la visión cerrando los oídos todo lo que pudo. Pero su padre le había dicho algo y justo en ese instante, al mirarlo, fue cuando el águila esperada desplegó las alas y salió de entre las catenarias sin que permitiera ver más que la sombra de su majestuosidad. Tuvo una enorme discusión con su padre.
Sólo faltaba por irse la pareja del ventanal. Él tiene pintas de personaje, de actor de teatro, de fácil acomodo en bares guarros, ruidosos. A mi me habla de un usted forzado sin motivo alguno para ello. Quizá crea que soy de derechas. La gente confunde la seriedad en el trato, la ausencia de conchabeo hacia el primero que llega, con la antipatía.
Cuando viene no es raro que lo haga en compañía de alguna atractiva mujer. Esto es algo bastante común entre este tipo de hombres. La de hoy era especialmente atrayente, al menos así me lo pareció cuando dijo lo que quería. No quedaría nada mal en uno de esos dramas de Almodóvar, uno de esos en los que las mujeres miran a la cámara como si tuvieran una barandilla un poco alta para su barbilla. Y la segunda vez que salí a llevarles las cervezas vi como ella, de espaldas, hacía un gesto con el pelo tal que si en lugar de ese barbas estuviera junto a Bibi Andersson mirándose en un espejo.
Gustavo y yo estábamos hablando del halcón peregrino y su increíble velocidad. Yo tiré de mis conocimientos enciclopédicos y él de sus experiencias con ellos, pues conoce a una mujer dedicada a la cetrería y a veces los ha visto en acción. El pavo barbado pidió la cuenta y, oyéndonos, metió baza no sin hacerlo de una manera un tanto política para alguien tan suspicaz como yo. Habló de águilas y halcones como lo haría un interesado. Gustavo, desde su esquina, decía algo pero este sólo me miraba a mi, ignorándolo. Hubo un momento en el que pensé decirle algo, no sé: "Eh, tío, que no soy yo quien está hablando" Me jodió como lo ignoró. Era como si lo conociera y no quisiera saber nada de él. Pero Gustavo parecía no darse cuenta.
- Bueno, Kufisto -dijo Gustavo ya solos los dos- Entonces quedamos un día de estos y te vienes a ver águilas.
Y volvió a sorprenderme. Yo creía que ya no se iba a acordar.
- Claro, tío.
- Veremos águilas
Un cielo gris lleno de nubes a medio emborrachar me recibió al salir del bar. El viento soplaba tan fuerte que antes de subir al coche pensé en extender los brazos por ver si era el suficiente para alzar el vuelo.
Con cierto entusiasmo no preocupante me contó lo que había visto y grabado poco antes: águilas. Había salido con el coche al campo, a una parte de él donde dice que las águilas se dejan ver. Le pregunté a qué hora, pues apenas eran poco más de las nueve, y respondió que no lo sabía. En el vídeo grabado se distinguían como unos pájaros volando en círculo bajo el cielo nublado. Conté tres o cuatro puntos móviles. "Águilas, Kufisto, águilas" dijo emocionado dentro de un orden. Le devolví el móvil antes del final no sin antes decirle lo flipantes que eran.
- Tienes que venirte un día a verlas -dijo-
Esto me sorprendió bastante. Y todavía más al ver que lo decía en serio. Gustavo no es un tipo que haga bromas y tampoco uno que vaya por ahí buscando compañía. Siempre solo, a veces lo he visto andando con otro parecido a él. En el bar hay gente que aún le saluda más para calmar su mala conciencia que otra cosa, pero la mayor parte de las veces todo queda en eso y a Gustavo parece no importarle, como si lo diera por descontado. Pero yo soy el que está tras la barra y aunque sólo fuera por eso siempre le saludo y converso con él cuando puedo y quiere, que no es siempre.
Le dije la verdad. Este lunes sería casi imposible con todos los preparativos de fiestas y demás pero que sí, que le llamaría cualquier otro día y quedaríamos para ir a ver águilas.
La mañana tras*currió como si en lugar de estar a las puertas de la Navidad lo estuviéramos a las de la delegación de Hacienda. Poca gente y una sensación como de estar incubando algo, sin duda consecuencia de la borrachera de antes de ayer, eterna progenitora y parturienta de muchos de mis malos días, que una vez pasada la peor parte de la resaca iba dejando sitio a algo parecido a enfermedad. Aumenté la dosis de vitamina C en polvo y de ajos crudos y con suerte todo quedará en poco.
Gustavo regresó a eso de las tres de la tarde. Una pareja en el ventanal y otra en una de las mesas completaban el cuadro. Esta vez fui yo quien se acercó a su esquina de la barra.
Y volvimos a hablar de águilas.
Una vez vio una muy de cerca yendo junto a su padre y un compañero en la locomotora del tren. Había tenido el pálpito de que precisamente allí, en aquel lento tramo arbolado, iba a aparecer un águila. Gustavo estaba seguro de ello, se concentró y aguzó la visión cerrando los oídos todo lo que pudo. Pero su padre le había dicho algo y justo en ese instante, al mirarlo, fue cuando el águila esperada desplegó las alas y salió de entre las catenarias sin que permitiera ver más que la sombra de su majestuosidad. Tuvo una enorme discusión con su padre.
Sólo faltaba por irse la pareja del ventanal. Él tiene pintas de personaje, de actor de teatro, de fácil acomodo en bares guarros, ruidosos. A mi me habla de un usted forzado sin motivo alguno para ello. Quizá crea que soy de derechas. La gente confunde la seriedad en el trato, la ausencia de conchabeo hacia el primero que llega, con la antipatía.
Cuando viene no es raro que lo haga en compañía de alguna atractiva mujer. Esto es algo bastante común entre este tipo de hombres. La de hoy era especialmente atrayente, al menos así me lo pareció cuando dijo lo que quería. No quedaría nada mal en uno de esos dramas de Almodóvar, uno de esos en los que las mujeres miran a la cámara como si tuvieran una barandilla un poco alta para su barbilla. Y la segunda vez que salí a llevarles las cervezas vi como ella, de espaldas, hacía un gesto con el pelo tal que si en lugar de ese barbas estuviera junto a Bibi Andersson mirándose en un espejo.
Gustavo y yo estábamos hablando del halcón peregrino y su increíble velocidad. Yo tiré de mis conocimientos enciclopédicos y él de sus experiencias con ellos, pues conoce a una mujer dedicada a la cetrería y a veces los ha visto en acción. El pavo barbado pidió la cuenta y, oyéndonos, metió baza no sin hacerlo de una manera un tanto política para alguien tan suspicaz como yo. Habló de águilas y halcones como lo haría un interesado. Gustavo, desde su esquina, decía algo pero este sólo me miraba a mi, ignorándolo. Hubo un momento en el que pensé decirle algo, no sé: "Eh, tío, que no soy yo quien está hablando" Me jodió como lo ignoró. Era como si lo conociera y no quisiera saber nada de él. Pero Gustavo parecía no darse cuenta.
- Bueno, Kufisto -dijo Gustavo ya solos los dos- Entonces quedamos un día de estos y te vienes a ver águilas.
Y volvió a sorprenderme. Yo creía que ya no se iba a acordar.
- Claro, tío.
- Veremos águilas
Un cielo gris lleno de nubes a medio emborrachar me recibió al salir del bar. El viento soplaba tan fuerte que antes de subir al coche pensé en extender los brazos por ver si era el suficiente para alzar el vuelo.