Vlad_Empalador
Será en Octubre
Un camarero vigués se alista en Ucrania: «Voy a proteger, pero si hay que disparar, lo haré»
CARLOS PUNZÓNVIGO
INTERNACIONAL · Exclusivo suscriptores
Oscar Vázquez
«No tengo planes de vuelta; es una guerra y puede pasar de todo», apunta William Coitiño
16 mar 2022. Actualizado a las 08:05 h.
Comentar · 6
Está completamente asentado en Vigo, donde recaló hace 22 años haciendo el camino de vuelta de sus antepasados que emigraron a Uruguay desde Pontevedra. Es camarero y uno de los emblemas del restaurante Basilio, en la zona de playa viguesa de Canido, donde sus jefes se han convertido en familia y los mejores clientes en amigos que le ruegan que no se vaya a la guerra. «Lo dejo todo», zanja William Coitiño para asegurar que no hay vuelta atrás.
Se va a Ucrania, al frente. El día 27 parte con otras siete personas desde España a los que la embajada en Madrid ya ha dado curso a sus papeles y a su entrada en el ejército de voluntarios extranjeros. «Voy por principios, para ayudar, para evitar el desorden. No puedo ver a tanta gente sufriendo y no hacer nada, a niños que tratan de escapar con sus madres, a ancianos que no se pueden refugiar... y todas las barbaridades que conlleva una guerra, incluso entre gente del mismo bando. Voy a proteger, pero si hay que disparar, lo haré», proclama.
Se formó en el Ejército de Uruguay durante cinco años, en las fuerzas especiales antiterroristas, con una formación dura en la que asegura que aún estaba permitido el castigo físico como fórmula de medir la resistencia de cada soldado. «Te colgaban de los pies o te hacían comer una liebre cruda o lombrices», rememora. «Pero yo era el convencido, así me llamaban porque tenía muy claro que quería estar allí. Solo acabamos seis o siete», recuerda.
Aprovechó su estancia en el Ejército para instruirse como enfermero de combate y especializarse en psicología y psiquiatría. Ese cometido sanitario en primera línea es lo que tiene en la cabeza para hacer ahora en Ucrania, pero la guerra determinará. «Ojalá no hubiese que disparar, pero eso es algo obvio para un militar», como aún se considera pese a haber colgado el traje hace más de dos décadas. «Es como andar en bici, no se olvida».
Quiere aprovechar el viaje para llevar todo el material de ayuda posible, además de dotarse de cascos, chalecos antibalas y lo que puedan utilizar en el frente, pues aún no sabe cómo los equiparán en el campamento en el que se aclimatarán y entrenarán en la frontera con Hungría. «Llevaremos todo lo que nos den y que pueda ser útil» dice, y acota: «no voy de kamikaze. Tengo familia en Galicia y en Uruguay. Tengo dos hijos aquí y quiero volver. Se lo prometí a mi progenitora, que cuando le comuniqué que me alistaba, me dijo que ya se imaginaba que estaría pensando en ir a Ucrania. No les extrañó». Sus dos abuelos, tíos y muchos otros familiares fueron militares o policías y eso se hereda.
Se había apuntado en 1992 a ir con la ONU a Camboya y Mozambique como enfermero militar. Sus dos mejores amigos fueron aceptados y él no. Es una espina que le quedó clavada hasta ahora.
«¿Volver?. Eso en una guerra no se sabe. Soy consciente de lo que es y no tengo miedo. Me dará cuando esté allí, pero eso es bueno. El miedo te mantiene alerta. Mi miedo ahora es lo que dejo. Podría trabajar en otras cosas, pero en esta casa, en este restaurante me han dado mucho amor», dice quebrándosele la voz. «Ahora ya no tengo planes. Solo hacer frente a la crueldad que hay en la guerra, algo que seguro me hará sentirme bien, ser alguien útil».
Además de lo que pueda ayudar en Ucrania, William mantiene que va a la guerra a hacer frente a pilinguin. «Lo hago también por mis amigos y mi familia, porque ese no quiere acabar ahí. A saber hasta dónde se le ha ocurrido llegar. Total, él está en un búnker. Pero la verdad es que no sé como en el siglo XXI no se puede vivir en paz. El problema es él, no el pueblo ruso, aunque acabará pagando los platos rotos», vaticina pese a querer mantenerse al margen de la política.
Su determinación a implicarse en el conflicto desencadenado por Rusia es tal, que de no haber encontrado un grupo con el que ir, lo habría hecho solo. «Es que los hombres ucranianos de aquí se fueron al momento, dos días después de iniciarse la guerra a lo sumo», señala, lamentando no poder contar con el concurso en el viaje de hombres que vuelvan a su tierra, aunque su contacto en el ejército de dicho país sea un mando que habla castellano a la perfección.
Oscar Vázquez
Ha prometido a su familia subir a sus redes sociales un vídeo cada día para demostrar que está bien y que su progenitora, hermanas e hijos puedan llevar el distanciamiento algo más tranquilos.
«Es inimaginable la crueldad que hay en una guerra», por eso una de los cargamentos que lleva es un saco con peluches para los niños. «Sin duda lo que nos encontraremos allí será un desastre, pero algo que tengo presente es que es una desgracia haber pasado hambre de pequeño, es lo peor que hay», certifica, aunque le saca también algo positivo: «Es una circunstancia que te enseña muchísimo y te ayuda a valorar, si no te mueres, claro».
Ahora solo piensa en partir, en llevar todo lo que pueda para los que lo necesitan, en conocer el destino que cree le será asignado en función de sus capacidades, entre las que suma las de curar y también las de disparar morteros, lanzacohetes, ametralladoras... «Estoy preparado. Soy militar y en Ucrania se está haciendo daño», concluye antes de volver a las mesas del restaurante para dejarlas preparadas para el siguiente servicio.
INTERNACIONAL · Exclusivo suscriptores
Oscar Vázquez
«No tengo planes de vuelta; es una guerra y puede pasar de todo», apunta William Coitiño
16 mar 2022. Actualizado a las 08:05 h.
Comentar · 6
Está completamente asentado en Vigo, donde recaló hace 22 años haciendo el camino de vuelta de sus antepasados que emigraron a Uruguay desde Pontevedra. Es camarero y uno de los emblemas del restaurante Basilio, en la zona de playa viguesa de Canido, donde sus jefes se han convertido en familia y los mejores clientes en amigos que le ruegan que no se vaya a la guerra. «Lo dejo todo», zanja William Coitiño para asegurar que no hay vuelta atrás.
Se va a Ucrania, al frente. El día 27 parte con otras siete personas desde España a los que la embajada en Madrid ya ha dado curso a sus papeles y a su entrada en el ejército de voluntarios extranjeros. «Voy por principios, para ayudar, para evitar el desorden. No puedo ver a tanta gente sufriendo y no hacer nada, a niños que tratan de escapar con sus madres, a ancianos que no se pueden refugiar... y todas las barbaridades que conlleva una guerra, incluso entre gente del mismo bando. Voy a proteger, pero si hay que disparar, lo haré», proclama.
Se formó en el Ejército de Uruguay durante cinco años, en las fuerzas especiales antiterroristas, con una formación dura en la que asegura que aún estaba permitido el castigo físico como fórmula de medir la resistencia de cada soldado. «Te colgaban de los pies o te hacían comer una liebre cruda o lombrices», rememora. «Pero yo era el convencido, así me llamaban porque tenía muy claro que quería estar allí. Solo acabamos seis o siete», recuerda.
Aprovechó su estancia en el Ejército para instruirse como enfermero de combate y especializarse en psicología y psiquiatría. Ese cometido sanitario en primera línea es lo que tiene en la cabeza para hacer ahora en Ucrania, pero la guerra determinará. «Ojalá no hubiese que disparar, pero eso es algo obvio para un militar», como aún se considera pese a haber colgado el traje hace más de dos décadas. «Es como andar en bici, no se olvida».
Quiere aprovechar el viaje para llevar todo el material de ayuda posible, además de dotarse de cascos, chalecos antibalas y lo que puedan utilizar en el frente, pues aún no sabe cómo los equiparán en el campamento en el que se aclimatarán y entrenarán en la frontera con Hungría. «Llevaremos todo lo que nos den y que pueda ser útil» dice, y acota: «no voy de kamikaze. Tengo familia en Galicia y en Uruguay. Tengo dos hijos aquí y quiero volver. Se lo prometí a mi progenitora, que cuando le comuniqué que me alistaba, me dijo que ya se imaginaba que estaría pensando en ir a Ucrania. No les extrañó». Sus dos abuelos, tíos y muchos otros familiares fueron militares o policías y eso se hereda.
Se había apuntado en 1992 a ir con la ONU a Camboya y Mozambique como enfermero militar. Sus dos mejores amigos fueron aceptados y él no. Es una espina que le quedó clavada hasta ahora.
«¿Volver?. Eso en una guerra no se sabe. Soy consciente de lo que es y no tengo miedo. Me dará cuando esté allí, pero eso es bueno. El miedo te mantiene alerta. Mi miedo ahora es lo que dejo. Podría trabajar en otras cosas, pero en esta casa, en este restaurante me han dado mucho amor», dice quebrándosele la voz. «Ahora ya no tengo planes. Solo hacer frente a la crueldad que hay en la guerra, algo que seguro me hará sentirme bien, ser alguien útil».
Además de lo que pueda ayudar en Ucrania, William mantiene que va a la guerra a hacer frente a pilinguin. «Lo hago también por mis amigos y mi familia, porque ese no quiere acabar ahí. A saber hasta dónde se le ha ocurrido llegar. Total, él está en un búnker. Pero la verdad es que no sé como en el siglo XXI no se puede vivir en paz. El problema es él, no el pueblo ruso, aunque acabará pagando los platos rotos», vaticina pese a querer mantenerse al margen de la política.
Su determinación a implicarse en el conflicto desencadenado por Rusia es tal, que de no haber encontrado un grupo con el que ir, lo habría hecho solo. «Es que los hombres ucranianos de aquí se fueron al momento, dos días después de iniciarse la guerra a lo sumo», señala, lamentando no poder contar con el concurso en el viaje de hombres que vuelvan a su tierra, aunque su contacto en el ejército de dicho país sea un mando que habla castellano a la perfección.
Oscar Vázquez
Ha prometido a su familia subir a sus redes sociales un vídeo cada día para demostrar que está bien y que su progenitora, hermanas e hijos puedan llevar el distanciamiento algo más tranquilos.
«Es inimaginable la crueldad que hay en una guerra», por eso una de los cargamentos que lleva es un saco con peluches para los niños. «Sin duda lo que nos encontraremos allí será un desastre, pero algo que tengo presente es que es una desgracia haber pasado hambre de pequeño, es lo peor que hay», certifica, aunque le saca también algo positivo: «Es una circunstancia que te enseña muchísimo y te ayuda a valorar, si no te mueres, claro».
Ahora solo piensa en partir, en llevar todo lo que pueda para los que lo necesitan, en conocer el destino que cree le será asignado en función de sus capacidades, entre las que suma las de curar y también las de disparar morteros, lanzacohetes, ametralladoras... «Estoy preparado. Soy militar y en Ucrania se está haciendo daño», concluye antes de volver a las mesas del restaurante para dejarlas preparadas para el siguiente servicio.