Tradicionalismo y cristianismo ruso ortodoxo

Caudillo

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Sacerdote ruso besa un nuevo busto de Stalin. Rusia, 2015.


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Reloj de 30 mil monedas de plata, escapó al Photoshop de la Iglesia “Ortodoxa” Rusa.El relojazo Breguet valuado en 30 mil monedas de plata aparece con claridad en la fotografía original como prueba de la simonía rampante de los líderes re(des)ligiosos de los cismáticos rusos, mal llamados “ortodoxos”.
Relojes fabricados por los hebreos Marc & Nicolás Hayek. Entre sus clientes figuran la reina María Antonieta, Napoleón Bonaparte, Talleyrand (el simoníaco obispo que se vendió a la República por 30 monedas), el sultán del Imperio Otomano, Carolina Murat, el Zar Alejandro I de Rusia, la reina Victoria, Sir Winston Churchill y Arthur Rubinstein.

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Los patriarcas Kirill MIKHAILOVICH y Raúl Castro Ruz, tras entregarle a su hermano hebreo ateísta una medalla que en su momento se entregó a Alexander Solyenitzin. La presea fue “por el apoyo para la construcción del Templo…”


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Leonid Brezhnev (1977) brinda con los líderes “religiosos” Pimen I de Moscú , el futuro Patriarca Alexy II , y el rabino Yakov Fishman de la Sinagoga Coral de Moscú, Festejan el 60 º aniversario de la Revolución de Octubre en Moscú,

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RUSIA IRREDENTA


A 20 AÑOS DE LA DESINTEGRACION DE LA URSS

Por Nicolás Kasanzew

Los rusos del exilio, entre quienes me crié, durante las largas y sórdidas décadas que duró el régimen del partido comunista en Rusia, creyeron con fe inquebrantable en que bastaría con la caída de esa tiranía, para que la nación de San Vladimiro renaciera de sus cenizas.

Helas! Si examinamos lo que de acuerdo a la clasificación del Padre Alfredo Saenz sería el sexto período de su historia, a partir de la disolución de la Unión Soviética en 1991, deberemos constatar que aquella Rusia no solo no ha renacido espiritualmente, sino que lisa y llanamente no existe. La actual “Federación Rusa”, lejos de ser la Rusia Histórica, representa, incluso oficialmente, algo diametralmente opuesto: la continuación de la Unión Soviética.

Un país donde se rinde nuevamente culto a la personalidad del tirano Stalin, el trapo rojo sigue siendo la bandera del ejército, las estrellas rojas y la momia de Lenin siguen dominando el Kremlin y la plaza principal de Moscú; así como miles y miles de ciudades, pueblos, calles, estaciones siguen llevando los nombres de los verdugos gente de izquierdas del pueblo ruso, y practicamente hay de nuevo un partido único, “Iedinaia Rossia”, el del ex-coronel de la KGB y ateo declarado Vladimir pilinguin (aunque en Pascuas vaya a misa pour la galerie); los demás no tienen fuerza ni relevancia alguna.

Los ya 20 años de existencia del estado postsoviético, que se apropió de ciertos símbolos de la Rusia Histórica, pero mezclándolos con los bolcheviques, profanándolos; (colocando, por ejemplo, en las gorras de los militares el águila bicéfala imperial junto a la estrella roja comunista) indican que la Federación Rusa no sólo no ha querido convertirse en heredera de la Rusia milenaria, sino que no tiene con ella nada en común. De ahí que, en los debates en la Federación Rusa sobre el camino político a seguir, sólo pueden observarse dos enfoques: el intento de construir desde cero, apoyándose en modelos contemporáneos occidentales y el intento de aggiornar la herencia soviético-comunista. La experiencia de la Rusia Histórica real no tiene demanda, la apelación a ella se limita a un aprovechamiento puramente especulativo de algunos símbolos.

En realidad, eso no debería asombrar demasiado, si se tienen en cuenta las circunstancias en que tuvo lugar la destrucción de la Rusia Histórica. Es que los factores que condicionaron la interrupción de la tradición histórica del estado ruso a principios del siglo XX, siguen vigentes al día de hoy.

Al decir del historiador moscovita Sergei Volkov, la Vieja Rusia, la de los mil años antes de la revolución de 1917, se hundió en el fondo del océano, como Atlántida. La tradición ha sido radicalmente interrumpida y la generación nacida en los años 50, fue la última que todavía encontró con vida a representantes del Imperio. Dos generaciones nacidas bajo el gobierno soviético, bastaron de sobra para que las concepciones sobre la realidad de la Rusia Histórica se hayan perdido completamente en la conciencia social.

Por eso, el Imperio Ruso sigue siendo objeto de mitificaciones y mistificaciones. Y a los estereotipos soviéticos, que se han conservado casi todos, se les han sumado las tergiversaciones propias de los ideólogos “democráticos” y nacional-bolcheviques que actúan en la Federación Rusa de hoy.

La causa salta a la vista. La revolución que le puso fin al Estado Nacional Ruso, se diferencia de la mayoría de las otras conocidas, por el hecho de que exterminó por completo (aniquilando físicamente o expulsando del país) a la élite cultural de Rusia, portadora de su espíritu y tradiciones y la reemplazó con una anti-élite de semieducados, los “obrazovantzy” soviéticos, como los bautizara el escritor Alexandr Solzhenitzyn, sumados a una muy pequeña capa de la vieja intelligentsia, capa acomodaticia y venal, que renegó de la Rusia Histórica y se sovietizó voluntariamente en forma absoluta.

Y desde esta comunidad ya puramente soviética, fue que salieron los teóricos y “filósofos de la historia” de todas las tendencias, tanto los conformistas, como los disidentes.

La verdadera cultura rusa, la prerevolucionaria, le es “socialmente ajena” a la absoluta mayoría de la intelectualidad postsoviética actual. Aquellos intelectuales de hoy que conservan concientemente como norte la vieja cultura rusa, son escasos y están marginados de los medios de comunicación masiva.

La Rusia Histórica tampoco ha tenido demasiada suerte con los historiógrafos occidentales. Desde el marqués de Custine en el siglo XIX, hasta Richard Pipes en el XX, se ha ido forjando un concepto totalmente engañoso sobre el Estado ruso tradicional, pintándolo como una suerte de mal absoluto. Los ingredientes de este inventado “modelo ruso” serían: conciencia totalitaria, simbiosis de esclavitud y despotismo e inclinación patológica hacia el colectivismo en general y al socialismo en particular. De acuerdo con este criterio, la revolución bolchevique vendría a ser una manifestación legítima del espíritu ruso, que periódicamente se presenta bajo un nuevo revestimiento o cáscara. Y el régimen soviético en general, con el stalinismo en particular, sería una forma natural de existencia para los rusos.

Al estado ruso tradicional se le adjudica, contradictoriamente, ser aislacionista y al mismo tiempo maniacalmente agresivo en materia de relaciones exteriores. Y, no menos contradictoriamente, adolecer de mesianismo y al mismo tiempo de complejo de inferioridad.

En lo que se refiere al gobierno tradicional ruso, se le atribuye despotismo extremo, estatismo desbordado, burocratismo, hipertrofia del aparato estatal, estatización de la economía, opresión de las nacionalidades mas pequeñas y xenofobia. Cuando esas son precisamente características de la Unión Soviética poszarista y no de la Rusia zarista.

Ademas, al identificar a Rusia con la URSS y contaponerla a todo los demás paises europeos, se observa la siguiente falaz metodología.

1. Sin ninguna justificación, se tras*polan las muy claras y evidentes realidades típicas del régimen sovietico-comunista, a la Rusia Histórica y se le achacan a ella.

2. Se hipertrofian las diferencias reales que hay entre Rusia y algunos paises europeos, hasta al punto de hacer aparentar que Rusia no pertenece por sus características a Europa.

3. De la milenaria vida del pueblo ruso se extrapola algún período en especial, turbio y sangriento, y se atribuyen sus particularidades a la totalidad de la historia rusa. Mientras que se ignoran períodos similares, turbios y sangrientos, en otros paises europeos.

4. Se mezclan conceptos que pertenecen a distintos planos o diferentes épocas históricas. Por ejemplo, totalitarismo y autoritarismo.

5. Se apela al uso de vulgares y superficiales analogías. Por caso, equiparar a la nomenklatura soviética con la nobleza y el funcionariado de la Rusia zarista.

En ese sentido, es interesante contraponer, por ejemplo, la visión negativa que ofrece el marqués Astolphe de Custine (1790-1857) de la Rusia gobernada por el Zar Nicolas I, con la visión positiva de la misma Rusia del general José de San Martín.

En el libro de Jordán Bruno Genta, “Doctrina política de San Martin” (Buenos Aires, Huemul, 1965, página 79), se tras*cribe una carta del Libertador a Rosas, fechada en Boulogne sur Mer, el 2 de noviembre de 1848. En la misiva San Martín se lamenta de "la situación de este viejo continente [Europa]" asolado por una serie de penurias que enuncia. Por ejemplo, la "infiltración en la gran masa del bajo pueblo" del principio de la supresión de la propiedad, "por las predicaciones diarias de los clubs y la lectura de miles de panfletos". Después de enunciar esas desgracias que padece Europa, San Martín agrega: "este es el verdadero estado de la Francia y casi del resto de la Europa, con la excepción de Inglaterra, Rusia y Suecia, que hasta el día siguen manteniendo su orden interno".

Cabe mencionar aquí a dos historiadores argentinos, que no cayeron en ninguna de las trampas enumeradas más arriba y retrataron en sus obras a la Rusia verdadera, con honestidad intelectual, sin distorsiones ideológicas, pero sobre todo con un gran amor al objeto de sus estudios, cualidad que siempre ayuda a clarificar los temas, mucho más que un escolasticismo árido: Alberto Falcionelli y el Padre Alfredo Saenz.

A ambos hombres de ciencia los ha distinguido, además, la fe en un venturoso futuro espiritual de Rusia.

Lamentablemente, en la actualidad hay pocos visos de que ese país pueda algún día cumplir la misión redentora universal que le habían asignado Fedor Dostoievsky y tantos otros pensadores.

En 1871 Dostoievsky brindaba la siguiente definición: “Dicen que el pueblo ruso no conoce el Evangelio. Esto es así. Pero a Cristo lo conoce. Y lo quiere con todo su corazón, y está dispuesto a dar su vida por Él”.

Pero en el 2011 el panorama es muy distinto al que pintara el inmortal autor de “Los hermanos Karamazov”. Quizás hoy el pueblo ruso conozca más el Evangelio, gracias al auge de los medios de comunicación masiva. Pero ya no conoce ni ama como antes a Cristo. Y no sólo por los 70 años de ateización comunista obligada, sino tambien por el espíritu de los tiempos actuales, importado desde Occidente, donde Cristo ha sido reemplazado por el entretenimiento, donde los hombres se han endiosado a si mismos.

El hecho real es que en Pascua de Resurreción, la celebración principal de la religión ortodoxa, actualmente concurre al tradicional servicio religioso de la medianoche apenas un tres por ciento de la población rusa (y gran parte de ese porcentaje, es la única vez que va a una iglesia en todo el año).

Lo peor es que la situación no parece tener remedio, debido a los particulares ribetes que presenta la Iglesia del Patriarcado de Moscú. Como señalara Solzhenitzyn, se trata del “único caso en dos mil años de historia del cristianismo, en que una Iglesia es manejada por ateos”.

Al llegar al poder, los comunistas soviéticos se dedicaron a exterminar, con ferocidad rayana en el satanismo, a los creyentes rusos, fusilándolos, encerrándolos en el Gulag, (el archipiélago de campos de concentración descrito por autores como Solonevich y Solzhenitzin), dinamitando la mayoría de las iglesias, convirtiendo en museos o depósitos a casi todas las demás. La persecucíon religiosa que instauró el Soviet, por su escala y duración, fue mucho mayor que la del Imperio Romano y generó millones de mártires por la fe.

Pero en 1941, cuando los alemanes invadieron a la Unión Soviética, nadie quería defender al régimen comunista. Los soldados del Ejército Rojo se rendían por centenares de miles ante las tropas del Reich y muchos de ellos les pedían armas para luchar contra los comunistas soviéticos, alistándose en formaciones de voluntarios anticomunistas, tales como el Ejército de Liberación Ruso del general Vlasov o el Russky Korpus del general Skorodumov.

La Wehrmacht ya estaba a un paso de Moscú y tenía sitiada San Petersburgo (a la sazón, Leningrado). Entonces Stalin, para salvar el pellejo, recurrió a la idea de reflotar a la Iglesia Ortodoxa, ya que sabía muy bien que la religión movilizaba poderosamente a los rusos. El tirano hizo traer, desde los lugares de detención en que se encontraban, a los tres únicos obispos que todavía quedaban vivos, y les ordenó que reorganizaran la Iglesia, pero supeditada al mando de un coronel de la policía política de nombre Georgiy Karpov. A continuación, Stalin autorizó que se reabrieran los templos y comenzó a apelar en sus discursos ya no al internacionalismo comunista, sino al tradicional patriotismo ruso. Esto, sumado a que los alemanes se comportaban con terrible torpeza en los territorios ocupados, maltratando a los prisioneros rusos y a la población civil en general, en vez de aprovecharlos como aliados, hizo que los rusos se hicieran el siguiente planteo: "Entre un hijo de cortesana de adentro (Stalin) y un hijo de cortesana de afuera (Hitler), primero combatiremos al de afuera, y luego nos encargaremos del de adentro". Y reaccionaron, venciendo a los alemanes. Obviamente se equivocaron, porque sólo consiguieron fortalecer a Stalin, quien reanudó las persecuciones luego de la victoria sobre los nazis.

En su alocución en la BBC de Londres el 26 de febrero de 1976, Solzhenitzyn le describió a los ingleses de esta manera la encerrona en que se vió el pueblo ruso durante la Segunda Guerra Mundial:

“Caimos en una situación trágica. Al obligarnos, con todas nuestras fuerzas y enormes bajas, a defender el suelo natal, al mismo tiempo estabamos afianzando lo que más odiabamos: el poder de nuestros verdugos, nuestro estado de opresión, nuestra propia fin, Y cuando millones de rusos se animaron a huir de sus opresores, y hasta iniciaron un movimiento popular de liberación, nuestros aliados occidentales, comenzando por los británicos, grandes amantes de la libertad, traicioneramente los desarmaron, los maniataron y los entregaron a los comunistas para su exterminio. Y al hacerlo, no se privaron de apalear con las culatas de los fusiles ingleses a ancianos de 70 años, que eran, individualmente, los mismos aliados de Inglaterra en la Primera Guerra Mundial, que ahora eran precipitadamente entregados para ser asesinados. Y lo más llamativo: vuestra prensa tan libre, tan independiente, tan incorruptible, vuestros famosos “Times”, “Guardian”, “New Statesman” y todos los demás, participaron voluntariamente en el ocultamiento de este crimen. Unicamente desde las islas británicas, fueron entregados cien mil ciudadanos soviéticos a Stalin, y desde el continente, más de dos millones”.

A todo esto, uno de los obispos sobrevivientes, Sergio Stragorodsky, quien fuera nombrado Patriarca por Stalin, en lugar de retomar la vieja tradición ortodoxa, se convirtió en obsecuente peón del gobierno ateo comunista, aplaudiendo todas sus medidas anticristianas. Sus sucesores no sólo siguieron igualmente fieles al régimen comunista, sino que oficiaron de colaboradores e informantes de la siniestra policía política del régimen. Por ejemplo, el penúltimo Patriarca, Alexei II, operaba para la KGB bajo el nombre de código “Drozdov” y el actual, Kirill, bajo el de “Mijailov”. Muchos sacerdotes eran también agentes de la KGB y se aprovechaban del secreto de confesión para delatar a los opositores. Esa actitud de complicidad con el poder terrenal ateo, conocida como "sergianismo", sigue siendo la norma para la cúpula del Patriarcado de Moscú al día de hoy, y lo ha desprestigiado profundamente de cara a los verdaderos creyentes.

La cúpula del Patriarcado no quiso aprovechar la oportunidad, que se le brindó en 1991, de romper sus lazos con el gobierno, sino que los estrechó aún más. Si bien sus integrantes recitan discursos altamente espirituales, en sus vidas diarias se destacan por el pragmatismo y el materialismo mas crudos y pedestres. Por si faltara alguna prueba, el obispo Hilarión Alfeyev, mano derecha de Kirill y cabeza del poderoso Departamento de Relaciones Exteriores del Patriarcado de Moscú, fue expuesto en WikiLeaks a fines del 2010. Alfeyev le había dicho abiertamente al embajador de EEUU en Moscu, que “la función principal de la Iglesia Rusa es propagandizar los fines del gobierno”. Una verdad que los rusos conocen hace mucho tiempo, pero que en Occidente se prefiere ignorar.

Como se prefiere ignorar que Mijail Gorbachov, lejos de ser el héroe liberador que retrató la prensa europea, fue solamente un marxista que se equivocó de método en su empeño por sostener y apuntalar la dictadura soviética. El último secretario general del PCUS creyó que con la “perestroika” (reconstrucción) y la ”glasnost” (tras*parencia), podría dar salida a los vapores acumulados del descontento de la población, que amenazaban con hacer estallar la estabilidad del régimen; que podría descomprimir la insostenible situación creada por el fracaso de la economía socialista. Es que la URSS en 1985 era “Ruanda con misiles”: estaba en condiciones de llevar al mundo a un holocausto nuclear, pero era impotente para satisfacer las necesidades más básicas de sus habitantes. Y Gorbachov erró de medio a medio. La “perestroika” y la “glasnost” funcionaron como grietas en el dique de contención del régimen comunista, hendiduras que se fueron haciéndo cada vez más grandes, hasta que toda la estructura se desmoronó.

La pusilanimidad de Gorbachov fue aprovechada por Boris Eltzin, otrora “apparatchik” de la linea dura gobernante, que viró rapidamente hacia el liberalismo, aboliendo la bandera roja y el himno soviético, pero quedándose a mitad de camino en la condena de las atrocidades del comunismo. Eltzin desaprovechó el momento histórico que le hubiera permitido realizar un “juicio de Nuremberg” contra el partido que le costó a Rusia setenta millones de vidas. Era la oportunidad propicia para ¨descomunizar¨ a Rusia, tal como después de 1945 había sido “desnazificada” Alemania, pero el primer presidente de la Federación Rusa la dejó escapar.

No menos desdichada fue su decisión de permitir un absurdo proceso de desmembramiento de la ex Unión Soviética, que de la noche a la mañana convirtió a 25 millones de rusos en extranjeros en sus lugares de residencia. Es que después de la revolución de 1917, los jerarcas bolcheviques dibujaron con absoluta arbitrariedad el mapa de las 16 “repúblicas” que iban a existir en el territorio del antiguo Imperio Ruso. Esto no tuvo mayor importancia mientras todo el país era centralizadamente manejado con mano de hierro desde el Kremlin. Pero al separarse las repúblicas soviéticas en 1991, enormes territorios históricamente poblados por la etnia rusa quedaron fuera de la novel Federación Rusa, con la consecuente condena para sus habitantes de llevar de ahí en más una vida de parias.

El desmembramiento del país fue precedido y acompañado por una intensa campana de desinformación histórica, apoyada por el gobierno estadounidense, lógicamente interesado en el debilitamiento de su potencial rival. Asi por ejemplo, se acuso a los moscovitas de llamar peyorativamente a los ucranianos como “pequenos rusos”. Cuando, en realidad, la palabra Ucrania recién aparece en el siglo 17 como un término despreciativo, acuñado por los polacos, no por los moscovitas: significa “el borde” (y era el borde justamente para Polonia). En tanto que la expresión “Pequeña Rusia” para denominar a la region con centro en Kiev, no tiene nada de denigrante, sino todo lo contrario. Los términos Pequeña Rusia y Gran Rusia no fueron inventados por los moscovitas, sino por los griegos, que se basaron en la nomenclatura de la geografía de la Hélade. Había una Pequeña Grecia (El Peloponeso, Atenas) y una Gran Grecia (Crimea, Jerson, la Abjasia de hoy, etc, o sea donde surgieron colonias griegas). Es decir que la expresión Pequeña Rusia significa Rusia en sentido propio, la Rusia básica, en tanto que la Gran Rusia son las colonias de esa “Pequeña Rusia”. Recordemos que en el siglo IX Kiev era llamada “la progenitora de la ciudades rusas”: fue desde allí que se irradió la cultura rusa y se creo el embrión del futuro Imperio de los Zares.

Sin embargo, de todos los hechos de la gestión de Eltzin, el más asombroso por su cinismo fue el saqueo de las riquezas naturales del país. El gobierno anunció una privatización que consistió lisa y llanamente en entregar la propiedad de todas las empresas del estado a los mismos funcionarios comunistas que las habían estado manejando al momento del colapso de la URSS. Por ejemplo, el administrador de los yacimientos de niquel del país, se tras*formaba en su dueño, pagando apenas una cifra simbólica por la “tras*acción”. El patrimonio entero de Rusia fue repartido así entre un millar de personas, todas ellas ex miembros del partido comunista o del Komsomol, la juventud comunista, conformando así una nueva élite financiera, bautizada como “los oligarcas” por la población.

Al suceder a Eltzin en el poder, Vladimir pilinguin conservó esta estructura, ya que es mucho más fácil controlar a un millar de “oligarcas”, que a varios centenares de miles de pequeños y medianos empresarios.

Asimismo, pilinguin nombró en su gobierno a numerosos colegas suyos de la KGB, iniciando un claro proceso de resovietización de la sociedad rusa. Pero a fin de que ello no resultara demasiado evidente, ha estado realizando en forma paralela algunos gestos aparentemente “pluralistas”. Como, por ejemplo, ir a visitar a su casa y condecorar a un enfermo, muy disminuido Solzhenitzin, ya completamente supeditado a las decisiones que tomaba su esposa, o hacer repatriar desde los Estados Unidos los restos del general del Ejército Blanco Antón Denikin.

En definitiva, lejos de representar una guía espiritual para la humanidad, como lo quería Dostoievsky, la Rusia verdadera sigue sepultada, sin posibilidades de resuscitar en un futuro cercano. Reconstruir siempre es triplemente más dificil que destruir. Con ese cálculo, remontar los 70 años de destrucción comunista insumirá al menos un par de siglos.

Y en ese sentido, aquellos rusos que han permanecido fieles a la tradición milenaria de sus antepasados, cifran sus esperanzas en un hipotético renacer,- por ahora, muy distante, - de la religión ortodoxa en el país.

Es que en el pueblo ruso la ortodoxia siempre ocupó un lugar completamente especial. De clave importancia histórica y cultural, porque sin la ortodoxia no habria existido ni el Estado, ni el pueblo ruso y porque la cosmovisión ortodoxa impregnó, inspiró y permeó a todos los grandes creadores y pensadores de la llamada Santa Rusia.

Volviendo al tema de la imagen distorsionada que tiene hoy Rusia, hay que tener en cuenta que su historia comenzó a tergiversarse mucho antes del surgimiento del poder comunista. Los pensadores radicalizados rusos del siglo XIX, totalmente extranjerizantes, obsesionados en tras*plantar a suelo ruso las ideas de los ideólogos de la revolución francesa y del socialismo de Marx, torcían, reinventaban sistemáticamente el pasado del país para acomodarlo a los fines de su lucha contra el zarismo. Fue de ellos y de los revolucionarios que emigraron, que Occidente recibió y adoptó las primeras falsificaciones: las variantes de la historia rusa que no coincidían con el pensamiento liberal occidental, no eran tomadas en cuenta por los historiadores europeos. Y los comunistas, al llegar al poder, continuaron y ahondaron la interpretación de los “demócratas revolucionarios” rusos: los Herzen, Dobroliubov y Chernyshevsky.

Al estallar la revolución de 1917, muchos historiadores rusos no ideologizados fueron exterminados, mientras que los sobrevivientes debieron alinearse con el régimen soviético y consecuentemente perdieron su independencia. Al mismo tiempo, gran parte de la documentación y literatura histórica fue destruída en forma sistemática y la restante colocada en depósitos secretos, los “spetzjran”, inaccesibles sin autorización especial del gobierno comunista. De esta manera, las nuevas generaciones quedaron privadas de la posibilidad de consultar hasta las obras más conocidas.

Entre otras cosas, la historiografía occidental importó de la soviética la imagen, totalmente falsa, de un Zar Nicolas II irresoluto y débil, cuando en realidad fue todo lo contrario: un valeroso y decidido defensor de los valores cristianos de Rusia, que aceptó en aras de ellos el martirio. El último Emperador de Todas las Rusias, salvajemente asesinado por los bolcheviques con toda su familia el 17 de julio de 1918, fue canonizado por la Iglesia Ortodoxa Rusa en el Exilio en 1981. Casi dos décadas después fue también canonizado por el Patriarcado de Moscú, pero a regañadientes: la ortodoxia oficialista le retaceó el título de “martir” y en la práctica no le oficia misas. En realidad, lo del Patriarcado fue una movida política para congraciarse con los jerarcas y fieles de la Iglesia del Exilio, con miras a apoderarse de ella, cosa que efectivamente aconteció en el año 2007.

En resumen, la ciencia oficial soviética sólo podía revelar datos valiosos por algún descuido de la censura, o por los vaivenes de la línea oficial del partido. Y la ciencia occidental, que conservaba buena parte de sus prejuicios sobre la historia rusa, se topaba del lado soviético con fuentes escasas y afectadas por la deformación marxista, Así, no lograba entender el fenómeno ruso con profundidad y entraba involuntariamente en el cauce de la historiografía oficial soviética, si bien con la ilusión de navegar en forma independiente. En consecuencia, importantes esferas del conocimiento quedaban fuera de su visión.

Publicado en "Vernost" Nº 167

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