Barruno
Madmaxista
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ojiplático me hallo al descubrir la cosa que publica el inmundo con esta noticia de un francés gays que se sube al piso de un argelino, hacen el "amor" y el argelino luego lo "viola" con un revolver.
El argelino en chirona por violacion e intento de asesinato.
Y el francés dice que hay que comprenderle por que viene de una zona hostil patatín patatán, que el francés tambien robaba pilas en el carrefour del pueblo y que ve que al fin y al cabo to er mundo eh iguá, el criminal y la "victima" tienen nexos en común sobre sus orígenes, y justifica que le violease y que quisiera matarlo.
Señores, ahí, ahí, el buenismo....
encima tanto el redactor de la noticia como la "victima" dicen que la historia ha sido un éxito de lo que se ha vendido un libro que ha hecho el colega.. así que nada... asiéntese la idea de que vengan más argelinos, que nos violen y que nos maten, y que aquí no ha pasado nada por que cuando nosotros eramos niños robábamos pilas en el carrefour.
me gusta la fruta
los libros fijo que se los compró todos alguna fundación de Soros, y éste lo distribuiría "a perdidas" entre todas las librerías de Francia. De hecho, seguro que la noticia venía en el portofolio que Soros y sus fundations da a los perródicos de los massmierda todos los días... inmundo incluido.
Hay que filtrar la idea del victimismo buenista y poner el ojo ciego... la maquina funciona a pleno rendimiento.
MÁS MADERA!!!!
Edouard Louis: "Comprendo al chico que me violó e intentó matarme" | Literatura
Edouard Louis nació como Eddy Bellegueule (traducible como Eddy Jetaguapa) en un barrio obrero de Amiens, la misma ciudad del norte en que nació Emmanuel Macron. Tuvieron destinos distintos. La familia de Eddy era obrera, violenta y bastante conocida en la guandoca. Él era gays y afeminado. En 2014, con 21 años y un nuevo nombre, contó su atroz infancia en la novela Adiós a Eddy Bellegueule. Fue una revelación literaria. Si su primera obra era dura, la segunda lo es aún más. Historia de la violencia, que Salamandra publica esta semana en España, relata la violación y el intento de asesinato que sufrió en Nochebuena de 2012.
Un joven le aborda en la calle, suben a su apartamento y hacen el amor. Luego el joven saca un revólver, le viola e intenta estrangularle. Pero en su novela nadie parece del todo culpable ni del todo inocente.
Es cierto. Soy determinista. Creo que la sociedad nos hace víctimas de la violencia que sufrimos y también de la violencia que ejercemos sobre los otros. Mi padre lloraba a menudo cuando se emborrachaba y lamentaba ser tan mal padre, tan violento, decía sentir una violencia que lo atravesaba y que no conseguía explicarse. De forma más general creo que ciertas clases sociales, víctimas de una violencia permanente, acaban viviendo en la violencia. Me critican a menudo por decir que las clases populares son violentas. Bueno. Podemos seguir con esa ensoñación de que la clase obrera es formidable, al estilo de Pasolini, Genet o de los partidos comunistas de hace 40 años, o atenernos por el contrario al discurso conservador según el cual los pobres son por definición peligrosos. No, se puede defender el derecho a la emancipación de los pobres sin necesidad de afirmar que entre ellos todo es bonito.
Pero ese determinismo social no le afectó a usted: a los 25 años es culto, refinado y sus libros tienen éxito.
La persona en la que me he convertido permanece marcada por la persona que fui. En términos de determinismo puede decirse que Eddy Bellegueule sufrió aún más que los otros niños del barrio. Mi familia sufría un determinismo de clase, el que te condena a ser inculto, pobre y a quedarte en el pueblo como mis hermanos. Yo, además, sufrí el determinismo sensual por ser afeminado. Tenía dos identidades incompatibles. Mi primera novela cuenta mi imposibilidad de existir en ese ambiente. Por eso tuve que huir. No había otra opción. La emancipación no pasa por hacer desaparecer lo que nos determina, la clase social, el género, la sexualidad, sino por crear otras fuerzas que nos liberen.
Su agresor, Reda, actualmente encarcelado, debió de tener una infancia parecida a la suya aunque su origen fuera argelino. ¿Se identifica usted con él?
No, no olvido que hay un agresor y un agredido. No siento afecto por la persona que me agredió. Pero después de encontrar a ese chico, con el que hubo instantes de amor y luego un intento de asesinato, pensé que su infancia y la mía tenían muchos puntos en común. Mi abuelo era violento, mi padre es violento, mi hermano es violento, mi primo murió en la guandoca, esas cosas no me son ajenas. Escribiendo la novela me pareció que Reda era la imagen de lo que yo habría podido ser. Por tanto, comprendo al chico que me violó e intentó matarme. ¿Cómo contar que el agresor era de origen argelino sin caer en el racismo? Eso me preocupaba. Mi hermana, a la que hago narrar parte de la historia, dice en un momento dado que yo también fui violento y ladronzuelo habitual en un pueblo pobre del norte en el que todo el mundo es blanco y en el que el 60% de los votos van al Frente Nacional.
¿Comprende usted por qué Reda le hace el amor, luego le pega y le amenaza con un revólver, le viola, le pide perdón...?
Hay explicaciones. Nos acostamos, hacemos el amor con pasión, pero al mismo tiempo él, por cultura, desprecia a los gayses. Me llama «sucio afeminado» mientras me abraza. Es un tipo de esquizofrenia: la mezcla de deseo hacia los hombres y de repruebo hacia ese mismo deseo.
¿Intentó conseguir más información sobre su agresor?
No quise. Esa persona me atemoriza. Sé que algunas personas sienten la necesidad de reencontrarse con su agresor, pero no es mi caso. Detesto a ese tipo. Lo cual no me impide hacer un esfuerzo por comprenderle, porque comprender no equivale a amar o sentir empatía. ¿Por qué mi hermano me llamaba afeminado? ¿Por qué mi padre afirmaba que había que enviar a los árabes a campos de concentración? Intento ser objetivo con ellos y también con Reda.
A su progenitora no le gustó lo que decía sobre la familia en Adiós a Eddy Bellegueule. De hecho, fue en secreto a la presentación del libro y le echó una tremenda bronca pública.
La segunda novela ha supuesto un cierto reencuentro. Pero ya la primera, pese a lo que contaba cierta prensa francesa sobre una familia desgarrada, y pese a que mi progenitora ciertamente se encolerizó, hizo que volviera a hablar con mis padres y hermanos tras años de distanciamiento. No comprendían a la persona en la que me había convertido. No hablábamos el mismo lenguaje. Incluso mi respiración resultaba agresiva para mi progenitora. Y yo me sulfuraba cada vez que ella elogiaba a Marine Le Pen. Cuando se publicó Adiós a Eddy Bellegueule, sin embargo, mi padre me llamó Édouard por primera vez y sé que se sintió orgulloso de mí. Se restableció el diálogo. Con dificultades, evidentemente. Después de la violación volví a casa de mi progenitora, me instalé un tiempo en casa de mi hermana, escuché de nuevo su lenguaje, tan peculiar. Por eso Historia de la violencia está en parte contada a través de la voz de mi hermana y contiene monólogos, porque el diálogo resulta imposible. Mi hermana me quiere, pero no consigue decirlo.
¿Ha sido doloroso escribir esta novela? ¿Fue terapéutico?
Fue más político que catártico. Tengo la suerte de ser capaz de desembarazarme bastante fácilmente del pasado. Cuestión de práctica, o de biología, o de psicología. Al relatar la violación me interesaba, sobre todo, ayudar en lo posible a quienes hubieran pasado por la misma experiencia y contar los mecanismos que conducen a ella. He recibido muchas cartas tras la publicación, sobre todo de mujeres, porque son ellas quienes más sufren este tipo de violencia. Leer esas cartas sí me hizo sufrir. Si un país me ha hecho creer en la fuerza de la literatura, ese país es España. Después de publicarse Adiós a Eddy Bellegueule se creó en Madrid una Fundación Eddy. La fundación compró varios apartamentos para alojar gratuitamente a jóvenes gayses, lesbianas, tras*exuales, que sufrían el rechazo de su entorno. Visité la fundación y conocí a 15 de esos jóvenes. Fue emocionante.
Casi olvido que tiene usted 25 años. Es casi un niño.
Casi, sí. No es normal. Soy especialista en anormalidades. Esa es la historia de mi vida. Todo ha sido inesperado. La primera edición de Adiós a Eddy Bellegueule fue de sólo 2.000 ejemplares e Historia de la violencia también salió en tirada corta porque era un relato muy duro y no esperaba que tuviera éxito. Yo y mi editor no salimos de la sorpresa. Pero sí, ha habido éxito. Aunque el tipo de éxito que me interesa es el que permite que exista la Fundación Eddy, o que Toni Morrison me invite a comer en su casa, y el que me ha ayudado a reinventarme por completo, en un proceso que comenzó en la época de la violación, cuando llegué a París. Necesitaba tras*formarme. Cambié legalmente mi nombre y mi apellido, me arreglé los dientes, me operé el mentón, aprendí a hablar sin acento del norte, modifiqué mi risa practicando cada día ante un espejo y adelgacé 30 kilos.
El argelino en chirona por violacion e intento de asesinato.
Y el francés dice que hay que comprenderle por que viene de una zona hostil patatín patatán, que el francés tambien robaba pilas en el carrefour del pueblo y que ve que al fin y al cabo to er mundo eh iguá, el criminal y la "victima" tienen nexos en común sobre sus orígenes, y justifica que le violease y que quisiera matarlo.
Señores, ahí, ahí, el buenismo....
encima tanto el redactor de la noticia como la "victima" dicen que la historia ha sido un éxito de lo que se ha vendido un libro que ha hecho el colega.. así que nada... asiéntese la idea de que vengan más argelinos, que nos violen y que nos maten, y que aquí no ha pasado nada por que cuando nosotros eramos niños robábamos pilas en el carrefour.
me gusta la fruta
los libros fijo que se los compró todos alguna fundación de Soros, y éste lo distribuiría "a perdidas" entre todas las librerías de Francia. De hecho, seguro que la noticia venía en el portofolio que Soros y sus fundations da a los perródicos de los massmierda todos los días... inmundo incluido.
Hay que filtrar la idea del victimismo buenista y poner el ojo ciego... la maquina funciona a pleno rendimiento.
MÁS MADERA!!!!
Edouard Louis: "Comprendo al chico que me violó e intentó matarme" | Literatura
Edouard Louis nació como Eddy Bellegueule (traducible como Eddy Jetaguapa) en un barrio obrero de Amiens, la misma ciudad del norte en que nació Emmanuel Macron. Tuvieron destinos distintos. La familia de Eddy era obrera, violenta y bastante conocida en la guandoca. Él era gays y afeminado. En 2014, con 21 años y un nuevo nombre, contó su atroz infancia en la novela Adiós a Eddy Bellegueule. Fue una revelación literaria. Si su primera obra era dura, la segunda lo es aún más. Historia de la violencia, que Salamandra publica esta semana en España, relata la violación y el intento de asesinato que sufrió en Nochebuena de 2012.
Un joven le aborda en la calle, suben a su apartamento y hacen el amor. Luego el joven saca un revólver, le viola e intenta estrangularle. Pero en su novela nadie parece del todo culpable ni del todo inocente.
Es cierto. Soy determinista. Creo que la sociedad nos hace víctimas de la violencia que sufrimos y también de la violencia que ejercemos sobre los otros. Mi padre lloraba a menudo cuando se emborrachaba y lamentaba ser tan mal padre, tan violento, decía sentir una violencia que lo atravesaba y que no conseguía explicarse. De forma más general creo que ciertas clases sociales, víctimas de una violencia permanente, acaban viviendo en la violencia. Me critican a menudo por decir que las clases populares son violentas. Bueno. Podemos seguir con esa ensoñación de que la clase obrera es formidable, al estilo de Pasolini, Genet o de los partidos comunistas de hace 40 años, o atenernos por el contrario al discurso conservador según el cual los pobres son por definición peligrosos. No, se puede defender el derecho a la emancipación de los pobres sin necesidad de afirmar que entre ellos todo es bonito.
Pero ese determinismo social no le afectó a usted: a los 25 años es culto, refinado y sus libros tienen éxito.
La persona en la que me he convertido permanece marcada por la persona que fui. En términos de determinismo puede decirse que Eddy Bellegueule sufrió aún más que los otros niños del barrio. Mi familia sufría un determinismo de clase, el que te condena a ser inculto, pobre y a quedarte en el pueblo como mis hermanos. Yo, además, sufrí el determinismo sensual por ser afeminado. Tenía dos identidades incompatibles. Mi primera novela cuenta mi imposibilidad de existir en ese ambiente. Por eso tuve que huir. No había otra opción. La emancipación no pasa por hacer desaparecer lo que nos determina, la clase social, el género, la sexualidad, sino por crear otras fuerzas que nos liberen.
Su agresor, Reda, actualmente encarcelado, debió de tener una infancia parecida a la suya aunque su origen fuera argelino. ¿Se identifica usted con él?
No, no olvido que hay un agresor y un agredido. No siento afecto por la persona que me agredió. Pero después de encontrar a ese chico, con el que hubo instantes de amor y luego un intento de asesinato, pensé que su infancia y la mía tenían muchos puntos en común. Mi abuelo era violento, mi padre es violento, mi hermano es violento, mi primo murió en la guandoca, esas cosas no me son ajenas. Escribiendo la novela me pareció que Reda era la imagen de lo que yo habría podido ser. Por tanto, comprendo al chico que me violó e intentó matarme. ¿Cómo contar que el agresor era de origen argelino sin caer en el racismo? Eso me preocupaba. Mi hermana, a la que hago narrar parte de la historia, dice en un momento dado que yo también fui violento y ladronzuelo habitual en un pueblo pobre del norte en el que todo el mundo es blanco y en el que el 60% de los votos van al Frente Nacional.
¿Comprende usted por qué Reda le hace el amor, luego le pega y le amenaza con un revólver, le viola, le pide perdón...?
Hay explicaciones. Nos acostamos, hacemos el amor con pasión, pero al mismo tiempo él, por cultura, desprecia a los gayses. Me llama «sucio afeminado» mientras me abraza. Es un tipo de esquizofrenia: la mezcla de deseo hacia los hombres y de repruebo hacia ese mismo deseo.
¿Intentó conseguir más información sobre su agresor?
No quise. Esa persona me atemoriza. Sé que algunas personas sienten la necesidad de reencontrarse con su agresor, pero no es mi caso. Detesto a ese tipo. Lo cual no me impide hacer un esfuerzo por comprenderle, porque comprender no equivale a amar o sentir empatía. ¿Por qué mi hermano me llamaba afeminado? ¿Por qué mi padre afirmaba que había que enviar a los árabes a campos de concentración? Intento ser objetivo con ellos y también con Reda.
A su progenitora no le gustó lo que decía sobre la familia en Adiós a Eddy Bellegueule. De hecho, fue en secreto a la presentación del libro y le echó una tremenda bronca pública.
La segunda novela ha supuesto un cierto reencuentro. Pero ya la primera, pese a lo que contaba cierta prensa francesa sobre una familia desgarrada, y pese a que mi progenitora ciertamente se encolerizó, hizo que volviera a hablar con mis padres y hermanos tras años de distanciamiento. No comprendían a la persona en la que me había convertido. No hablábamos el mismo lenguaje. Incluso mi respiración resultaba agresiva para mi progenitora. Y yo me sulfuraba cada vez que ella elogiaba a Marine Le Pen. Cuando se publicó Adiós a Eddy Bellegueule, sin embargo, mi padre me llamó Édouard por primera vez y sé que se sintió orgulloso de mí. Se restableció el diálogo. Con dificultades, evidentemente. Después de la violación volví a casa de mi progenitora, me instalé un tiempo en casa de mi hermana, escuché de nuevo su lenguaje, tan peculiar. Por eso Historia de la violencia está en parte contada a través de la voz de mi hermana y contiene monólogos, porque el diálogo resulta imposible. Mi hermana me quiere, pero no consigue decirlo.
¿Ha sido doloroso escribir esta novela? ¿Fue terapéutico?
Fue más político que catártico. Tengo la suerte de ser capaz de desembarazarme bastante fácilmente del pasado. Cuestión de práctica, o de biología, o de psicología. Al relatar la violación me interesaba, sobre todo, ayudar en lo posible a quienes hubieran pasado por la misma experiencia y contar los mecanismos que conducen a ella. He recibido muchas cartas tras la publicación, sobre todo de mujeres, porque son ellas quienes más sufren este tipo de violencia. Leer esas cartas sí me hizo sufrir. Si un país me ha hecho creer en la fuerza de la literatura, ese país es España. Después de publicarse Adiós a Eddy Bellegueule se creó en Madrid una Fundación Eddy. La fundación compró varios apartamentos para alojar gratuitamente a jóvenes gayses, lesbianas, tras*exuales, que sufrían el rechazo de su entorno. Visité la fundación y conocí a 15 de esos jóvenes. Fue emocionante.
Casi olvido que tiene usted 25 años. Es casi un niño.
Casi, sí. No es normal. Soy especialista en anormalidades. Esa es la historia de mi vida. Todo ha sido inesperado. La primera edición de Adiós a Eddy Bellegueule fue de sólo 2.000 ejemplares e Historia de la violencia también salió en tirada corta porque era un relato muy duro y no esperaba que tuviera éxito. Yo y mi editor no salimos de la sorpresa. Pero sí, ha habido éxito. Aunque el tipo de éxito que me interesa es el que permite que exista la Fundación Eddy, o que Toni Morrison me invite a comer en su casa, y el que me ha ayudado a reinventarme por completo, en un proceso que comenzó en la época de la violación, cuando llegué a París. Necesitaba tras*formarme. Cambié legalmente mi nombre y mi apellido, me arreglé los dientes, me operé el mentón, aprendí a hablar sin acento del norte, modifiqué mi risa practicando cada día ante un espejo y adelgacé 30 kilos.