M. Priede
Será en Octubre
- Desde
- 14 Sep 2011
- Mensajes
- 50.996
- Reputación
- 114.458
Salvo sus obras filosóficas, escritas en el obligado latín, Spinoza escribía en español. Eso no quiere decir que lo fuera, y su filosofía sólo pudo desarrollarse donde lo hizo y en el momento que lo hizo, ni antes ni en otro lugar donde quizá esa filosofía no podría ni siquiera concebirse. Pero lo cierto es que escribía su correspondencia en español y firmaba de Espinosa, y que entre sus obras filosóficas de cabecera estaban los escolásticos españoles, y en las literarias todos: Góngora, Quevedo...
Vosotros decidís.
Vidal Peña:
Gustavo Bueno:
Un poco más sobre el interrogatorio de la Inquisición:
Vosotros decidís.
Vidal Peña:
Revah alude a la preponderancia de la influencia judía en Spinoza, pero canalizada especialmente, en el momento de su separación de la comunidad judía «ortodoxa», a través de judíos españoles emigrados, en ocasiones ateos, como es el caso del doctor Juan de Prado, a quien Revah atribuye, con argumentaciones muy plausibles, una influencia considerable en la orientación crítica del pensamiento del joven estudiante Spinoza. Aunque ya Carl Gebhardt (en Chronicon Spinozanum, III, La Haya, 1923) y J. de Carvalho (Oróbio de Castro e o Espinosismo, Lisboa, 1940) se habían referido a la relación Prado-Spinoza, la obra de Revah nos informa más en detalle acerca del trato frecuente que Spinoza mantenía, a raíz de su expulsión de la comunidad judía, con ex marranos españoles, como el doctor Reynoso y el ex confitero sevillano Pacheco, con quienes tenía «tertulia» frecuente en casa del doctor Guerra, un caballero de Canarias a quien Prado y Spinoza atendían en su enfermedad. Entre otros interesantísimos datos, aporta Revah el de que la Inquisición española poseía una «ficha completa» de Spinoza ya en 1659 (esto es, antes de que Spinoza hubiera alcanzado fama en Holanda), mediante delaciones de un fraile agustino y un capitán de los Tercios, que habían residido en Amsterdam en 1658-59 y habían conocido a Spinoza en la «tertulia» mencionada; «ficha» que incluía una completa descripción personal y la calificación de peligroso agnóstico, que sostenía que «no havia Dios sino philosophalmente»... Nos permitimos esta referencia tan !arga, en virtud de su interés en cuanto a la conexión de Spinoza con España (se sabe que dominaba mejor el castellano que el holandés) establecida por una obra como la de Revah que, entre nosotros, no ha tenido mucho eco. (Salvamos, por supuesto, las interesantísimas alusiones de Caro Baroja a la conexión de Spinoza con el judaísmo español: Cfr. Los judíos en la España moderna y contemporánea [Madrid, Arión, 1961], t. I, pp. 493-501; alusiones a las que la obra de Revah presta un importante refuerzo.) Recuérdese que Spinoza leía corrientemente a Góngora, Quevedo, Cervantes... Cfr. Vulliaud, Spinoza d'après les livres de sa bibliothèque; París, Chacornac, 1934; Dunin-Borkowski señala también su conocimiento de Quevedo (Aus den Tagen Spinozas, cit., I, p, 47, p. 53). Además, es asimismo bien sabido que la terminología de la escolástica de Suárez abunda en su obra, a través, seguramente, de la lectura de manuales «escolástico-cartesianos» como los de Heereboord (Collegium logicum, Meletemata); ver, p. ej., KV, I, III; CM, I, 6; Eth., I, Props. XVI, XVII, XVIII y XXVIII, o la distinción «essentia formalis/objectiva» del DIE (Geb., II, pp. 14-15). Recuérdese que Heereboord era admirador incondicional de Suárez, a quien llamaba omnium metaphysicorum papa atque princeps (apud S. Rábade, introducción a la edición de las Disputationes, Madrid, Gredos, 1960, I, p. 16). No pretendemos, con estas observaciones, entrar en directa competencia con cierta escuela portuguesa, y «reivindicar a Spinoza como gloria nacional», pero conviene subrayar estos aspectos, que son muy frecuentemente preteridos. Spinoza tuvo, sin duda, una fuerte impregnación de cultura española.
Vidal Peña, El materialismo de Spinoza, capítulo 1
Vidal Peña, El materialismo de Spinoza, capítulo 1
Gustavo Bueno:
La filosofía escolástica, a lo largo de toda la Edad Media y la Edad Moderna, se va descom*poniendo. Es interesante advertir -aquí no podemos [9] ir a las causas- que se descompone en relación con la Reforma, la Reforma protestante y con la Contrarreforma; lo cierto es -remarquemos que este punto suele ser pasado sobre ascuas- que en lo que llamamos filosofía moderna, así como lo que hasta ahora llamamos filosofía está ligada a profesores de filosofía escolásticos (civiles o eclesiásticos); en la Edad Moderna, al contrario, la gran filosofía se desarrolla al margen de la universidad. Las grandes figuras tales como el canciller Bacon, Descartes, Leibniz, Espinosa, no son profesores universitarios ni lo han sido nunca. Bacon fue un canciller, un político, como lo fue Leibniz, propiamente, un diplomático. Descartes fue un hidalgo, un rentista, diríamos, un rentista que vivía por su cuenta y donde podía. Espinosa era un tallador de lentes, un tallador que renunció explícitamente a las ofertas de cátedras de filosofía para mantener su independencia. Espinosa, que es una de las grandes figuras de nuestra historia y que nosotros reivindicamos una y otra vez como la gran figura del pensamiento español -porque Espinosa era español, era un judío exiliado, hablaba español, escribe en él sus cartas, etc.; incluso firmaba «de Espinosa», no ese «Spinoza» con /s/ liquida y /z/ que se han inventado los calvinistas por decirlo así. Ya lo hemos dicho, Espinosa renunció precisamente a una cátedra y siguió tallando lentes para mantener su independencia.
La Lengua del Imperio: Gustavo Bueno. Última lección en la Universidad
La Lengua del Imperio: Gustavo Bueno. Última lección en la Universidad
Un poco más sobre el interrogatorio de la Inquisición:
En 1659, fray Tomás Solano y Robles, agustino originario de Nueva Granada, se presenta ante la Inquisición madrileña. Viene, como fiel católico, a descargar su conciencia y demostrar su espíritu de colaboración con las fuerzas encargadas de velar por la salud del cuerpo social, salud que, como es sabido, requiere de cuando en cuando la amputación de los miembros enfermos. En suma, viene a delatar a alguien. Lo exige la salvación de su alma, y acaso también la de su cuerpo; el Tribunal podría llegar a enterarse de que no ha procedido con la debida diligencia. Cuenta que, viniendo a Europa desde Colombia, su barco ha sido apresado por los ingleses; liberado en Londres, ha pasado a Amsterdam. Allí espera barco para España desde agosto de 1658 hasta marzo de 1659. Relata al inquisidor un caso que ha conmovido a los españoles residentes en Amsterdam: un cómico sevillano —no judío—, llamado Lorenzo Escudero, se ha convertido al judaismo, pese a las presiones en contra de sus compatriotas más fieles; fray Tomás informa de ello, por si a Escudero se le ocurriera volver a España. El inquisidor aprovecha la ocasión para preguntarle por otros españoles que pudieran judaizar en Amsterdam. En su relato, Solano dice que conoció al doctor Prado, que había estudiado en Alcalá, «y a un fulano de Espinosa, que entiende hera natural de una de las ciudades de Olanda porque havia estudiado en Leidem y hera buen filósofo». Sabe que los han expulsado de la comunidad judía por ateos, por decir «que el alma moría con el cuerpo ni havia Dios sino filosofalmente». Subrayamos la última expresión porque se trata de un diagnóstico de una extrema perspicacia, que condensa muchísimas cosas en pocas palabras. Un diagnóstico de hombre del oficio, a fin de cuentas.
Al día siguiente de la declaración de Solano se presenta ante el inquisidor otro representante de la España eterna, esta vez bajo la concreta figura corporal del capitán Miguel Pérez de Maltranilla. También éste acude a tranquilizar su conciencia, que, tras la intervención de fray Tomás, debe de estar mucho más intranquila aún. Cuenta que tuvo que pasar a Holanda desde los Países Bajos del Sur (aún dominios de la Corona española), a consecuencia de un duelo. En Amsterdam vivía con Solano, como ya sabe el inquisidor. Denuncia asimismo a Escudero, y tiene bastante que decir de la tertulia donde Solano y él distraían su obligado ocio. Allí —dice— «conoció al doctor Reynoso, medico, natural de Sevilla, y a un fulano de Espinosa, que no sabe de donde era, y al doctor Prado, también medico, y a fulano Pacheco, que oyó decir era de Sevilla y que allí havia sido confitero y se ocupaba en chocolate y tabaco, acudían a casa de D. Joseph Guerra, un caballero de Canaria que asistía allí a curarse de mal de lepra, adonde este también acudía, por ser su amigo y correspondiente. Y en las ocasiones que este los bio allí … que serian muchas, porque acudían muy de hordinario a dicha casa y a curar al dicho D. Joseph Guerra y a entretenerse, respectivamente, les oyó decir al dicho Dr. Reynoso y al dicho fulano Pacheco como ellos eran Judíos …, y aunque alguna vez les querían dar tocino no le querían; y al dicho doctor Prado y fulano Spinoza les oyó decir muchas veces como ellos havian sido Judíos … y los havian excomulgado, y que andaban estudiando qual hera la mejor ley para profesarla, y a este le pareció que ellos no profesaban ninguna…» El capitán alude más por lo llano, desde su implantación castrense más mundana (en el sentido de Kant), a lo mismo que el agustino ha referido de modo más sabio o académico. Pero es obvio que para el inquisidor la traducción mundana de Maltranilla es del todo pertinente: decir que «no hay Dios sino filosofalmente» significa que no hay Dios. «Dios», como idea filosófica, nada tiene que ver con la concepción religiosa de Dios, sea católica, protestante o judía. De esta forma el inquisidor podría muy bien haber coincidido con Orobio de Castro (que era su colega, versión judía) en afirmar que Prado —o Espinosa— pretendían «encubrir su malicia» con «la afectada confession de Dios y la Ley de Naturaleza». Si eso es verdad de Prado, no menos lo será de Espinosa, su amigo: Espinosa se pasará la vida hablando de Dios, pero ese Dios —como ha dicho deliciosamente un historiador «analítico» de la filosofía— «no es el Dios del lenguaje ordinario». Sin duda, es un Dios muy especial.
Los archivos de la Inquisición, exhumados en este caso por Revah de un modo tan oportuno, nos proporcionan esos preciosos datos. Preciosos no sólo por lo que tienen de excelente tranche de vie española de aquel feliz tiempo, sino porque nos permiten conjeturar con solidez que la amistad de Prado y Espinosa no fue meramente ocasional, que sus comunes intereses ideológicos eran más radicales que los de las confesiones cristianas de la época y que resultaban alimentados en el seno de un grupo de emigrados españoles. No es difícil imaginarse el ambiente de esa tertulia como el de una escuela de desarraigo: acaso la decisiva escuela de Espinosa. Españoles exiliados por judaizantes, judaizantes que se han vuelto ateos. No disponer de un testigo que nos haya tras*mitido los coloquios de ese inquietante cenáculo es, quizá, la más deplorable laguna en la biografía de Espinosa.
Como quiera que sea, es claro que el contacto con ex-católicos y ex-judíos no ha hecho sino alimentar en Espinosa el desprecio por ambas confesiones.
SPINOZA; POR VIDAL PEÑA: Introducción a la ÉTICA
Al día siguiente de la declaración de Solano se presenta ante el inquisidor otro representante de la España eterna, esta vez bajo la concreta figura corporal del capitán Miguel Pérez de Maltranilla. También éste acude a tranquilizar su conciencia, que, tras la intervención de fray Tomás, debe de estar mucho más intranquila aún. Cuenta que tuvo que pasar a Holanda desde los Países Bajos del Sur (aún dominios de la Corona española), a consecuencia de un duelo. En Amsterdam vivía con Solano, como ya sabe el inquisidor. Denuncia asimismo a Escudero, y tiene bastante que decir de la tertulia donde Solano y él distraían su obligado ocio. Allí —dice— «conoció al doctor Reynoso, medico, natural de Sevilla, y a un fulano de Espinosa, que no sabe de donde era, y al doctor Prado, también medico, y a fulano Pacheco, que oyó decir era de Sevilla y que allí havia sido confitero y se ocupaba en chocolate y tabaco, acudían a casa de D. Joseph Guerra, un caballero de Canaria que asistía allí a curarse de mal de lepra, adonde este también acudía, por ser su amigo y correspondiente. Y en las ocasiones que este los bio allí … que serian muchas, porque acudían muy de hordinario a dicha casa y a curar al dicho D. Joseph Guerra y a entretenerse, respectivamente, les oyó decir al dicho Dr. Reynoso y al dicho fulano Pacheco como ellos eran Judíos …, y aunque alguna vez les querían dar tocino no le querían; y al dicho doctor Prado y fulano Spinoza les oyó decir muchas veces como ellos havian sido Judíos … y los havian excomulgado, y que andaban estudiando qual hera la mejor ley para profesarla, y a este le pareció que ellos no profesaban ninguna…» El capitán alude más por lo llano, desde su implantación castrense más mundana (en el sentido de Kant), a lo mismo que el agustino ha referido de modo más sabio o académico. Pero es obvio que para el inquisidor la traducción mundana de Maltranilla es del todo pertinente: decir que «no hay Dios sino filosofalmente» significa que no hay Dios. «Dios», como idea filosófica, nada tiene que ver con la concepción religiosa de Dios, sea católica, protestante o judía. De esta forma el inquisidor podría muy bien haber coincidido con Orobio de Castro (que era su colega, versión judía) en afirmar que Prado —o Espinosa— pretendían «encubrir su malicia» con «la afectada confession de Dios y la Ley de Naturaleza». Si eso es verdad de Prado, no menos lo será de Espinosa, su amigo: Espinosa se pasará la vida hablando de Dios, pero ese Dios —como ha dicho deliciosamente un historiador «analítico» de la filosofía— «no es el Dios del lenguaje ordinario». Sin duda, es un Dios muy especial.
Los archivos de la Inquisición, exhumados en este caso por Revah de un modo tan oportuno, nos proporcionan esos preciosos datos. Preciosos no sólo por lo que tienen de excelente tranche de vie española de aquel feliz tiempo, sino porque nos permiten conjeturar con solidez que la amistad de Prado y Espinosa no fue meramente ocasional, que sus comunes intereses ideológicos eran más radicales que los de las confesiones cristianas de la época y que resultaban alimentados en el seno de un grupo de emigrados españoles. No es difícil imaginarse el ambiente de esa tertulia como el de una escuela de desarraigo: acaso la decisiva escuela de Espinosa. Españoles exiliados por judaizantes, judaizantes que se han vuelto ateos. No disponer de un testigo que nos haya tras*mitido los coloquios de ese inquietante cenáculo es, quizá, la más deplorable laguna en la biografía de Espinosa.
Como quiera que sea, es claro que el contacto con ex-católicos y ex-judíos no ha hecho sino alimentar en Espinosa el desprecio por ambas confesiones.
SPINOZA; POR VIDAL PEÑA: Introducción a la ÉTICA
Última edición: