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Madmaxista
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El mito de Xi: la vida de mil espejos del hombre más poderoso del mundo
El Confidencial ha entrevistado a más de una docena de biógrafos, economistas, políticos y periodistas que han estudiado la vida y obra de Xi Jinping para comprender paso a paso cómo se ha forjado su mito
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Para Xi, Tiananmen evidenció que en China ya no se puede "hacer la revolución" por lo que el Partido Comunista debía buscar otra legitimidad previa a la del 49. El Partido debía regresar a las raíces nacionalistas y rescatar esa China milenaria imperial. Mientras Mao quería acabar con el confucianismo, Xi citaría habitualmente al filósofo para recalcar la importancia de la obediencia y el orden, promoviendo la idea de que el Partido es el guardián de una civilización de 5.000 años de antigüedad. Esto, por supuesto, sin renunciar al propio Mao.
"Ideológicamente, el presidente Xi siempre ha tenido tres creencias", explica Shi Yinhong, profesor de Relaciones Internacionales en la Universidad de Renmin y asesor del Consejo de Estado chino, a El Confidencial. "La primera, es la creencia de la grandeza china, reforzada por la doctrina de Confucio del rol civilizatorio de la nación china sobre el resto del mundo y por el nacionalismo moderno chino para ajustar el desequilibrio y las injusticias en el planeta. La segunda, una idea de un Partido Comunista firme y disciplinado comandado por un único líder para conducir al país. Y la tercera, la firme convicción de que el Estado debe penetrar en la vida de todos los chinos. Y Xi Jinping considera estos dos últimos puntos como precondiciones de la consecución del primero".
"El Partido Comunista Chino de Xi es esa mezcla de comunismo, nacionalismo, nostalgia de un pasado dorado y el ansia de regresar a ese pasado", explica Bougon. Es lo que más tarde acabaría llamándose "socialismo con características chinas para una nueva era". En ese sentido, afirma el analista francés, Xi siempre fue el "mejor líder" para hacerlo realidad.
"Xi piensa que las manifestaciones deben ser prevenidas con propaganda"
En palabras del propio Xi. "El Partido Comunista Soviético, proporcionalmente, tenía más miembros que el chino, pero nadie fue lo suficientemente hombre como para alzarse y resistir", reflexionaría años más tarde en un discurso interno para cuadros del Partido. "Rechazar la historia de la Unión Soviética y del Partido Comunista soviético, rechazar Lenin y Stalin, y rechazar todo esto es abrazar el nihilismo histórico. Confunde nuestras ideas y debilita las organizaciones del Partido a todos los niveles".
Para evitarlo, comprendió que era fundamental que los intereses del Partido Comunista y del Ejército de Liberación Popular estuvieran alineados. Xi Jinping pensaba que las manifestaciones estudiantiles eran peligrosas y caóticas: debían ser prevenidas con propaganda y solucionadas con violencia. Según explica Joseph Torigian, profesor en la 'American University' y autor de varios estudios sobre la evolución de China desde Mao hasta Xi Jinping, el líder chino considera que los escépticos deben alinearse con el Partido y reconocer que solo el PCCh y el comunismo pueden salvar China. Este es el nuevo credo.
A mediados de los años 80, durante una comida en el Cosmos Club en Washington, el politólogo Tom Robinson le preguntó a Chen Yuan, futuro director del Banco Chino de Desarrollo, cómo manejaba la aparente incoherencia entre las reformas económicas capitalistas que estaba emprendiendo su gobierno y la ideología marxista del Partido Comunista. Después de varias preguntas, Chen, molesto por la insistencia de su interlocutor, dejó el tenedor y su cuchillo sobre la mesa. "Escuche, señor Robinson" —dijo en tono solemne— "somos el Partido Comunista de China y nosotros definiremos lo que es el comunismo".
En esos años, un periodista local le preguntó a XI cómo puntuaría su gestión: "¿Te darías un 100 o un 90?". "Ninguna de las dos", respondió Xi, según relata Evan Osnos en su perfil 'Nacido Rojo' publicado por 'The New Yorker'. "Un número tan alto como 100 parecería presumir de forma gratuita y un número tan bajo como 90 reflejaría baja autoestima".
Xi llevó a cabo varias políticas para promover el sector privado y contribuir al pantagruélico crecimiento chino, pero ninguna demasiado controvertida. "Mi estrategia es calentar el cazo con un fuego pequeño, pero continuo, echando agua fría para evitar que hierva", aseguró en una ocasión. Pese a los avances, sabía que seguía siendo un terreno ideológico pantanoso. Algo que aprendió cuando su padre pasó al ostracismo definitivo en 1987 por defender las reformas económicas como única forma de sacar al pueblo chino de la pobreza.
"Cómo llegó Xi Jinping a la cima de la jerarquía del Partido sigue siendo un gran misterio"
Desde entonces, Xi se justificaba ante los intelectuales comunistas más ortodoxos que renegaban del imparable auge del capitalismo en la sociedad china con metáforas y circunloquios. La empresa privada es "una flor exótica en el jardín del socialismo con características chinas". Una flor que permitió levantar gigantescos rascacielos por todo el país, construir miles de kilómetros de trenes de alta velocidad, disparar sus exportaciones, remodelar sus Fuerzas Armadas y agigantar su economía para consolidar a China como la fábrica del mundo. En los 40 años desde que Den Xiaoping arrancó el proceso de Reforma y Apertura, el Producto Interno Bruto (PIB) se disparó un 8.000% pasando de 150.000 millones de dólares en 1978 a 12.240.000 millones en 2018, según la ONU. "Ellos piensan que el capitalismo no es un fin en sí mismo, sino un medio para crear un país más poderoso", explica Brown. "Creen en el mercado para fortalecerse a ellos mismos".
"Xi Jinping ve a Gorbachov como un fracaso", afirma Kerry Brown. "La década de los noventa en Rusia fue una época terrible, por lo que Xi Jinping ve la caída de la Unión Soviética de una forma muy distinta a cómo la ve Europa o Estados Unidos. Por supuesto, no cree que esto fuera positivo para el mundo". Cuando asumió el mando en Pekín, el líder obligó a todos los cuadros del partido a ver un documental de seis capítulos sobre por qué el Partido Comunista soviético había colapsado de esa manera tan espectacular y, en particular, el papel de las subversivas ideas occidentales para promover la llamada 'evolución pacífica' hacia la democracia.
En innumerables ocasiones, Xi se ha descrito a sí mismo como el líder que viene a salvar a China de la corrupción, la ineficiencia, la contaminación, las protestas en Hong Kong, del terrorismo en Xinjiang, la injerencia extranjera, la crisis económica y la desunión de la nación. Con semejante tarea —justifica el discurso oficial— él y sus aliados tendrían que volver a retomar el timón de la sociedad a cualquier precio. Y el tiempo que haga falta.
"Si queréis dinero, no os unáis al Partido", fue el eslogan de Xi que acompañó a la caída de los primeros pesos pesados del sistema. Algunos ejemplos fueron el temido Zhou Yongkang, quien en 2015 se convirtió en el miembro más alto del Partido en ser juzgado —y condenado a cadena perpetua— por corrupción, o el carismático Bo Xilai, ambos acusados de conspirar para destruir la unidad del PCCh.
El Partido erigió una maquinaria distópica de control digital para supervisar los movimientos, pensamientos y el comportamiento de la población. El presidente aplastó incluso los pequeños oasis de oposición política y cultural, blindando a la sociedad china de cualquier roce con la cultura occidental. Instagram, Facebook, Google y grandes medios estadounidenses quedaron vetados en la China continental. "Si no das un golpe en la mesa de vez en cuando, si no tras*mites el suficiente miedo, la gente no te tomará en serio", dijo a un entrevistador chino en 2003 sobre su estilo de gestión.
fiel a la religión del amores, cristianos, abogados, blogueros y todo tipo de activistas han sido encarcelados por expresar sus convicciones. El celo de los censores ha llegado a extremos ridículos, como la cruzada que mantienen contra toda una serie de memes que se burlan del supuesto parecido entre el presidente chino y el popular dibujo animado 'Winnie the Pooh'. Sienten que la ridiculización debilita al mito y eso puede ser peligroso.
"Ellos están obsesionados con la estabilidad. Cualquier intento que quiera hacerles daño, aunque sea una inofensiva biografía, lo ven como una amenaza y un posible ataque", destaca Kerry Brown. "Es una especie de imaginario imperial. El poder de Xi Jinping y el propio Xi Jinping tiene que estar por encima y más allá de cualquier amenaza, porque cualquier crítica se ve como un ataque contra su dignidad".
Xi Jinping dando un discurso en 2017. (Reuters)
La estatura política de Xi va creciendo dentro y fuera de China. En octubre de 2017, el 19º Congreso Nacional del Partido Comunista incorpora a la Constitución una nueva doctrina política que pasará a estudiarse en universidades y escuelas: el 'Pensamiento de Xi Jinping sobre el socialismo con características chinas para una Nueva Era'. Una distinción que lo pone ideológicamente al nivel de Mao y Deng Xiaoping.
Al año siguiente, con el férreo control ideológico y ejecutivo del Partido, la economía rebotando tras varios años de ralentización y sus rivales geopolíticos inmersos en crisis existenciales (el trumpismo en EEUU y el Brexit en la UE), el presidente chino se lanza a enmendar la Constitución para permitir su reelección indefinida. De 2.964 delegados, solo dos votaron en contra y tres, en blanco. No solo ha alcanzado en solitario la cúspide, sino que ha despejado el camino para asegurarse que le da tiempo a cumplir 'su misión'.
"China no exporta revolución. No exporta hambre. Y no va liándola por ahí. ¿Qué más hay que decir?"
Pekín siente que salió reforzada de la esa época en el 2020 de la que yo le hablo. Pese a ser el país origen del cobi19, consiguió controlar la epidemia rápidamente. Su economía no solo evitó la recesión, sino que el Gobierno aseguró haber logrado erradicar la pobreza extrema, un ambicioso objetivo que se había fijado antes de la crisis sanitaria. Antes de la guerra en Ucrania, el Centro para la Investigación Económica y Empresarial pronosticaba que el Producto Interno Bruto (PIB) chino podría superar al estadounidense en 2028, cinco años antes de lo previsto.
"Xi quiere ser el gran arquitecto de la China que aspira a ser la primera economía mundial", destaca Bougon. "Una nación rica y próspera, respetada por la comunidad internacional y bajo el liderazgo del Partido Comunista".
En varias oportunidades, el presidente chino ha expresado su convicción de que se debe dar paso a un nuevo orden mundial, en una clara alusión a Occidente en general y a Estados Unidos en particular. "China nunca buscará la hegemonía, la expansión o una esfera de influencia, no importa cuán fuertes nos volvamos”, dijo durante su intervención en el Boao Forum, el Davos asiático de 2021. Luego, agregó: "No debemos permitir que las reglas de un país o unos pocos países sean impuestas a otros ni permitir el unilateralismo con el que ciertos países quieren imponer su ritmo al resto del mundo".
La esa época en el 2020 de la que yo le hablo y la guerra de Ucrania han acelerando las tendencias geopolíticas. De la estas crisis emerge una China sin complejos, comandada por un líder decidido a reclamar el liderazgo mundial. Su poderosa influencia económica, construida con discreción durante décadas, viene ahora acompañada con un tono mucho más duro en el discurso. La prudencia del "esconde tu fuerza, espera tu momento" que guio la política exterior china desde Deng Xiaoping ha dado paso a una agresiva diplomacia 'Wolf Warrior', reflejo de una aspiración a poner fin a la hegemonía política, económica y cultural que todavía ostenta Estados Unidos. Para muchos países de América Latina a Europa del Este, pasando por África y Asia, Xi se ha convertido en el heraldo del fin del mundo unipolar.
"En resumidas cuentas" —concluye Gil Bates, sinólogo australiano y profesor de estudios de seguridad indopacíficos en Macquarie University— "Xi Jinping quiere hacer a China grande otra vez".