Una historia de pilinguis (a petición)

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10 Sep 2013
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La cosa llevaba algún tiempo sin estar bien; más o menos desde que ella había empezado a trabajar por primera vez en su vida después de habérsela pasado estudiando o algo parecido a estudiar. Fue entonces cuando tuvo que marcharse lo suficientemente lejos como para quedarse cinco días de la semana, lo que afectó a nuestra relación, que diría una periodista del ¡Hola!

Y no es que hubiésemos llegado hasta allí conviviendo, no, qué va...Era igual, sólo que todavía vivía su lúdico sueño estudiantil en la capital de este reino junto a otras cuatro parecidas a ella, muchachas amantes de la telebasura por encima de todas las cosas, algo que hacía de mis meteóricas visitas una verdadera huida hacia cualquier otra parte con tal de no pasar por ese suplicio que yendo sereno me provocaba deseos de abrirles la cabeza para ver qué escondían en su interior. Por la noche, y ya bien borracho, poco me importaba lo que vieran. Luego, el fin de semana, ella venía al pueblo y había noches que incluso las pasábamos juntos, igual que cuando la bruja de su progenitora se iba con el pobre marido a un viajecito de esos de "Visite las Rías Gallegas", "Conozca la Rioja Alavesa" o "Excursión al monasterio del guanol y visita a La Granja" Todo por cuatro duros aún cuando tenían millones entre cuentas corrientes, locales realquilados, casas de tres plantas, pisos en las mejores zonas y apartamentos vacacionales en segunda línea de playa: claro que quizá por esa razón arrastraban todo eso. Pero vamos, que la mayor parte del tiempo prefería vivir solo a hacerlo con ella, pues apenas era nada lo que teníamos en común. Nada que no fuera querernos por alguna razón desconocida para mi. Era realmente guapa, sí...Fue la muchacha más hermosa e inocente que he tenido entre mis brazos.

Una tarde de mayo, tumbado en mi catre de la casa paterna, habiendo acabado la jornada laboral, mortalmente aburrido después de haber oído con toda la paciencia de la que era capaz otra de sus largas llamadas telefónicas, bastante más cerca de dormir que de seguir despierto, vislumbré el anuncio de una fruta en un canal local, uno de esos que estaban subvencionados al ciento veinte por ciento para dar al mediodía el feliz parte del Ayuntamiento, chatear por la tarde mientras sonaban los últimos éxitos de la MTV y emitir prono de madrugada colgados al satélite del Platinum X con el correspondiente servicio de angustiados mensajes a euro y medio la tirada. Claro que la Bestia no sólo quiere tu alma, sino tu sangre, sudor y lágrimas. Y tu leche derramada también, qué huevones.

Me excité un tanto y llamé antes de que aquel número dejara su lugar a otros muchos, la inmensa mayoría de tíos buscando a alguna que lo hiciera por afición, como si fuera de Sevilla hubiera alguna tía del Betis.

Su mensaje escrito sonaba mejor que su voz, pero quedé con ella en la plaza de toros: era de fuera y no conocía el pueblo. Y no hay cosa más grande en un pueblo que una plaza de toros, no tiene pérdida. Bueno, sí, las iglesias de aquí son todavía más altas aunque hace tiempo que dejaron de ser el techo del pueblo...pero como que no.

Recordé la primera y única vez que fui a las pilinguis; una noche que entramos en un pilinguiclub de carretera al poco de sacarnos el carnet de conducir. Estábamos bebiendo y alguien dijo de ir. Se cogieron un par de coches y fuimos hasta allí haciendo el loco por la carretera. Desde luego, muchos no estamos muertos porque Dios no quiso.

Ya donde íbamos, se acabó el cachondeo: nadie tenía bemoles a entrar.

- Me cachis...-dije yo

Y pasé.

Estábamos todos bien apretados en la desierta barra, preguntándole al peludo macarronazo de la muñequera de cuero por el precio de los cubatas, "dame un tercio", "quinientas", cuando entre risas nerviosas se nos acercó la fruta más vieja.

Llevaba un sujetador que habría aguantado el juicio de Nuremberg.

Palpé un tanto.

- EHHH...
- Vale, vale...

Y se encaró con Manolillo, el panadero:

- Qué guapo eres...
- Ssssíii...
- ¿Quieres algo?
- Bueno...Es que no sé si tengo...
- ¿Cuanto llevas?
- Quinientas pesetas
- Pues con eso te sales a la carretera y te haces una manola

Tuvimos que irnos del ataque de risa que nos dio.

Poco me costó encontrar el coche de la del chat cuando llegué con el mío a los aparcamientos de la plaza de toros; no había otro. Pensé en lo bien que me hubiera venido aquella cocacola que había estado a punto de comprar al pasar por aquella gasolinera.

Y bastó una señal suya para hacerme subir a su coche.

Estaba demasiado subida de peso. Mucho. Era muy seria. Mucho. Iba toda de neցro. Demasiado.

- ¿Donde vamos? -dijo como quien no quisiera ir contigo a ningún lugar.
- Tira por ahí...

La conduje de palabra adonde las ovejas cagan sus primeras mierdecillas del día. Durante el trayecto me habló de su novio, de su "hombre", de su futuro marido con el que pronto se iba a casar y por quien estaba haciendo esto, es decir, ir de pueblo en pueblo masajeando platanos para sacarse un extra con el que tener una buena boda y un buen viaje de novios. "Si supiera lo que hago me mataría" dijo orgullosa. El amor de las mujeres deja a Maquiavelo a la altura de Forrest Gump.

- En fin...qué quieres -no sonó como una pregunta

"Irme de aquí", pensé.

- Chúpamela
- Treinta euros
- Vale

Me bajé los pantalones y los calzoncillos y empezó a comérsela como aquel pajarito de madera que el obeso Homer dejó dando picotazos al ordenador que tenía atascado el canal del TAB.

Ahí andaba ella, trabajando sin mucho entusiasmo, cuando se oyó un teléfono que no reconocí. La vi mirar de reojo con mi platano en su boca y finalmente, al sexto o séptimo tono, se decidió a dejar de chupármela y de menearla para atender la llamada. "Hola, cariño" dijo secándose los labios. Era su hombre. Me miró y no hizo falta más. Intenté que no se me bajara del todo. La cosa era un tanto ridícula. Sentí una cierta vergüenza mezclada con incredulidad al cerciorarme de que me la estaba tocando en el coche de una desconocida que hablaba por teléfono con su amado novio.

- Adiós, cariño -colgó y se echó otra vez sobre mi entrepierna- Mi hombre tiene los bemoles más rellenitos -aseveró desde abajo tras chuparlos un rato. "Oh, Dios mío...Bueno, después de todo es a mi a quien se la está masajeando" pensé. Con el brazo izquierdo la rodeé como pude para echarle mano a una de sus berzazas, tan blanda como un esturión demasiado muerto. No pareció agradarle y derivé hacia la quietud después de encontrar parecida reacción al sumergirme a tientas en la rlyehiana búsqueda de su shishi. Puede que no hubiera pagado para eso. Puede que no fuera momento para eso. Puede que ...Con un cierto cuidado volví a posar mi mano sobre su nuca, acariciándola...Dios nos perdonará a todos aunque Cthulhu nos vuelva locos.

Finalmente consiguió que eyaculara un buen rato después de haber dejado de mirarla.

Me dio unas toallitas húmedas, me limpié y nos fuimos de allí tan callados que llegué a pensar si no me había muerto.


Fui a aquella gasolinera a por algo de beber: la coca estaba aún mejor de lo que había imaginado.


Y al volver a casa estuve a punto de atropellar a un enorme gato neցro.


Menos mal que nos vimos a tiempo.


¿Verdad?
 
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