capitantortilla
Madmaxista
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¿Votar o no votar? He ahí la cuestión. Muchos venezolanos –chavistas y opositores- perderán este domingo la mirada ante la papeleta del voto y, como el príncipe que olía algo podrido en Dinamarca, se preguntarán qué es mejor, “si sufrir los golpes y dardos de la insultante fortuna o tomar armas contra el piélago de calamidades”.
El dilema de la abstención es el mayor desafío al que se enfrentan los candidatos de ambos bandos en unos comicios municipales donde hay mucho más en juego que 337 alcaldías. Tras una una seguidilla de tres elecciones en los últimos 12 meses, el país llega anímica y económicamente exhausto a esta nueva fiesta de la democracia. A la tradicional apatía que despiertan las votaciones locales se unen dos poderosos factores que conspiran para que muchos no se quiten las pantunflas el domingo.
En la oposición se ha vuelto a instalar el nocivo debate sobre si participar en “una farsa electoral” después de que Henrique Capriles cantara fraude en las presidenciales de abril y se niegue todavía a reconocer al Gobierno del “urpador” Nicolás Maduro. El antichavismo ya probó esa ruta en 2005 al boicotear las legislativas como protesta por las condiciones electorales. El resultado: 75% de abstención y cinco años de travesía por el desierto que dejaron vía libre al avance de la revolución bolivariana.
Entre el chavismo también hay dudas, como demostró el frágil triunfo de Maduro. Es palpable que la fidelidad de muchos incondicionales del fallecido Hugo Chávez flaquea ante la nueva gestión revolucionaria, mientras los crecientes problemas económicos desmotivan a unas bases cuyas críticas con la gestión local de los socialistas ya no puden ser apaciguadas con el carisma del Comandante.
La movilización del electorado
El oficialismo, que gobierna 263 alcaldías desde 2008, probablemente vuelva a imponerse en la gran mayoría de los municipios por su firme respaldo en las zonas rurales; mientras la oposición, que sólo gestiona 63 ayuntamientos –incluyendo casi todas las grandes ciudades del país- busca una victoria en voto nacional que por fin decida quién es la nueva mayoría en el país petrolero.
Por eso, Maduro y Capriles han tratado de combinar simbolismo y pragmatismo en sus campañas, conscientes de que la movilización será la llave que dirima la contienda. El primero llama a honrar con el voto al máximo líder del proceso y el segundo plantea la elección como un plebiscito sobre la legitmidad presidencial.
A continuación, algunos elementos clave con los que cuentan el oficialismo y la oposición para motivar a su electorado:
El chavismo
1. El día de Hugo Chávez
Increíble, pero cierto. El presidente venezolano decretó el 8 de diciembre Día de la Lealtad y Amor al Comandante Supremo y a la Patria. Aunque suene empalagosa, la dádiva permite exaltar durante la jornada “el pensamiento" de Chávez y "su amor infinito" al pueblo venezolano. En otras palabras, propaganda electoral para sofocar dudas de última hora.
Debería ser su día grande, pues es la primera efeméride desde su elección como “heredero político” del proceso antes de que el jefe viajara a Cuba para un último intento por librarse de su enfermedad. Pero lo cierto es que el gran candidato del chavismo sigue siendo el mismo desde 1998. Eso no ha cambiado, ni va a cambiar en el corto plazo.
Aún así, la estrategia del Chávez Campeador fracasó el 14 de abril cuando casi 1,4 millones de chavistas, un 17% de sus votantes, votaron en octubre de 2012 en contra del delfín oficialista. Ni la sincera ola de emotividad que estremeció las filas bolivarianas, ni la coreada promesa “Chávez, lo juro, mi voto es por Maduro”, ni las invocaciones animistas del difunto pudieron contener la hemorragia de lealtades. “Muchos no votaron porque estaban tristes o confundidos”, justificó el mandatario tras el despecho electoral. Si quieren resarcirse, no hay mejor momento.
2. La guerra económica
El capítulo uno del manual de estrategia electoral de Hugo Chávez reza: “polariza y vencerás”. El militar barinés era un maestro en el arte de provocar al enemigo utilizando un amplio abanico de estratagemas. Supuestos planes de magnicidio para la ruptura de relaciones con países vecinos, controvertidos arrestos de adversarios acusados de corrupción o drástricas medidas socialistas. A golpe de polémica lograba convertir cada votación en una suerte de cruzada existencial entre “nosotrosos o ellos”. “Chávez los tiene locos, Chávez los tiene locos”, canturreaban con sonsonete sus correligionarios a la agobiada oposición.
Con el encarcelamiento de empresarios “especuladores”, la venta a precio de saldo de sus mercancías, la inhabilitación política de opositores y los decretos para regular las ganancias corporativas en toda la economía, Maduro ha finiquitado los tibios devaneos de diálogo con el sector privado con los que sorprendió a propios y extraños en el arranque de su mandato. La “guerra económica” es ahora el núcleo de su discurso y los ataques a la “burguesía apátrida” el centro de gravedad de su campaña, sin medias tintas. O estas conmigo, o estás contra mí. Un clásico de la revolución.
3. Rojo cuida rojo
Se suele pintar Venezuela como un país absolutamente polarizado, pero en realidad existe un considerable nicho del electorado entre pragmático y desinteresado conocido como ni ni (ni chavista, ni opositor). Tradicionalmente, una parte de los indecisos iba a parar al chavismo en elecciones locales bajo la premisa de que una mejor sintonía política con el poder traerá más beneficios y menos problemas a la ciudad.
La misma lógica aplica a los individuos. La peliaguda situación económica aumenta la dependencia de los más de dos millones venezolanos que trabajan para la administración y de aquellos que se benefician del paraguas social del Gobierno en educación, alimentos, sanidad, pensiones o vivienda, sobre todo en los sectores más desfavorecidos. “Amor con amor se paga”, le gustaba recitar a Chávez cuando se avecinaba la hora de votar.
4. Efecto Robin Hood
Puede que muchos se horroricen ante la imagen de los militares rematando las existencias de los comercios acusados de “usura” y que en algunos casos terminaron en anárquicos saqueos. Sin embargo, el saldo electoral es netamente positivo para el mandatario. Es lo que los analistas llaman Efecto Robin Hood, la forma más básica de populismo elaborada sobre el discurso de “quitarle a los ricos para dárselo a los pobres”.
Los críticos avisan sobre las perniciosas consecuencias económicas de este tipo de políticas extremas pero la radicalización fue un punto de inflexión en el descenso de popularidad de Maduro y un acicate para el chavismo duro, que celebra que por fin el nuevo hombre fuerte de la casa haya pasado decididamente a la acción.
5. Maquinaria electoral pesada
Si los llamados sentimentales o el razonamiento práctico no surten efecto, el chavismo confía en el poderoso Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) como la bala de plata contra el ausentismo electoral. Fundado por Chávez en 2007 para unificar a sus heterogénos aliados y crear una escuela de cuadros políticos, acabó convirtiéndose en un ejército para movilizar votantes con más de siete millones de militantes inscritos.
En cada campaña, la tolda roja despliega cientos de miles de patrulleros para peinar el país glosando “casa por casa” las bondades de la causa socialista. El día de la elección, cada voluntario debe asegurar 10 votantes, facilitando tras*porte, comunicación y refrigerio por cuenta del partido, que usa abiertamente recursos públicos para tal fin.
Pese a que es una estructura formidable, la experiencia muestra que no es infalible. La organización se estrenó con el amargo fracaso del referendo para la reforma constitucional y tampoco logró conquistar la mayoría popular en las legislativas de 2010. Hace nueve meses, la maquinaria electoral se gripó y apenas pudo darle a Maduro un suspiro de ventaja para ser presidente. Según la oposición, los personajes más funestos del PSUV manipularon ese resultado mediante el voto forzado, la usurpación de identidad y el sufragio múltiple.
La oposición
1. El comunismo va a llegar
Los apagones generalizados, como el que esta misma semana dejó a Maduro a oscuras con la palabra en la boca y en prime time mientras millones de venezolanos parían para llegar a sus hogares después del trabajo; el peregrinaje para sortear los baches de escasez en la lista de la compra, que una semana se tragan la harina de trigo y la siguiente el papel higiénico; el notable avance de la “hegemonía comunicacional” del chavismo, que este año dejó fuera de juego al último baluarte televisivo de la oposición mientras prosigue la colonización de la radio y el jaque económico a la prensa; una generación de hijos de la clase media que emigra -o sueña con emigrar- para alejarse de un entorno que perciben cada vez más inseguro y hostil...
La letanía del “castro-comunismo” entonada por el antichavismo radical en medio del festín consumista más prolongado de la historia venezolana sonó durante una década al cuento de Pedro y el lobo. Pero cada vez más opositores moderados, y no pocos de los desentendidos, sienten que la revolución llama insistentemente a su puerta aunque ellos no quieran salir a abrir. Para muchos, votar será una última válvula de escape.
2. Un líder en el camino
Tras pasar una década huérfana de líder, la oposición ha encontrado un norte político más o menos estable en Henrique Capriles, dejando atrás los confusos días en que después de cada paliza electoral debía volver a empezar prácticamente desde cero.
Con su tercera campaña a pie de calle para levantarle la mano a los candidatos de la Unidad en 117 municipios (un tercio del total) por todo el país, el joven gobernador de Miranda ha consolidado su imagen de alternativa real de poder al chavismo. No hay mejor antídoto contra la indolencia opositora.
Sin embargo, una estrategia en ocasiones errática, un talante que ha generado fricciones en el seno de la coalición Mesa de la Unidad Democrática (MUD) y una ventana mediática cada vez más estrecha le impidieron capitalizar los recientes vaivenes en la popularidad de Maduro, mientras el ala dura del antichavismo se la tiene jurada por no defender hasta las últimas consecuencias “la victoria” de abril.
3. El triple de las primarias
En enero de 2012, la oposición logró un triple éxito al elegir por primera vez a sus candidatos en primarias: alumbraron liderazgos nacionales y locales con legitimidad de base, pusieron un torniquete a la sangría de votos que generaban la perenne división de aspirantes opositores para un mismo puesto y marcaron el tímido arranque de una organización mancomunada para enfrentar la supremacía logística del PSUV.
Ninguno de estos factores es determinante per se, como se pudo constatar en la debacle de las regionales de diciembre de 2012, en las que la reelección de Chávez dos meses antes tuvo un aplastante efecto dominó. Pero es un salto competitivo brutal respecto a su precaria situación hace apenas dos años.
4. El voto del bolsillo
Una inflación que coquetea con ser híperinflacción tras rebasar en octubre la barrera psicológica del 50%, el dólar paralelo en niveles estratosféricos que ningunea los ahorros de los venezolanos y un mustio crecimiento síntoma de una economía agotada serán argumentos de peso para deseperezar el domingo a muchos electores que, ajenos al discurso ideológica, depositan su voto pensando con el bolsillo.
A esto se le suma el conjunto de problemas esctructurales que se han recrudecido durante los últimos 15 años, como el torbellino criminal que ya ha dejado más de 150.000 víctimas y podría superar este año la cifra de muertos de la Guerra de Irak (2003-2011), ciudades infartadas por el tráfico y el deplorable estado de las infraestructuras o los problemas con la recogida de basuras.
5. Fin de ciclo
En los días de gloria del chavismo bastaba con que el desaparecido cabecilla bolivariano levantara la mano del candidato de turno para que este empezara a trenzar los laureles. Salvo en un puñado de bastiones antichavistas, el Comandante era en sí mismo el mejor revulsivo para sus adeptos. El portaviones electoral, lo llamaban. Ahora, los aspirantes socialistas se deben conformar con aparacer en un fotomontaje gigantográfico abrazando al líder fundador, cuya voz enlatada sigue inaugurando los mítines del partido.
La exigua victoria de Maduro por poco más de 200.000 sufragios (1,5%) fue la mejor demostración de que sin su Gran Elector el chavismo es quebradizo. La frustración por esa derrota todavía pesa en el ánimo opositor, pero no termina de diluir la sensación de fin de ciclo que selló la fin de Chávez el 5 de marzo por un cáncer que, aún hoy, es secreto de Estado.
Un dilema hamletiano en las próximas elecciones municipales de Venezuela - Noticias de Mundo
El dilema de la abstención es el mayor desafío al que se enfrentan los candidatos de ambos bandos en unos comicios municipales donde hay mucho más en juego que 337 alcaldías. Tras una una seguidilla de tres elecciones en los últimos 12 meses, el país llega anímica y económicamente exhausto a esta nueva fiesta de la democracia. A la tradicional apatía que despiertan las votaciones locales se unen dos poderosos factores que conspiran para que muchos no se quiten las pantunflas el domingo.
En la oposición se ha vuelto a instalar el nocivo debate sobre si participar en “una farsa electoral” después de que Henrique Capriles cantara fraude en las presidenciales de abril y se niegue todavía a reconocer al Gobierno del “urpador” Nicolás Maduro. El antichavismo ya probó esa ruta en 2005 al boicotear las legislativas como protesta por las condiciones electorales. El resultado: 75% de abstención y cinco años de travesía por el desierto que dejaron vía libre al avance de la revolución bolivariana.
Entre el chavismo también hay dudas, como demostró el frágil triunfo de Maduro. Es palpable que la fidelidad de muchos incondicionales del fallecido Hugo Chávez flaquea ante la nueva gestión revolucionaria, mientras los crecientes problemas económicos desmotivan a unas bases cuyas críticas con la gestión local de los socialistas ya no puden ser apaciguadas con el carisma del Comandante.
La movilización del electorado
El oficialismo, que gobierna 263 alcaldías desde 2008, probablemente vuelva a imponerse en la gran mayoría de los municipios por su firme respaldo en las zonas rurales; mientras la oposición, que sólo gestiona 63 ayuntamientos –incluyendo casi todas las grandes ciudades del país- busca una victoria en voto nacional que por fin decida quién es la nueva mayoría en el país petrolero.
Por eso, Maduro y Capriles han tratado de combinar simbolismo y pragmatismo en sus campañas, conscientes de que la movilización será la llave que dirima la contienda. El primero llama a honrar con el voto al máximo líder del proceso y el segundo plantea la elección como un plebiscito sobre la legitmidad presidencial.
A continuación, algunos elementos clave con los que cuentan el oficialismo y la oposición para motivar a su electorado:
El chavismo
1. El día de Hugo Chávez
Increíble, pero cierto. El presidente venezolano decretó el 8 de diciembre Día de la Lealtad y Amor al Comandante Supremo y a la Patria. Aunque suene empalagosa, la dádiva permite exaltar durante la jornada “el pensamiento" de Chávez y "su amor infinito" al pueblo venezolano. En otras palabras, propaganda electoral para sofocar dudas de última hora.
Debería ser su día grande, pues es la primera efeméride desde su elección como “heredero político” del proceso antes de que el jefe viajara a Cuba para un último intento por librarse de su enfermedad. Pero lo cierto es que el gran candidato del chavismo sigue siendo el mismo desde 1998. Eso no ha cambiado, ni va a cambiar en el corto plazo.
Aún así, la estrategia del Chávez Campeador fracasó el 14 de abril cuando casi 1,4 millones de chavistas, un 17% de sus votantes, votaron en octubre de 2012 en contra del delfín oficialista. Ni la sincera ola de emotividad que estremeció las filas bolivarianas, ni la coreada promesa “Chávez, lo juro, mi voto es por Maduro”, ni las invocaciones animistas del difunto pudieron contener la hemorragia de lealtades. “Muchos no votaron porque estaban tristes o confundidos”, justificó el mandatario tras el despecho electoral. Si quieren resarcirse, no hay mejor momento.
2. La guerra económica
El capítulo uno del manual de estrategia electoral de Hugo Chávez reza: “polariza y vencerás”. El militar barinés era un maestro en el arte de provocar al enemigo utilizando un amplio abanico de estratagemas. Supuestos planes de magnicidio para la ruptura de relaciones con países vecinos, controvertidos arrestos de adversarios acusados de corrupción o drástricas medidas socialistas. A golpe de polémica lograba convertir cada votación en una suerte de cruzada existencial entre “nosotrosos o ellos”. “Chávez los tiene locos, Chávez los tiene locos”, canturreaban con sonsonete sus correligionarios a la agobiada oposición.
Con el encarcelamiento de empresarios “especuladores”, la venta a precio de saldo de sus mercancías, la inhabilitación política de opositores y los decretos para regular las ganancias corporativas en toda la economía, Maduro ha finiquitado los tibios devaneos de diálogo con el sector privado con los que sorprendió a propios y extraños en el arranque de su mandato. La “guerra económica” es ahora el núcleo de su discurso y los ataques a la “burguesía apátrida” el centro de gravedad de su campaña, sin medias tintas. O estas conmigo, o estás contra mí. Un clásico de la revolución.
3. Rojo cuida rojo
Se suele pintar Venezuela como un país absolutamente polarizado, pero en realidad existe un considerable nicho del electorado entre pragmático y desinteresado conocido como ni ni (ni chavista, ni opositor). Tradicionalmente, una parte de los indecisos iba a parar al chavismo en elecciones locales bajo la premisa de que una mejor sintonía política con el poder traerá más beneficios y menos problemas a la ciudad.
La misma lógica aplica a los individuos. La peliaguda situación económica aumenta la dependencia de los más de dos millones venezolanos que trabajan para la administración y de aquellos que se benefician del paraguas social del Gobierno en educación, alimentos, sanidad, pensiones o vivienda, sobre todo en los sectores más desfavorecidos. “Amor con amor se paga”, le gustaba recitar a Chávez cuando se avecinaba la hora de votar.
4. Efecto Robin Hood
Puede que muchos se horroricen ante la imagen de los militares rematando las existencias de los comercios acusados de “usura” y que en algunos casos terminaron en anárquicos saqueos. Sin embargo, el saldo electoral es netamente positivo para el mandatario. Es lo que los analistas llaman Efecto Robin Hood, la forma más básica de populismo elaborada sobre el discurso de “quitarle a los ricos para dárselo a los pobres”.
Los críticos avisan sobre las perniciosas consecuencias económicas de este tipo de políticas extremas pero la radicalización fue un punto de inflexión en el descenso de popularidad de Maduro y un acicate para el chavismo duro, que celebra que por fin el nuevo hombre fuerte de la casa haya pasado decididamente a la acción.
5. Maquinaria electoral pesada
Si los llamados sentimentales o el razonamiento práctico no surten efecto, el chavismo confía en el poderoso Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) como la bala de plata contra el ausentismo electoral. Fundado por Chávez en 2007 para unificar a sus heterogénos aliados y crear una escuela de cuadros políticos, acabó convirtiéndose en un ejército para movilizar votantes con más de siete millones de militantes inscritos.
En cada campaña, la tolda roja despliega cientos de miles de patrulleros para peinar el país glosando “casa por casa” las bondades de la causa socialista. El día de la elección, cada voluntario debe asegurar 10 votantes, facilitando tras*porte, comunicación y refrigerio por cuenta del partido, que usa abiertamente recursos públicos para tal fin.
Pese a que es una estructura formidable, la experiencia muestra que no es infalible. La organización se estrenó con el amargo fracaso del referendo para la reforma constitucional y tampoco logró conquistar la mayoría popular en las legislativas de 2010. Hace nueve meses, la maquinaria electoral se gripó y apenas pudo darle a Maduro un suspiro de ventaja para ser presidente. Según la oposición, los personajes más funestos del PSUV manipularon ese resultado mediante el voto forzado, la usurpación de identidad y el sufragio múltiple.
La oposición
1. El comunismo va a llegar
Los apagones generalizados, como el que esta misma semana dejó a Maduro a oscuras con la palabra en la boca y en prime time mientras millones de venezolanos parían para llegar a sus hogares después del trabajo; el peregrinaje para sortear los baches de escasez en la lista de la compra, que una semana se tragan la harina de trigo y la siguiente el papel higiénico; el notable avance de la “hegemonía comunicacional” del chavismo, que este año dejó fuera de juego al último baluarte televisivo de la oposición mientras prosigue la colonización de la radio y el jaque económico a la prensa; una generación de hijos de la clase media que emigra -o sueña con emigrar- para alejarse de un entorno que perciben cada vez más inseguro y hostil...
La letanía del “castro-comunismo” entonada por el antichavismo radical en medio del festín consumista más prolongado de la historia venezolana sonó durante una década al cuento de Pedro y el lobo. Pero cada vez más opositores moderados, y no pocos de los desentendidos, sienten que la revolución llama insistentemente a su puerta aunque ellos no quieran salir a abrir. Para muchos, votar será una última válvula de escape.
2. Un líder en el camino
Tras pasar una década huérfana de líder, la oposición ha encontrado un norte político más o menos estable en Henrique Capriles, dejando atrás los confusos días en que después de cada paliza electoral debía volver a empezar prácticamente desde cero.
Con su tercera campaña a pie de calle para levantarle la mano a los candidatos de la Unidad en 117 municipios (un tercio del total) por todo el país, el joven gobernador de Miranda ha consolidado su imagen de alternativa real de poder al chavismo. No hay mejor antídoto contra la indolencia opositora.
Sin embargo, una estrategia en ocasiones errática, un talante que ha generado fricciones en el seno de la coalición Mesa de la Unidad Democrática (MUD) y una ventana mediática cada vez más estrecha le impidieron capitalizar los recientes vaivenes en la popularidad de Maduro, mientras el ala dura del antichavismo se la tiene jurada por no defender hasta las últimas consecuencias “la victoria” de abril.
3. El triple de las primarias
En enero de 2012, la oposición logró un triple éxito al elegir por primera vez a sus candidatos en primarias: alumbraron liderazgos nacionales y locales con legitimidad de base, pusieron un torniquete a la sangría de votos que generaban la perenne división de aspirantes opositores para un mismo puesto y marcaron el tímido arranque de una organización mancomunada para enfrentar la supremacía logística del PSUV.
Ninguno de estos factores es determinante per se, como se pudo constatar en la debacle de las regionales de diciembre de 2012, en las que la reelección de Chávez dos meses antes tuvo un aplastante efecto dominó. Pero es un salto competitivo brutal respecto a su precaria situación hace apenas dos años.
4. El voto del bolsillo
Una inflación que coquetea con ser híperinflacción tras rebasar en octubre la barrera psicológica del 50%, el dólar paralelo en niveles estratosféricos que ningunea los ahorros de los venezolanos y un mustio crecimiento síntoma de una economía agotada serán argumentos de peso para deseperezar el domingo a muchos electores que, ajenos al discurso ideológica, depositan su voto pensando con el bolsillo.
A esto se le suma el conjunto de problemas esctructurales que se han recrudecido durante los últimos 15 años, como el torbellino criminal que ya ha dejado más de 150.000 víctimas y podría superar este año la cifra de muertos de la Guerra de Irak (2003-2011), ciudades infartadas por el tráfico y el deplorable estado de las infraestructuras o los problemas con la recogida de basuras.
5. Fin de ciclo
En los días de gloria del chavismo bastaba con que el desaparecido cabecilla bolivariano levantara la mano del candidato de turno para que este empezara a trenzar los laureles. Salvo en un puñado de bastiones antichavistas, el Comandante era en sí mismo el mejor revulsivo para sus adeptos. El portaviones electoral, lo llamaban. Ahora, los aspirantes socialistas se deben conformar con aparacer en un fotomontaje gigantográfico abrazando al líder fundador, cuya voz enlatada sigue inaugurando los mítines del partido.
La exigua victoria de Maduro por poco más de 200.000 sufragios (1,5%) fue la mejor demostración de que sin su Gran Elector el chavismo es quebradizo. La frustración por esa derrota todavía pesa en el ánimo opositor, pero no termina de diluir la sensación de fin de ciclo que selló la fin de Chávez el 5 de marzo por un cáncer que, aún hoy, es secreto de Estado.
Un dilema hamletiano en las próximas elecciones municipales de Venezuela - Noticias de Mundo