Una burbuja llamada fútbol

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Una burbuja llamada fútbol


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Todo lo que el fútbol fue, es y será. Todas las razones que justifican que cientos de millones de personas en el planeta contemplen sus vidas a través de este juego atraviesa un diálogo de El secreto de sus ojos (2009), del argentino Juan José Campanella.

En la película, Benjamín Espósito (interpretado por Ricardo Darín) es un funcionario retirado que investiga la fin y violación de una joven ocurrida en 1974. Ayudado por su amigo Pablo Sandoval (Guillermo Francella), roba unas cartas que ocultan nombres de antiguos futbolistas que quizá les revelen el paradero del malo.

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“Tener un club de fútbol se ha convertido en un negocio muy lucrativo”, resume Teresa de Lemus, directora en España de la consultora Brand Finance. También supone fichar marca personal, marketing, política; estatus. Acierta Valdano. Es ilimitado. “En términos prácticos, los límites son políticos y de organización. Hay conflictos entre los distintos organismos (FIFA, UEFA, RFEF). Esto no es otra cosa que un reflejo de la pelea por el control del fútbol. Además, los Gobiernos están interesados en utilizarlo para conseguir sus fines. Sin embargo, la gran pregunta aquí es el papel que China va a desempeñar en este juego mundial”, advierte Stefan Szymanski, profesor de gestión deportiva en la Universidad de Míchigan.
Pero todo lo que fue, es y será el fútbol ha llegado a su año cero. “Este deporte, con más de 150 años de antigüedad, acaba de nacer. Estamos en un momento de cambio absoluto en la gestión”, defiende Luis García, responsable de Mapfre AM Behavioral Fund, un fondo que tiene al Ajax de Ámsterdam (5% de la cartera) y al Olympique de Lyon (4,5%) como dos posiciones de peso. Son equipos, sobre todo el Ajax, vendedores (esta temporada traspasaron al Barça a De Jong y De Ligt por 150 millones), con una caja saneada, un estadio en propiedad e ingresos recurrentes. “Por eso el Celta y el Valladolid están presionando a sus Ayuntamientos y amenazan con irse de la ciudad, quieren ser dueños de sus estadios; protegen el negocio”, comenta el presidente de un club de Primera que pide no ser citado.
El jeque Sheikh Mansour, dueño del Manchester City, conversa con Pablo Zabaleta y Pep Guardiola en Abu Dhabi.
El jeque Sheikh Mansour, dueño del Manchester City, conversa con Pablo Zabaleta y Pep Guardiola en Abu Dhabi. VICTORIA HAYDEN (GETTY)

Esta pasión necesita una verdadera estrategia industrial, que nunca ha tenido. Los formatos de las competiciones apenas han cambiado en décadas. Y pese al éxito, existen fuerzas cíclicas y estructurales que amenazan al juego. Los precios de los traspasos, las comisiones de los agentes y los salarios de los futbolistas están en alturas históricas. Solo en la temporada 2017/2018 los clubes ingleses de la Premier pagaron, según Deloitte, 2.910 millones de euros en nóminas. Y el salario medio del primer equipo del Barça supera —acorde con Sporting Intelligence— los 12,2 millones de euros al año. Unos 235.000 euros semanales, aunque es un dato condicionado por alta la ficha de Leo Messi. Esto añade presión a los grandes clubes por pagar y atraer talento; y a los pequeños por seguir vivos. Sin hacer rehenes, la tecnología está revolucionando las formas de consumir el juego, y las mujeres —pese a que su presencia “solo representa entre el 1% y el 3% en la jerarquía del fútbol”, denuncia Ebru Köksal, presidenta de Women in Football— empiezan a llenar estadios.
Silicon Valley también está inflando la burbuja del juego. El multimillonario Egon Durban, gerente de la firma californiana de private equity Silver Lake y cuyo equipo de fútbol favorito son los desconocidos San Jose Earthquakes, ha invertido 500 millones de dólares en el 10,5% del City Football Group (CFG), dueño, entre otros, del Manchester City de Pep Guardiola. La operación valora al Grupo (controlado por Abu Dabi) en la cifra récord de 4.050 millones de euros. Ningún club deportivo, de cualquier disciplina, alcanza esa tasación. Otro magnate, este de Texas, Dan Friedkin, está cerca de adquirir la Roma por 790 millones. Y se supone que sus asesores —JP Morgan— habrán leído bien el balance. Pues los ingresos operativos (beneficios antes de impuestos, intereses y amortizaciones) fueron negativos en unos 29 millones de euros durante el año fiscal 2018/2019.
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Esto sucede dentro, fuera la fiebre del oro pierde fulgor. El boom de los derechos de televisión, el principal motor del crecimiento en la última década del sector, ha cesado. Los ingresos —revela la consultora Enders Analysis— por las subastas de las licencias de la Premier para las temporadas 2019-2022 cayeron un 10%. Es la mayor bajada desde que se paga por ver fútbol en directo en televisión. “El sector ha crecido a doble dígito desde la crisis financiera, por lo que no resulta una sorpresa que el ciclo se esté enfriando”, subraya François Godard, experto de Enders Analysis. Pero avisa: “El problema es que muchos clubes no tienen un modelo sostenible”. Sin los ingresos pasados, cuando vivían en el jardín del Gran Gatsby, no podrán soportar los gastos presentes. Estas cifras están en riesgo. Un club que compite en la Premier tiene garantizados más de 100 millones de libras.
Si se pierde esa felicidad será por la avalancha del dinero. Es la razón que explica que el fútbol inglés domine el negocio. Es una aritmética sencilla. El Manchester City gastó en fichajes entre 2008 y 2012 unos 520 millones de libras, bastante más, incluso, que en los cuatro años de derroche de Abramovich en el Chelsea. Un ejemplo. El Liverpool ha pasado de ser rescatado en 2010 de la bancarrota por el Fenway Sports Group (FSG), un conglomerado estadounidense dueño del equipo de béisbol los Red Sox de Boston, a convertirse en uno de los grandes compradores de futbolistas de la Premier.
Menos licencias
Esta industria sin estrategia empresarial clara tiene razones para estar preocupada por la caída de las licencias. Surgen dudas. “Primero: ¿La disminución de la audiencia en la televisión tradicional tendrá un efecto negativo en lo que los emisores están dispuestos a pagar? Ya vemos algunos signos de saturación. Segundo: La bajada del valor de los derechos televisivos se compensará con un aumento del precio de los nuevos paquetes de contenidos diseñados para atraer a gigantes tecnológicos del streaming como Amazon, donde los fans más jóvenes cada vez pasan más tiempo”, se cuestiona Barry Flanigan, director de producto de la plataforma deportiva COPA90. La tecnología cambia la forma de entender el juego. “Estadísticas avanzadas, visualizaciones interactivas, realidad aumentada”, desgrana Pablo Peña, experto de la consultora StatsBomb. Pero no se detiene. Pese a quien pese. El excesivo número de partidos y torneos que juega la élite del deporte conduce a situaciones que tensan el oficio. El Liverpool se vio obligado a disputar en diciembre dos partidos oficiales en 24 horas a 5.500 kilómetros de distancia. Uno con el equipo profesional, otro con el sub23. “El fútbol y sus parámetros económicos están cambiando. Cada vez es más exigente (entrenamientos, competiciones, desplazamientos) con el jugador. Y toda actividad, ya sea empresarial o humana, se basa en el equilibrio. No es bueno que se rompa”, alerta Manuel García Quilón, quizá el agente de la FIFA más poderoso de España.
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La nobleza del fútbol quiere más ingresos frente al imperio de la Premier y los clubes-Estado como el Manchester City o el PSG. Florentino Pérez lidera la ruptura del sistema. La recién creada Asociación Mundial de Clubes, que preside el mandatario blanco, defiende una Superliga europea con ramificaciones internacionales. Tiene el respaldo de Gianni Infantino, presidente de la FIFA, y de cierta oligarquía futbolera —Milan, Barcelona, Arsenal, Manchester United, Liverpool, Chelsea, Manchester City, Bayern de Múnich— del Viejo Continente. Enfrente atruena el enfado de Aleksander Ceferin, responsable de la UEFA y gestor de la Liga de Campeones, el torneo más lucrativo de clubes. La victoria se paga a 19 millones de euros. Pero con el respaldo, siempre incierto, de Infantino, el sueño de Florentino Pérez de una Liga en la que los grandes equipos escriban las reglas y controlen los ingresos está más cerca que nunca. Ceferin contesta a la provocación y sostiene que es una “locura” que los grandes abandonen sus Ligas nacionales.
Cuestionado por la prensa, el técnico del Liverpool, Jürgen Klopp, condensa el pensamiento de muchos fans. “Una completa estupidez”. ¿Lo es? “La idea de clubes de diferentes partes del mundo compitiendo es interesante y responde a esa vieja pregunta de hasta qué punto los equipos globales son comparables unos con otros. Por ejemplo, ¿en qué posición de la Liga terminaría el River Plate de Argentina? Según nuestros modelos acabaría en la mitad de la tabla”, expone Ben Marlow, responsable de fútbol de 21st Club.
Pero es el dinero, y no los datos, quien reinventará el fútbol. Infantino quiere más ingresos. Escuchamos al presidente más ambicioso que jamás ha tenido la FIFA. Una institución que hasta ahora se conformaba con organizar el Mundial, un torneo multimillonario de donde procede el 90% de sus ganancias. Sin embargo, anhela más. En 2018 fue obligado —reveló The New York Times— a abandonar un acuerdo de 25.000 millones de dólares con el emporio japonés SoftBank por dos nuevas competiciones y una extensión de la Copa del Mundo de clubes. No lo aprobaron ni su consejo ni algunos clubes. Pero es solo un contratiempo. “Ambiciona cambiar el juego y lo va a lograr”, afirma un experto que le conoce bien y pide el anonimato. Evidencia de esta fortaleza es que se ha sentado —según Financial Times— con CVC Capital Partners, una de las mayores firmas de private equity del mundo, que tiene inversiones importantes en rugby y motociclismo. Sobre la mesa no existe, aún, un nuevo formato de competición. Sin embargo, muchos creen que lo habrá.
Toda esta revolución dejará hermosos vencidos. Especialmente los clubes pequeños. En septiembre, por ejemplo, fue expulsado de la Liga inglesa el Bury Football Club. Un acontecimiento sísmico. Jugaba desde hace 135 años y era la primera vez en la historia de la Tercera División que ocurría algo así. Derrotado por las deudas, lega un vacío. “Fuera de la tierra prometida de la Premier, los clubes dependen de los ingresos de sus mercados locales. Esto significa que quizá la desaparición del equipo en términos económicos o de productividad regional y empleo no sea elevada. Pero la pérdida social resulta enorme”, lamenta James Reade, profesor asociado de Economía de la Universidad de Reading. “Se pierden hábitos, rituales, pertenencia, unión. Ese tipo de cosas a las que resulta imposible poner un valor económico”. Si desaparecen los estadios se malogra, además, uno de los pocos lugares inmunes a la desigualdad del mundo.
Nuevos gestores
Al fútbol español llegan gestores jóvenes y profesionales. Alejados de los viejos modelos oligarcas y nepotistas. El Mallorca ha vivido bastantes temporadas en Segunda e incluso llegó a descender durante 2017 a Segunda B. Años inclementes. “Cuando llegamos nos encontramos con una deuda de 70 millones y tienes que tomar decisiones drásticas y dolorosas: prescindir de gente, cerrar la mitad del estadio porque no es rentable, pero no tienes otra opción”, rememora Maheta Molango, 37 años, consejero delegado del Mallorca. Hoy el club cobra 43 millones de euros por sus derechos y el equipo juega en Primera. “Incluso si descendiésemos, algo que no sucederá, tendríamos unos beneficios de entre 18 y 20 millones de euros”, defiende. Es un cambio de escala y, también, la universalización de un juego hasta dimensiones impensables. Eibar (Gipuzkoa) suma 27.400 habitantes, pero su equipo de fútbol —milita en Primera y tiene un presupuesto de 53 millones— es propiedad de 11.100 accionistas de 69 países. “Para nosotros es algo extraordinario”, incide Jon Ander Ulazia, 32 años, consejero delegado del club, que planea este año una ciudad deportiva y crecer más allá de los actuales 5.500 abonados y 8.100 asientos.
Aunque el juego se abisma hacia sus límites jovenlandesales. El fútbol juega en algunos casos en estadios construidos con trabajadores-esclavos. Sirve al propósito de déspotas. Blanquea países como Azerbaiyán, China, Qatar o Arabia Saudí, donde los derechos humanos son frágiles. El fútbol europeo quiere su dinero y su poder (la FIFA ha concedido el Mundial a Qatar y la UEFA varias finales de sus torneos a Azerbaiyán), pero ignora la responsabilidad de aceptarlo. Sostiene que es apolítico. ¿En qué realidad vive? “China, que ocupa el puesto 177º de 180 países en la clasificación de Reporteros Sin Fronteras (RSF) sobre la libertad de prensa, sigue mostrando conductas que nos preocupan a todos en materia de derechos humanos y, en particular, de libertad de expresión”, advierte Ángel Badillo, investigador principal del Real Instituto Elcano. Mientras tanto, las Ligas europeas y sus clubes no entienden que el crecimiento por todo objetivo es la filosofía del cáncer. Estampan los nombres de casi cualquier compañía en sus camisetas, recorren el mundo vendiendo sus productos y plantan su bandera allí donde creen que pueden ganar dinero a la vez que sostienen la autoridad jovenlandesal de Nelson Mandela. El fútbol trasciende la vida. O aceptan su legado social o el juego dejará de ser infinito.
OLIGARCAS, JEQUES Y MULTIMILLONARIOS
Nunca la propiedad del fútbol había sido tan compleja. Oligarcas, fondos de private equity, inversores estadounidenses venidos de la NFL (Liga Nacional de Fútbol Americano) o el béisbol, empresas chinas, monarquías absolutistas, aseguradoras, marcas deportivas, familias multimillonarias, aficionados. El balón jamás había pertenecido a tanta gente porque el balón jamás había movido tanto dinero. La revista The Economist cree que ingresa más de 42.000 millones de dólares (37.600 millones de euros) al año. Ningún deporte del mundo tiene esas cifras.
El Paris Saint Germain de Neymar refleja el puzle que es hoy el capital y el juego. Es propiedad de Qatar Sports Investments —creada por el hijo del emir y heredero al trono catarí Sheikh Tamim Bin Hamad al Thani— quien compró en 2011 el 70% de las acciones al PSG. El restante 30% lo adquirió el año siguiente el fondo de capital riesgo californiano Colony Capital, a un precio que valoraba el club en 100 millones de euros. Más al norte, en Alemania, el mítico Bayern de Múnich reparte su propiedad con sus aficionados (75%) y con Adidas, Audi y la aseguradora Allianz. Los tres tienen un 8,33% del equipo. Otro coloso de los nuevos tiempos, el Manchester United, fue adquirido en 2005 por la familia estadounidense Glazar por 790 millones de libras de aquellos años. Desde 2012 cotiza en el New York Stock Exchange y vale unos 3.250 millones de dólares (2.900 millones de euros). Un Manchester distinto, el City, forma parte del City Football Group (CFG), cuya propiedad domina Sheikh Mansour Bin Zayed al Nahyan. Más dos lugartenientes. La firma de private equity Silver Lake (10%) y el holding de entretenimiento CMC (12%). En Italia, donde el fútbol para millones de tifosi es un patrimonio equiparable a las ruinas de Pompeya, el Inter de Milán trasciende el interés de Asia por el juego. El 70% de sus acciones las compró en 2016 el grupo de electrónica chino Suning Commerce Group por 270 millones de euros. La mayor adquisición de un equipo europeo procedente del gigante asiático. Mientras, en España, el Barcelona y el Real Madrid son propiedad de sus socios. Una rareza financiera que tal vez el tiempo acabe por golear.
Sin embargo, cada dueño, cada socio, es atraído al juego por sus propios motivos.“Es difícil entenderlos. Pero, en general, ser dueño de un club tiene un par de ventajas. Para empezar, las valoraciones [económicas] continúan aumentando, por lo que la inversión podía ser una explicación. Sin embargo, la mayoría de los propietarios no compran un equipo para ganar dinero. Por decirlo de forma sencilla: lo hacen porque pocas cosas hay más geniales y de moda que poseer un club. Es el definitivo espacio de la vanidad”, reflexiona Ben Shields, Senior Lecturer de la Escuela de Administración y Dirección de Empresas Sloan del MIT y coautor de The Sports Strategist: Developing Leaders for a High Performance Industry (sin traducción al español). Y avanza: “No sé porque los empresarios estadounidenses están adquiriendo equipos europeos. Una hipótesis es que los equipos deportivos no salen todos los días a la venta en Estados Unidos. Quizá haya más oferta en Europa”. Quizá, el mundo, como el balón, gira.
 
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