Corrupción Un ministro llamado óscar

Henry Rearden

Madmaxista
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Castilla-La Mancha
En la República de Bananalandia, un país conocido por sus excentricidades y su clima tropical, gobernaba el presidente Antonio Sánchez. Era un hombre carismático, aunque un tanto peculiar en sus decisiones. Su última ocurrencia dejó a todos boquiabiertos: nombrar a un gorila llamado Óscar como ministro.

Óscar no era un gorila cualquiera. Había sido rescatado de un circo y, gracias a su inteligencia y habilidades sorprendentes, se había ganado el cariño de la gente. Podía comunicarse mediante señas y parecía entender más de lo que cualquiera hubiera imaginado. Antonio, siempre en busca de maneras de sorprender y entretener a su pueblo, vio en Óscar una oportunidad única.

El día de la ceremonia de nombramiento, el palacio presidencial estaba abarrotado. Los ciudadanos, periodistas y diplomáticos de todo el mundo se reunieron para presenciar el evento. Antonio, con su habitual sonrisa, presentó a Óscar como el nuevo ministro de Asuntos Silvestres y Naturales.

—Queridos ciudadanos de Bananalandia —comenzó Antonio—, hoy es un día histórico. Nuestro querido Óscar, con su sabiduría y fuerza, nos guiará hacia un futuro más verde y próspero.

Óscar, vestido con un traje a medida, se acercó al podio y levantó una mano en señal de saludo. La multitud estalló en aplausos y vítores. A partir de ese momento, Óscar se convirtió en una figura emblemática del gobierno de Antonio.

Aunque al principio muchos se mostraron escépticos, Óscar demostró ser un ministro eficaz. Con su instinto natural, promovió políticas de conservación y protección del medio ambiente que tras*formaron Bananalandia en un paraíso ecológico. Los bosques florecieron, las especies en peligro se recuperaron y el turismo ecológico se disparó.

Antonio, por su parte, disfrutaba de la popularidad que le brindaba su inusual decisión. Siempre que podía, aparecía en público junto a Óscar, mostrando al mundo que en Bananalandia, hasta lo más inesperado podía convertirse en realidad.

Y así, en la República de Bananalandia, un presidente visionario y un gorila extraordinario demostraron que, con un poco de imaginación y valentía, cualquier cosa es posible.
 
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