El augusto éste, al que pagan por escribir chorradas en elInmundo, no debería irse tan lejos, con leer a Quevedo le hubiese bastado...
Yo también pienso en esos ojos claros que tantas vidas palestinas han sesgado, para eso no hay libreto, verdad?
Noche fría y sin estrellas
Yo también pienso en esos ojos claros que tantas vidas palestinas han sesgado, para eso no hay libreto, verdad?
Noche fría y sin estrellas
Recuerdo durante estos días mi viaje a Berlin del año pasado, con motivo de la presentación en la Berlinale de 'Eskalofrío', una película en la cual yo intervenía.
Recuerdo días intensos de frío, divertidas noches de bares, mesas interminables cubiertas por salchichas con chucrut, y cisternas de cerveza. Allí donde fueres, haz lo que vieres...
Pero recuerdo también un largo paseo, por la avenida de los Tilos, mientras el sol se ocultaba. Recuerdo un reconocimiento casi enfermizo de los edificios clásicos de la capital alemana, de las plazas floridas, de los ministerios, de la no tan impresionante Puerta de Brandemburgo. Y curiosamente un escalofrío, que nada tenía que ver con el cine, me recorrió el cuerpo mientras caminaba por esas cuidadas y vetustas calles berlinesas.
Hombres y mujeres antiguos, de más de ochenta, paseaban con sus bastones. Sus ojos claros, su pelo blanco oculto tras invernales sombreros, bufandas de cachemir, barbilla alta, sus manos limpias y con olor a jabón. ¿Dónde estarían éstos en 1945?
No dejaba de preguntarme, no dejaba de alucinar... La maldad, el horror. Superado el trance, superado ese mal sueño, esa horrible tormenta, tomé, cerca de la sede del festival, un café caliente. La taberna donde reposté después de mi gélido camino, de imaginería clásica y de nombre impronunciable para un españolito de a pie, parecía ser un sitio de moda.
La juventud alemana, con pelos de colores, piercings y tatoos, que trincaba birra como la que más, aparentemente ajena a la historia patria, me llenó de tranquilidad.
En uno de los teatros de la ciudad, con un casting teóricamente magnífico aunque completamente desconocido para mí, se estrenaba en los días siguientes 'El mercader de Venecia' de William Shakespeare.
El dramaturgo de los dramaturgos llegaba a Berlín con una de sus obras más reconocidas, y de la mano de un afamado director cuyo nombre contenía, con mucha diferencia, más consonantes que vocales.
El éxito de crítica y público obtenido por la representación, no tuvo precedentes, y el director de nombre extraño e irrepetible, encumbrado, no para de agradecerle al mundo hasta hoy, el 'excepcional libreto' publicado en el primer año del siglo XVII.
He podido leer que se estrena en breve, en el pequeño y coqueto Teatro Infanta Isabel de Madrid esta misma obra. He podido leer panegíricos al drama y elogios a la trama. Encomios a los personajes y ponderación a los diálogos. Pero nadie dice que en el monólogo de Shyloc, escrito por la enaltecida mano derecha del inglés, se esconde el germen, el bichito, que tiñe hasta hoy de grises pálidos la ciudad de Berlín.
Igual uno de los culpables de que no me guste el teatro es el mismísimo William Shakespeare.
- ¿Y la noche, tronco?
- El antisemitismo es una noche fría y sin estrellas, relleniton.