Una joven 'tras*' de Cartagena denuncia una agresión: «Me pegaron una paliza y me llamaron monstruo y engendro». jovenlandeses

Lili muestra la denuncia que ha interpuesto ante la Policía, junto al parte de lesiones. Antonio Gil / AGM


Lili nunca pensó que recordaría la noche del pasado domingo como la más oscura de su vida, cuando dos chicos la asaltaron, le dieron una brutal paliza y la llamaron «monstruo y engendro por ser tras*exual». La joven de 26 años volvía sola a casa sobre las once y media de la noche cuando en la calle Ramón y Cajal de Cartagena dos chavales, «quizás no tenían ni dieciocho años», aseguró, la empujaron para que cayera al suelo. En ese momento comenzó su calvario. «Estuvieron dos minutos dándome patadas por todo el cuerpo; fue una paliza», relató este martes a LA VERDAD mientras mostraba los jovenlandesatones en sus brazos.


A la vez que le pegaban la insultaban por su identidad sensual. «Es algo que sé desde que tenía seis años, pero no fue hasta los 12 cuando lo supe definitivamente», recordó. Este ha sido uno de los episodios más duros que ha vivido desde que hace cinco años, con 21 años, comenzó la tras*ición para mostrarse al mundo como la mujer que es.
«tras* de cosa, nenaza, gaia, engendro y monstruo». Estos son los insultos que Lili soportó mientras era golpeada, según recoge la denuncia que interpuso ante la Policía Nacional. Acudió acompañada del vocal del colectivo Galactyco, José María García, «un apoyo fundamental en esto». En un primer momento Lili no quiso contar a nadie la agresión que había sufrido. «Acudí al hospital por el dolor de cuello, pero les dije que me había caído», narró. Fue tras hablar con una amiga cuando se decidió a denunciar lo sucedido. Esta la convenció de que era lo mejor que podía hacer ante este hecho.
«Sola no hubiese denunciado»
«Me ha costado dar el paso. Sola no hubiese podido», reconoció todavía afectada, no solo físicamente, por la agresión tras*fóbica. Las marcas más visibles son los jovenlandesatones que presenta, entre otras zonas, en ambos brazos. También le duele el cuello. «Lo tengo tan rígido como un bloque de hormigón, solo lo puedo mover gracias a la medicación que me han recetado», se quejó dolorida.
Sin embargo, hay otras heridas más profundas y difíciles de curar: las psicológicas. Esos 120 segundos se le hicieron eternos y permanecerán por mucho tiempo en su memoria.
La zona en la que se produjo el ataque carece de cámaras de seguridad, por lo que «la Policía me ha dicho que resultará difícil pillarlos». Ella solo recuerda que eran «dos chicos muy jóvenes con la tez oscura y delgados que parecían magrebíes».