Raulisimo
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“Somos todos culpables”, se repite insistentemente desde que comenzó la crisis. Recientemente el Presidente de la Patronal reiteró esa idea en una entrevista, aun cuando admitió que existían diversos grados de culpa. Se reconoce que los Bancos, las instituciones financieras y los políticos actuaron con imprudencia, pero se insiste en que también los ciudadanos de a pie vivieron por encima de sus posibilidades y se endeudaron más allá de lo que permitían sus recursos. De modo que la responsabilidad es compartida y por lo tanto todos debemos sacrificarnos para superar esta situación.
El mensaje de semejante discurso es claro: nadie es culpable, ya que todos lo somos. De modo que quienes llevaron a la ruina bancos y cajas de ahorro y quienes firmaron una hipoteca que luego no pudieron pagar porque perdieron sus empleos tienen una responsabilidad compartida, y no es el momento de pedir cuentas a nadie.
Una investigación encargada por el instituto británico Tax Justice Network ha llegado a la conclusión de que el monto total de la defraudación fiscal de las grandes fortunas y entidades financieras ascendió en cinco años (de 2005 a 2010) a casi 17 billones de euros gracias a su refugio en paraísos fiscales como Suiza y las Islas Caimán. Y conviene recordar que el origen de esos capitales proviene en última instancia del trabajo de millones ciudadanos de a pie, producto que luego se multiplica artificialmente por las decisiones de anónimos gestores a quienes no se les puede pedir cuenta de sus decisiones, ante todos porque la globalización del mercado financiero dispersa su responsabilidad en una compleja red de oficinas distribuidas por el mundo ajenas a cualquier control democrático. Pero las entidades financieras nacionales, cuyos responsables sí son conocidos y están teóricamente sujetos a la regulación del Estado, han aprovechado ese anonimato para sus propios juegos especulativos: las famosas hipotecas “sub prime” no hubieran sido posibles sin aprovecharse de un mercado internacional dispuesto a comprar y vender humo, mientras obtenían ingentes beneficios a costa de los aportes de muchos ciudadanos cuyo único delito había sido firmar contratos con ellos. Mientras tanto, los políticos a quienes correspondía la regulación de esa actividad económica se dedicaron a aprovechar esos tiempos de bonanza que permitían un importante aumento de la recaudación impositiva.
Suponer que la responsabilidad de esos gestores es comparable a la de quienes cometieron la imprudencia de confiar en sus promesas es confundir a los delincuentes con sus víctimas. Y la paradoja de la situación actual consiste en que mientras muchas de esas víctimas han sido penalizadas judicialmente por la pérdida de sus viviendas y deudas de por vida, los causantes de esa situación no solo han eludido cualquier responsabilidad penal sino que han pasado a imponer sus propias condiciones a los poderes democráticos, dictando así su política económica. O, en el mejor de los casos, se han retirado a gozar del resultado de sus manejos con sustanciosos retiros. Con excepción de algún caso aislado y de alguna imputación de inciertos resultados, los delitos especulativos no han tenido hasta el momento consecuencias penales en ningún país.
Por otra parte, la imputación generalizada a la ciudadanía de “haber vivido por encima de sus posibilidades” tampoco se sostiene. ¿Se supone, por ejemplo, que un ciudadano que tenía un empleo estable y firmó una hipoteca por un importe que podía pagar cómodamente con su salario de entonces debía haber previsto una crisis que los poderes públicos afirman que nadie podía adivinar en esos momentos? ¿Se afirma que una familia de pagapensiones que apenas conoce el idioma debía haber sospechado que el documento que le presentaba a la firma un simpático empleado del Banco contenía trampas ocultas en su letra pequeña? Y en cualquier caso: ¿se piensa que la responsabilidad de tales imprevisiones es siquiera comparable a la de quienes organizaron esos manejos? No me refiero, por supuesto, a aquellos aprendices de brujo que intentaron imitar el juego especulativo de sus maestros y sufren ahora sus consecuencias. Pero la inmensa mayoría de los ciudadanos, que se limitaron a vivir en un relativo estado de bienestar y a administrar razonablemente sus modestos recursos no pueden equipararse, ni siquiera compararse, con aquellos que provocaron la crisis o que la permitieron.
Pero, aun si admitiéramos que el origen de esta crisis tiene una responsabilidad compartida, sus consecuencias está claro que no lo son. Los especuladores financieros y las grandes fortunas no han sufrido consecuencias que afecten a su vida cotidiana, más allá de alguna disminución de sus ganancias (que en algunos casos ha sido un aumento). De hecho, el mercado del lujo ha continuado creciendo y la lista de grandes fortunas ha aumentado. La clase política se ha limitado a simbólicos recortes en sus sueldos, sin cuestionar sus coches oficiales, sus dietas e indemnizaciones desmesuradas, sus cargos designados a dedo, sus gastos de representación, sus instituciones prescindibles como las diputaciones provinciales y embajadas autonómicas y un largo etcétera. Mientras tanto, la reducción del déficit se ha confiado al esfuerzo de quienes carecen de esos privilegios: los funcionarios deben prescindir de su paga extraordinaria, todos los ciudadanos, aun aquellos parados que carecen de cualquier ingreso, deben pagar la misma proporción del IVA, los recortes en sanidad, enseñanza y servicios sociales afectan solo a quienes no gozan de servicios privados, se facilita el despido mientras aumenta el paro, etc.
Al menos se puede exigir que no se repitan frases como “debemos salir de la crisis con el esfuerzo de todos” o “todos debemos hacer sacrificios”.
Rebelion. ¿Somos todos culpables?
Se nos imponen recortes y rescates por haber convertido deuda privada (de bancos y sus inversores-especuladores- en deuda pública a través de su legalización por la casta política corrupta y ruin.
Estamos protestando. Ahora muchos más que antes. Y la guerra de la única clase se intensifica. Los ricos y poderosos lanzan sus huestes a una nueva ofensiva en la que la particularidad es que quien agrede, es la única y hegemónica clase social que pervive en este mundo global en el que hasta la Diferencia se “tunea” en Diversidad cálida e integradora.
Se agrede a una sociedad de consumidores-pagadores completamente fagocitada por La Clase, que lo Integra Todo y Unifica en su Sistema a través del Dogma que conforma su única doctrina ecónomo-político-ideológico-social: El Capital.
Claro está; siempre se dan resistencias, por lo que a quien se resiste a ser fagocitado en interés de los poderes e intereses de los dominantes, se les reserva justamente a lo contario a ser deglutidos: ser vomitado –por lo menos es lo que intentan- hacia la Tierra de Nadie (realmente también es suya), la marginalidad en donde ya habitan los millones de inservibles, los sobrantes del mercado.
Se nos quiere imponer su ideología como única y universal verdad, inevitable y ,además, la más justa. Y esto es así para la mayoría de los que viven. La tozudez de la realidad nos dice que esta sería la verdad absoluta si no existiéramos unos cuantos millones de criminalizados antisistema.
Es esta ideología única, en aplicación de la guerra que siempre tienen declarada las clases dominantes al resto de la población, la que está en plena campaña de agresión.
Por nuestra parte, no nos engañemos. No tenemos representantes en las instituciones demócrata-capitalistas. No podemos seguir engañándonos embelleciendo el recuerdo, tenemos que reconocer que hace tiempo fueron integrados en el sistema. Partidos políticos de origen socialista, sindicatos formados en las luchas sociales de los siglos XIX y XX, algún “alternativo” etc.: integrados, fagocitados, deglutidos.
Cierto es que hay que aceptar que, los experimentos estatales de supuesta alternativa al capitalismo fueron decantándose por el capitalismo liberal después de autoproclamarse como Estados Socialistas (realmente, y a pesar de discursos y proclamas, lo que los definió es que en lo social eliminaron la capacidad de aportación y respuesta social de la población, y en lo económico no se paso de un capitalismo estatal), con lo que la situación del momento en estos estados fue el paso de un feudalismo atrasado a un desarrollo que no puede dejar de ser más que capitalista.
No tenemos clavos a los que agarrarnos, y ahora, en Europa –realmente son procesos de occidentalización universal-, estamos en otra fase capitalista de concentración de poder –recordemos que la economía forma parte muy importante de este- dirigiéndose hacia parámetros consecuentes con dicha ideología.
Dentro de este sistema de capitalismo ultraliberal que padecemos ¿Quién ha dicho que la política de concentración se tiene que limitar a parámetros ecónomo-nacionales, cuando su dogma dice que a mayor concentración mayor beneficio. Más cuanto que los políticos son solo parte del propio sistema y, cada vez más, se limitan a cumplir las órdenes que les llegan desde instancias mucho más poderosas.
Ya que la población europea está siendo atacada también económicamente por las necesidades de beneficio supranacional ¿porque el europeo de a pie solo va a permitir la concentración de riquezas, recursos, capital, bancos....y no exige la concentración de los políticos?.
Se ve, pero no se quiere mirar. La economía siempre ha impuesto lo político, y hoy, los políticos de carrera sobran.
Nos endulzaron la pócima hablando de democracia, pero a las primeras de cambio se demuestra que la financiación, lo económico, el capital; impone lo político. Y los políticos obedecen. ¡No siempre es así! gritaran muchos democratoides recordando ejemplos como el del ministro griego. La verdad es que si alguno de estos políticos retiene todavía un resto de vergüenza, de pundonor, el sistema no tiene complejos demócratas: se le sustituye _ni siquiera se cumple con la farsa electoral-, o se le asesina si se pone incomodo (recordemos a Olof Palme).
Pero retomemos el discurso: estando en España, estado europeo, en una situación como la actual de capitalismo liberal dirigido por “los Mercados”desde una U. E. que impone la reorganización de los dominios ecónomo –estratégicos, una Europa en la que unos estados son dominantes y otros -España, Portugal, Grecia, Italia, Irlanda- son Pig susceptibles de sometimiento mediante ataques especulador-político, y donde sus políticos son meros tras*misores de ordenes provenientes de Bruselas –o Alemania, o Francia-. La población sufriente debe dejarse de paños calientes y nacionalismos estúpidos, y reconozcamos que se nos impone desde fuera de las fronteras estatales la forma de vivir y nuestra calidad de vida, y que mientras no consigamos acabar con el actual sistema, nos debe dar igual donde está hecha la bota que nos pisa el cuello.
Recibamos en la protesta a los nuevos cesares llegados desde una UE imperial que impone la reorganización del “limes”, pero reconozcamos en la verdad nuestra situación de vivir en una provincia, como tal, intervenida.
Eso sí: exijamos a estos nuevos cesares que sean consecuentes con su política de concentración, y que despidan y libren de la carga de los políticos nacionales: inservibles, mediocres y corruptos. Podemos aportar el argumento de que mantener a esta casta de trepas e inútiles, va contra la ideología de recortes y sobriedad en el gasto.
Se nos imponen recortes y rescates por haber convertido deuda privada (de bancos y sus inversores-especuladores- en deuda pública a través de su legalización por la casta política corrupta. Robo contra la población que solo nos deja el camino de enfrentar a esa ralea a través de la insumisión, sedición, rebelión.
Rebelion. El imperio al rescate
Cuando se ocupó en 2008 o 2009, no puedo precisarlo, el edificio emblemático del Banco Español de Crédito en la plaza de Catalunya de Barcelona (España), una enorme pancarta colgó durante días en aquel edificio tradicional de la gran burguesía financiera española, a punto de reconvertirse ahora en una megatienda de Apple para abonar ad nauseam el despilfarro y el consumismo tecnológicos.
“No és la crisi, és el capitalisme”, rezaba la pancarta. ¿Exageraron aquellos jóvenes ocupas de izquierda? ¿Se les fue la olla por su izquierdismo genético o memético?
Alejandro Nadal, este economista imprescindible como pocos, en un reciente artículo [1], nos da algunas pistas para intentar disolver tal duda si la hubiera:
¿Cuándo fue la última vez que una economía capitalista –la que fuera, no hay limitaciones temporales ni geográficas- se mantuvo en expansión y en armonía social? ¿Por qué en el imaginario social sigue perdurando la creencia, con algunas grietas eso sí, de que en una época perdida que habría que recuperar con urgencia, como el paraíso de Milton, el capitalismo, el capitalismo realmente existente del que nos habla Elmar Altvater [2], pudo hacer entrega de buenos resultados, por demediado que sea nuestro uso del término “bueno”?
Nadal señala que la historia documentada del capitalismo revela “un proceso de continua expansión y eso ha sido interpretado como señal de éxito”. Pero en esa historia hay “una nutrida sucesión de episodios de contracción y descalabro”. Es, apunta con razón, como “si la crisis incesante fuera el estado natural”, lo que va de suyo, del capitalismo.
La lista crítica es densa. En ella, sostiene AN, se entrelazan la especulación, la caída en la demanda agregada, la sobreproducción y las expectativas (irracional y puerilmente) optimistas de los inversionistas “una y otra vez desmentidas por el mercado”. Además, los límites a la acumulación de capital, es historia relativamente reciente, “condujeron a confrontaciones inter-imperialistas y a políticas de colonización que buscaban superar esas limitaciones”. La secuela de desempleo y empobrecimiento, destrucción y guerras, señala AN, ha dejado “cicatrices sombrías”. Genocidios no excluidos.
Haciendo abstracción de las crisis de siglos anteriores -la South Sea Company inglesa (1720), la depresión post-napoleónica, la crisis de 1837 en Estados Unidos, la de 1847, las de 1857 y 1873-96, la ‘Larga Depresión’-, AN se centra en el siglo XX. El panorama abruma, la desolación de toda quimera está a la orden del día: en 1907 “explota una feroz crisis en Nueva York que amenaza todo el sistema bancario y desemboca en la creación de la Reserva Federal”. En 1920-21 se presenta una crisis deflacionaria que precedió a la Gran Depresión. Después de la Segunda Guerra, señala Nadal, viene la llamada "época dorada" de expansión capitalista: la fase, 1947-1970, apenas un cuarto de siglo, “estuvo sostenida por circunstancias excepcionales e insostenibles: la demanda de la reconstrucción post bellum y del consumo postergado desde la crisis de 1929”.
Además, habría que añadir, las guerras coloniales, la guerra fría y el dominio político-energético del Próximo Oriente, por no hablar de los golpes criminales en América Latina y en otros países del mundo, contribuyeron lo suyo. La política del poder despótico siempre ha sido economía concentrada. Lo dijo Lenin, el revolucionario que no sabía demasiado. Sea uno o no leninista, aquí acertó. De pleno.
A fines de los sesenta, prosigue el gran economista mexicano amigo de Sin Permiso, “comienza el agotamiento de oportunidades rentables para la inversión”. En 1973, finaliza la época de “crecimiento de los salarios y arranca la crisis de estancamiento con inflación, misma que desemboca en el alza brutal de las tasas de interés y desencadena la crisis de los años 80 a escala mundial”. En América Latina se acostumbra a hablar de "la década perdida" pero se olvida, nos recuerda AN, que “en los países centrales la crisis se había gestado precisamente en la "era dorada". La crisis de los 80 le pega a todo el mundo”.
El listado de crisis tiene, pues, nuevas y destacadas entradas: a finales de los 70 estalla la crisis de las cajas de ahorro y crédito en Estados Unidos. Durante los 90, la economía usamericana “experimenta un episodio de bonanza artificial y hasta las finanzas públicas alcanzan a tener un superávit”. Pero mientras en EEUU se gesta una de las últimas burbujas previas a la Gran Burbuja, la de las empresas de ‘alta tecnología’, “en el resto del mundo se presenta una nutrida serie de crisis: México, Tailandia y el sudeste asiático, Rusia, Turquía, Brasil”.
No hay pausa para respirar, señala AN, el capitalismo vive a través de mutaciones patógenas continuas. Como si fuera un cáncer social, esa es su esencia, su “estado natural”. La metáfora médica sigue siendo útil: “como si se tratara de un enfermo que en momentos de aparente buena salud estuviera preparando los momentos de graves convulsiones… Precisamente en esas etapas de estabilidad se gestan las mutaciones que conducen a más crisis”.
El análisis de corte marxista, es opinión documentada del gran economista mexicano, “ofrece las perspectivas más ricas para el análisis teórico de la crisis como esencia del capital”. Pero, añade complementariamente, “hasta en una disposición reformista, à la Keynes, es fácil observar que la crisis es el apellido [verdadero] del capitalismo”. No existe, apunta, “un mecanismo de ajuste que permita solucionar el problema de la inestabilidad de las funciones de inversión y de preferencia de liquidez en una economía monetaria de tal manera que se alcance una situación de pleno empleo”. El punto, remarca Nadal porque es muy importante, es este: no es que no funcione el mecanismo, es que no existe.
Quizás el anhelo profundo del ser humano es ese mundo, comenta Nadal, sea la paz, el bienestar y la justicia. Probablemente. Pero –añade con excelente argumento- “esa aspiración no significa que ese mundo anhelado sea posible bajo la feroz regla del capital”.
Así, pues, los jóvenes y no tan jóvenes barceloneses que ocuparon el Banesto y colgaron aquella enorme e inolvidable pancarta, no andaban equivocados del todo. ¿No les parece?
¿Qué hacer entonces? Alejandro Nadal, como si fuera un Lenin revivido, señala el punto esencial, el rovell de l’ou de todos los combates: “la visión ingenua sobre el capitalismo debe ir a reposar en el museo de los mitos curiosos”. Se desprende de ello una importante tarea política e histórica para la izquierda, una izquierda que no renuncie a sus finalidades centrales ni a su nombre, la única fuerza política, comenta AN, “capaz de cuestionar las bases del capitalismo”, de este sistema económico-civilizatorio canceroso que, además, por si faltar algo, genera crecientemente cánceres con sus apuestas fáusticas y su obsolescencia programa del principio de precaución, y nos lleva con celeridad al ecosuicidio, al mismo tiempo que tiene en puertas un desastre energético de dimensiones dantescas tras la hecatombe nuclear de Fukushima y un ya indiscutible el pick oil por muchas tecno-puerilidades que desee alimentar.
Rebelion. ¡No es la crisis, es el capitalismo!
Saludos cordiales.
El mensaje de semejante discurso es claro: nadie es culpable, ya que todos lo somos. De modo que quienes llevaron a la ruina bancos y cajas de ahorro y quienes firmaron una hipoteca que luego no pudieron pagar porque perdieron sus empleos tienen una responsabilidad compartida, y no es el momento de pedir cuentas a nadie.
Una investigación encargada por el instituto británico Tax Justice Network ha llegado a la conclusión de que el monto total de la defraudación fiscal de las grandes fortunas y entidades financieras ascendió en cinco años (de 2005 a 2010) a casi 17 billones de euros gracias a su refugio en paraísos fiscales como Suiza y las Islas Caimán. Y conviene recordar que el origen de esos capitales proviene en última instancia del trabajo de millones ciudadanos de a pie, producto que luego se multiplica artificialmente por las decisiones de anónimos gestores a quienes no se les puede pedir cuenta de sus decisiones, ante todos porque la globalización del mercado financiero dispersa su responsabilidad en una compleja red de oficinas distribuidas por el mundo ajenas a cualquier control democrático. Pero las entidades financieras nacionales, cuyos responsables sí son conocidos y están teóricamente sujetos a la regulación del Estado, han aprovechado ese anonimato para sus propios juegos especulativos: las famosas hipotecas “sub prime” no hubieran sido posibles sin aprovecharse de un mercado internacional dispuesto a comprar y vender humo, mientras obtenían ingentes beneficios a costa de los aportes de muchos ciudadanos cuyo único delito había sido firmar contratos con ellos. Mientras tanto, los políticos a quienes correspondía la regulación de esa actividad económica se dedicaron a aprovechar esos tiempos de bonanza que permitían un importante aumento de la recaudación impositiva.
Suponer que la responsabilidad de esos gestores es comparable a la de quienes cometieron la imprudencia de confiar en sus promesas es confundir a los delincuentes con sus víctimas. Y la paradoja de la situación actual consiste en que mientras muchas de esas víctimas han sido penalizadas judicialmente por la pérdida de sus viviendas y deudas de por vida, los causantes de esa situación no solo han eludido cualquier responsabilidad penal sino que han pasado a imponer sus propias condiciones a los poderes democráticos, dictando así su política económica. O, en el mejor de los casos, se han retirado a gozar del resultado de sus manejos con sustanciosos retiros. Con excepción de algún caso aislado y de alguna imputación de inciertos resultados, los delitos especulativos no han tenido hasta el momento consecuencias penales en ningún país.
Por otra parte, la imputación generalizada a la ciudadanía de “haber vivido por encima de sus posibilidades” tampoco se sostiene. ¿Se supone, por ejemplo, que un ciudadano que tenía un empleo estable y firmó una hipoteca por un importe que podía pagar cómodamente con su salario de entonces debía haber previsto una crisis que los poderes públicos afirman que nadie podía adivinar en esos momentos? ¿Se afirma que una familia de pagapensiones que apenas conoce el idioma debía haber sospechado que el documento que le presentaba a la firma un simpático empleado del Banco contenía trampas ocultas en su letra pequeña? Y en cualquier caso: ¿se piensa que la responsabilidad de tales imprevisiones es siquiera comparable a la de quienes organizaron esos manejos? No me refiero, por supuesto, a aquellos aprendices de brujo que intentaron imitar el juego especulativo de sus maestros y sufren ahora sus consecuencias. Pero la inmensa mayoría de los ciudadanos, que se limitaron a vivir en un relativo estado de bienestar y a administrar razonablemente sus modestos recursos no pueden equipararse, ni siquiera compararse, con aquellos que provocaron la crisis o que la permitieron.
Pero, aun si admitiéramos que el origen de esta crisis tiene una responsabilidad compartida, sus consecuencias está claro que no lo son. Los especuladores financieros y las grandes fortunas no han sufrido consecuencias que afecten a su vida cotidiana, más allá de alguna disminución de sus ganancias (que en algunos casos ha sido un aumento). De hecho, el mercado del lujo ha continuado creciendo y la lista de grandes fortunas ha aumentado. La clase política se ha limitado a simbólicos recortes en sus sueldos, sin cuestionar sus coches oficiales, sus dietas e indemnizaciones desmesuradas, sus cargos designados a dedo, sus gastos de representación, sus instituciones prescindibles como las diputaciones provinciales y embajadas autonómicas y un largo etcétera. Mientras tanto, la reducción del déficit se ha confiado al esfuerzo de quienes carecen de esos privilegios: los funcionarios deben prescindir de su paga extraordinaria, todos los ciudadanos, aun aquellos parados que carecen de cualquier ingreso, deben pagar la misma proporción del IVA, los recortes en sanidad, enseñanza y servicios sociales afectan solo a quienes no gozan de servicios privados, se facilita el despido mientras aumenta el paro, etc.
Al menos se puede exigir que no se repitan frases como “debemos salir de la crisis con el esfuerzo de todos” o “todos debemos hacer sacrificios”.
Rebelion. ¿Somos todos culpables?
Se nos imponen recortes y rescates por haber convertido deuda privada (de bancos y sus inversores-especuladores- en deuda pública a través de su legalización por la casta política corrupta y ruin.
Estamos protestando. Ahora muchos más que antes. Y la guerra de la única clase se intensifica. Los ricos y poderosos lanzan sus huestes a una nueva ofensiva en la que la particularidad es que quien agrede, es la única y hegemónica clase social que pervive en este mundo global en el que hasta la Diferencia se “tunea” en Diversidad cálida e integradora.
Se agrede a una sociedad de consumidores-pagadores completamente fagocitada por La Clase, que lo Integra Todo y Unifica en su Sistema a través del Dogma que conforma su única doctrina ecónomo-político-ideológico-social: El Capital.
Claro está; siempre se dan resistencias, por lo que a quien se resiste a ser fagocitado en interés de los poderes e intereses de los dominantes, se les reserva justamente a lo contario a ser deglutidos: ser vomitado –por lo menos es lo que intentan- hacia la Tierra de Nadie (realmente también es suya), la marginalidad en donde ya habitan los millones de inservibles, los sobrantes del mercado.
Se nos quiere imponer su ideología como única y universal verdad, inevitable y ,además, la más justa. Y esto es así para la mayoría de los que viven. La tozudez de la realidad nos dice que esta sería la verdad absoluta si no existiéramos unos cuantos millones de criminalizados antisistema.
Es esta ideología única, en aplicación de la guerra que siempre tienen declarada las clases dominantes al resto de la población, la que está en plena campaña de agresión.
Por nuestra parte, no nos engañemos. No tenemos representantes en las instituciones demócrata-capitalistas. No podemos seguir engañándonos embelleciendo el recuerdo, tenemos que reconocer que hace tiempo fueron integrados en el sistema. Partidos políticos de origen socialista, sindicatos formados en las luchas sociales de los siglos XIX y XX, algún “alternativo” etc.: integrados, fagocitados, deglutidos.
Cierto es que hay que aceptar que, los experimentos estatales de supuesta alternativa al capitalismo fueron decantándose por el capitalismo liberal después de autoproclamarse como Estados Socialistas (realmente, y a pesar de discursos y proclamas, lo que los definió es que en lo social eliminaron la capacidad de aportación y respuesta social de la población, y en lo económico no se paso de un capitalismo estatal), con lo que la situación del momento en estos estados fue el paso de un feudalismo atrasado a un desarrollo que no puede dejar de ser más que capitalista.
No tenemos clavos a los que agarrarnos, y ahora, en Europa –realmente son procesos de occidentalización universal-, estamos en otra fase capitalista de concentración de poder –recordemos que la economía forma parte muy importante de este- dirigiéndose hacia parámetros consecuentes con dicha ideología.
Dentro de este sistema de capitalismo ultraliberal que padecemos ¿Quién ha dicho que la política de concentración se tiene que limitar a parámetros ecónomo-nacionales, cuando su dogma dice que a mayor concentración mayor beneficio. Más cuanto que los políticos son solo parte del propio sistema y, cada vez más, se limitan a cumplir las órdenes que les llegan desde instancias mucho más poderosas.
Ya que la población europea está siendo atacada también económicamente por las necesidades de beneficio supranacional ¿porque el europeo de a pie solo va a permitir la concentración de riquezas, recursos, capital, bancos....y no exige la concentración de los políticos?.
Se ve, pero no se quiere mirar. La economía siempre ha impuesto lo político, y hoy, los políticos de carrera sobran.
Nos endulzaron la pócima hablando de democracia, pero a las primeras de cambio se demuestra que la financiación, lo económico, el capital; impone lo político. Y los políticos obedecen. ¡No siempre es así! gritaran muchos democratoides recordando ejemplos como el del ministro griego. La verdad es que si alguno de estos políticos retiene todavía un resto de vergüenza, de pundonor, el sistema no tiene complejos demócratas: se le sustituye _ni siquiera se cumple con la farsa electoral-, o se le asesina si se pone incomodo (recordemos a Olof Palme).
Pero retomemos el discurso: estando en España, estado europeo, en una situación como la actual de capitalismo liberal dirigido por “los Mercados”desde una U. E. que impone la reorganización de los dominios ecónomo –estratégicos, una Europa en la que unos estados son dominantes y otros -España, Portugal, Grecia, Italia, Irlanda- son Pig susceptibles de sometimiento mediante ataques especulador-político, y donde sus políticos son meros tras*misores de ordenes provenientes de Bruselas –o Alemania, o Francia-. La población sufriente debe dejarse de paños calientes y nacionalismos estúpidos, y reconozcamos que se nos impone desde fuera de las fronteras estatales la forma de vivir y nuestra calidad de vida, y que mientras no consigamos acabar con el actual sistema, nos debe dar igual donde está hecha la bota que nos pisa el cuello.
Recibamos en la protesta a los nuevos cesares llegados desde una UE imperial que impone la reorganización del “limes”, pero reconozcamos en la verdad nuestra situación de vivir en una provincia, como tal, intervenida.
Eso sí: exijamos a estos nuevos cesares que sean consecuentes con su política de concentración, y que despidan y libren de la carga de los políticos nacionales: inservibles, mediocres y corruptos. Podemos aportar el argumento de que mantener a esta casta de trepas e inútiles, va contra la ideología de recortes y sobriedad en el gasto.
Se nos imponen recortes y rescates por haber convertido deuda privada (de bancos y sus inversores-especuladores- en deuda pública a través de su legalización por la casta política corrupta. Robo contra la población que solo nos deja el camino de enfrentar a esa ralea a través de la insumisión, sedición, rebelión.
Rebelion. El imperio al rescate
Cuando se ocupó en 2008 o 2009, no puedo precisarlo, el edificio emblemático del Banco Español de Crédito en la plaza de Catalunya de Barcelona (España), una enorme pancarta colgó durante días en aquel edificio tradicional de la gran burguesía financiera española, a punto de reconvertirse ahora en una megatienda de Apple para abonar ad nauseam el despilfarro y el consumismo tecnológicos.
“No és la crisi, és el capitalisme”, rezaba la pancarta. ¿Exageraron aquellos jóvenes ocupas de izquierda? ¿Se les fue la olla por su izquierdismo genético o memético?
Alejandro Nadal, este economista imprescindible como pocos, en un reciente artículo [1], nos da algunas pistas para intentar disolver tal duda si la hubiera:
¿Cuándo fue la última vez que una economía capitalista –la que fuera, no hay limitaciones temporales ni geográficas- se mantuvo en expansión y en armonía social? ¿Por qué en el imaginario social sigue perdurando la creencia, con algunas grietas eso sí, de que en una época perdida que habría que recuperar con urgencia, como el paraíso de Milton, el capitalismo, el capitalismo realmente existente del que nos habla Elmar Altvater [2], pudo hacer entrega de buenos resultados, por demediado que sea nuestro uso del término “bueno”?
Nadal señala que la historia documentada del capitalismo revela “un proceso de continua expansión y eso ha sido interpretado como señal de éxito”. Pero en esa historia hay “una nutrida sucesión de episodios de contracción y descalabro”. Es, apunta con razón, como “si la crisis incesante fuera el estado natural”, lo que va de suyo, del capitalismo.
La lista crítica es densa. En ella, sostiene AN, se entrelazan la especulación, la caída en la demanda agregada, la sobreproducción y las expectativas (irracional y puerilmente) optimistas de los inversionistas “una y otra vez desmentidas por el mercado”. Además, los límites a la acumulación de capital, es historia relativamente reciente, “condujeron a confrontaciones inter-imperialistas y a políticas de colonización que buscaban superar esas limitaciones”. La secuela de desempleo y empobrecimiento, destrucción y guerras, señala AN, ha dejado “cicatrices sombrías”. Genocidios no excluidos.
Haciendo abstracción de las crisis de siglos anteriores -la South Sea Company inglesa (1720), la depresión post-napoleónica, la crisis de 1837 en Estados Unidos, la de 1847, las de 1857 y 1873-96, la ‘Larga Depresión’-, AN se centra en el siglo XX. El panorama abruma, la desolación de toda quimera está a la orden del día: en 1907 “explota una feroz crisis en Nueva York que amenaza todo el sistema bancario y desemboca en la creación de la Reserva Federal”. En 1920-21 se presenta una crisis deflacionaria que precedió a la Gran Depresión. Después de la Segunda Guerra, señala Nadal, viene la llamada "época dorada" de expansión capitalista: la fase, 1947-1970, apenas un cuarto de siglo, “estuvo sostenida por circunstancias excepcionales e insostenibles: la demanda de la reconstrucción post bellum y del consumo postergado desde la crisis de 1929”.
Además, habría que añadir, las guerras coloniales, la guerra fría y el dominio político-energético del Próximo Oriente, por no hablar de los golpes criminales en América Latina y en otros países del mundo, contribuyeron lo suyo. La política del poder despótico siempre ha sido economía concentrada. Lo dijo Lenin, el revolucionario que no sabía demasiado. Sea uno o no leninista, aquí acertó. De pleno.
A fines de los sesenta, prosigue el gran economista mexicano amigo de Sin Permiso, “comienza el agotamiento de oportunidades rentables para la inversión”. En 1973, finaliza la época de “crecimiento de los salarios y arranca la crisis de estancamiento con inflación, misma que desemboca en el alza brutal de las tasas de interés y desencadena la crisis de los años 80 a escala mundial”. En América Latina se acostumbra a hablar de "la década perdida" pero se olvida, nos recuerda AN, que “en los países centrales la crisis se había gestado precisamente en la "era dorada". La crisis de los 80 le pega a todo el mundo”.
El listado de crisis tiene, pues, nuevas y destacadas entradas: a finales de los 70 estalla la crisis de las cajas de ahorro y crédito en Estados Unidos. Durante los 90, la economía usamericana “experimenta un episodio de bonanza artificial y hasta las finanzas públicas alcanzan a tener un superávit”. Pero mientras en EEUU se gesta una de las últimas burbujas previas a la Gran Burbuja, la de las empresas de ‘alta tecnología’, “en el resto del mundo se presenta una nutrida serie de crisis: México, Tailandia y el sudeste asiático, Rusia, Turquía, Brasil”.
No hay pausa para respirar, señala AN, el capitalismo vive a través de mutaciones patógenas continuas. Como si fuera un cáncer social, esa es su esencia, su “estado natural”. La metáfora médica sigue siendo útil: “como si se tratara de un enfermo que en momentos de aparente buena salud estuviera preparando los momentos de graves convulsiones… Precisamente en esas etapas de estabilidad se gestan las mutaciones que conducen a más crisis”.
El análisis de corte marxista, es opinión documentada del gran economista mexicano, “ofrece las perspectivas más ricas para el análisis teórico de la crisis como esencia del capital”. Pero, añade complementariamente, “hasta en una disposición reformista, à la Keynes, es fácil observar que la crisis es el apellido [verdadero] del capitalismo”. No existe, apunta, “un mecanismo de ajuste que permita solucionar el problema de la inestabilidad de las funciones de inversión y de preferencia de liquidez en una economía monetaria de tal manera que se alcance una situación de pleno empleo”. El punto, remarca Nadal porque es muy importante, es este: no es que no funcione el mecanismo, es que no existe.
Quizás el anhelo profundo del ser humano es ese mundo, comenta Nadal, sea la paz, el bienestar y la justicia. Probablemente. Pero –añade con excelente argumento- “esa aspiración no significa que ese mundo anhelado sea posible bajo la feroz regla del capital”.
Así, pues, los jóvenes y no tan jóvenes barceloneses que ocuparon el Banesto y colgaron aquella enorme e inolvidable pancarta, no andaban equivocados del todo. ¿No les parece?
¿Qué hacer entonces? Alejandro Nadal, como si fuera un Lenin revivido, señala el punto esencial, el rovell de l’ou de todos los combates: “la visión ingenua sobre el capitalismo debe ir a reposar en el museo de los mitos curiosos”. Se desprende de ello una importante tarea política e histórica para la izquierda, una izquierda que no renuncie a sus finalidades centrales ni a su nombre, la única fuerza política, comenta AN, “capaz de cuestionar las bases del capitalismo”, de este sistema económico-civilizatorio canceroso que, además, por si faltar algo, genera crecientemente cánceres con sus apuestas fáusticas y su obsolescencia programa del principio de precaución, y nos lleva con celeridad al ecosuicidio, al mismo tiempo que tiene en puertas un desastre energético de dimensiones dantescas tras la hecatombe nuclear de Fukushima y un ya indiscutible el pick oil por muchas tecno-puerilidades que desee alimentar.
Rebelion. ¡No es la crisis, es el capitalismo!
Saludos cordiales.
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