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Madmaxista
El Gobierno de la idea de España
Pablo Sebastián
Cuando Adolfo Suárez escuchó por primera vez a Alfonso Armada hablar de su “idea de España”, inmediatamente decidió su cese en la cúpula militar y enviarlo fuera de Madrid, a Lérida, de donde luego regresó para dar aquel grotesco y peligroso golpe de Estado, precisamente para poner en marcha su “idea de España”. Naturalmente, el caso no es comparable a la reiterada alusión que Zapatero hizo en su investidura sobre su pretendida “idea de España”, pero quien le haya dado al hoy presidente semejante idea para meterla en el discurso cometió un error y una temeridad, porque España es un hecho histórico, objetivo y real sobre el que conviene tomar distancia. Y, desde luego, no hacer juegos de palabras, ni siquiera para enviarles a los ciudadanos el mensaje de que ha aprendido de los errores de la legislatura pasada, y para decir a los nacionalistas que, por ahora, se han acabado los juegos florales o confederales sobre el modelo de Estado —que sí es mucho más opinable que el concepto de España— y que hemos pasado de la España plural a la España diversa.
Porque, claro, si la idea de España que acaba de estrenar Zapatero tiene como ejemplo el nombramiento de Carmen Chacón al frente de Defensa, mal vamos o mal empezamos. Porque la citada, e inminente, ministra no tiene el menor conocimiento de ese departamento y de las cuestiones nacionales e internacionales que lo rodean. Su experiencia política es muy escasa y más bien fracasada en el Ministerio de Vivienda, y milita en el PSC, un partido federado al PSOE cuya “idea de España” deja mucho que desear, está sometida a la prioridad del catalanismo y comparte el Gobierno de la Generalitat con otro partido, ERC, que desprecia España, apoya a Batasuna, ha maltratado al Rey y exige la independencia de Cataluña y no pone la bandera de España en Tarragona, ni quiere desfiles militares en Barcelona.
O sea que, o estamos ante una nueva “zapaterada” del presidente, en línea con su idílica vuelta de la tortilla de la Guerra Civil y la memoria histórica, o, simplemente, todo ello es fruto de una nueva frivolidad, para que, por fin, una mujer sea ministra de Defensa, ampliando así, de paso, la cuota femenina del Gobierno y dando gusto a su pandilla de amigotes de la Moncloa —“los migueletes”, Barroso, Sebastián, etc.—, que son los que más han influido en la redacción del nuevo Gobierno, mientras que los perdedores han sido el equipo de los que le llevaron a Zapatero al poder, Caldera, Blanco y Alonso, y los dos supervivientes de los gobiernos de González, Solbes y Rubalcaba, que están en franca retirada y, de momento, siguen hasta la presidencia española y europea del 2010. Y en realidad hasta que Miguel Sebastián se haga con el control de todo el área económica y se cargue a Solbes una vez que culmine la travesía de los dos primeros años de “la tormenta perfecta” de la crisis económica. A Rubalcaba no lo echó Zapatero porque es el hombre que sabía demasiado.
De manera que la idea de España de Zapatero que se refleja en el Gobierno no es, ni mucho menos, la de reunir un equipo de importantes gestores y de políticos con experiencia y de probada cualificación para sus respectivos departamentos, sino que el objetivo es solamente el de cuadrar la cuotas de mujeres y de representación autonómica, al estilo de un Estado confederal, no de la nación española, que por lo que se ve en el Gobierno sigue siendo “discutida y discutible” hasta en el Ministerio de Defensa.
Ni siquiera la pésima gestión del bronquista Bermejo o de jovenlandesatinos —que ha dejado al presidente en la mayor soledad europea y atlántica, como se pudo apreciar en Bucarest—, o de Magdalena Álvarez —además reprobada en el Parlamento— son motivos suficientes para que el presidente decida poner en Justicia, Exteriores y Fomento las personas adecuadas, porque él se pasa por el arco del triunfo eso la “responsabilidad política”, o democrática, y no los tres citados, que siguen sin pudor, o como la tal Álvarez, que ha llamado a su protector Chaves para que la dejen donde está. Y todo esto mientras el nuevo portavoz del PSOE en el Congreso, Alonso, presentaba a la prensa a la nueva ministra de Innovación con una sigilosa pregunta previa a la afortunada: “por cierto, ¿cómo te llamas?”, pues, eso, Cristina Garmendia.
Lo de borrar de la plaza de Atocha de Madrid el título de Ministerio de la Agricultura es una gracia histórica. Y lo de convertir el departamento de Educación en una guardería infantil sin control de la Universidad es otra gracia, que sumadas a la gracia flamenca de Aído en la Igualdad, con cero patatero en alta gestión política, al igual que su compañera Corredor en Vivienda —sólo porque es amiga de Miguel Sebastián—, nos completa la idea de España de Zapatero que se refleja en el Gobierno de la nación española, por cuyos pueblos y ciudades continúan dándose garrotazos los líderes del PP, el gran partido de la oposición, completando un escenario ya visto en la pasada legislatura, entre un Gobierno que no funciona y una oposición que no está en su lugar, pero esta vez bajo el cielo enladrillado que está a punto de estallar.
Pablo Sebastián
Cuando Adolfo Suárez escuchó por primera vez a Alfonso Armada hablar de su “idea de España”, inmediatamente decidió su cese en la cúpula militar y enviarlo fuera de Madrid, a Lérida, de donde luego regresó para dar aquel grotesco y peligroso golpe de Estado, precisamente para poner en marcha su “idea de España”. Naturalmente, el caso no es comparable a la reiterada alusión que Zapatero hizo en su investidura sobre su pretendida “idea de España”, pero quien le haya dado al hoy presidente semejante idea para meterla en el discurso cometió un error y una temeridad, porque España es un hecho histórico, objetivo y real sobre el que conviene tomar distancia. Y, desde luego, no hacer juegos de palabras, ni siquiera para enviarles a los ciudadanos el mensaje de que ha aprendido de los errores de la legislatura pasada, y para decir a los nacionalistas que, por ahora, se han acabado los juegos florales o confederales sobre el modelo de Estado —que sí es mucho más opinable que el concepto de España— y que hemos pasado de la España plural a la España diversa.
Porque, claro, si la idea de España que acaba de estrenar Zapatero tiene como ejemplo el nombramiento de Carmen Chacón al frente de Defensa, mal vamos o mal empezamos. Porque la citada, e inminente, ministra no tiene el menor conocimiento de ese departamento y de las cuestiones nacionales e internacionales que lo rodean. Su experiencia política es muy escasa y más bien fracasada en el Ministerio de Vivienda, y milita en el PSC, un partido federado al PSOE cuya “idea de España” deja mucho que desear, está sometida a la prioridad del catalanismo y comparte el Gobierno de la Generalitat con otro partido, ERC, que desprecia España, apoya a Batasuna, ha maltratado al Rey y exige la independencia de Cataluña y no pone la bandera de España en Tarragona, ni quiere desfiles militares en Barcelona.
O sea que, o estamos ante una nueva “zapaterada” del presidente, en línea con su idílica vuelta de la tortilla de la Guerra Civil y la memoria histórica, o, simplemente, todo ello es fruto de una nueva frivolidad, para que, por fin, una mujer sea ministra de Defensa, ampliando así, de paso, la cuota femenina del Gobierno y dando gusto a su pandilla de amigotes de la Moncloa —“los migueletes”, Barroso, Sebastián, etc.—, que son los que más han influido en la redacción del nuevo Gobierno, mientras que los perdedores han sido el equipo de los que le llevaron a Zapatero al poder, Caldera, Blanco y Alonso, y los dos supervivientes de los gobiernos de González, Solbes y Rubalcaba, que están en franca retirada y, de momento, siguen hasta la presidencia española y europea del 2010. Y en realidad hasta que Miguel Sebastián se haga con el control de todo el área económica y se cargue a Solbes una vez que culmine la travesía de los dos primeros años de “la tormenta perfecta” de la crisis económica. A Rubalcaba no lo echó Zapatero porque es el hombre que sabía demasiado.
De manera que la idea de España de Zapatero que se refleja en el Gobierno no es, ni mucho menos, la de reunir un equipo de importantes gestores y de políticos con experiencia y de probada cualificación para sus respectivos departamentos, sino que el objetivo es solamente el de cuadrar la cuotas de mujeres y de representación autonómica, al estilo de un Estado confederal, no de la nación española, que por lo que se ve en el Gobierno sigue siendo “discutida y discutible” hasta en el Ministerio de Defensa.
Ni siquiera la pésima gestión del bronquista Bermejo o de jovenlandesatinos —que ha dejado al presidente en la mayor soledad europea y atlántica, como se pudo apreciar en Bucarest—, o de Magdalena Álvarez —además reprobada en el Parlamento— son motivos suficientes para que el presidente decida poner en Justicia, Exteriores y Fomento las personas adecuadas, porque él se pasa por el arco del triunfo eso la “responsabilidad política”, o democrática, y no los tres citados, que siguen sin pudor, o como la tal Álvarez, que ha llamado a su protector Chaves para que la dejen donde está. Y todo esto mientras el nuevo portavoz del PSOE en el Congreso, Alonso, presentaba a la prensa a la nueva ministra de Innovación con una sigilosa pregunta previa a la afortunada: “por cierto, ¿cómo te llamas?”, pues, eso, Cristina Garmendia.
Lo de borrar de la plaza de Atocha de Madrid el título de Ministerio de la Agricultura es una gracia histórica. Y lo de convertir el departamento de Educación en una guardería infantil sin control de la Universidad es otra gracia, que sumadas a la gracia flamenca de Aído en la Igualdad, con cero patatero en alta gestión política, al igual que su compañera Corredor en Vivienda —sólo porque es amiga de Miguel Sebastián—, nos completa la idea de España de Zapatero que se refleja en el Gobierno de la nación española, por cuyos pueblos y ciudades continúan dándose garrotazos los líderes del PP, el gran partido de la oposición, completando un escenario ya visto en la pasada legislatura, entre un Gobierno que no funciona y una oposición que no está en su lugar, pero esta vez bajo el cielo enladrillado que está a punto de estallar.