Topdown
Madmaxista
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Me ha hecho muchísima gracia un artículo de un miembro del partido de Rosa Díez
Fuente: UPyDEn la primera entrega de la trilogía Matrix, de los hermanos Wachowski, una de mis escenas favoritas era aquella en la que Morfeo (el inconmensurable Lawrence Fishburne), tras entablar contacto con un intrigado Keanu Reeves, ofrece a éste la posibilidad de descubrir qué es Matrix mediante la ingesta de dos alternativas píldoras, una azul, que le devolvería a su hasta entonces anodina existencia, u otra roja (la que acaba escogiendo), que sin posibilidad de retorno le revelará en toda su crudeza cuanto Neo parece ya barruntarse acerca de la aterradora realidad :
<p align="center"><object width="425" height="344"><param name="movie" value="http://www.youtube.com/v/C-9-BH5mFDY&hl=es&fs=1"></param><param name="allowFullScreen" value="true"></param><embed src="http://www.youtube.com/v/C-9-BH5mFDY&hl=es&fs=1" type="application/x-shockwave-flash" allowfullscreen="true" width="425" height="344"></embed></object></p>
Ante la inminente celebración del primer aniversario de Unión, Progreso y Democracia, he considerado oportuno aplazar la entrega del siguiente capítulo de la saga “Lo que mal empieza…” para sumarme a la fiesta intentando glosar muy sucinta y subjetivamente lo que para mi ha significado este periodo. Bien, pues aparte de las inabarcables “sensaciones”, que darían para otra saga de lo menos 15 ó 20 capítulos (hoy esto va de sagas), esa escena de Matrix sería la imagen con la que sinceramente creo mejor resumiría mi personal peripecia: Morfeo ofreciendo aquellas píldoras a Neo, esto es, ofreciéndoselas a cuantos desean desconectarse de la enorme farsa, de la colosal mascarada en la que nuestra bienamada cuchufleta -“qué gran vasallo si tuviera buen señor”- lleva tanto tiempo instalada, y añado: gustosamente instalada, tal y como nos muestran los resultados de las últimas generales, acaso el más pintiparado medio de prueba.
Desde mi primera intervención en un acto público, allá por julio de 2007 en el Hotel Colón, junto a mis amigos, Carlos Martínez Gorriarán, Ramón Marcos y demás compañeros de fatigas, cuando aún éramos Plataforma Pro, aunque también en cada una de cuantas “homilías” luego me tocase desembuchar, ésa ha sido siempre la percepción que ha quedado más firmemente grabada en mi meninge: la de un extremadamente agradecido auditorio al que acaso tan sólo hubiésemos prestado voz para poder decir y oír obviedades de sobra conocidas, cuando menos intuidas, pero que hasta ese momento jamás habían visto pronunciar, ni en el fondo ni en la forma, por boca de representante político alguno. Se acabó la corrección. Se acabó la jerigonza. Se acabó la adormidera.
Mi experiencia, tanto en las reuniones de los órganos del partido a los que pertenezco como en relación a las tareas que me ha tocado y me toca desempeñar, se ha centrado básicamente en Madrid, lugar en que nací y en que resido. Siendo de credo liberal, jamás voté en unos comicios excepto en las últimas municipales/autonómicas (hasta tal punto me revolvió las tripas aquella afrenta del “cordón sanitario”, pronunciada nada menos que por un argentino precisa y parajódicamente afincado, como tantos y tantos de sus comprometidos compañeros de profesión, en tamaño antro del fascismo ultramontano). No sólo eso. Jamás pensé me afiliaría a otra cosa que no fuese la presidencia de mi Comunidad de Propietarios, y porque la vigente Ley de Propiedad Horizontal impone esos malditos turnos rotatorios para erradicar el escaqueo al que algunos siempre fuimos tan aficionados. Pero el grado de molicie alcanzado por nuestra nefanda casta, cimentado eminentemente en dos o tres leyezuelas por todos conocidas, así como la admiración que siempre profesé por Rosa Díez, para mi uno de esos dos o tres únicos políticos con derecho a ser así llamados, me hicieron aparcar (como al resto de mis compañeros) mis maximalismos, en este caso misianos y hayekianos, y sumar mi humilde aportación a un proyecto que, creo sobra decir, me tiene completamente enganchado.
La fase que más me impactó en todos los sentidos fue, lógicamente, la pasada campaña electoral. Los diez o doce actos en los que tuve la suerte de participar, pero sobre todo las mesas redondas que compartí con representantes de los tradicionales pesebres (la última hace unos días), me hicieron corroborar bien pronto cuán meliflua es su astracanada, cómo se diluye como un azucarillo revenío ante las irrefutables y simplísimas verdades del barquero, el bochorno que dejan en el ambiente sus clamorosos silencios, su artificial frentismo, sus huecas soflamas de Pin y Pon, su atildada jerigonza… Un fistro como yo, pol·la gloria de mi progenitora, saliendo entre vítores del ruedo… Y todo por el dudoso honor de llamar al pan pan y al jamón ibérico amor de mi vida… Recuerdo quizá con especial deleitación dos o tres momentos del acto celebrado en el Aula Magna de la Facultad de Derecho de la Universidad Autónoma de Madrid. Uno de los diversos rifirrafes mantenidos con Rafael Simancas ante unos 700 estudiantes sentados hasta por las escaleras y los poyetes de las ventanas tuvo lugar con motivo de nuestra inexistente separación de poderes y me dio la oportunidad de parafrasear a ese preboste, a esa prenda cara de los movimientos y las fotos que fue, es y tiene visos de seguir siendo ad kalendas graecas, D. Alfonso Guerra, “Guerrita”, cuando con motivo de la promulgación de la vigente Pseudoley Inorgánica del Infrapoder Tardojudicial, allá por 1985, tuvo a bien explicitar sin el menor tapujo aquel monumento de la democracia pesebraica o tiranía parlamentaria: “Montesquieu está muerto y enterrado” (para él, claro está, felizmente enterrado). Engolé todo lo que pude mi de por sí aflautado timbre clavando mi pupila en la de esos juristas en ciernes, y…:
“Parece mentira… Que esto se tenga que explicar precisamente aquí, en el Aula Magna de la Facultad de Derecho de la Universidad Autónoma de Madrid... ¿Es que hay acaso algo que explicar que no quede ya perfectamente explicado con semejante declaración de intenciones?” Después de lo cual por supuesto que expliqué con pelos y señales la mangancia, el chalaneo consagrado bajo el mandato de ese supuesto partido progresista, y gozosamente homologado por las huestes pretendidamente liberales. Y es que el paralelismo entre estas dos agencias de colocación y la ideología ha sido, desde que recuerda mi memoria, el mismo que podríamos entablar entre futbolistas del Real Madrid y madrileños.
Pues la… ¿respuesta…? que obtuve, que todos los presentes obtuvimos por parte de ese abnegado adorador de su amado líder, no fue otra que la siguiente: “Ésos que tan alegremente critican al compañero Alfonso Guerra, que sepan que no van a llegar ni al Parlamento ni a conseguir siquiera el 0,5% de los votos, mientras que el partido del que soy miembro, el Partido Socialista Obrero Español, con toda seguridad va a volver a repetir una mayoría lo suficientemente amplia como para formar gobierno.” Así, como se lo cuento a Vds., queridos lectores. Lo que me dejó a pedir de boca el colofón: “¿Habéis comprobado todos lo mucho que le importa a mi predecesor en el uso de la palabra la independencia del Poder Judicial y, por extensión, esa democracia con la que él y sus compañeros de partido inflan carrillos y hacen posturitas 200 veces por minuto?”
No nos engañemos, queda todo por hacer, pero sin dudarlo un segundo y visto lo visto afirmo henchido de gozo: gracias a UPyD cada vez más personas en este país tenemos algo con lo que otros ni siquiera sueñan: esperanza.
Felicidades compañeros. Felicidades votantes, afiliados y meros simpatizantes. A por ellos.