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Y dijo Dios: "¡Hágase el mono!" y creó al mono. Y viendo Dios que el interés del mono por su Creación se reducía a meneársela dijo: "No es bueno que el mono este solo. Me aburro" Y creó a la mona, que fue agradable a los ojos del mono. Y se conocieron, y se conocieron, y se conocieron...Bueno, eso estaba algo mejor, pero también de esto Dios se cansó. "Hay que hacer algo -pensó- Parecen orates. Ahora es preciso jorobarlos"
- ¿Veis aquel árbol? -dijo Dios.
- ¿Qué árbol? -dijo el mono.
- (jorobar) ¡Cual va a ser! ¡Ese grande que hay plantado allí! ¿No lo veis? Ese de alta y frondosa copa ahíta de frutos.
- Ah, sí -respondieron mono y mona, sobándose.
- ¿Como que "ah, sí"? ¿Y qué es esa falta de respeto? ¿No os he dicho mil veces que cuando os dirijáis a mi habéis de hacerlo como "Señor"?
- Perdón, Señor.
- ¡Y dejad de sobaros! ¡Estoy harto de veros sobándoos!
El mono y la mona dejaron de sobarse.
- Bien -prosiguió Dios- Vais a volverme loco...¡Escuchad! ¡Ese árbol del que os hablo...!
- ¿Árbol? -inquirió la mona que, risueña, volvía a enganchar el incansable pijo del mono.
- ¡La progenitora que te parió! ¡En qué hora se me ocurriría! ¡Quita la mano de ahí, astuta descompuesta!
- Oiga...-empezó el mono a decir.
- ¡Leches! ¡Callaos y escuchadme! ¡Y llamadme Señor, jorobar!
- Vale, vale, Señor -respondieron al unísono, asustados.
- Bien -dijo Dios con voz muy seria- Pues escuchad ahora, hijos míos, que lo que voy a deciros es una cosa muy importante...
Y Dios esperó alguna reacción en sus criaturas y no vio ninguna.
- ¿Pero habéis oído lo que acabo de decir?
- Sí, Señor.
- ¿Y os quedáis igual?
- Ehhh...
- ¡Esto es importante, jorobar! ¡Deberíais mostrar interés, no sé, algo...!
- ¿De qué, Señor?
- ¡Del árbol, shishi! -bramó Dios- ¡Del árbol grande, del puñetero árbol que he plantado esta mañana...! - Y Dios se calló.
- ¡Ahhh! -dijo la mona.
- ¿Ah, qué? -dijo Dios, cauto.
- O sea que ese árbol lo has puesto hoy.
- S-sí...Sí, ¿qué pasa?
- Nada -respondió la mona mirándole a los ojos con media sonrisa- Nada...
Y Dios se turbó y los dejó estar por aquel día.
A la mañana siguiente Dios regresó y les habló.
- Buenos días, hijos míos -dijo como un cura.
- Buenos días, Señor - respondieron desperezándose.
- ¡Ejem...! ¿Qué tal estáis?
- Bien
- Eso está bien...
- ¡Oh, perdón! ¡Estamos bien, Señor!
- Bueno, bueno...No pasa nada, es igual...¿Qué planes tenéis para hoy?
- ¿Planes? -dijo el mono casi riendo.
- Sí. Planes. Qué vais a hacer y tal...
El mono rió ya bien despierto y Dios apartó la vista. Pero la mona dijo:
- Me gustaría ver aquel árbol.
- ¿Qué árbol? -respondió el mono.
- Pareces orate -dijo la mona- ¡Qué árbol va a ser! ¡Ese del que el Señor nos habló ayer!
- ¿Ayer? Pero nena, nena...
- ¡Quita ya!
Y Dios sonrió.
- Os advierto, hijos míos -dijo Dios- Podéis comer de cualquier árbol menos de ese.
- ¿Comer?
- ¡Ah, sí! -dijo Dios. Y entonces fue cuando en un momento creó el hambre.
- Estoy un poco raro -dijo el mono mirándose el miembro monil.
- Eso es porque necesitas comer algo -dijo la mona, que las cogía al vuelo- Ven, vamos a dar un paseo.
- Yo os digo, hijos míos -dijo Dios- No comáis jamás de ese árbol, jamás. Es un árbol venenoso, muy venenoso...¿Lo entiendes, hija mía? ¡Nunca comas de ese árbol!
Y la mona cogió al mono de la mano y guiñiándole un ojo a Dios se perdieron en el jardín.
- Amada mía -dijo el mono- Esto es muy raro.
- ¿El qué, mono mío?
- Pues todo esto; que tenga hambre, que no se me levante el pijo...
- Venga, venga...No pasa nada, no te sofoques. Enseguida encontraremos algo de comer.
Pero ningún árbol tenía fruto alguno.
- Me muero de hambre -dijo el mono casi llorando.
- Espera un poco que ya casi estamos -dijo la mona- ¿No lo hueles?
- ¿El qué?
- ¡Pero mira qué manzanas hay allí!
- ¿Manzanas?
- ¡Sí! ¡Manzanas!
- ¿Manzanas?
- ¡Oh, que orate eres! ¡Comida! ¡Eso te pondrá el pijo fuerte otra vez!
- No sé si...-dijo el mono relamiéndose.
- ¿Qué? -dijo la mona.
- Pues que...ufff. El Señor nos dijo que no podíamos comer de este árbol y...no sé.
- ¿No tienes tanta hambre?
- Sí, me muero de hambre -dijo el mono mirándose el pijo.
- Pues agarra una manzana y cómela.
- Ya -dijo el mono- Para ti eso es fácil de decir.
- ¿Fácil? -dijo la mona, escandalizada- ¡O sea que yo soy menos que tú por haber sido creada después?
- No, no es eso.
- ¡Y entonces qué es!
- Pues que el Señor nos dijo que de este árbol no habíamos de comer.
- ¡Ja! ¡El Señor! ¿Pero tú qué eres? ¿un mono o un gusano? ¿Y tu pijo? ¿No piensas en tu pijo? ¿Acaso crees que voy a estar con un mono al que no se le levanta?
- ¡Pero si no hay otro!
- ¡Y tú qué sabes!
Y entonces, para espanto de ambos, habló una serpiente emboscada en una de las ramas.
- Ella tiene razón, mono -dijo- No eres el último mono del mundo.
- ¡Qué!, ¡pero si estamos solos!
- Come de la manzana y serás el único mono del mundo para ella. Para siempre.
El mono lo pensó.
- No -dijo en noble arrebato de pijo flácido- No. Estoy cansado, muy cansado...Ya es suficiente.
- ¡Ah! -gritó ella. Y cogió una manzana y la mordió- ¡Come, fulastre!
Y el mono comió, y la serpiente se esfumó entre rayos y truenos.
- ¡Ah, me gusta la fruta! -tronó la voz del Señor desde una nube- ¡Ahora sí que voy a divertirme! ¡Ahora vais a saber lo que es bueno! Pero antes de mandaros a tomar por ojo ciego ven acá tú, pecadora, maldita por los siglos de los siglos, que tengo que decirte un par de cosas.
- No vayas -dijo el mono-
- ¡Quita!
Al rato volvió.
- ¿Y qué te ha dicho? -dijo el mono ya tirado en una especie de erial.
- Nada...Que a amar y tener hijos.
- ¿Hijos?
- Hijos. ¿Como va el pijo?
- No muy bien. Estoy sin fuerzas desde que tengo hambre.
- Pues ya estás tardando en salir a cazar, sencillaina.
- ¿Y eso es todo lo que te ha dicho? -preguntó el mono.
- Sí -dijo la mona- Y no me hagas hablar más.
- ¿Veis aquel árbol? -dijo Dios.
- ¿Qué árbol? -dijo el mono.
- (jorobar) ¡Cual va a ser! ¡Ese grande que hay plantado allí! ¿No lo veis? Ese de alta y frondosa copa ahíta de frutos.
- Ah, sí -respondieron mono y mona, sobándose.
- ¿Como que "ah, sí"? ¿Y qué es esa falta de respeto? ¿No os he dicho mil veces que cuando os dirijáis a mi habéis de hacerlo como "Señor"?
- Perdón, Señor.
- ¡Y dejad de sobaros! ¡Estoy harto de veros sobándoos!
El mono y la mona dejaron de sobarse.
- Bien -prosiguió Dios- Vais a volverme loco...¡Escuchad! ¡Ese árbol del que os hablo...!
- ¿Árbol? -inquirió la mona que, risueña, volvía a enganchar el incansable pijo del mono.
- ¡La progenitora que te parió! ¡En qué hora se me ocurriría! ¡Quita la mano de ahí, astuta descompuesta!
- Oiga...-empezó el mono a decir.
- ¡Leches! ¡Callaos y escuchadme! ¡Y llamadme Señor, jorobar!
- Vale, vale, Señor -respondieron al unísono, asustados.
- Bien -dijo Dios con voz muy seria- Pues escuchad ahora, hijos míos, que lo que voy a deciros es una cosa muy importante...
Y Dios esperó alguna reacción en sus criaturas y no vio ninguna.
- ¿Pero habéis oído lo que acabo de decir?
- Sí, Señor.
- ¿Y os quedáis igual?
- Ehhh...
- ¡Esto es importante, jorobar! ¡Deberíais mostrar interés, no sé, algo...!
- ¿De qué, Señor?
- ¡Del árbol, shishi! -bramó Dios- ¡Del árbol grande, del puñetero árbol que he plantado esta mañana...! - Y Dios se calló.
- ¡Ahhh! -dijo la mona.
- ¿Ah, qué? -dijo Dios, cauto.
- O sea que ese árbol lo has puesto hoy.
- S-sí...Sí, ¿qué pasa?
- Nada -respondió la mona mirándole a los ojos con media sonrisa- Nada...
Y Dios se turbó y los dejó estar por aquel día.
A la mañana siguiente Dios regresó y les habló.
- Buenos días, hijos míos -dijo como un cura.
- Buenos días, Señor - respondieron desperezándose.
- ¡Ejem...! ¿Qué tal estáis?
- Bien
- Eso está bien...
- ¡Oh, perdón! ¡Estamos bien, Señor!
- Bueno, bueno...No pasa nada, es igual...¿Qué planes tenéis para hoy?
- ¿Planes? -dijo el mono casi riendo.
- Sí. Planes. Qué vais a hacer y tal...
El mono rió ya bien despierto y Dios apartó la vista. Pero la mona dijo:
- Me gustaría ver aquel árbol.
- ¿Qué árbol? -respondió el mono.
- Pareces orate -dijo la mona- ¡Qué árbol va a ser! ¡Ese del que el Señor nos habló ayer!
- ¿Ayer? Pero nena, nena...
- ¡Quita ya!
Y Dios sonrió.
- Os advierto, hijos míos -dijo Dios- Podéis comer de cualquier árbol menos de ese.
- ¿Comer?
- ¡Ah, sí! -dijo Dios. Y entonces fue cuando en un momento creó el hambre.
- Estoy un poco raro -dijo el mono mirándose el miembro monil.
- Eso es porque necesitas comer algo -dijo la mona, que las cogía al vuelo- Ven, vamos a dar un paseo.
- Yo os digo, hijos míos -dijo Dios- No comáis jamás de ese árbol, jamás. Es un árbol venenoso, muy venenoso...¿Lo entiendes, hija mía? ¡Nunca comas de ese árbol!
Y la mona cogió al mono de la mano y guiñiándole un ojo a Dios se perdieron en el jardín.
- Amada mía -dijo el mono- Esto es muy raro.
- ¿El qué, mono mío?
- Pues todo esto; que tenga hambre, que no se me levante el pijo...
- Venga, venga...No pasa nada, no te sofoques. Enseguida encontraremos algo de comer.
Pero ningún árbol tenía fruto alguno.
- Me muero de hambre -dijo el mono casi llorando.
- Espera un poco que ya casi estamos -dijo la mona- ¿No lo hueles?
- ¿El qué?
- ¡Pero mira qué manzanas hay allí!
- ¿Manzanas?
- ¡Sí! ¡Manzanas!
- ¿Manzanas?
- ¡Oh, que orate eres! ¡Comida! ¡Eso te pondrá el pijo fuerte otra vez!
- No sé si...-dijo el mono relamiéndose.
- ¿Qué? -dijo la mona.
- Pues que...ufff. El Señor nos dijo que no podíamos comer de este árbol y...no sé.
- ¿No tienes tanta hambre?
- Sí, me muero de hambre -dijo el mono mirándose el pijo.
- Pues agarra una manzana y cómela.
- Ya -dijo el mono- Para ti eso es fácil de decir.
- ¿Fácil? -dijo la mona, escandalizada- ¡O sea que yo soy menos que tú por haber sido creada después?
- No, no es eso.
- ¡Y entonces qué es!
- Pues que el Señor nos dijo que de este árbol no habíamos de comer.
- ¡Ja! ¡El Señor! ¿Pero tú qué eres? ¿un mono o un gusano? ¿Y tu pijo? ¿No piensas en tu pijo? ¿Acaso crees que voy a estar con un mono al que no se le levanta?
- ¡Pero si no hay otro!
- ¡Y tú qué sabes!
Y entonces, para espanto de ambos, habló una serpiente emboscada en una de las ramas.
- Ella tiene razón, mono -dijo- No eres el último mono del mundo.
- ¡Qué!, ¡pero si estamos solos!
- Come de la manzana y serás el único mono del mundo para ella. Para siempre.
El mono lo pensó.
- No -dijo en noble arrebato de pijo flácido- No. Estoy cansado, muy cansado...Ya es suficiente.
- ¡Ah! -gritó ella. Y cogió una manzana y la mordió- ¡Come, fulastre!
Y el mono comió, y la serpiente se esfumó entre rayos y truenos.
- ¡Ah, me gusta la fruta! -tronó la voz del Señor desde una nube- ¡Ahora sí que voy a divertirme! ¡Ahora vais a saber lo que es bueno! Pero antes de mandaros a tomar por ojo ciego ven acá tú, pecadora, maldita por los siglos de los siglos, que tengo que decirte un par de cosas.
- No vayas -dijo el mono-
- ¡Quita!
Al rato volvió.
- ¿Y qué te ha dicho? -dijo el mono ya tirado en una especie de erial.
- Nada...Que a amar y tener hijos.
- ¿Hijos?
- Hijos. ¿Como va el pijo?
- No muy bien. Estoy sin fuerzas desde que tengo hambre.
- Pues ya estás tardando en salir a cazar, sencillaina.
- ¿Y eso es todo lo que te ha dicho? -preguntó el mono.
- Sí -dijo la mona- Y no me hagas hablar más.