Clavisto
Será en Octubre
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- 10 Sep 2013
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Me bebería una cerveza pero no tengo. Hace un rato estuve en el súper haciendo la compra y pasé de largo por el pasillo de las cervezas. Podría bajar ahora mismo y pillar un paquete de seis en el de aquí al lado. Claro que habría que enfriarlas y eso llevaría su tiempo, lo menos una hora en el congelador. Pongamos que a las ocho y media estuvieran en condiciones. Para las diez y pico ya me las habría bebido todas. Y eso sin contar los cigarrillos, uno tras otro. Puede incluso que en ese momento pensara que estaba escribiendo algo realmente bueno, como tantas veces me pasa cuando bebo. Y quizá llegara a coger el coche para ir por una botella de whisky para completar. Cogería también unas cocacolas y remataría la noche a eso de las doce, exhausto, viendo viejas canciones en el ordenador, casi siempre las mismas. Después dormir como un tronco y despertar con la boca seca y el dolor de cabeza. Tan sólo quedaría aguantar un sábado en el bar que mañana será todavía más largo que el habitual.
Otra posibilidad sería salir a andar. Todavía hay tiempo y se supone que el calor de hoy ya estará menguando. Un cielo gris, como de tormenta, ha estado ejerciendo de tapadera durante todo el día. Costaba respirar ahí afuera. A eso de las cinco y media salí a la frutería de la esquina y el aire quemaba. La fruta tampoco lleva bien este tiempo. Casi toda estaba blanda y con mal aspecto. Apenas he comprado unas verduras para el arroz de mañana. El jovenlandés tenía un aspecto más serio y taciturno del normal. No, salir a andar sería otra estupidez.
Una opción novedosa sería ir en coche a los molinos. Llevarme unas cuartillas, una botella de agua, el tabaco y escribir algo en otro sitio distinto a este. Seguro que saldría algo diferente. Pero el otro día estuve andando por allí a estas horas y ya había bastante gente. Puede que hoy, siendo viernes, aquello esté peor. Me fijé que había algunos que se llevaban sus neveritas y todo eso. Bebían botes de cerveza y hablaban entre ellos. Sólo me faltaría encontrar a algún conocido y ponerme a beber cerveza con el coche en los molinos. No.
Quedaba empezar a leer el libro que saqué el lunes de la biblioteca. Tras un buen rato de mirar no vi el que iba buscando y al final casi cogí uno por obligación, uno con un título ridículo. Le he dado treinta páginas. Es bastante malo aunque tiene una buena frase en el segundo párrafo. Hay pocas novelas buenas. La mayoría son aburridas. Y lo son mucho más cuando ves las páginas que te quedan por delante. Hoy se lo decía a uno en la puerta del bar: "Si uno aprende algo con el paso de los años es a aceptar las cosas, a no obcecarse en cambiarlas" Yo antes me obcecaba en terminar todo libro que abría, por pesado que se me hiciera. Era como una prueba más, otra demostración de fuerza. Hace tiempo que dejé de hacer eso. Hace tiempo que dejé de medir fuerzas con los otros.
La última opción era quedarme aquí y escribir algo mientras hacía tiempo hasta la caída de la noche. Resulta imposible dormir sabiendo que el sol todavía está ahí fuera. Puedes estar cansado, agotado, casi cerrando los ojos sentado en el sofá viendo un vídeo cualquiera que es levantarte para ir a la cama y dar vueltas de un lado a otro. Más o menos como cuando es de noche, pero ahí ya sí que no queda más remedio. Siempre despierto con ganas de dormir un poco más. No recuerdo la última vez que dormí hasta hartarme.
Podría haber escrito del bar pero no tengo ganas. Ha sido un buen día, un magnífico día, en lo laboral y están apareciendo algunos nuevos personajes interesantes. También van a irse pronto otros de los que nunca he escrito, no sé porqué, como el director de la sucursal bancaria y las dos chicas que trabajan con él. Bueno, decir chicas es no decir bien, que ya son madres de varios hijos y acaso sean un poco más jóvenes que yo, pero es rara la mujer que se molesta cuando te diriges a ella con esa palabra en el tono adecuado. Y claro está que uno también hace sus excepciones, como cuando la mujer esta sola. Ahí no. Lo de chicas se dice si son varias. En singular queda como cosa de viejo pueblerino; en plural es casi lo natural. Es curioso.
El director es un tío que me cae bien. Está casado con una mujer de espléndido aspecto, muy femenina, y es padre de dos hijos, el más pequeño de ellos de unos siete u ocho años y el otro con la edad esa en la que uno empieza a descubrir que tiene platano. Hace unos meses le oí hablar con un amigo de que sabía que su hijo estaba empezando a ver prono en el ordenador. En fin, preocupaciones de padres. Yo he conocido al chico antes y después y sí, de un tiempo a esta parte ya se le ve la mirada aquella de infinito sufrimiento.
Su padre es un hombre de buen humor, tranquilo, campechano, nada engolado. Conoce su oficio, sí, sabe que lo suyo es sacar dinero como sea, pero no va por ahí atosigando a la gente. Recuerdo una vez, hace unos años, cuando el rollo de que los bancos vendieran cualquier cosa empezó a salirse de progenitora, que vino una mañana al bar y tras desayunar charlando de las cosas de todos los días me soltó algo que ahora me hace mucha gracia.
- Kufisto -me dijo casi de soslayo en la puerta del bar como quien prueba otra contraseña más en un ordenador ajeno- ¿no estarás interesado en una alarma?
- ¿Una alarma? -dije yo, sorprendido
- Sí, una alarma. Ahora también vendemos alarmas -dijo casi con una sonrisa. Antes me había ofrecido televisores, lavadoras y no sé qué más, siempre con la misma actitud, cosa muy de agradecer. Y es que ya os digo que este hombre huele el dinero y se nota a la distancia que yo no lo tengo-
Recuerdo que yo también sonreí y puede que hasta acabáramos riendo. Le he visto tratando en el bar con gente de mucho dinero, millonarios algunos, y en ningún momento me ha parecido estar viendo a otra persona como sí me ha pasado con tantos otros de su oficio. Incluso delante de sus superiores, esos que van por ahí viendo in situ como van las cosas, no he apreciado nunca ningún signo de chupapollismo ni nada parecido.
Quizá también sea que su padre va a morir dentro de algunos meses de lo mismo que murió el mío que nuestra amistad se ha ido acrecentando en estos últimos tiempos. Algunas veces, pocas y siempre cuando él ha sacado el tema, hemos comentado algo. Al fin teníamos algo en común. Bueno, eso y la música electrónica, aunque para él esto sea algo tan secundario como para mi lo pueda ser casi todo.
Lo he pensado mientras fregaba los platos: "¿Por qué no les invitas a comer el día que cierren? Sería un detalle por tu parte después de todos estos años"
Ha pagado el desayuno y hemos salido afuera a fumarnos el cigarro de rigor. Y enseguida se lo he dicho, no fuera que de pensarlo no lo hiciera.
- Oye, Luis, ¿por qué no os venís a comer el día que cerréis?
He visto la sorpresa en sus ojos. Y también una cierta emoción. Ha aceptado con su típico buen humor y luego hemos hablado de lo que está pasando con el cierre masivo de sucursales bancarias.
- No sé donde voy a ir. En agosto cogeré el mes de vacaciones y a la vuelta ya me lo dirán. No me voy a comer la cabeza por esto, Kufisto, no...Nosotros siempre somos los últimos en enterarnos de todo. De hecho lo del cierre me lo comunicaron hace dos semanas. Quien me llamó no podía creerse que no tuviera noticia de ello. Y luego la gente, los clientes, están nerviosos con el cambio y todo eso...Que si ahora qué, que si vaya lío, que esto y lo otro y bueno, que tú eres un profesional e intentas no pasar de todo a pesar de las circunstancias y hacerles ver que las cosas seguirán como siempre, que no hay porqué temer nada...Y venga llamadas, y venga mensajes y venga visitas...¡Qué estrés! En fin, ya saldrá cualquier cosa -terminó diciendo con una sonrisa
- ¿Sabes, Luis? Si uno aprende algo con el paso de los años es a aceptar las cosas, a no obcecarse en cambiarlas
- Pues sí, Kufisto, pues sí...Así es. ¿Para qué te vas a enfadar si te va a dar lo mismo?
- Bueno, pues quedamos en eso. El día antes de cerrar me lo dices y ya preparo yo el tema con antelación
- Gracias, Kufisto
- No, gracias a vosotros.
Ya se iba cuando mi tío llegó preguntándole por un número de teléfono. Luis se lo dio y regresó a su despacho.
Y al rato mi tío volvió acordándose en la leche de la cosa de número que le había dado el puñetero director del banco.
- ¡Estoy hasta los huevones de ellos! ¡Voy a cerrar la cuenta y...!
- Pues hazlo rápido porque van a cerrar
- ¡Ya lo sé, ya lo sé! ¡Y ahora todo será en la otra sucursal! ¡como si ya no estuviera llena de gente! ¡y ahora encima la de esta!...¡Qué país, Señor, qué país! ¡Lo cierro todo y lo meto en una caja de las pequeñas, de esas que no van ni el Tato! ¡Se acabó, estoy harto!
Bueno, mi tío siempre está cabreado con algo. Él también es un buen tipo sólo que se cabrea demasiado.
Luego se le pasa. Como a todos.
Otra posibilidad sería salir a andar. Todavía hay tiempo y se supone que el calor de hoy ya estará menguando. Un cielo gris, como de tormenta, ha estado ejerciendo de tapadera durante todo el día. Costaba respirar ahí afuera. A eso de las cinco y media salí a la frutería de la esquina y el aire quemaba. La fruta tampoco lleva bien este tiempo. Casi toda estaba blanda y con mal aspecto. Apenas he comprado unas verduras para el arroz de mañana. El jovenlandés tenía un aspecto más serio y taciturno del normal. No, salir a andar sería otra estupidez.
Una opción novedosa sería ir en coche a los molinos. Llevarme unas cuartillas, una botella de agua, el tabaco y escribir algo en otro sitio distinto a este. Seguro que saldría algo diferente. Pero el otro día estuve andando por allí a estas horas y ya había bastante gente. Puede que hoy, siendo viernes, aquello esté peor. Me fijé que había algunos que se llevaban sus neveritas y todo eso. Bebían botes de cerveza y hablaban entre ellos. Sólo me faltaría encontrar a algún conocido y ponerme a beber cerveza con el coche en los molinos. No.
Quedaba empezar a leer el libro que saqué el lunes de la biblioteca. Tras un buen rato de mirar no vi el que iba buscando y al final casi cogí uno por obligación, uno con un título ridículo. Le he dado treinta páginas. Es bastante malo aunque tiene una buena frase en el segundo párrafo. Hay pocas novelas buenas. La mayoría son aburridas. Y lo son mucho más cuando ves las páginas que te quedan por delante. Hoy se lo decía a uno en la puerta del bar: "Si uno aprende algo con el paso de los años es a aceptar las cosas, a no obcecarse en cambiarlas" Yo antes me obcecaba en terminar todo libro que abría, por pesado que se me hiciera. Era como una prueba más, otra demostración de fuerza. Hace tiempo que dejé de hacer eso. Hace tiempo que dejé de medir fuerzas con los otros.
La última opción era quedarme aquí y escribir algo mientras hacía tiempo hasta la caída de la noche. Resulta imposible dormir sabiendo que el sol todavía está ahí fuera. Puedes estar cansado, agotado, casi cerrando los ojos sentado en el sofá viendo un vídeo cualquiera que es levantarte para ir a la cama y dar vueltas de un lado a otro. Más o menos como cuando es de noche, pero ahí ya sí que no queda más remedio. Siempre despierto con ganas de dormir un poco más. No recuerdo la última vez que dormí hasta hartarme.
Podría haber escrito del bar pero no tengo ganas. Ha sido un buen día, un magnífico día, en lo laboral y están apareciendo algunos nuevos personajes interesantes. También van a irse pronto otros de los que nunca he escrito, no sé porqué, como el director de la sucursal bancaria y las dos chicas que trabajan con él. Bueno, decir chicas es no decir bien, que ya son madres de varios hijos y acaso sean un poco más jóvenes que yo, pero es rara la mujer que se molesta cuando te diriges a ella con esa palabra en el tono adecuado. Y claro está que uno también hace sus excepciones, como cuando la mujer esta sola. Ahí no. Lo de chicas se dice si son varias. En singular queda como cosa de viejo pueblerino; en plural es casi lo natural. Es curioso.
El director es un tío que me cae bien. Está casado con una mujer de espléndido aspecto, muy femenina, y es padre de dos hijos, el más pequeño de ellos de unos siete u ocho años y el otro con la edad esa en la que uno empieza a descubrir que tiene platano. Hace unos meses le oí hablar con un amigo de que sabía que su hijo estaba empezando a ver prono en el ordenador. En fin, preocupaciones de padres. Yo he conocido al chico antes y después y sí, de un tiempo a esta parte ya se le ve la mirada aquella de infinito sufrimiento.
Su padre es un hombre de buen humor, tranquilo, campechano, nada engolado. Conoce su oficio, sí, sabe que lo suyo es sacar dinero como sea, pero no va por ahí atosigando a la gente. Recuerdo una vez, hace unos años, cuando el rollo de que los bancos vendieran cualquier cosa empezó a salirse de progenitora, que vino una mañana al bar y tras desayunar charlando de las cosas de todos los días me soltó algo que ahora me hace mucha gracia.
- Kufisto -me dijo casi de soslayo en la puerta del bar como quien prueba otra contraseña más en un ordenador ajeno- ¿no estarás interesado en una alarma?
- ¿Una alarma? -dije yo, sorprendido
- Sí, una alarma. Ahora también vendemos alarmas -dijo casi con una sonrisa. Antes me había ofrecido televisores, lavadoras y no sé qué más, siempre con la misma actitud, cosa muy de agradecer. Y es que ya os digo que este hombre huele el dinero y se nota a la distancia que yo no lo tengo-
Recuerdo que yo también sonreí y puede que hasta acabáramos riendo. Le he visto tratando en el bar con gente de mucho dinero, millonarios algunos, y en ningún momento me ha parecido estar viendo a otra persona como sí me ha pasado con tantos otros de su oficio. Incluso delante de sus superiores, esos que van por ahí viendo in situ como van las cosas, no he apreciado nunca ningún signo de chupapollismo ni nada parecido.
Quizá también sea que su padre va a morir dentro de algunos meses de lo mismo que murió el mío que nuestra amistad se ha ido acrecentando en estos últimos tiempos. Algunas veces, pocas y siempre cuando él ha sacado el tema, hemos comentado algo. Al fin teníamos algo en común. Bueno, eso y la música electrónica, aunque para él esto sea algo tan secundario como para mi lo pueda ser casi todo.
Lo he pensado mientras fregaba los platos: "¿Por qué no les invitas a comer el día que cierren? Sería un detalle por tu parte después de todos estos años"
Ha pagado el desayuno y hemos salido afuera a fumarnos el cigarro de rigor. Y enseguida se lo he dicho, no fuera que de pensarlo no lo hiciera.
- Oye, Luis, ¿por qué no os venís a comer el día que cerréis?
He visto la sorpresa en sus ojos. Y también una cierta emoción. Ha aceptado con su típico buen humor y luego hemos hablado de lo que está pasando con el cierre masivo de sucursales bancarias.
- No sé donde voy a ir. En agosto cogeré el mes de vacaciones y a la vuelta ya me lo dirán. No me voy a comer la cabeza por esto, Kufisto, no...Nosotros siempre somos los últimos en enterarnos de todo. De hecho lo del cierre me lo comunicaron hace dos semanas. Quien me llamó no podía creerse que no tuviera noticia de ello. Y luego la gente, los clientes, están nerviosos con el cambio y todo eso...Que si ahora qué, que si vaya lío, que esto y lo otro y bueno, que tú eres un profesional e intentas no pasar de todo a pesar de las circunstancias y hacerles ver que las cosas seguirán como siempre, que no hay porqué temer nada...Y venga llamadas, y venga mensajes y venga visitas...¡Qué estrés! En fin, ya saldrá cualquier cosa -terminó diciendo con una sonrisa
- ¿Sabes, Luis? Si uno aprende algo con el paso de los años es a aceptar las cosas, a no obcecarse en cambiarlas
- Pues sí, Kufisto, pues sí...Así es. ¿Para qué te vas a enfadar si te va a dar lo mismo?
- Bueno, pues quedamos en eso. El día antes de cerrar me lo dices y ya preparo yo el tema con antelación
- Gracias, Kufisto
- No, gracias a vosotros.
Ya se iba cuando mi tío llegó preguntándole por un número de teléfono. Luis se lo dio y regresó a su despacho.
Y al rato mi tío volvió acordándose en la leche de la cosa de número que le había dado el puñetero director del banco.
- ¡Estoy hasta los huevones de ellos! ¡Voy a cerrar la cuenta y...!
- Pues hazlo rápido porque van a cerrar
- ¡Ya lo sé, ya lo sé! ¡Y ahora todo será en la otra sucursal! ¡como si ya no estuviera llena de gente! ¡y ahora encima la de esta!...¡Qué país, Señor, qué país! ¡Lo cierro todo y lo meto en una caja de las pequeñas, de esas que no van ni el Tato! ¡Se acabó, estoy harto!
Bueno, mi tío siempre está cabreado con algo. Él también es un buen tipo sólo que se cabrea demasiado.
Luego se le pasa. Como a todos.
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