Clavisto
Será en Octubre
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- 10 Sep 2013
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Miré por la ventana y pensé que lo mejor sería buscar una bombilla para la lámpara. Probé con la única que funciona en mi habitación y vi que no le valdría ni esa ni ninguna otra: estaba destrozada por dentro. Lleva meses así, desde que la gata o yo la tiráramos al suelo. Poco después nos cambiamos de habitación y allí quedó olvidada hasta hoy.
Había leído en la Red algunas opiniones sobre los "Demonios" dostoyevskianos y decidí que la tarde daba para reencontrarme con ellos, o con algunos de sus primos hermanos, desde siempre tan dolorosamente cercanos. Tan sólo necesitaba un foco de luz con el que iluminar la cabecera del sofá. Irse a la cama, a pesar de todo, no era opción a las cuatro y media de la tarde.
Recordé una lámpara de pie que tengo en el salón. Un día no dio luz y así se ha quedado durante años. Bastaba con la del ventilador de techo, aunque tiene el inconveniente de estar siempre activado debido al encasquillamiento de las cadenillas que lo activan y desactivan. Esto fue algo que pasó todavía hace más tiempo. Creo recordar que compré la lámpara de pie para no tener que sentirlo en invierno...No, no la compré, me la regalaron, ahora recuerdo. El truco está en apagar la luz en las raras ocasiones que me siento en el sofá para ver algo en el ordenador.
Cogí la lámpara de pie y extraje su bombilla. Demasiado subida de peso. No me sonó tener ninguna de ese tamaño. Pensé en la del ventilador y fui a por el potro que creía tener y ya no tengo. Tampoco rebusqué mucho. Agarré una silla y vi que llegaba bien para desenroscar la mampara, cosa siempre desagradable. Saqué una de las dos y vi que no era del mismo calibre. Volví a dejarlo todo peor de lo que estaba antes y fui a la cocina. Quizá esa si valiera. Luego si eso mañana, cuando despertara aún de noche para ir al bar, bastaría con abrir el frigorífico para ver lo necesario como para hervir el agua del té. Sí, sería más que suficiente.
Me costó más alcanzar la de la cocina. Como pude quité el recubrimiento, cayéndose al suelo. Intenté sacar la bombilla pero lo dejé al darme cuenta de que seguramente no fuera de rosca. Sí, esa la compré hace unos meses y no era de rosca, no...Bajé de la silla, recogí el trozo de plástico caído y probé a ponerlo en su sitio, sin éxito esta vez. Y dejándolo sobre la encimera le di al interruptor y vi que la luz salía más o menos igual.
En las otras habitaciones no había nada siquiera parecido. Tenía que salir a la calle para comprar una bombilla. Lo pensé un poco y al final me quité el pijama. Ya vestido de calle volví a mirar por la ventana, pero tuve que abrirla para asegurarme de que no llovía. Incluso saqué la mano. A veces llueve tan poco, o miras tan mal, que no te diferencias de un ciego. Miré la hora en el ordenador. Puede que la tienda de la vuelta de la esquina estuviera cerrada. Vi el teléfono cargando y allí lo dejé. Y cogiendo el abrigo y la gorrilla bajé a la calle.
Enseguida noté el frío en los pies y el dolor en la rodilla. No voy a llegar a las rebajas para las zapatillas. Esta tarde en el bar, a última hora, me he dado cuenta que ya la suela de al menos el pie izquierdo está empezando a abrirse. Tengo unas viejas y no demasiado usadas por ahí, un regalo que me hicieron. Mañana probaré con ellas. Pero me llevaré las otras en una bolsa.
La tienda estaría cerrada durante unos quince o veinte minutos, según mis cálculos. Pensé en regresar a casa y esperar pero eso hubiese sido casi como no volver a salir, así que eché a andar para hacer algo de tiempo. A cada paso el duro y frío suelo hacía que no olvidara el problema. Lo que quedaba de tarde era tan gris y estaba tan encapotada que miraras donde miraras todo parecía estar igual. Un árbol sin hojas, neցro, dejaba caer gota a gota el exceso de agua a través de sus ramas más débiles, vencidas por el peso. Poco más allá vi una tienda parecida a la que necesitaba, abierta, pero me pareció demasiado grande como para entrar a pedir una bombilla. No pasé. Di la vuelta a la manzana y la tienda seguía cerrada. ¿Qué hora sería ya? Me acordé del móvil y continué caminando por donde antes. Esta vez sí entré a la otra tienda después de llamar al timbre que ya tienen hasta las tiendas de chucherías. No tardaron mucho en abrir. No tengo tan mal aspecto. Y no tenían lo que yo estaba buscando. No me había equivocado. Esa no era mi tienda.
La segunda vez que pase por esa calle caí en la cuenta de que en una de sus tiendas había trabajado mi amor de juventud. El local estaba igual visto desde la otra acera. Allí quedé de pie mirando hacia su escaparte, justo en el mismo sitio donde aquella mañana le había hecho esa foto que más tarde quemaría. Ella sonreía levemente con el brazo derecho medio recogido, sujetando un cigarrillo; era invierno porque llevaba un jersey, un jersey de cuello vuelto tonalidad granate sobre el que descansaba su hermoso pelo neցro, lacio y fuerte; la tez pálida y aquellos ojos oscuros, profundos, que parecían estar riéndose de mi por ser tan malo echando fotos..."¡Venga, Kufistooo...échala ya que hace frío y va a venir el jefe!"
Por tercera ocasión vi mi tienda cerrada. Era imposible que todavía no fueran las cinco y media. Me acordé de uno que leí ayer diciendo que a mitad de la noche anterior se le habían ido dos horas como si fuesen dos minutos, que era imposible haber dormido durante esas dos horas, estaba seguro, que simplemente esas horas habían pasado no como minutos sino a la velocidad del minuto, que había sido como una broma, como un juego de lo más profundo del cerebro para demostrar que es él quien controla la realidad, como si estuviera aburriéndose de ti y te tuviera en un permanente fast forward para acabar la partida cuanto antes, y así te va, que pasas por ella sin enterarte de nada, a otra velocidad, viendo ridículo el mundo entero y siendo visto por él como una especie de extraño viejo prematuro con alguna clase de problema en su ordenador central...Fui a echar mano del móvil para ver la hora y no lo encontré. Me acordé de 1992 y paré de andar cuando otra vez llegué a la esquina de la misma calle. Estaba harto de hacerlo. Me dolían los pies y la rodilla, tenía frío, estaba empezando a llover un poco más y yo seguía ahí, dando vueltas a la manzana, sin reloj o móvil, sin nadie ni nada que me dijera qué fruta hora era, un estropeado letrero electrónico de esos que cuelgan por ahí, algún sonoro cuarto en el reloj del maldito Ayuntamiento, la diaria y matemática huida final de este sol otoñal de cosa ocultada hoy por un trillón de nubes obesas, pesadas como camino de aburridos elefantes moribundos hartos ya de vivir comiendo insípida hierba para soltar montañas de cosa y más cosa, hartos de sus monstruosos colmillos y de su estulta trompa, de sus enormes huellas y sus parabólicas orejas, sobretodo de estas, pero más que de ninguna otra cosa de su ojo ciego, de su puñetero ojo ciego y de su cerebro de mosquito muy a medio cocer, que todavía está por nacer el elefante que cace un mosquito queriendo y no por accidente...
Volví la vista atrás y vi llegar a la dueña de la tienda. Abrió la puerta y encendió la luz. Crucé el paso de cebra que tenía delante y me cambié de acera. Metí la mano en el bolsillo y encontré la bombilla. No vi a nadie. Llamé al timbre y enseguida abrieron.
- Buenas tardes
- Buenas tardes
- Venía a por una bombilla como esta -dije sacándola del bolsillo
- Ah, sí...-dijo mirándola- ¿de luz cálida o blanca?
- ¿Qué?
- Que si la quieres cálida o blanca
- Bueno...no sé...como esa
- Cálida mejor, ¿no? -dijo sonriéndome
Ya lo había hecho la última vez que nos vimos.
- Sí, cálida mejor
Y mientras hacía como que buscaba bombillas de luz cálida aprovechó para enseñarme lo bien que le sentaban los vaqueros a ese pedazo de ojo ciego casi cincuentón.
- Vamos a probar con esta -dijo en el mismo plan. Y pasó por algo a una habitación interior. Entonces miré a la derecha y vi un retrato suyo que no sé por qué imaginé lo había pintado su marido, un tío alto y fuerte que esa misma última vez, habiendo llegado a la tienda por algo para continuar con el trabajo externo, se ofreció a acompañarme a casa para instalar algo al ver mi cara de estupefacción. Estaba claro que esa esposa del cuadro no era la mujer que estaba viendo yo tras el mostrador. Ella salió del cuarto oscuro con una especie de alargador y volvió a mirarme fijamente mientras encajaba la bombilla- ¿Te gusta así?
- Sí, está bien
- Lo malo de estas bombillas es que tardan un poco en dar toda su luminosidad -dijo mirándome por encima de sus gafas
- Bueno, eso es algo que no me importa
- ¿Sí, verdad? Las cosas es mejor hacerlas con calma, sin prisas
- Sí
- Sí...porque luego pasa lo que pasa...-añadió como hablando del pintor de su retrato mientras contemplaba la cálida luz de mi bombilla- ¿entonces esta?
- Sí, creo que sí
- ¿Y por qué no miras otras?...Deja que te enseñe estas
- Claro
Sacó otras y fue probándolas en ese chisme, ahora un tanto enrollado en una de sus muñecas.
- ¿Qué te parecen?
- Bien
- ¿Mejores que la tuya?
- Hace mucho tiempo desde la última vez que la vi encendida. Ya no me acuerdo como era.
Nos miramos. Algunos rizos rubios serpenteaban su estrecha frente; los labios, muy gente de izquierdas, dejaban ver unos dientes pequeños y muy blancos cuya lengua se fue hacia los ojos pintados de verde.
Llamaron a la puerta. Era una niña.
- Hola, mami
Llegué a casa y metí la bombilla en la lámpara de pie. No respondió. Entonces recordé que tenía roto el botón de encendido y que había que ponerle un peso para que luciera. Así lo hice y así pasó. Ya casi no me acordaba.
Sí, es cálida. Ya era hora.
Si desatiendes las cosas ellas también se desentienden de ti. Eso es todo.
Había leído en la Red algunas opiniones sobre los "Demonios" dostoyevskianos y decidí que la tarde daba para reencontrarme con ellos, o con algunos de sus primos hermanos, desde siempre tan dolorosamente cercanos. Tan sólo necesitaba un foco de luz con el que iluminar la cabecera del sofá. Irse a la cama, a pesar de todo, no era opción a las cuatro y media de la tarde.
Recordé una lámpara de pie que tengo en el salón. Un día no dio luz y así se ha quedado durante años. Bastaba con la del ventilador de techo, aunque tiene el inconveniente de estar siempre activado debido al encasquillamiento de las cadenillas que lo activan y desactivan. Esto fue algo que pasó todavía hace más tiempo. Creo recordar que compré la lámpara de pie para no tener que sentirlo en invierno...No, no la compré, me la regalaron, ahora recuerdo. El truco está en apagar la luz en las raras ocasiones que me siento en el sofá para ver algo en el ordenador.
Cogí la lámpara de pie y extraje su bombilla. Demasiado subida de peso. No me sonó tener ninguna de ese tamaño. Pensé en la del ventilador y fui a por el potro que creía tener y ya no tengo. Tampoco rebusqué mucho. Agarré una silla y vi que llegaba bien para desenroscar la mampara, cosa siempre desagradable. Saqué una de las dos y vi que no era del mismo calibre. Volví a dejarlo todo peor de lo que estaba antes y fui a la cocina. Quizá esa si valiera. Luego si eso mañana, cuando despertara aún de noche para ir al bar, bastaría con abrir el frigorífico para ver lo necesario como para hervir el agua del té. Sí, sería más que suficiente.
Me costó más alcanzar la de la cocina. Como pude quité el recubrimiento, cayéndose al suelo. Intenté sacar la bombilla pero lo dejé al darme cuenta de que seguramente no fuera de rosca. Sí, esa la compré hace unos meses y no era de rosca, no...Bajé de la silla, recogí el trozo de plástico caído y probé a ponerlo en su sitio, sin éxito esta vez. Y dejándolo sobre la encimera le di al interruptor y vi que la luz salía más o menos igual.
En las otras habitaciones no había nada siquiera parecido. Tenía que salir a la calle para comprar una bombilla. Lo pensé un poco y al final me quité el pijama. Ya vestido de calle volví a mirar por la ventana, pero tuve que abrirla para asegurarme de que no llovía. Incluso saqué la mano. A veces llueve tan poco, o miras tan mal, que no te diferencias de un ciego. Miré la hora en el ordenador. Puede que la tienda de la vuelta de la esquina estuviera cerrada. Vi el teléfono cargando y allí lo dejé. Y cogiendo el abrigo y la gorrilla bajé a la calle.
Enseguida noté el frío en los pies y el dolor en la rodilla. No voy a llegar a las rebajas para las zapatillas. Esta tarde en el bar, a última hora, me he dado cuenta que ya la suela de al menos el pie izquierdo está empezando a abrirse. Tengo unas viejas y no demasiado usadas por ahí, un regalo que me hicieron. Mañana probaré con ellas. Pero me llevaré las otras en una bolsa.
La tienda estaría cerrada durante unos quince o veinte minutos, según mis cálculos. Pensé en regresar a casa y esperar pero eso hubiese sido casi como no volver a salir, así que eché a andar para hacer algo de tiempo. A cada paso el duro y frío suelo hacía que no olvidara el problema. Lo que quedaba de tarde era tan gris y estaba tan encapotada que miraras donde miraras todo parecía estar igual. Un árbol sin hojas, neցro, dejaba caer gota a gota el exceso de agua a través de sus ramas más débiles, vencidas por el peso. Poco más allá vi una tienda parecida a la que necesitaba, abierta, pero me pareció demasiado grande como para entrar a pedir una bombilla. No pasé. Di la vuelta a la manzana y la tienda seguía cerrada. ¿Qué hora sería ya? Me acordé del móvil y continué caminando por donde antes. Esta vez sí entré a la otra tienda después de llamar al timbre que ya tienen hasta las tiendas de chucherías. No tardaron mucho en abrir. No tengo tan mal aspecto. Y no tenían lo que yo estaba buscando. No me había equivocado. Esa no era mi tienda.
La segunda vez que pase por esa calle caí en la cuenta de que en una de sus tiendas había trabajado mi amor de juventud. El local estaba igual visto desde la otra acera. Allí quedé de pie mirando hacia su escaparte, justo en el mismo sitio donde aquella mañana le había hecho esa foto que más tarde quemaría. Ella sonreía levemente con el brazo derecho medio recogido, sujetando un cigarrillo; era invierno porque llevaba un jersey, un jersey de cuello vuelto tonalidad granate sobre el que descansaba su hermoso pelo neցro, lacio y fuerte; la tez pálida y aquellos ojos oscuros, profundos, que parecían estar riéndose de mi por ser tan malo echando fotos..."¡Venga, Kufistooo...échala ya que hace frío y va a venir el jefe!"
Por tercera ocasión vi mi tienda cerrada. Era imposible que todavía no fueran las cinco y media. Me acordé de uno que leí ayer diciendo que a mitad de la noche anterior se le habían ido dos horas como si fuesen dos minutos, que era imposible haber dormido durante esas dos horas, estaba seguro, que simplemente esas horas habían pasado no como minutos sino a la velocidad del minuto, que había sido como una broma, como un juego de lo más profundo del cerebro para demostrar que es él quien controla la realidad, como si estuviera aburriéndose de ti y te tuviera en un permanente fast forward para acabar la partida cuanto antes, y así te va, que pasas por ella sin enterarte de nada, a otra velocidad, viendo ridículo el mundo entero y siendo visto por él como una especie de extraño viejo prematuro con alguna clase de problema en su ordenador central...Fui a echar mano del móvil para ver la hora y no lo encontré. Me acordé de 1992 y paré de andar cuando otra vez llegué a la esquina de la misma calle. Estaba harto de hacerlo. Me dolían los pies y la rodilla, tenía frío, estaba empezando a llover un poco más y yo seguía ahí, dando vueltas a la manzana, sin reloj o móvil, sin nadie ni nada que me dijera qué fruta hora era, un estropeado letrero electrónico de esos que cuelgan por ahí, algún sonoro cuarto en el reloj del maldito Ayuntamiento, la diaria y matemática huida final de este sol otoñal de cosa ocultada hoy por un trillón de nubes obesas, pesadas como camino de aburridos elefantes moribundos hartos ya de vivir comiendo insípida hierba para soltar montañas de cosa y más cosa, hartos de sus monstruosos colmillos y de su estulta trompa, de sus enormes huellas y sus parabólicas orejas, sobretodo de estas, pero más que de ninguna otra cosa de su ojo ciego, de su puñetero ojo ciego y de su cerebro de mosquito muy a medio cocer, que todavía está por nacer el elefante que cace un mosquito queriendo y no por accidente...
Volví la vista atrás y vi llegar a la dueña de la tienda. Abrió la puerta y encendió la luz. Crucé el paso de cebra que tenía delante y me cambié de acera. Metí la mano en el bolsillo y encontré la bombilla. No vi a nadie. Llamé al timbre y enseguida abrieron.
- Buenas tardes
- Buenas tardes
- Venía a por una bombilla como esta -dije sacándola del bolsillo
- Ah, sí...-dijo mirándola- ¿de luz cálida o blanca?
- ¿Qué?
- Que si la quieres cálida o blanca
- Bueno...no sé...como esa
- Cálida mejor, ¿no? -dijo sonriéndome
Ya lo había hecho la última vez que nos vimos.
- Sí, cálida mejor
Y mientras hacía como que buscaba bombillas de luz cálida aprovechó para enseñarme lo bien que le sentaban los vaqueros a ese pedazo de ojo ciego casi cincuentón.
- Vamos a probar con esta -dijo en el mismo plan. Y pasó por algo a una habitación interior. Entonces miré a la derecha y vi un retrato suyo que no sé por qué imaginé lo había pintado su marido, un tío alto y fuerte que esa misma última vez, habiendo llegado a la tienda por algo para continuar con el trabajo externo, se ofreció a acompañarme a casa para instalar algo al ver mi cara de estupefacción. Estaba claro que esa esposa del cuadro no era la mujer que estaba viendo yo tras el mostrador. Ella salió del cuarto oscuro con una especie de alargador y volvió a mirarme fijamente mientras encajaba la bombilla- ¿Te gusta así?
- Sí, está bien
- Lo malo de estas bombillas es que tardan un poco en dar toda su luminosidad -dijo mirándome por encima de sus gafas
- Bueno, eso es algo que no me importa
- ¿Sí, verdad? Las cosas es mejor hacerlas con calma, sin prisas
- Sí
- Sí...porque luego pasa lo que pasa...-añadió como hablando del pintor de su retrato mientras contemplaba la cálida luz de mi bombilla- ¿entonces esta?
- Sí, creo que sí
- ¿Y por qué no miras otras?...Deja que te enseñe estas
- Claro
Sacó otras y fue probándolas en ese chisme, ahora un tanto enrollado en una de sus muñecas.
- ¿Qué te parecen?
- Bien
- ¿Mejores que la tuya?
- Hace mucho tiempo desde la última vez que la vi encendida. Ya no me acuerdo como era.
Nos miramos. Algunos rizos rubios serpenteaban su estrecha frente; los labios, muy gente de izquierdas, dejaban ver unos dientes pequeños y muy blancos cuya lengua se fue hacia los ojos pintados de verde.
Llamaron a la puerta. Era una niña.
- Hola, mami
Llegué a casa y metí la bombilla en la lámpara de pie. No respondió. Entonces recordé que tenía roto el botón de encendido y que había que ponerle un peso para que luciera. Así lo hice y así pasó. Ya casi no me acordaba.
Sí, es cálida. Ya era hora.
Si desatiendes las cosas ellas también se desentienden de ti. Eso es todo.