Cacaceitero
Senescal de la ocre
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Hamijos, familia burbujera, es verano, no curro hasta Septiembre y, por cuestiones que no vienen al caso, estoy de extra en un restaurante de mala fin al que, si puedo, voy a rapiñarle muchos licores y viandas para sobrevivir este verano. Como es martes, aprovecho.
A mis casi 40 años, he perdido toda esperanza de amar con algo decente, vistoso y joven, en wecs de ligoteo sólo me hablan tías de a tomar por ojo ciego de donde vivo o cuarentonas u obesas derroídas, y para eso, mejor una manola bien hecha y a sobar, por las noches alcohol del que toque.
Recuerdo la primera vez que introduje mi purpurón en una cosa parecida a una hembra: se llamaba Lourdes, 34 años, 3 hijos y divorciada, de un pueblo vecino.
Yo contaba por entonces 18 añitos, un pringui que se ama mucho a si mismo, institutero y poco popular, pero un año antes me dió por apuntarme a un gimnasio, en aquella época donde los Musclemag eran cosas de frikis y el peso lire como que no, máquinas que chirriaban como una vieja abiendo las piernas en el 50 aniversario de matrimonio ante su marido.
A Lourdes la conocí por mi chupipando de entonces, un hermano mayor de uno de la chupipandi se había amao a uno y se hizo coleguita del resto; un día, y saliendo todos por ahí de botellón (era el año 98) ella me tira la caña.
Era rubia de pelo rizado, cara ajada, pero buen cuerpo, delgada y juca, muy juca, me invitó a un chupito a un conocido bar de entonces cuando andábamos de botellón, nos bebimos el chupito y ahí que fuimos por ahí.
Va, me come la boca y de ahi a un callejón donde olía a pescado y gasoil, cojo, le bajo las ropa interior, le meto los dedos en el shishi, me los llevo a la boca y digo "Dios, esto es maravilloso", le meto otra vez los dedos en el shishi, fruto de mi novatada y le digo "Huele, Lourdes, qué rico".
Nos enrrollamos un poco más y decidimos buscar un sitio tranquilo dónde hacer guarradas, ni por mi cabeza pensaba el que iba a hacer lo que iba a hacer, lo de meter los dedos en el shishi fue algo que me dejó gñé y me dejé llevar, fue omo probar por primera vez la coca.
Fuimos a unas dunas, a la playa, y allí nos morreamos, se desnuda, ella me desnuda, se me arrima a la platano y empieza a mamarla, de repente saca del bolso una caja de condones, coge uno y me lo pone, se abre de patas en la arena y trato de metérsela, fruto del nerviosismo, emoción y zapato.
Después de varios intentos, ni consigo metérsela, ella se vise y nos vemos hasta la siguiente vez, al llega a casa, silencio sepulcral al meter la llave de casa (tener 18 años y llave de casa era por entonces ser el puñetero HAMO) y en el baño me hice un pajote que fue mi primer pajote que me quedé asfixiándome de la excitación.
Con Lourdes quedaría un par de veces más, y en la última cita por fín me corrí, de una forma un tanto poco convencional, pero brutal.
A la semana siguiente de la última cita, cometí el error en Navidades, en un garito con todos los colegas, de contar la movida con la Lourdes, de estar cerca ella escuchando y echarme el cubata por encima de la cabeza.
Pregunten, pregunten, voy a echarme un copazo.
A mis casi 40 años, he perdido toda esperanza de amar con algo decente, vistoso y joven, en wecs de ligoteo sólo me hablan tías de a tomar por ojo ciego de donde vivo o cuarentonas u obesas derroídas, y para eso, mejor una manola bien hecha y a sobar, por las noches alcohol del que toque.
Recuerdo la primera vez que introduje mi purpurón en una cosa parecida a una hembra: se llamaba Lourdes, 34 años, 3 hijos y divorciada, de un pueblo vecino.
Yo contaba por entonces 18 añitos, un pringui que se ama mucho a si mismo, institutero y poco popular, pero un año antes me dió por apuntarme a un gimnasio, en aquella época donde los Musclemag eran cosas de frikis y el peso lire como que no, máquinas que chirriaban como una vieja abiendo las piernas en el 50 aniversario de matrimonio ante su marido.
A Lourdes la conocí por mi chupipando de entonces, un hermano mayor de uno de la chupipandi se había amao a uno y se hizo coleguita del resto; un día, y saliendo todos por ahí de botellón (era el año 98) ella me tira la caña.
Era rubia de pelo rizado, cara ajada, pero buen cuerpo, delgada y juca, muy juca, me invitó a un chupito a un conocido bar de entonces cuando andábamos de botellón, nos bebimos el chupito y ahí que fuimos por ahí.
Va, me come la boca y de ahi a un callejón donde olía a pescado y gasoil, cojo, le bajo las ropa interior, le meto los dedos en el shishi, me los llevo a la boca y digo "Dios, esto es maravilloso", le meto otra vez los dedos en el shishi, fruto de mi novatada y le digo "Huele, Lourdes, qué rico".
Nos enrrollamos un poco más y decidimos buscar un sitio tranquilo dónde hacer guarradas, ni por mi cabeza pensaba el que iba a hacer lo que iba a hacer, lo de meter los dedos en el shishi fue algo que me dejó gñé y me dejé llevar, fue omo probar por primera vez la coca.
Fuimos a unas dunas, a la playa, y allí nos morreamos, se desnuda, ella me desnuda, se me arrima a la platano y empieza a mamarla, de repente saca del bolso una caja de condones, coge uno y me lo pone, se abre de patas en la arena y trato de metérsela, fruto del nerviosismo, emoción y zapato.
Después de varios intentos, ni consigo metérsela, ella se vise y nos vemos hasta la siguiente vez, al llega a casa, silencio sepulcral al meter la llave de casa (tener 18 años y llave de casa era por entonces ser el puñetero HAMO) y en el baño me hice un pajote que fue mi primer pajote que me quedé asfixiándome de la excitación.
Con Lourdes quedaría un par de veces más, y en la última cita por fín me corrí, de una forma un tanto poco convencional, pero brutal.
A la semana siguiente de la última cita, cometí el error en Navidades, en un garito con todos los colegas, de contar la movida con la Lourdes, de estar cerca ella escuchando y echarme el cubata por encima de la cabeza.
Pregunten, pregunten, voy a echarme un copazo.