MAESE PELMA
me gusta depilarme los huevones y tocármelos
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Sin aborto no hay democracia
La revocación de la sentencia Roe vs. Wade decretada por el Tribunal Supremo de Estados Unidos no prohíbe el aborto, sino que otorga a cada estado la potestad regularlo dentro de su territorio. Será, pues, la ‘voluntad popular’ la que disponga en cada estado si los niños pueden o no ser asesinados en el vientre de sus madres. La revocación ha sido acogida con alborozo en ambientes conservadores (con el inefable catolicismo ‘pompier’ a la cabeza), que olvidan que una justicia que no se funda en juicios objetivos sobre la naturaleza del aborto ni en la defensa del bien común, sino que confía a mayorías coyunturales la determinación del bien y del mal, no puede dar frutos buenos. Por el contrario, al proclamar que la vida humana es disponible a través del sufragio, ataca más fuertemente el fundamento sobre el que se sostiene su defensa. Aceptar que la decisión de una mayoría puede legitimar el crimen es tanto como aceptar que el crimen no puede ser definido objetivamente. Cuando se hace creer que el aborto, o cualquier otro crimen, puede prohibirse o autorizarse mediante meras disposiciones de la ‘voluntad popular’, se convierte al mismo pueblo en una organización criminal.
Y, sin embargo –se me podrá oponer–, esta revocación de la sentencia Roe vs. Wade ha provocado gran rabia y encono entre los partidarios del aborto. El sistema requiere crear ‘antagonismos’ rechinantes para afianzarse de forma más segura. Esta revocación de la sentencia Roe vs. Wade provocará que, en apenas unos pocos años (en cuanto el Tribunal Supremo tenga mayoría progresista, si es que tal eventualidad no se precipita, mediante una ley que aumente el número de sus miembros), se blinde aún más el ‘derecho al aborto’. La democracia liberal, a la postre, se nutre de un principio emancipador, según el cual somos más plenamente humanos cuanto más nos liberamos de todo vínculo que ‘coarte’ nuestra capacidad decisoria e impida nuestra ‘realización personal’. Tras ‘liberarnos’ de esos vínculos (familia, propiedad, comunidad, fe religiosa), la democracia tiene que brindarnos algo a cambio, para infundirnos una patética ilusión de ‘empoderamiento’. Y, a falta de una propiedad que arraiga, la democracia liberal nos brinda la propiedad que desarraiga, la propiedad solipsista sobre el cuerpo, convertido en un campo de exterminio de la vida gestante, en un supermercado penevulvar y en un objeto eutanásicamente desechable.
La revocación de la sentencia Roe vs. Wade sólo servirá para acelerar este proceso de blindaje del ‘derecho al aborto’. En el ínterin, compañías como Netflix, Disney, Tesla, Apple, Starbucks o Amazon ya han anunciado que sufragarán a sus empleados los gastos del aborto, cuando vivan en estados que lo prohíban. Sufragar un aborto sale mucho más barato para estas compañías que afrontar una baja de maternidad; y, sobre todo, beneficia mucho más al sistema, que necesita que nos liberemos de todos los vínculos que nos arraigan. Sin aborto no hay democracia. ‘That’s all, folks’.
La revocación de la sentencia Roe vs. Wade decretada por el Tribunal Supremo de Estados Unidos no prohíbe el aborto, sino que otorga a cada estado la potestad regularlo dentro de su territorio. Será, pues, la ‘voluntad popular’ la que disponga en cada estado si los niños pueden o no ser asesinados en el vientre de sus madres. La revocación ha sido acogida con alborozo en ambientes conservadores (con el inefable catolicismo ‘pompier’ a la cabeza), que olvidan que una justicia que no se funda en juicios objetivos sobre la naturaleza del aborto ni en la defensa del bien común, sino que confía a mayorías coyunturales la determinación del bien y del mal, no puede dar frutos buenos. Por el contrario, al proclamar que la vida humana es disponible a través del sufragio, ataca más fuertemente el fundamento sobre el que se sostiene su defensa. Aceptar que la decisión de una mayoría puede legitimar el crimen es tanto como aceptar que el crimen no puede ser definido objetivamente. Cuando se hace creer que el aborto, o cualquier otro crimen, puede prohibirse o autorizarse mediante meras disposiciones de la ‘voluntad popular’, se convierte al mismo pueblo en una organización criminal.
Y, sin embargo –se me podrá oponer–, esta revocación de la sentencia Roe vs. Wade ha provocado gran rabia y encono entre los partidarios del aborto. El sistema requiere crear ‘antagonismos’ rechinantes para afianzarse de forma más segura. Esta revocación de la sentencia Roe vs. Wade provocará que, en apenas unos pocos años (en cuanto el Tribunal Supremo tenga mayoría progresista, si es que tal eventualidad no se precipita, mediante una ley que aumente el número de sus miembros), se blinde aún más el ‘derecho al aborto’. La democracia liberal, a la postre, se nutre de un principio emancipador, según el cual somos más plenamente humanos cuanto más nos liberamos de todo vínculo que ‘coarte’ nuestra capacidad decisoria e impida nuestra ‘realización personal’. Tras ‘liberarnos’ de esos vínculos (familia, propiedad, comunidad, fe religiosa), la democracia tiene que brindarnos algo a cambio, para infundirnos una patética ilusión de ‘empoderamiento’. Y, a falta de una propiedad que arraiga, la democracia liberal nos brinda la propiedad que desarraiga, la propiedad solipsista sobre el cuerpo, convertido en un campo de exterminio de la vida gestante, en un supermercado penevulvar y en un objeto eutanásicamente desechable.
La revocación de la sentencia Roe vs. Wade sólo servirá para acelerar este proceso de blindaje del ‘derecho al aborto’. En el ínterin, compañías como Netflix, Disney, Tesla, Apple, Starbucks o Amazon ya han anunciado que sufragarán a sus empleados los gastos del aborto, cuando vivan en estados que lo prohíban. Sufragar un aborto sale mucho más barato para estas compañías que afrontar una baja de maternidad; y, sobre todo, beneficia mucho más al sistema, que necesita que nos liberemos de todos los vínculos que nos arraigan. Sin aborto no hay democracia. ‘That’s all, folks’.