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Madmaxista
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"Aprender historia quiere decir buscar y encontrar las fuerzas que conducen a las causas de las acciones que escrutamos como acontecimientos históricos. Fue quizá decisivo en mi vida posterior el tener la satisfacción de contar como profesor de Historia a uno de los pocos que la entendían desde este punto de vista, y así la enseñaban. Todavía hoy me acuerdo con cariñosa emoción del viejo profesor que, en el calor de sus explicaciones, nos hacía olvidar el presente, nos fascinaba con el pasado y, desde la noche de los tiempos, separaba los áridos acontecimientos para tras*formarlos en viva realidad. Nuestro fanatismo nacional, propio de los jóvenes, era un recurso educativo que él utilizaba a menudo para completar nuestra formación más deprisa de lo que habría sido posible por cualquier otro método. Este profesor hizo de la Historia mi asignatura predilecta. De esa forma, ya en aquellos tiempos, me convertí en un joven revolucionario."
Adolf Hitler
Podría decirse que a fin de cuentas la Historia del Arte se reduce a una alternancia sin fin entre períodos donde predomina la abstracción (como en caso del arte egipcio, el arte medieval europeo, el arte precolombino mesoamericano o el arte contemporáneo occidental) y otros donde se impone la tendencia hacia un realismo creciente en las representaciones (caso del Renacimiento o el Realismo socialista, los cuales en el fondo consistían en idealizar y sublimar la "realidad", pero al menos a través de representaciones naturalistas de las personas y los objetos).
De igual forma la historia política de las sociedades en el fondo puede resumirse en torno a la pugna eterna entre dos elementos: las tendencias conservadoras, en ocasiones hasta el punto de lo reaccionario, y las ideas progresistas que en determinadas coyunturas pueden alcanzar el grado de revolucionarias. Bajo ese prisma la historia de los últimos siglos se reduce a una eterna tensión dialéctica entre los partidarios del mantenimiento del status quo, o incluso la involución hacia un supuesto idílico pasado, frente a los defensores del cambio a través de la reforma, o la ruptura violenta si es preciso. Según épocas unos u otros han ostendado la hegemonía y a ese respecto, no se si os habéis dado cuenta, estamos atravesando un período de repunte y readaptación del ideario conservador después de unos años en que, debido a las consecuencias de la crisis económica del 2008, parte de sus postulados parecían desacreditados.
¿A qué se debe lo anterior? Bien, en principio hay tres factores a considerar. Por un lado está el aspecto puramente demográfico. La esperanza de vida en Occidente ha crecido mucho durante las últimas décadas, la natalidad se ha estancado y eso hace que en nuestras sociedades crezca el porcentaje de viejos frente al de jóvenes con las consecuencias evidentes que eso supone en el campo de las mentalidades, en tanto que los grupos de edad avanzada suelen ser por definición más conservadores que los de menor edad.
Un segundo aspecto a analizar, que no suele ser tenido en cuenta, es la configuración de los distritos electorales en muchas democracias avanzadas. En general sistemas como el de EE.UU., Gran Bretaña o España distribuyen de una forma bastante uniforme por todo su territorio la elección de los representantes populares. La cuestión es que en la medida en que el trabajo cada vez se está concentrando más en determinadas áreas urbanas, es allí adonde acude la gente a vivir. Enormes migraciones interiores están despoblando áreas rurales de casi todos los países para concentrar a la población en grandes ciudades. Esa gente de las ciudades, por una serie de cuestiones en las que no voy a extenderme, tiende a ser más abierta y progresista hacia los extranjeros, las nuevas ideas, la jovenlandesal sensual, etc., que la gente que vive en el campo. Es decir que las ciudades aglutinan la mayoría de los votantes de los partidos y los líderes progresistas. El problema es que ese tipo de votante, en lo que concierne a los sistemas electorales, se encuentra excesivamente concentrado en la medida en que áreas rurales -donde comparativamente puede vivir por ejemplo un 30% de la población- pueden llegar a otorgar, en función del sistema electoral en vigor, el 40 o el 45% de los representantes del Parlamento o la Cámara de turno lo que sobreprima de cierta manera el voto de los escasos habitantes rurales que, por otra serie de cuestiones (entre ellas nuevamente el éxodo rural), tienden a ser también mayoritariamente grupos de edad avanzados, es decir conservadores por partida doble. Por tanto, en contrapartida, el voto progresista se convierte en parcialmente ineficiente al estar menos desperdigado.
Pero lo descorazonador es un tercer aspecto, creo que también escasamente debatido.
Al respecto quiero escribir una entrada corta y directa, así que contendré mi habitual verborrea. Tampoco es cuestión de entrar en un duelo de cifras y gráficos que no conduce a nada porque al final existen estudios que sirven tanto para “demostrar” determinadas tendencias como para supuestamente invalidarlas. Vamos a acudir por tanto a la sucia realidad y a la experiencia de los más viejos que puedan leer estas páginas. Ellos podrán confirmar, o no, que hace algunas décadas era posible que un trabajador normal, incluso sin una carrera universitaria, accediese a un empleo estable de por vida. Empleo dotado de un sueldo mediante el que era posible mantener a una familia de varios hijos y pagar los estudios de estos así como comprar un coche y un piso en una ciudad en un período razonable de años. De esa forma con el trabajo remunerado de un solo miembro de la familia y reservando quizás un tercio del salario mensual era posible pagar una hipoteca en unos quince años. Hoy en día, trabajando los dos padres (el acceso, mejor o peor, de las mujeres al mercado de trabajo ha sido tanto una conquista como una necesidad del sistema productivo y político para camuflar la pérdida de poder adquisitivo de los salarios medios) y aportando estos en torno al 50% de sus sueldos, esa misma hipoteca puede lastrar la economía familiar durante 30 o 40 años.
Por supuesto hoy puedes viajar más barato y más fácil, y comprarte cachivaches tecnológicos que te hagan más amenas las enormes esperas para desplazarte al trabajo todos los días (porque, de hecho, al aumentar el tamaño de las ciudades cada vez pasamos más horas de nuestras vida simplemente esperando o desplazándonos de un punto a otro, entre el lugar de trabajo y el hogar). También puedes acceder de forma sencilla a discursos y actividades que te hagan sentir más sano, autocentrado y vital… para ser más productivo en tu trabajo de cosa en el que pasas la mayor parte de tu vida lejos de tu familia y las cosas que de verdad deberían hacerte feliz.
Pero en el fondo hay menos movilidad social que en las últimas décadas. En los años 60 y 70, un poco más tarde en el caso de España, una persona de una familia humilde a través del trabajo duro o los estudios podía esperar con razonable seguridad acceder a una más o menos confortable clase media protegida por unos sistemas de seguros sociales (pensiones, cobertura sanitaria y de desempleo, becas de estudios, etc.) bastante serios. Hoy ocurre al contrario y es la clase media la que, pese a trabajar más horas que nunca y estudiar más años que nunca está pasando a convertirse de nuevo en clase baja debido al encarecimiento de los bienes de primera necesidad, empezando por la vivienda y la educación. Todo ello mientras los muy ricos se hacen más y más ricos a costa del resto de la sociedad.
Toda esta problemática que resumo aquí pero que es bastante más compleja debería estar haciendo crecer el voto progresista que en el último siglo era sinónimo de voto de “izquierdas”, al menos en países como España. Pero eso NO está sucediendo. De hecho en algunas zonas (que están ejerciendo de laboratorios de lo que puede generalizarse en el futuro a corto plazo) lo que se detecta es un aumento del voto de “derechas” e incluso un desplazamiento hacia la ultraderecha en áreas pobladas por clases bajas trabajadoras.
Esto de más abajo es Alemania. Tres décadas después de la caída del Muro la Alemania del Este continua siendo (y todo apunta a que no es algo temporal) un territorio más pobre, despoblado y con más paro que la antigua Alemania Federal.
Lo anterior, sumado al pasado comunista de la zona, explicaban que desde la Reunificación hasta hace unos años en esas zonas se refugiase gran parte del voto propiamente de izquierdas (en un país tan conservador como Alemania).
Pero desde hace cuatro o cinco años la Extrema Derecha ha convertido esos territorios en su bastión. ¿Cómo es posible un giro tan aparentemente radical en las tendencias de voto de esos electores: pasar de votar a nostálgicos comunistas a neonazis encubiertos prácticamente de un año para otro?
A lo que parece por todas partes los más desfavorecidos se están refugiando en el ultranacionalismo, la xenofobia o el racismo a falta de respuestas alternativas adecuadas. Los intelectuales liberales creyeron que era posible construir sociedades basadas en el egoísmo individual y la competición entre individuos y clases sociales... pero a la vez mantener Estados (no digamos ya construcciones como la UE) donde esas mismas personas aceptasen un mínimo de solidaridad y redistribución de los recursos entre regiones o países (algo necesario siquiera para mantener la eficiencia de los mercados de intercambio entre esos territorios). Lo que ha ocurrido en cambio es que cuando han aparecido los problemas lo que se documenta es, vaya sorpresa, el triunfo del egoísmo y la insolidaridad, no ya entre clases sociales sino entre esos grupos humanos igualmente artificiales llamados naciones. El mismo egoísmo que hizo inevitable la caída del comunismo y con él la llegada de la globalización puede poner en peligro el paraíso global de libremercado draconiano resultante. Qué ironía. Además en gran parte de los Estados que se sitúan en el núcleo de ese mercado globalizado el capitalismo de cuño neoliberal está agrandando tanto la brecha entre los ricos y el resto de la sociedad como para poner en peligro el funcionamiento de dichas "democracias". Eso ocurre porque las élites, cada vez más poderosas y ricas, están gracias a ello en disposición de comprar y controlar tanto a los partidos políticos que nos "representan", como los mass media que deben suministrar información veraz a los ciudadanos para que estos (demasiado fatigados y angustiados en sus vidas perversoss) "decidan".
Pero si tras el colapso del comunismo a finales de los años 80 los intelectuales liberales se volvieron en exceso confiados y optimistas, por su parte los intelectuales de izquierda pecaron de forma mucho más grave: simplemente desertaron. Se acobardaron y en muchos casos dejaron de basar sus ideas en cuestiones puramente socioeconómicas y de redistribución de la renta entre clases sociales así como de los recursos entre territorios. Lo que debería ser su núcleo identitario ahora y siempre sin discusión posible.
No obstante como desde los 90 ese tipo de discurso ya no parecía “estar de moda” pronto muchos se subieron al carro de la defensa del ecologismo, los derechos de diversos colectivos minoritarios, la multiculturalidad de las sociedades y otra serie de cosas muy bonitas y positivas pero que en el fondo solo constituyen el problema central en la vida de sectores sociales para nada dispuestos a una fuerte movilización social de cara a solicitar cambios estructurales, ya que esos sectores masivamente integrados por profesionales liberales sienten que viven en el seno de sociedades que básicamente funcionan bien a falta de algunos arreglos puntuales. Y lo que es más, para centrarse en ese tipo de problemáticas muchos de los nuevos intelectuales "de izquierdas" en boga (como siempre en su mayoría salidos del seno de familias burguesas) dejaron de preocuparse por los feos problemas dolidos de las personas realmente necesitadas, precisamente las que no tienen nada que perder a la hora de intentar cambiar, de verdad, el pacto social imperante. De tal forma los nuevos intelectuales de izquierdas "new age" empezaron a ofrecer a toda esa gente desamparada unos discursos "progres" demasiado complicados para ser entendidos por ese tipo de ciudadanos y demasiado alejados de sus problemas cotidianos reales como para que, de poder entenderlos, pudiesen importarles. Es triste, es incómodo, pero el deshielo de los polos, los derechos de los tras*exuales, la experimentación con monos, las corridas de toros, los refugiados de guerra sirios, o incluso los últimos debates sobre las problemáticas de género, importan entre poco y nada cuando no llegas a fin de mes, no tienes tiempo ni dinero para pasarte el día despotricando en Internet, trabajas de limpiadora, vives en un piso poco agradable en el extrarradio del que debes dos meses de hipoteca y a tu marido lo acaban de echar de su trabajo en la última fábrica de la zona. Es así. No digamos si vives en un pueblo donde ya no hay ni trabajo, ni vida cultural y pronto no habrá ni colegio ni siquiera lineas de autobuses diarios a la ciudad más próxima.
Y ante el vacío de ideas en torno a las que canalizar la comprensiva frustración que se genera en ese tipo de situaciones y otras muchas que cada vez son más habituales fuera del anillo gentrificado de las grandes ciudades o de las urbanizaciones de buen nivel a las afueras de las mismas -esos oasis privilegiados donde los problemas son otros, quizás menos acuciantes-, determinados partidos e ideólogos con un discurso simple, por ello comprensible, emotivo y sobre todo apegados a los miedos y prejuicios de muchas personas de a pie, comienzan a ganar terreno situando en el centro del debate, por ejemplo, cuestiones identitarias en detrimento de la incómoda problemática sobre la desigualdad. Preguntémonos entonces ¿paradójicamente a que grupo social beneficia eso en el fondo?, ¿a aquellos que tienen más y van ganando con el actual reparto o a los que tienen problemas?
Lo preocupante a mi juicio es que lo que está pasando en Alemania va a pasar pronto o incluso ya está pasando también en otros lugares (EE.UU. por ejemplo donde Trump se ha visto favorecido por todo esto en detrimento de los demócratas, pero es algo que también está pasando incluso en países tradicionalmente moderados como Francia o Suecia y por ejemplo resulta muy evidente a lo largo del olvidado Este de Europa, que en comparación con los países punteros de la UE sigue siendo un reducto más atrasado, pobre e injusto socialmente y, aun así, también más conservador a cada año que pasa). Mientras tanto la "izquierda", si es que eso existe todavía, sigue centrada en sus estériles debates bizantinos y sus gestos de cara a la galería que en el fondo jamás suponen cuestionar de manera frontal, pública e inequívoca el modelo político y socioeconómico imperante pese a que desde hace años, muy especialmente en países como España, la coyuntura es de clara quiebra social y se supone que por ello debería ser terreno fértil para un debate valiente sobre el cambio radical de sistema o al menos para situar otra vez las cuestiones socioeconómicas en el centro del debate político.
Fuente: Después no hay nada: Tss, tss. Que vienen, que vienen...
Adolf Hitler
Podría decirse que a fin de cuentas la Historia del Arte se reduce a una alternancia sin fin entre períodos donde predomina la abstracción (como en caso del arte egipcio, el arte medieval europeo, el arte precolombino mesoamericano o el arte contemporáneo occidental) y otros donde se impone la tendencia hacia un realismo creciente en las representaciones (caso del Renacimiento o el Realismo socialista, los cuales en el fondo consistían en idealizar y sublimar la "realidad", pero al menos a través de representaciones naturalistas de las personas y los objetos).
De igual forma la historia política de las sociedades en el fondo puede resumirse en torno a la pugna eterna entre dos elementos: las tendencias conservadoras, en ocasiones hasta el punto de lo reaccionario, y las ideas progresistas que en determinadas coyunturas pueden alcanzar el grado de revolucionarias. Bajo ese prisma la historia de los últimos siglos se reduce a una eterna tensión dialéctica entre los partidarios del mantenimiento del status quo, o incluso la involución hacia un supuesto idílico pasado, frente a los defensores del cambio a través de la reforma, o la ruptura violenta si es preciso. Según épocas unos u otros han ostendado la hegemonía y a ese respecto, no se si os habéis dado cuenta, estamos atravesando un período de repunte y readaptación del ideario conservador después de unos años en que, debido a las consecuencias de la crisis económica del 2008, parte de sus postulados parecían desacreditados.
¿A qué se debe lo anterior? Bien, en principio hay tres factores a considerar. Por un lado está el aspecto puramente demográfico. La esperanza de vida en Occidente ha crecido mucho durante las últimas décadas, la natalidad se ha estancado y eso hace que en nuestras sociedades crezca el porcentaje de viejos frente al de jóvenes con las consecuencias evidentes que eso supone en el campo de las mentalidades, en tanto que los grupos de edad avanzada suelen ser por definición más conservadores que los de menor edad.
Un segundo aspecto a analizar, que no suele ser tenido en cuenta, es la configuración de los distritos electorales en muchas democracias avanzadas. En general sistemas como el de EE.UU., Gran Bretaña o España distribuyen de una forma bastante uniforme por todo su territorio la elección de los representantes populares. La cuestión es que en la medida en que el trabajo cada vez se está concentrando más en determinadas áreas urbanas, es allí adonde acude la gente a vivir. Enormes migraciones interiores están despoblando áreas rurales de casi todos los países para concentrar a la población en grandes ciudades. Esa gente de las ciudades, por una serie de cuestiones en las que no voy a extenderme, tiende a ser más abierta y progresista hacia los extranjeros, las nuevas ideas, la jovenlandesal sensual, etc., que la gente que vive en el campo. Es decir que las ciudades aglutinan la mayoría de los votantes de los partidos y los líderes progresistas. El problema es que ese tipo de votante, en lo que concierne a los sistemas electorales, se encuentra excesivamente concentrado en la medida en que áreas rurales -donde comparativamente puede vivir por ejemplo un 30% de la población- pueden llegar a otorgar, en función del sistema electoral en vigor, el 40 o el 45% de los representantes del Parlamento o la Cámara de turno lo que sobreprima de cierta manera el voto de los escasos habitantes rurales que, por otra serie de cuestiones (entre ellas nuevamente el éxodo rural), tienden a ser también mayoritariamente grupos de edad avanzados, es decir conservadores por partida doble. Por tanto, en contrapartida, el voto progresista se convierte en parcialmente ineficiente al estar menos desperdigado.
Pero lo descorazonador es un tercer aspecto, creo que también escasamente debatido.
Al respecto quiero escribir una entrada corta y directa, así que contendré mi habitual verborrea. Tampoco es cuestión de entrar en un duelo de cifras y gráficos que no conduce a nada porque al final existen estudios que sirven tanto para “demostrar” determinadas tendencias como para supuestamente invalidarlas. Vamos a acudir por tanto a la sucia realidad y a la experiencia de los más viejos que puedan leer estas páginas. Ellos podrán confirmar, o no, que hace algunas décadas era posible que un trabajador normal, incluso sin una carrera universitaria, accediese a un empleo estable de por vida. Empleo dotado de un sueldo mediante el que era posible mantener a una familia de varios hijos y pagar los estudios de estos así como comprar un coche y un piso en una ciudad en un período razonable de años. De esa forma con el trabajo remunerado de un solo miembro de la familia y reservando quizás un tercio del salario mensual era posible pagar una hipoteca en unos quince años. Hoy en día, trabajando los dos padres (el acceso, mejor o peor, de las mujeres al mercado de trabajo ha sido tanto una conquista como una necesidad del sistema productivo y político para camuflar la pérdida de poder adquisitivo de los salarios medios) y aportando estos en torno al 50% de sus sueldos, esa misma hipoteca puede lastrar la economía familiar durante 30 o 40 años.
Por supuesto hoy puedes viajar más barato y más fácil, y comprarte cachivaches tecnológicos que te hagan más amenas las enormes esperas para desplazarte al trabajo todos los días (porque, de hecho, al aumentar el tamaño de las ciudades cada vez pasamos más horas de nuestras vida simplemente esperando o desplazándonos de un punto a otro, entre el lugar de trabajo y el hogar). También puedes acceder de forma sencilla a discursos y actividades que te hagan sentir más sano, autocentrado y vital… para ser más productivo en tu trabajo de cosa en el que pasas la mayor parte de tu vida lejos de tu familia y las cosas que de verdad deberían hacerte feliz.
Pero en el fondo hay menos movilidad social que en las últimas décadas. En los años 60 y 70, un poco más tarde en el caso de España, una persona de una familia humilde a través del trabajo duro o los estudios podía esperar con razonable seguridad acceder a una más o menos confortable clase media protegida por unos sistemas de seguros sociales (pensiones, cobertura sanitaria y de desempleo, becas de estudios, etc.) bastante serios. Hoy ocurre al contrario y es la clase media la que, pese a trabajar más horas que nunca y estudiar más años que nunca está pasando a convertirse de nuevo en clase baja debido al encarecimiento de los bienes de primera necesidad, empezando por la vivienda y la educación. Todo ello mientras los muy ricos se hacen más y más ricos a costa del resto de la sociedad.
Toda esta problemática que resumo aquí pero que es bastante más compleja debería estar haciendo crecer el voto progresista que en el último siglo era sinónimo de voto de “izquierdas”, al menos en países como España. Pero eso NO está sucediendo. De hecho en algunas zonas (que están ejerciendo de laboratorios de lo que puede generalizarse en el futuro a corto plazo) lo que se detecta es un aumento del voto de “derechas” e incluso un desplazamiento hacia la ultraderecha en áreas pobladas por clases bajas trabajadoras.
Esto de más abajo es Alemania. Tres décadas después de la caída del Muro la Alemania del Este continua siendo (y todo apunta a que no es algo temporal) un territorio más pobre, despoblado y con más paro que la antigua Alemania Federal.
Lo anterior, sumado al pasado comunista de la zona, explicaban que desde la Reunificación hasta hace unos años en esas zonas se refugiase gran parte del voto propiamente de izquierdas (en un país tan conservador como Alemania).
Pero desde hace cuatro o cinco años la Extrema Derecha ha convertido esos territorios en su bastión. ¿Cómo es posible un giro tan aparentemente radical en las tendencias de voto de esos electores: pasar de votar a nostálgicos comunistas a neonazis encubiertos prácticamente de un año para otro?
A lo que parece por todas partes los más desfavorecidos se están refugiando en el ultranacionalismo, la xenofobia o el racismo a falta de respuestas alternativas adecuadas. Los intelectuales liberales creyeron que era posible construir sociedades basadas en el egoísmo individual y la competición entre individuos y clases sociales... pero a la vez mantener Estados (no digamos ya construcciones como la UE) donde esas mismas personas aceptasen un mínimo de solidaridad y redistribución de los recursos entre regiones o países (algo necesario siquiera para mantener la eficiencia de los mercados de intercambio entre esos territorios). Lo que ha ocurrido en cambio es que cuando han aparecido los problemas lo que se documenta es, vaya sorpresa, el triunfo del egoísmo y la insolidaridad, no ya entre clases sociales sino entre esos grupos humanos igualmente artificiales llamados naciones. El mismo egoísmo que hizo inevitable la caída del comunismo y con él la llegada de la globalización puede poner en peligro el paraíso global de libremercado draconiano resultante. Qué ironía. Además en gran parte de los Estados que se sitúan en el núcleo de ese mercado globalizado el capitalismo de cuño neoliberal está agrandando tanto la brecha entre los ricos y el resto de la sociedad como para poner en peligro el funcionamiento de dichas "democracias". Eso ocurre porque las élites, cada vez más poderosas y ricas, están gracias a ello en disposición de comprar y controlar tanto a los partidos políticos que nos "representan", como los mass media que deben suministrar información veraz a los ciudadanos para que estos (demasiado fatigados y angustiados en sus vidas perversoss) "decidan".
Pero si tras el colapso del comunismo a finales de los años 80 los intelectuales liberales se volvieron en exceso confiados y optimistas, por su parte los intelectuales de izquierda pecaron de forma mucho más grave: simplemente desertaron. Se acobardaron y en muchos casos dejaron de basar sus ideas en cuestiones puramente socioeconómicas y de redistribución de la renta entre clases sociales así como de los recursos entre territorios. Lo que debería ser su núcleo identitario ahora y siempre sin discusión posible.
No obstante como desde los 90 ese tipo de discurso ya no parecía “estar de moda” pronto muchos se subieron al carro de la defensa del ecologismo, los derechos de diversos colectivos minoritarios, la multiculturalidad de las sociedades y otra serie de cosas muy bonitas y positivas pero que en el fondo solo constituyen el problema central en la vida de sectores sociales para nada dispuestos a una fuerte movilización social de cara a solicitar cambios estructurales, ya que esos sectores masivamente integrados por profesionales liberales sienten que viven en el seno de sociedades que básicamente funcionan bien a falta de algunos arreglos puntuales. Y lo que es más, para centrarse en ese tipo de problemáticas muchos de los nuevos intelectuales "de izquierdas" en boga (como siempre en su mayoría salidos del seno de familias burguesas) dejaron de preocuparse por los feos problemas dolidos de las personas realmente necesitadas, precisamente las que no tienen nada que perder a la hora de intentar cambiar, de verdad, el pacto social imperante. De tal forma los nuevos intelectuales de izquierdas "new age" empezaron a ofrecer a toda esa gente desamparada unos discursos "progres" demasiado complicados para ser entendidos por ese tipo de ciudadanos y demasiado alejados de sus problemas cotidianos reales como para que, de poder entenderlos, pudiesen importarles. Es triste, es incómodo, pero el deshielo de los polos, los derechos de los tras*exuales, la experimentación con monos, las corridas de toros, los refugiados de guerra sirios, o incluso los últimos debates sobre las problemáticas de género, importan entre poco y nada cuando no llegas a fin de mes, no tienes tiempo ni dinero para pasarte el día despotricando en Internet, trabajas de limpiadora, vives en un piso poco agradable en el extrarradio del que debes dos meses de hipoteca y a tu marido lo acaban de echar de su trabajo en la última fábrica de la zona. Es así. No digamos si vives en un pueblo donde ya no hay ni trabajo, ni vida cultural y pronto no habrá ni colegio ni siquiera lineas de autobuses diarios a la ciudad más próxima.
Y ante el vacío de ideas en torno a las que canalizar la comprensiva frustración que se genera en ese tipo de situaciones y otras muchas que cada vez son más habituales fuera del anillo gentrificado de las grandes ciudades o de las urbanizaciones de buen nivel a las afueras de las mismas -esos oasis privilegiados donde los problemas son otros, quizás menos acuciantes-, determinados partidos e ideólogos con un discurso simple, por ello comprensible, emotivo y sobre todo apegados a los miedos y prejuicios de muchas personas de a pie, comienzan a ganar terreno situando en el centro del debate, por ejemplo, cuestiones identitarias en detrimento de la incómoda problemática sobre la desigualdad. Preguntémonos entonces ¿paradójicamente a que grupo social beneficia eso en el fondo?, ¿a aquellos que tienen más y van ganando con el actual reparto o a los que tienen problemas?
Lo preocupante a mi juicio es que lo que está pasando en Alemania va a pasar pronto o incluso ya está pasando también en otros lugares (EE.UU. por ejemplo donde Trump se ha visto favorecido por todo esto en detrimento de los demócratas, pero es algo que también está pasando incluso en países tradicionalmente moderados como Francia o Suecia y por ejemplo resulta muy evidente a lo largo del olvidado Este de Europa, que en comparación con los países punteros de la UE sigue siendo un reducto más atrasado, pobre e injusto socialmente y, aun así, también más conservador a cada año que pasa). Mientras tanto la "izquierda", si es que eso existe todavía, sigue centrada en sus estériles debates bizantinos y sus gestos de cara a la galería que en el fondo jamás suponen cuestionar de manera frontal, pública e inequívoca el modelo político y socioeconómico imperante pese a que desde hace años, muy especialmente en países como España, la coyuntura es de clara quiebra social y se supone que por ello debería ser terreno fértil para un debate valiente sobre el cambio radical de sistema o al menos para situar otra vez las cuestiones socioeconómicas en el centro del debate político.
Fuente: Después no hay nada: Tss, tss. Que vienen, que vienen...