Una mañana en el banco

Clavisto

Será en Octubre
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10 Sep 2013
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Había olvidado tirar el tabaco cuando salí de casa de camino al banco y ya llegando, palpándome otra vez los bolsillos para saber que todo seguía allí, me di cuenta de que todavía lo llevaba encima. La calle peatonal estaba muy tras*itada y me pareció mal tirarlo al suelo. Doblé la esquina final y vi un buzón de esos para publicidad. Y allí me deshice de él.

Nada más pasar me encontré a un empleado joven enseñándole a un abuelo como sacar su turno en la máquina. Me puse detrás y esperé. El chico me reconoció.

- Hombre, Kufisto, ¿qué tal?
- Pues mira, a ingresar
- ¿Y porqué no lo haces en el cajero de la entrada? ¿te lo explico?
- No, si sé hacerlo, pero también tengo que hacer una consulta acerca de un cargo...
- Ah, bueno, pues nada...¿quieres que te saque el turno?

Miré la máquina y no la reconocí desde la última vez, hará apenas cuatro o cinco meses. Dije que sí, me pidió el número del dni y poco después yo también tenía mi boleto: B011. Pasé adentro, vi quedarse vacío un gran sillón rojo y me senté echando a un lado el paraguas del que acababa de levantarse. Un viejo estaba sentado en el de al lado.

- Una hora llevo ya aquí -dijo
- ¿Qué? -respondí quitándome los auriculares
- Que llevo una hora esperando
- Vaya...

Empezó a quejarse de su suerte y del desaguisado que están haciendo con las oficinas bancarias. Yo le daba la razón, apostillando algo de vez en cuando, aunque sin mucho entusiasmo. Miré la gran pantalla de enfrente y vi una sucesión de letras y números con sus correspondientes destinos, también alfanuméricos. Pensé que los míos no quedaban tan lejos y seguí oyendo las quejas del viejo. Poco después salió premiado su boleto y se levantó disparado sin despedirse. Ya se iba el del paraguas cuando le pregunté si era suyo. Se lo di, me dio las gracias, saqué el móvil, me puse los auriculares y empecé una partida de ajedrez con un tío de Arabia Saudí que tenía menos puntos que yo.

La partida derivó a un medio juego donde él consiguió ventaja que podría considerarse como decisiva, pero decidí seguir un rato más. Después, con una serie de trucos tácticos, le di la vuelta a la situación hasta conseguir posición ganadora, tan grande que cualquier ajedrecista con sentido del honor no tendría más remedio que dar por finiquitada la partida. Pero el jovenlandés no. Y justo en ese momento, tras cincuenta minutos de espera y con minuto y medio en mi reloj virtual, apareció mi número en la pantalla. Me levanté como un resorte, cogí la gorra, la botella de agua y el ticket y fui hacía la caja sin dejar de mirar el teléfono.

- Buenos días -le dije al alopécico
- Buenos días -respondió sin mirarme mientras ordenaba algunas cosas

Y viendo que aún tenía algo de margen me centré en la partida. Tres o cuatro rápidos movimientos después, el puñetero jovenlandés, por fin, ya sólo con su cosa de rey contra mi caballo y mis dos peones ligados e inalcanzables, me dio la partida.

- Dígame -dijo el alopécico.

Lo vi aún más enfermizo que de costumbre: delgadísimo, ojeroso, mal afeitado...O su resaca era todavía peor que la mía o estaba hasta los huevones de hacer de mono de los billetes.

- Sí...Un ingreso y una pregunta -dije
- Vamos primero con el ingreso -dijo

Se quedó con casi todo el dinero que tengo. Con un poco de suerte será suficiente para mantener verdes mis números hasta la semana que viene.

Le hice la pregunta. Miró en su ordenador. "Sí, ya, la nueva comisión mensual..." Una supuesta carta de hace tres meses. Un cambio en las condiciones del mantenimiento de la cuenta.

- Vaya a una de las mesas y allí le dirán como cambiar su tipo de cuenta para no pagar tanto por el mantenimiento.
- Muy bien.

Cogí otro boleto de la máquina, esta vez sin ayuda de nadie. Pronto quedó libre otro gran sillón y volví a sentarme. Una mujer bastante antiestética era mi acompañante en esta ocasión. No dijo nada y me puse los auriculares. En la gran pantalla iban y venían diferentes promos del banco. Gente mayor, jóvenes, mujeres, niños, niñas, gays, algún hombre...Estaban escogidos de tan neutra manera, resultaban tan inofensivos, que hasta un misántropo como yo no podía sentirse incómodo viéndolos. Incluso ese de las dos petardas compitiendo por pagar la primera el mismo vestido resultaba simpático. Por un momento tuve la sensación de estar en el cine. Por un momento pensé que no se estaba mal allí y que quizá hubiera quien pasara la mañana por gusto en semejantes sitios: se estaba tranquilo, fresquito, apenas había ruido y la seguridad podía respirarse en el ambiente. Y los sillones eran bastante cómodos.

- ¿Todavía estás aquí, Kufisto? -me dijo aquel empleado joven sacándome de mi plácido letargo.
- Ehhh, no, no...Esta ya es para otra movida.
- Ah, bueno, pues nada

Miré el reloj. Ya había pasado casi una hora y media desde mi llegada. Me entraron ganas de miccionar. Me acordé del tabaco tirado. Llegó un ciego y una vieja le llamó por su nombre. Como de broma le preguntó si sabía quien era. Como de mala leche le respondió que sí. La gente no se da cuenta de lo rematadamente estulta que es a veces. O puede que el exceso de tranquilidad y seguridad, la calma aburrida, sea perjudicial para las neuronas no acostumbradas a ello. A mi me pasa cuando juego el Gambito de Dama.

Un padre llevaba a su hijo en hombros. Eran la imagen de un servicio bancario para los niños, para que fueran "aprendiendo el valor de las cosas" Rubios, guapos, rientes, llenos de vida, ilusión y futuro...Estaba escuchando a los AC/DC y me sentí tan ridículo que tuve que quitarme los auriculares. Un tío joven, fuerte y sano, sonreía mientras hablaba por teléfono con su asesor bancario, "para que sus inversiones estén en las mejores manos"

"Oh, Dios, qué he hecho con mi vida..."

Vi mi número en la pantalla. Pasé al despacho que estaba justo al lado.

El hombre que me recibió tenía pinta de jefe. Ya lo conocía de alguna que otra vez, pero creo que él no tenía memoria de mi. Tenía aspecto de ir a misa, de opusino, eso es lo primero que me vino a la cabeza. Me preguntó por mi asunto y se lo expliqué tan mal como supe.

- ¿Pero no le han dicho en la caja que es necesario tal y tal para hacer el cambio?
- Pues no, no me han dicho nada de eso...Me han dicho que bastaba con mi posición actual.
- ¿Quien ha sido? ¿el joven?
- No...(shishi, yo qué sé como se llama el alopécico)...era otro...uno alopécico -e hice un gesto como llevándome la mano a mi cabeza a medio pelar. Ridículo, ridículo...

El alopécico.

- Un momento, por favor.

Y se levantó y supongo que se fue a cantarle las cuarenta al alopécico.

Regresó. De muy buenas maneras, con un sosiego y un tono que te llevaría a darle la razón aunque te estuviera llamando iluso, me explicó que de ningún modo podría hacer ningún cambio sin variar las condiciones de la cuenta. Yo asentía y comprendía. Tenía razón. Era lógico. Se trataba de una estafa correcta. Me explicó los pasos a seguir ante mi más absoluta estupefacción. Me sentí como mi abuela viendo a Fraga en el debate sobre el Estado de la Nación, "qué bien habla", decía la pobre...

No hice más preguntas que una muy simple, y eso por no quedar como un completo petulante y no dejarlo a él con la triste sensación de haber estado hablando con un orate sin dinero.

Nos despedimos amigablemente. Me dieron ganas de pedirle el número de teléfono del Opus más cercano.


Salí a la calle. El tabaco todavía estaba allí. Lo recogí, me rulé un cigarrillo y le pedí fuego a uno que iba fumando en dirección al banco.
 
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