Una teoría (que no te va a gustar) sobre por qué no sabemos comportarnos en los museos

Cirujano de hierro

Será en Octubre
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Toledo Sur

Recientemente un turista rompió sin querer una ánfora de 3.500 años de antigüedad que se encontraba expuesta en un museo porque quería saber lo que había dentro. Cada vez hay más visitantes (y accidentes) en las pinacotecas. ¿Demasiada gente? En todo caso, demasiada a la vez y en los mismos lugares.​


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Un sueño en el Museo del Louvre, el fotógrafo Antonio Pérez Río reflexionó en cierta ocasión sobre el turismo cultural de masas. En su instantánea los visitantes se encuentran amontonados en la pinacoteca francesa, hacinados frente a magnas obras; en una distopía perversa donde la realidad tras*curre entre los lienzos, los dispositivos tecnológicos y las propias personas que miran a través de sus pantallas. El punto de vista de partida es el de La Gioconda. Es decir, esta es la tétrica imagen que la musa de da Vinci se encuentra ahora todos los días.

Expuesta en la Biennale für Aktuelle Fotografie, Mannheim, en 2020, la serie Obras Maestras (de la que forma parte esta fotografía) explora cómo se ha tras*formado la relación entre la mirada humana y el arte gracias, entre otras cosas, a la cada vez mayor presencia de turistas en los mismos sitios y, por supuesto, a los smartphones. “Pasé treinta y siete jornadas en el interior del Louvre, con mi cámara de fotos y un bloc de notas, intentando reflexionar sobre la experiencia real en uno de los espacios de arte más visitados del mundo, un lugar recorrido por rutas de turismo masivo”, llegó a explicar en su momento el artista.


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Cada día, cientos de miles de pinturas y esculturas que, en ocasiones, han sobrevivido siglos en esta broma pesada que llamamos vida, se enfrentan a hordas de personas agolpadas frente a ellas casi sin mirarlas; convirtiendo los museos en campos de batalla. “Auténticos cíclopes que recorren los pasillos almacenando todo lo que ven en su inagotable memoria”. Los centros expositivos en España batieron récords de visitantes en 2023. El Prado sin ir más lejos, alcanzó una cifra de tres millones de turistas, superando la alcanzada el año de su bicentenario. Sin embargo, casualmente y al mismo tiempo, también se ha multiplicado el número de tropezones, codazos involuntarios o accidentes (llámenlo como quieran), que han acabado con obras de arte por los suelos.

Un turista rompió recientemente una vasija milenaria que se encontraba expuesta en el Museo Hecht de Haifa (Israel). El niño de cuatro años iba paseando con su padre hasta que se topó con el recipiente, expuesto sin vitrina, y quiso mirar en su interior. La pieza, de unos 3.500 años de antigüedad, era uno de los escasos ejemplos de la Edad de Bronce conservados completos. “Un hallazgo impresionante” según Inbal Rivlin, directora general del centro. Al principio, el padre negó los hechos, pero después de visualizar las cámaras de seguridad tuvo que confesar la verdad. El centro sin embargo, no tomó represalias argumentando que “el museo no es un mausoleo sino un lugar vivo, abierto al público y accesible, de modo que estas cosas pasan".


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La historia, desde luego, no es nueva. En un museo de Taiwán otro turista, bebida en mano, se dio de bruces con un bodegón de Paolo Porpora estimado en 1,5 millones de dólares dejando sobre la tela una hermosa herida de guerra. Tiempo después, un aspirante a fotógrafo dejó descabezado al arcángel San Miguel en el Museo de Arte Antiguo de Lisboa. Caminaba de espaldas buscando la mejor perspectiva para inmortalizar otra obra cuando derribó la escultura barroca, que cayó al suelo sufriendo desperfectos en sus alas y plumas del casco. En el Museo Serralves, otro visitante cayó por un agujero neցro de dos metros y medio de profundidad que formaba parte de la obra Bajada al limbo de Anish Kapoor, sufriendo lesiones graves. Al parecer, quería comprobar si la pieza era real o una ilusión óptica.


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En Cambridge, un turista se lió con sus propios cordones y cayó por las escaleras del Museo Fitzwilliam rompiendo a su paso no uno ni dos, sino tres jarrones de la dinastía Qing valorados en 120.000 dólares. La misma suerte sufrió otro jarrón de la época minoica del Museo Arqueológico de Heraclión, El actor de Picasso en el Metropolitan de Nueva York o uno de los Balloon Dog azules de Jeff Koons. Hasta el premio Pritzker Norman Foster tropezó con una escultura de Bernardí Roig que, dicen, perdió un brazo en ARCO; aunque en este caso el asunto se llevó con tanta discreción que fue imposible saber cómo ocurrió.

Al margen de que los responsables de los centros expositivos tendrían algo que decir de todo esto, lo cierto es que, llegados a este punto del relato, lo normal es que uno se pregunte por qué tantos. ¿Demasiada gente? En todo caso, demasiada a la vez y en los mismos lugares. Para combatir la concentración del turismo, el Ministerio de Cultura de Grecia ha empezado a ofrecer recorridos privados y sin multitudes por la Acrópolis de Atenas por el módico precio de 5.000 euros. Y no son los únicos. Las interminables filas de personas en el Museo del Vaticano y la Capilla Sixtina en Roma se alargan más allá de donde se pierde la vista, pero si quieren un momento a solas con la obra maestra de Miguel Ángel pueden hacerlo desde 275 euros. El Museo Británico, que es gratuito, también ofrece visitas fuera de horario por alrededor de 100 euros… Los más críticos han calificado este tipo de medidas de "elitistas" argumentando que los lugares históricos deben ser compartidos por todos en igualdad de condiciones, pero todo apunta a que esta será la nueva forma de visitar los monumentos y obras artísticas en un futuro próximo.

Por qué casi todo el mundo viaja al mismo tiempo, por desgracia, es algo que de sobra sabemos: se lo debemos a nuestras queridas empresas que no nos permiten salir de la rueda del hámster hasta las mismas horas y días del año. Pero, ¿por qué a idénticos destinos? ¿Cuál es la razón por la que los europeos no visitamos, pongamos por caso, los Museos Vaticanos o el Centre Pompidou un fin de semana cualquiera y buscamos alternativas menos concurridas en Navidad o verano?

Año tras año, la lista de las pinacotecas más visitadas del mundo está protagonizada por los mismos nombres: Louvre, Museos Vaticanos, Tate Modern, Centre Pompidou, Museo Británico, Hermitage de San Petersburgo, Museo del Prado… Como si no existiesen otras muchas más. José Ortega y Gasset definió al hombre masa como aquel hecho deprisa, montado sobre unas cuantas abstracciones e idéntico el uno del otro: “La masa arrolla lo diferente. Quien no sea como todo el mundo, quien no piense como todo el mundo, corre el riesgo de ser eliminado”, decía. Corría el año 1929 pero por aquel entonces ya tenían los mismos problemas que hoy sufrimos: “Las ciudades están llenas de gente. Las casas, llenas de inquilinos. Los hoteles, llenos de huéspedes. Los trenes, llenos de viajeros. Los paseos, llenos de tras*eúntes. Las playas, llenas de bañistas. Lo que antes no solía ser problema empieza a serlo casi de continuo: encontrar sitio”.

Dicen que el dinero no puede comprar la felicidad, pero en los museos más concurridos a partir de ahora al menos podrá brindarles un momento de paz y tranquilidad.

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https://www.elconfidencial.com/el-grito/2024-09-17/accidentes-museos_3962894/
 
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pues menuda estafa, vamos, que a saber donde estan los originales, lo mismo en el comedor de algun millonario top.
Siendo asi, no tiene sentido que X obra se exhiba en un museo, cuando podria estar en todos, al final, veo que son un negocio de carton piedra como un parque de atracciones.

Un robo pagar o perder el tiempo, por ver una fotocopia, por muy bien hecha que esta.
 
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