Viuda de un ciclista atropellado: “No fue un accidente, lo mataron”

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El pasado 19 de marzo del 2022, día del padre, y tras levantarse, Lidia Bernardino (44 años) hizo lo que solía hacer cada vez que Raúl, su marido, salía con la bicicleta: consultar en el móvil en qué punto se encontraba sobre el mapa. Por la posición que le mostraba el GPS en ese momento, pensó que estaba ya de vuelta a casa (a Terrassa, donde residen). Y así tenía que ser: antes de irse a dormir la noche anterior, le había dicho que la salida en bicicleta sería corta porque quería acompañarla a ella y a Unai (de 13 años entonces –ahora tiene 14- e hijo mayor de ambos) a ver jugar a la pequeña de la familia, Nora (10 años), con su equipo de fútbol.

Después de desayunar y vestirse, volvió a mirar el móvil. Raúl, según indicaba el terminal, ya estaba abajo, en la entrada del edificio. Sin embargo, pasaban los minutos y no subía. “Pensé: ‘Ya se ha parado a hablar con alguien’”, cuenta Lidia a La Vanguardia. Le llamó al móvil, pero no respondía. “Veía que íbamos a llegar tarde al partido y yo le seguía llamando”.






Finalmente, el timbré sonó. Ni tan siquiera se preguntó por qué no había entrado él en casa directamente con la llave. “Abrí enseguida. Quería decirle, ‘¡eh, que vamos a llegar tarde! ¡Espabila!’”. Pero se topó con algo inesperado al otro lado de la puerta. “Vi que era la policía, con su móvil y su documentación”. Ese recuerdo, asegura, el de abrir la puerta, esperar encontrárselo y en su lugar toparse con su móvil y los agentes, la acompañará toda la vida.


Solo era capaz de verbalizar una y otra vez la misma pregunta: “¿Qué ha pasado? ¿Qué ha pasado?”. Lo primero que le preguntaron los policías es si estaba sola, a lo que ella respondió que no, que estaba con sus hijos. Uno de los agentes entró en la casa para estar con los niños mientras el otro le acompañó al rellano. “Yo no dejaba de preguntarle: ‘¿Está bien? ¿Está bien?’. Sabía que algo le había pasado”. El agente negó con la cabeza. “Me dijo que había fallecido en el acto”.






Semejante revelación le produjo un shock terrible. “No me podía creer que eso estuviera pasando”. Los niños enseguida supieron que algo grave ocurría. “Solo repetían: ‘¿Y el papa? ¿Y el papa?’”. Rápidamente la casa se llenó de familiares. También llegó un equipo de psicólogos.


En un principio, pensó que todo había sido un desafortunado accidente, que alguien había perdido el control de su coche con la mala fortuna de que se había topado con Raúl y los dos amigos que le acompañaban ese día. “Recuerdo que chispeaba aquella mañana. Me puede pasar a mí y a cualquiera”. Pero al cabo de varios días, su percepción dio un giro de 180 grados. La suya y la de otros muchos.






Todo parecía indicar que el conductor causante del accidente, Christian A. T., de 26 años y vecino de Sabadell, no había sido víctima de un infortunio. Al parecer, se puso al volante sin dormir después de una noche de fiesta. Y pasó lo inevitable. En el kilómetro 20,8 de la carretera C-1415a, que conecta Castellar del Vallès con Terrassa, perdió el control de su vehículo, invadió el carril contrario y arrolló a Raúl, Marc y David para después impactar con otro coche. Raúl, de 44 años, pereció en el acto. Los otros dos, de 37 ambos, quedaron gravemente heridos.
Sobre el asfalto no había ninguna marca de frenada. “Los dos supervivientes recuerdan el sonido de un motor muy acelerado y un coche de frente invadiendo totalmente su carril. ¡Iba haciendo rally! Si a ti se te va el coche, dejas un frenazo marcado, algo… ¡no había nada!”, lamenta Lidia.


Efectivamente, el atestado de los Mossos d’Esquadra, al que ha tenido acceso este diario, determina que en el lugar de los hechos no hay frenada alguna. La velocidad máxima de la carretera es de 90 km/h, aunque en ese tramo se aconseja no pasar de los 50. Presuntamente, el conductor había consumido drojas: dio positivo en el test de saliva, aunque una prueba posterior de contraste resultó negativa. El caso está todavía en fase de instrucción.
El informe de la policía relata que el conductor se mostró en todo momento apático, sin mostrar ninguna preocupación por lo que había acontecido. Sólo le interesaba saber qué sería de él tras lo ocurrido.
Lidia no es capaz de entender cómo alguien puede coger el coche en esas condiciones. “Si sales de fiesta, ¡no cojas el coche! Pide un taxi, o que te vengan a buscar. Hay que ser responsable. Pero encima, que vayas haciendo rally… Eso no fue un accidente. Lo mató, para mí lo mató. No tiene perdón. No solo ha destrozado la vida de una familia, sino la de tres”.


Lidia no ha vuelto a trabajar desde aquel día. “Estoy de baja todavía, no estoy centrada. Ha sido un golpe muy duro y un gran cambio de vida”. Asegura que no sólo le han arrebatado a su marido: “Para mi él lo era todo, y me lo quitaron de un plumazo”.
Los niños también lo están sufriendo mucho. Sobre todo porque todo fue muy abrupto, no pudieron despedirse de él. Unai le escribió a una carta a su padre en el día del entierro. Nora le hizo un dibujo. “Fue la manera de comunicarse con él”. El mayor, además, se quedó con un gran cargo de conciencia. Esa mañana se había despertado pronto y coincidió con su padre, que le dijo que volviera a la cama, que era muy temprano, que despertaría a su progenitora y a su hermana. Pero cuando Raúl cerró la puerta, Unai se fue al comedor.
“El remordimiento de conciencia que tenía el chiquillo porque no había obedecido a su padre le ha estado martirizando durante mucho tiempo. Pensaba: ‘Las últimas palabras que crucé con él, y no le hice caso’”.


Tanto a Lidia como a Unai les ha “ayudado mucho” la terapia de duelo que están siguiendo en la fundación Som Ca n’Eva. Nora es demasiado pequeña para hacerla, puntualiza la progenitora. Desde lo ocurrido, la niña apenas ha llorado, se ha encerrado en sí misma. “Le ha cambiado el carácter. Se ha vuelto contestona, cuando ella era muy dulce. Está en plan rebelde. Claro, nos ha cambiado la vida totalmente”.


Asegura que, ahora mismo, lo único que tiene en la cabeza “es que se haga justicia”: “Ojalá que llegue el juicio y le condenen. Es lo único que quiero, que pague realmente por lo que hizo. No quiero nada más.


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https://www.lavanguardia.com/vida/20...e-mataron.html

a cuantos tienen que asesinar para que prohíban salir en bicicleta por las carreteras ¿?
 
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Lo peor de salir a hacer deporte un sábado o un domingo por la mañana temprano es la cantidad de borrachos/drojados que vuelven de fiesta, dando tumbos y faltando al respeto, que te cruzas. Si yendo caminando o corriendo a veces ya hay encontronazos, con vehículos de por medio la cosa puede ser grave. Ahí lo dejo.
 
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