Sonia

Clavisto

Será en Octubre
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10 Sep 2013
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Mis dos amigos ya estaban colocados cuando por fin me largué del bar media hora después del cambio de turno. Tuve tiempo para tomar un par de whiskies en su compañía. Ángel me abrazó en la despedida: como siempre, había sido el primero en llegar y se notaba.

- Kufisto, ¿abres el miércoles? -dijo con toda seriedad.
- ¿Y qué pasa el miércoles?
- Es fiesta. El día de Castilla La Mancha.

Le tranquilicé. Claro que abriríamos. Nuestro día de descanso es mañana, lunes. Sólo en casos muy excepcionales se cambia. Y el día de la región no es uno de ellos.

La lluvia fina caía del cielo encapotado como caricias de gata bien atendida. Y todavía aturdido por la heroica mañana le dí vía libre hacia mi cráneo.

Y cargado con la aligerada bolsa de trabajo caminé de vuelta al piso sin pensar en nada. Sólo la fina lluvia sobre mi cabeza.


Habían pasado nueve horas de mi vida, casi diez desde el despertar a un nuevo día. Nueve o diez no es más que un número, un intervalo. El tiempo no existe, eso es algo que todos sabemos, el tiempo es una ilusión, un conteo, un aquí y allí, otra simple persperctiva: uno ve un paisaje y dice "esto es bonito"; uno está en un paisaje y siente un poema; uno rememora lo vivido y trata de fijarlo con palabras.


Recuerdo muchas cosas de estas nueve horas en el bar. Sin lugar a dudas podría escribir una novela de mil páginas con ellas. Y sería una buena novela. Y eso sin contar la hora previa, cuando desperté del sueño. Entonces me iría hasta las diez mil. Y seguiría siendo una buena novela.


Mi progenitora vino al bar en mitad del Maelstrom. Lo hizo en la compañía de su cuñada, mi amada tía. A mi tío no llegué a verlo de lo amado que andaba tras la barra. Con todo y sorprendidísimo por su visita saqué unos segundos para besarlas antes de que se marcharan en vista de la que tenía liada. Logré oír que venían de votar.

Y yo seguí volando. Solo tras la jaula. Solo en la jaula.


Fue una locura. Ya no recordaba que la gente ansía votar y beber.


Volé, volé, volé...Volé.


Volé entre las miasmas de fuertes amigos de la paleolítica infancia; volé entre entre clientes de lejana y cercana memoria; volé entre gente tan circunstancial como una máxima de Marco Aurelio; volé ante todos, volé hasta de mi progenitora...

Y sólo vi a Sonia.

No hay palabras en el mundo para describirla. O al menos no las conozco.


Sonia, Sonia, Sonia...Sonia.


- Gracias, Kufisto


jorobar. Dios Santo de mi vida...


Pagó su padre al salir de una de las veces que fue a miccionar.

- Quédate el cambio.

Yo andaba amadísimo lavando platos en la cocina cuando se fueron; tanto que al salir los vi desfilar tras el ventanal.

"jorobar -pensé- Seguro que quería despedirse de mi; como siempre"

- ¡Adiós, Kufisto!
- ¡Adiós, Sonia!


Adiós, Sonia. Adiós.


Muy pronto no te veré más.


Es lo único que me joroba de todo lo que se viene.


Lo único. Mi queridísima Sonia.
 
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