Uritorco
The White Revolution is the only solution.
Hoy se cumple el 52 aniversario de esa inmunda farsa legendaria de Woodstock (Nueva York), famoso macrofestival de rock icono de la contracultura y el hippismo. Todos los años, los medios de comunicación capitalistas, se encargan de recordamos muy oportunamente tan lúdico evento. Curioso ¿no? Tampoco hace falta señalar que en España se celebran también todos los años decenas de eventos similares, generalmente patrocinados por ayuntamientos, grandes empresas, multinacionales o Cajas de Ahorros. Algo también muy curioso y digno de estudio.
Multinacionales como Heineken patrocinando festivales de música rock para jovenzuelos "alternativos".
Lo cierto, es que gracias a una infame publicidad concienzudamente orquestada, Woodstock ha pasado a convertirse en parte del léxico cultural de nuestro tiempo. Así como Watergate es la palabra en clave para describir una crisis que sacudió a la nación más poderosa del planeta y Waterloo es sinónimo de derrota, Woodstock se ha tras*formado en un adjetivo que denota instantáneamente hedonismo juvenil y los excesos de toda la década de los sesenta.
Como precedente, un año antes, concretamente en octubre de 1968, se celebró en San Francisco durante tres días consecutivos el International Pop Festival. Los responsables de organizar este evento en el que se dieron cita muchos de los artistas más legendarios del rock’n’roll (The Who, Jimi Hendrix, Janis Joplin, etc) fueron dos avispados brokers judíos que percibieron el filón económico que se podía conseguir con el hippismo: los empresarios Ben Shapiro y Lou Adler, quienes contaron con la colaboración de los productores Alan Praiser y John Philips, codirector del Festival. En el lucrativo proyecto también colaboró el inevitable y legendario Bill Graham (apellidado Grajonca), un promotor y aventurero musical hebreo de origen alemán y naturalizado norteamericano tras el ascenso del nazismo.
Y es que, en vista de los datos que actualmente se disponen, dichos macrofestivales “alternativos” tienen un sabor muy marcadamente judío, pudiéndose establecer el siguiente cuadro:
En agosto de 1969, un empresario judío llamado Max Yasgur (1919-1973), militante izquierdista apodado el «santo patrón de la contracultura», proporcionó su inmensa finca de 600 hectáreas tras previo pago de 75 mil dólares (por cada día que durase el recital), para que en ella se festejara, como hemos dicho, el primer festival de esa inmunda farsa legendaria llamada Woodstock (Nueva York), una especie de gran romería psicodélica, anunciada y celebrada como el final de la Era de Acuario.
Max Yasgur. El hijo de Max Yasgur, Sam Yasgur, ha escrito un nuevo libro de memorias, "Max S. Yasgur: el granjero famoso del festival de Woodstock".
Los organizadores de este bacanal musical fueron un grupo de veinteañeros judíos encabezados por Joel Rosenman, Michael Lang (promotor de bandas de rock y responsable un año antes del Festival Pop de Miami, que reunió a 40 mil personas), Artie Kornfeld (vicepresidente de Capital Records y conexión de la industria musical con los rockeros que estaban empezando a vender millones de discos), el inversionista John Roberts (heredero de una fortuna farmacéutica [1] para cuyo proyecto musical contó con el aval de ciertos banqueros de Wall Street y con el respaldo de su familia, que aportó 1.3 millones de dólares), y Elliot Tiber (nacido Teichberg), cuyas memorias, que llevan por título Taking Woodstock, se han convertido en betseller mundial, recientemente llevadas al cine (película estrenada en España en septiembre de 2009).
Para este proyecto contaron con la colaboración de un grupo de «ejecutivos» y agentes inmobiliarios de su misma raza encabezados por Morris Abraham, Stanley Goldstein, Peter Goodrich, Steve Cohen, John Scher y Mel Laurance (nacido Melvin Bernard Lachs), que fueron los responsables de poner en marcha el aspecto comercial a través del holding de empresas Woodstock Ventures Inc, que tenía como contables a Renee Levine y Alex Jaffee, nuevamente hebreos. Las oficinas de la empresa estaban ubicadas en un piso extrañamente decorado de 47 West 57th Street en Manhattan. Otro judío, Burt Cohen y su grupo de diseño, Curtain Call Productions, supervisaron la tras*formación psicodélica de la oficina. El cartel del festival, sobrevolado por una paloma blanca, fue diseñado por el artista judío Arnold Skolnick, con el slogan «Tres días de paz y música» bajo el signo de Acuario.
Para su promoción, contrataron a algunos publicistas jóvenes, incluida Jane Friedman, judía (futura manager de la artista Patti Smith), que trabajaba 17 horas al día contactando periódicos clandestinos y estaciones de radio, mientras que los encargados de suministrar y poner en funcionamiento el gigantesco equipo de música para el mayor espectáculo del mundo, corrió a cargo de sus conraciales Allan Markoff y Eddie Kramer, ingenieros de sonido. También en el equipo estaba Lee Mackler Blumer, otra chica judía de Brooklyn, que había trabajado para Bill Graham. Blumer estaba a cargo de la seguridad y las relaciones comunitarias.
Michael Lang, la fuerza impulsora detrás de Woodstock.
El terreno quedó convertido en un auténtico lodazal donde se rebozó la marabunda hippie durante varios días de actuaciones, llenas de drojas, sesso libre y multirracial, contabilizándose ocho abortos involuntarios, según informó el Departamento de Salud del Estado. Unas 200 personas fueron detenidas la mayoría por tráfico de drojas registrándose tres muertos por sobredosis y más de 5.000 ingresos médicos.
«En Woodstock —escribió el periodista Donald Phau―, se juntaron casi medio millón de jóvenes a quienes se drogó y lavó el cerebro en una granja. A las víctimas, que estaban aisladas, rodeadas de excrementos y hasta arriba de drojas psicodélicas, se las mantuvo despiertas durante tres días consecutivos; y todo con la plena complicidad del FBI y altos cargos del gobierno» [2].
Y en otra fuente leemos: «El segundo día había empezado a escasear la comida, el suministro de agua no funcionaba y los camiones no podían acercarse para vaciar los inodoros portátiles que rebosaban. Al primer chaparrón, el campo se había convertido en un agujero que rezumaba lodo, las tiendas de campaña se venían abajo, había latas y botellas por todas partes, y la sarama acumulada despedía un hedor nauseabundo. Helicópteros del ejército tuvieron que encargarse del tras*porte del material médico; la escena evocaba el asedio de un delta vietnamita y la prensa ofreció un informe muy convincente en el que afirmaban que el área del festival estaba a punto de ser declarada zona siniestrada» [3].
Del medio millón de personas que asistieron al evento buscando algún orgasmo cósmico, quizás, lo único que quedó de positivo, es el hecho de que tras el festival se concertaron diez mil matrimonios.
Michael Lang también produjo Woodstock'94 con sus socios Roberts, Rosenman y el coproductor hebreo John Scher, y Woodstock'99, con John Scher y Ossie Kilkenny, único no semita del lote. Scher también era presidente y director ejecutivo de Metropolitan Entertainment Group, que produjo el programa de televisión por cable de pago por evento del concierto. Metropolitan, a su vez, era propiedad de la mitad de Ogden Corporation, cuya división de entretenimiento dirigió las ventas de concesiones en Woodstock.
Michael Lang tiene ahora 76 años y sigue viviendo en Woodstock. Para conmemorar el 50 aniversario del concierto que lo cambió todo planeó algo especial. «Lo anunciaré en Madrid, cuando os visite con mi amigo Baron Wolman», aseguró en una entrevista en 2016 para el diario "El Mundo". Wolman (Burstein), judío y fotógrafo de leyenda que fue el primer editor gráfico de Rolling Stone, acompañó a Lang en su visita a España, dónde presentó (en la Caja Mágica, en el marco de otro macro-festival, el Mad Cool Festival) la exposición Woodstock, con el objetivo de presentar más de dos docenas de fotos inéditas del festival tomadas por Wolman en 1969.
Kornfeld, por su parte, se pasó 40 años hablando en escuelas, organizaciones y universidades sobre el verdadero significado de Woodstock, realizando más de 5.000 entrevistas de radio, además de presentar su propio programa titulado The Artie Kornfeld Show, con una audiencia de más de 1.000.000 de oyentes en 20 países diferentes.
Pero tras el éxito de Woosdtock, pronto otros judíos se unirían a estas actividades tan degeneradas como lucrativas produciendo más festivales de ese calibre, como el empresario Stephen B. Kapelow, que montó en 1970 el Powder Ridge Rock Festival o los promotores Shelly Finkel y Jim Koplik, que batieron todos los records de maligna merluzez con su Summer Jam (Mermelada de Verano), celebrado en julio de 1973 en Watkins Glen (Nueva York), en el que contaron con la colaboración del ya mencionado Bill Graham, donde lograron reunir a más de 600 mil jóvenes al aire libre lo que les valió entrar en el libro Guinness de los Records.
En los años ochenta el primer gran festival de rock y heavy metal ―el U.S. Festival—, una serie de conciertos televisados y celebrados durante cuatro días al aire libre en el que actuaron grupos como Quiet Riot (su líder, Kevin Dobrow, fallecido recientemente de sobredosis de cocaína, era judío), Mötley Crüe, Ozzy Osbourne, Judas Priest, Ramones, The Police, Santana, etc, tuvo lugar a comienzos de septiembre de 1982 en San Bernardino (California), bajo el auspicio jovenlandesal y económico, de nuevo de un multimillonario hebreo (y masón), el ingeniero electrónico Steve Wozniak, inventor del ordenador Apple, junto con el ahora célebre Steve Jobs, hijo biológico de un comerciante sirio. Aquí se sobrepasaría el último día la cifra de 600 mil personas cuya experiencia se repetiría el año siguiente.
No es nada nuevo si decimos que en tales festivales, como los realizados en el resto de países «civilizados» de raza blanca para disfrute de toda esa juventud «alternativa» y anarquizante, el uso de drojas, las relaciones gayses y bisexuales al aire libre, el llamado «amor en grupo», el lenguaje bestial, la depravación cultural y el caos multirracial son la tónica general.
Hippismo, juventud ignorante y manipulada
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[1] John Roberts era un niño rico, sobrino de Leonard N. Block, presidente de Block Drug Company, fundada en 1907, fabricantes de prótesis y dentaduras postizas Polident y la pasta dental Sensodyne, entre otros muchos complementos.
[2] Daniel Estulin, El Instituto Tavistock, pág. 143.
[3] Martin A. Lee, Sueños de ácido, pág. 300.
Multinacionales como Heineken patrocinando festivales de música rock para jovenzuelos "alternativos".
Lo cierto, es que gracias a una infame publicidad concienzudamente orquestada, Woodstock ha pasado a convertirse en parte del léxico cultural de nuestro tiempo. Así como Watergate es la palabra en clave para describir una crisis que sacudió a la nación más poderosa del planeta y Waterloo es sinónimo de derrota, Woodstock se ha tras*formado en un adjetivo que denota instantáneamente hedonismo juvenil y los excesos de toda la década de los sesenta.
Como precedente, un año antes, concretamente en octubre de 1968, se celebró en San Francisco durante tres días consecutivos el International Pop Festival. Los responsables de organizar este evento en el que se dieron cita muchos de los artistas más legendarios del rock’n’roll (The Who, Jimi Hendrix, Janis Joplin, etc) fueron dos avispados brokers judíos que percibieron el filón económico que se podía conseguir con el hippismo: los empresarios Ben Shapiro y Lou Adler, quienes contaron con la colaboración de los productores Alan Praiser y John Philips, codirector del Festival. En el lucrativo proyecto también colaboró el inevitable y legendario Bill Graham (apellidado Grajonca), un promotor y aventurero musical hebreo de origen alemán y naturalizado norteamericano tras el ascenso del nazismo.
Y es que, en vista de los datos que actualmente se disponen, dichos macrofestivales “alternativos” tienen un sabor muy marcadamente judío, pudiéndose establecer el siguiente cuadro:
En agosto de 1969, un empresario judío llamado Max Yasgur (1919-1973), militante izquierdista apodado el «santo patrón de la contracultura», proporcionó su inmensa finca de 600 hectáreas tras previo pago de 75 mil dólares (por cada día que durase el recital), para que en ella se festejara, como hemos dicho, el primer festival de esa inmunda farsa legendaria llamada Woodstock (Nueva York), una especie de gran romería psicodélica, anunciada y celebrada como el final de la Era de Acuario.
Max Yasgur. El hijo de Max Yasgur, Sam Yasgur, ha escrito un nuevo libro de memorias, "Max S. Yasgur: el granjero famoso del festival de Woodstock".
Los organizadores de este bacanal musical fueron un grupo de veinteañeros judíos encabezados por Joel Rosenman, Michael Lang (promotor de bandas de rock y responsable un año antes del Festival Pop de Miami, que reunió a 40 mil personas), Artie Kornfeld (vicepresidente de Capital Records y conexión de la industria musical con los rockeros que estaban empezando a vender millones de discos), el inversionista John Roberts (heredero de una fortuna farmacéutica [1] para cuyo proyecto musical contó con el aval de ciertos banqueros de Wall Street y con el respaldo de su familia, que aportó 1.3 millones de dólares), y Elliot Tiber (nacido Teichberg), cuyas memorias, que llevan por título Taking Woodstock, se han convertido en betseller mundial, recientemente llevadas al cine (película estrenada en España en septiembre de 2009).
Para este proyecto contaron con la colaboración de un grupo de «ejecutivos» y agentes inmobiliarios de su misma raza encabezados por Morris Abraham, Stanley Goldstein, Peter Goodrich, Steve Cohen, John Scher y Mel Laurance (nacido Melvin Bernard Lachs), que fueron los responsables de poner en marcha el aspecto comercial a través del holding de empresas Woodstock Ventures Inc, que tenía como contables a Renee Levine y Alex Jaffee, nuevamente hebreos. Las oficinas de la empresa estaban ubicadas en un piso extrañamente decorado de 47 West 57th Street en Manhattan. Otro judío, Burt Cohen y su grupo de diseño, Curtain Call Productions, supervisaron la tras*formación psicodélica de la oficina. El cartel del festival, sobrevolado por una paloma blanca, fue diseñado por el artista judío Arnold Skolnick, con el slogan «Tres días de paz y música» bajo el signo de Acuario.
Para su promoción, contrataron a algunos publicistas jóvenes, incluida Jane Friedman, judía (futura manager de la artista Patti Smith), que trabajaba 17 horas al día contactando periódicos clandestinos y estaciones de radio, mientras que los encargados de suministrar y poner en funcionamiento el gigantesco equipo de música para el mayor espectáculo del mundo, corrió a cargo de sus conraciales Allan Markoff y Eddie Kramer, ingenieros de sonido. También en el equipo estaba Lee Mackler Blumer, otra chica judía de Brooklyn, que había trabajado para Bill Graham. Blumer estaba a cargo de la seguridad y las relaciones comunitarias.
Michael Lang, la fuerza impulsora detrás de Woodstock.
El terreno quedó convertido en un auténtico lodazal donde se rebozó la marabunda hippie durante varios días de actuaciones, llenas de drojas, sesso libre y multirracial, contabilizándose ocho abortos involuntarios, según informó el Departamento de Salud del Estado. Unas 200 personas fueron detenidas la mayoría por tráfico de drojas registrándose tres muertos por sobredosis y más de 5.000 ingresos médicos.
«En Woodstock —escribió el periodista Donald Phau―, se juntaron casi medio millón de jóvenes a quienes se drogó y lavó el cerebro en una granja. A las víctimas, que estaban aisladas, rodeadas de excrementos y hasta arriba de drojas psicodélicas, se las mantuvo despiertas durante tres días consecutivos; y todo con la plena complicidad del FBI y altos cargos del gobierno» [2].
Y en otra fuente leemos: «El segundo día había empezado a escasear la comida, el suministro de agua no funcionaba y los camiones no podían acercarse para vaciar los inodoros portátiles que rebosaban. Al primer chaparrón, el campo se había convertido en un agujero que rezumaba lodo, las tiendas de campaña se venían abajo, había latas y botellas por todas partes, y la sarama acumulada despedía un hedor nauseabundo. Helicópteros del ejército tuvieron que encargarse del tras*porte del material médico; la escena evocaba el asedio de un delta vietnamita y la prensa ofreció un informe muy convincente en el que afirmaban que el área del festival estaba a punto de ser declarada zona siniestrada» [3].
Del medio millón de personas que asistieron al evento buscando algún orgasmo cósmico, quizás, lo único que quedó de positivo, es el hecho de que tras el festival se concertaron diez mil matrimonios.
Michael Lang también produjo Woodstock'94 con sus socios Roberts, Rosenman y el coproductor hebreo John Scher, y Woodstock'99, con John Scher y Ossie Kilkenny, único no semita del lote. Scher también era presidente y director ejecutivo de Metropolitan Entertainment Group, que produjo el programa de televisión por cable de pago por evento del concierto. Metropolitan, a su vez, era propiedad de la mitad de Ogden Corporation, cuya división de entretenimiento dirigió las ventas de concesiones en Woodstock.
Michael Lang tiene ahora 76 años y sigue viviendo en Woodstock. Para conmemorar el 50 aniversario del concierto que lo cambió todo planeó algo especial. «Lo anunciaré en Madrid, cuando os visite con mi amigo Baron Wolman», aseguró en una entrevista en 2016 para el diario "El Mundo". Wolman (Burstein), judío y fotógrafo de leyenda que fue el primer editor gráfico de Rolling Stone, acompañó a Lang en su visita a España, dónde presentó (en la Caja Mágica, en el marco de otro macro-festival, el Mad Cool Festival) la exposición Woodstock, con el objetivo de presentar más de dos docenas de fotos inéditas del festival tomadas por Wolman en 1969.
Kornfeld, por su parte, se pasó 40 años hablando en escuelas, organizaciones y universidades sobre el verdadero significado de Woodstock, realizando más de 5.000 entrevistas de radio, además de presentar su propio programa titulado The Artie Kornfeld Show, con una audiencia de más de 1.000.000 de oyentes en 20 países diferentes.
Pero tras el éxito de Woosdtock, pronto otros judíos se unirían a estas actividades tan degeneradas como lucrativas produciendo más festivales de ese calibre, como el empresario Stephen B. Kapelow, que montó en 1970 el Powder Ridge Rock Festival o los promotores Shelly Finkel y Jim Koplik, que batieron todos los records de maligna merluzez con su Summer Jam (Mermelada de Verano), celebrado en julio de 1973 en Watkins Glen (Nueva York), en el que contaron con la colaboración del ya mencionado Bill Graham, donde lograron reunir a más de 600 mil jóvenes al aire libre lo que les valió entrar en el libro Guinness de los Records.
En los años ochenta el primer gran festival de rock y heavy metal ―el U.S. Festival—, una serie de conciertos televisados y celebrados durante cuatro días al aire libre en el que actuaron grupos como Quiet Riot (su líder, Kevin Dobrow, fallecido recientemente de sobredosis de cocaína, era judío), Mötley Crüe, Ozzy Osbourne, Judas Priest, Ramones, The Police, Santana, etc, tuvo lugar a comienzos de septiembre de 1982 en San Bernardino (California), bajo el auspicio jovenlandesal y económico, de nuevo de un multimillonario hebreo (y masón), el ingeniero electrónico Steve Wozniak, inventor del ordenador Apple, junto con el ahora célebre Steve Jobs, hijo biológico de un comerciante sirio. Aquí se sobrepasaría el último día la cifra de 600 mil personas cuya experiencia se repetiría el año siguiente.
No es nada nuevo si decimos que en tales festivales, como los realizados en el resto de países «civilizados» de raza blanca para disfrute de toda esa juventud «alternativa» y anarquizante, el uso de drojas, las relaciones gayses y bisexuales al aire libre, el llamado «amor en grupo», el lenguaje bestial, la depravación cultural y el caos multirracial son la tónica general.
Hippismo, juventud ignorante y manipulada
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[1] John Roberts era un niño rico, sobrino de Leonard N. Block, presidente de Block Drug Company, fundada en 1907, fabricantes de prótesis y dentaduras postizas Polident y la pasta dental Sensodyne, entre otros muchos complementos.
[2] Daniel Estulin, El Instituto Tavistock, pág. 143.
[3] Martin A. Lee, Sueños de ácido, pág. 300.
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