Tener gatos es de gaies.

Hastalosgüebos

Güarrior platanobiega
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27 Feb 2024
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—Adiós, Papillon. Que Dios te proteja; tendrás necesidad de su ayuda.

—Adiós, comandante.

¡Sí! Tendré necesidad de que Dios me ayude, pues el Consejo de Guerra presidido por un comandante de Gendarmería de cuatro galones fue inexorable.

Tres años por robo y apropiación indebida de material del Estado, profanación de sepultura y tentativa de evasión, más cinco años por acumulación de pena por la fin de Celier. Total, ocho años de reclusión. De no haber resultado herido, seguramente me hubiese condenado a fin.

Este tribunal tan severo para mí fue más comprensivo para un polaco llamado Dandosky, el cual había apiolado a dos hombres. Sólo le condenó a cinco años y, sin embargo, sin lugar a dudas, en su caso había premeditación.

Dandosky era un panadero que sólo hacía la levadura. Nada más trabajaba de tres a cuatro de la madrugada. Como la panadería estaba en el muelle, frente al mar, todas sus horas libres las pasaba pescando.

De carácter tranquilo, hablaba mal el francés y no frecuentaba a nadie. Este hombre, condenado a trabajos forzados, dedicaba toda su ternura a un magnífico gato neցro de ojos verdes que vivía con él. Dormían juntos, y el animal lo seguía como un perro al trabajo. En una palabra, entre el bicho y el polaco existía un gran cariño.

El gato le acompañaba también cuando el polaco iba de pesca, pero si hacía demasiado calor, y no había un rincón sombreado, regresaba solo a la panadería y se acostaba en la hamaca de su amigo. A mediodía, cuando sonaba la campana, iba al encuentro del polaco y saltaba tras el pescadito que aquél hacía danzar ante sus narices, hasta que lo atrapaba.

Los panaderos viven todos juntos en una sala contigua a la panadería. Un día, dos presidiarios llamados Corrazi y Angelo invitaron a Dandosky a comer un conejo que Corrazi preparó con cebolla, plato que confeccionaba al menos una vez por semana. Dandosky se sienta y come con ellos, ofreciéndoles una botella de vino para acompañar la comida.

Por la noche, el gato no regresa. El polaco lo busca inútilmente por todas partes. Pasa una semana, y ni rastro del gato. Triste por haber perdido a su compañero, Dandosky ya no tiene humor para nada. Está triste de veras de que el único ser que amaba y que tanto bien le hacía haya desaparecido misteriosamente.

Enterada de su inmenso dolor, la mujer de un vigilante le ofrece un gatito. Dandosky lo rehúsa, e indignado, pregunta a la mujer cómo puede suponer que podrá amar a otro gato que no sea el suyo; eso sería, dice, una ofensa grave a la memoria de su querido desaparecido.

Un día, Corrazi pega a un aprendiz de panadero que es, también, repartidor de pan. No duerme con los panaderos, pero pertenece al campamento. Rencoroso, el aprendiz busca a Dandosky, lo encuentra y le dice:

—¿Sabes? El conejo que te invitaron a comer Corrazi y Angelo era tu gato.

—¡La prueba! exclama el polaco, agarrando al aprendiz por la garganta.

—Vi a Corrazi cuando enterraba la piel de tu gato bajo el mango, un poco retirado, que está
detrás de las canoas.

Como un loco, el polaco va a comprobarlo y, en efecto, encuentra la piel. La coge, está ya medio podrida, con la cabeza en descomposición. La lava en el agua del mar, la expone al sol para que se seque, luego la envuelve en un lienzo bien limpio y la entierra en un sitio seco, bien profundo, para que las hormigas no se la coman.

Por lo menos, eso es lo que me cuenta.

Por la noche, al resplandor de una lámpara de petróleo, sentados en un banco muy pesado de la sala de los panaderos, Corrazi y Angelo, uno al lado del otro juegan a los naipes.

Dandosky es un hombre de unos cuarenta años, de estatura media, fornido, de espalda ancha, muy fuerte. Ha preparado un grueso bastón de madera de hierro, tan pesado como pueda serlo este metal, y, llegando por detrás, sin una palabra, asesta un formidable bastonazo en la cabeza de cada uno de los jugadores. Los cráneos se abren como dos granadas y los sesos se esparcen por el suelo. Loco, furioso, lleno de rabia, no se contenta con haberlos apiolado, sino que agarra los cerebros y los estampa contra la pared de la sala. Todo queda salpicado de sangre y sesos.

Si yo no he sido comprendido por el comandante de Gendarmería, presidente del Consejo de Guerra, en cambio Dandosky, por dos asesinatos con premeditación, sí lo ha sido, por suerte para él, hasta el punto de ser condenado sólo a cinco años.


Extraído de Papillón, de Henry Charriere.
 
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Lo tiene entre las piernas.

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¿Acostadito?
 
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