Y entonces lo supe

Clavisto

Será en Octubre
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10 Sep 2013
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Hacía tiempo desde la última vez que vi a Gonzalo en el bar. Hará nada, un par de días, que lo recordé: "¿qué raro? -pensé- ¿estará ingresado?" Y hoy reapareció en mi vida a eso de las tres y cuarto de la tarde.

Le vi llegar. Hoy ha hecho bueno, la puerta estaba abierta y yo estaba sentado al final de la barra, frente a la puerta. En la distancia me pareció aún más delgado; caminaba parsimonioso el paso de cebra con las gafas de sol puestas; entró al bar, saludó y fue a sentarse conmigo.

- Hola, Gonzalo.
- Hola, Kufisto.

El tío de la prensa que había venido a cobrar la semanada y de paso echarse un tercio se hizo a un lado más allá. La gente prefiere evitar a los tipos como Gonzalo. Quizá yo también lo haría si mi sitio no estuviera detrás de la barra. No es peligroso, está medicado, pero claro, es un enfermo mental y eso echa para atrás. No es como la pobre gente disminuida que encima andan varados en sillas de ruedas conducidas por otros, no; estos al menos crean una especie de conmiseración hacia su persona aunque sólo sea por la ausencia de peligro. Pero un loco, un loco al que algunos conocieron cuerdo, es otra cosa. Un loco puede hacer daño.

En mi caso no lo conocí cuerdo, y ya van más de diez años. Él tiene 41 y yo pronto haré los cincuenta. Siempre he sentido una cierta simpatía por esta gente, quizá porque me siento más cercano a ellos que a los otros. Después de todo y visto lo visto es casi un milagro que todavía no esté como ellos.

Lo suyo, según cuentan, fue por las drojas. Se quedó, como se dice y como todos pudimos quedarnos. Le tocó a él.

Es un chaval alto, bien formado, de complexión atlética y rostro anguloso y marcado, la nariz recta, el típico tío que atrae a las chicas. Y seguro que las atrajo. Pero de eso no queda nada. Ahora está demasiado delgado, cada vez con menos pelo y encima, loco.

- ¿Café? -pregunté.
- Sí.

Se lo puse descafeinado tal y como llevo haciéndolo desde hace años. No se da cuenta. Por otra parte tampoco creo que lo hiciera el 75 % de mis clientes. El café descafeinado ha mejorado mucho de sabor y la peña anda tan banderillada y empastillada que ya no saben qué meter a sus cuerpos para no morirse de ardor de estomago.

Hablamos. Habló. Gonzalo coge carrerilla y es mejor dejarle hablar su pausado deje, lineal y desconcertante.

No te mira a la cara mientras habla salvo que tú, por decir algo, comentes en modo "estoy escuchándote" y entonces levanta la vista, pesada por la medicación, y te mira un tanto sorprendido, como si no recordara haber hablado para otro. A veces sonríe. Y resulta una sonrisa maravillosa.

Tiene la tez de quien ha bebido fuerte durante mucho tiempo a pesar de que él no bebe ni gota de alcohol. La fuerte medicación está moliendo sus órganos. Tiene menos pelo, ya casi está alopécico en el frontal, aunque no creo que le importe. En todos estos años jamás hemos hablado de tías, o al menos no en el sentido habitual. Es un chico muy espiritual, sensible, y cercano a todo aquello que tenga que ver con los más aguzados sentimientos siempre y cuando sean de noble índole. Le he visto llorar por el recuerdo de una muchacha de parecida condición que conoció ya sin estar bien y con la que durante algún tiempo mantuvo una relación religiosa. Y también le he visto a punto de perder el control un mediodía de domingo en el bar. Aquella vez estuvo a punto de liarla parda. Pero lo contuve sin violencias, se fue y como resultado pasó un par de meses en el psiquiátrico.

- ¿Nos fumamos un pito, Kufisto?
- Claro.

Salimos afuera. El cielo estaba cubierto a modo de chemtrails.

- Ya están fumigando otra vez -dije- Por esto hace calor otra vez.
- ¿Qué? -respondió
- El cielo fumigado. Veneno. Chemtrails. ¿No has visto nada de eso?
- No

Él tiene otro pensamiento. Gonzalo quiere salvar al mundo de lo que se avecina en base a ciertos conjuros, péndulos y experimentos que lleva a cabo en la habitación de la casa paterna. Tiene fijado el fin para el 2073, si mal no recuerdo.

Siguió a su rollo, hablando de un extraño dinero con el que pudiera haber correspondido a sus padres, un dinero que no había llegado por esas cosas de la vida y sus ingresos hospitalarios.

Vi llegar a mi hermano en su coche. Gonzalo siguió hablando cuando nos saludó para darme el relevo.

Cogí la bolsa de trabajo ahora rellenada con unos tercios, me despedí de mi hermano y salí afuera.

- ¿Te vas? -dijo Gonzalo.
- Sí.

Y entonces pensé que sigo estando sin coche y que diez minutos andando con unos kilos en la mano ya es algo que está empezando a inflarme los huevones.

- Oye, Gonzalo.
- ¿Qué?
- ¿Has venido en el coche?
- Sí.
- ¿Puedes acercarme a casa?
- Claro

Cruzamos los pasos de cebra. Alcanzamos su coche. El asiento estaba atestado de cosas que poco a poco se encargó de desbrazar.

- ¿Paso ya? -dije viendo los dos cojines.
- Sí, pasa.

Me enseñó un cenicero portátil regalo de su hermana.

- ¿Pero estos coches nuevos no llevan cenicero? -dije.
- No.

Tardó un buen rato en meter la llave en el contacto mientras me explicaba el curioso cenicero, tanto que empecé a sudar por no bajar las ventanillas. El coche había estado al sol y eso era como un horno a baja temperatura. Al final metió la llave en el contacto y pude bajar la ventanilla. Y arrancó.

- Te digo -dije- A la derecha.

Siguió hablando de aquel dinero perdido que hubiese podido mitigar el esfuerzo de sus padres.

- A la derecha, Gonzalo. Hacia el...

Pero se despistaba. Íbamos a paso de camello pero él continuaba dándole vueltas a aquel dinero salvador, a aquel dinero con el que habría podido hacerle frente a sus padres.

"Me cachis" - A la derecha otra vez.
- ¿Qué?
- Que a la derecha otra vez, Gonzalo.
- Vale.

Sin dejar de hablar de aquel dinero perdido esperó la incorporación hasta que le animé a ello en vista de que no venía ni Dios por el otro lado.

- Y ahora a la izquierda.

Y entonces estuvimos a punto de estrellarnos con el que venia de frente.

"Me cachis"

Gonzalo tenía clavado aquel dinero. Clavado en el alma.

- Tira de frente.
- ¿Donde decías que era?
- Al lado del súper.

Llegamos. Llegamos.

- Oye, Kufisto -dijo
- Dime, Gonzalo.
- Gracias.
- No, hombre. Gracias a ti, que me has traído.
- No, no...Gracias.
 
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