En el 2010 todo se ha vuelto un barullo tremendo.
Gracias a internet se tiene acceso a tal cantidad de información contradictoria
y de manera instántanea que el resultado es el caos más abosuluto para los que
acceden a ella y la inopia para los demás.
Parece como si la información se hubiese desligado de la realidad tal como
la economía finaciera se ha - mucho antes - desligado de la eonomía real.
Cualquier cosa es ya conspiranoica. Incluso la verdad oficial. Tal vez la que más.
Como civilización tenemos un atracón de información. Como si hubiésemos estado
tan hambrientos de ella durante tanto tiempo que al tenerla a nuestro alcance
sin restricciones nos hubiéramos dedicado a consumirla sin mesura y sin selección.
De manera que ahora toca hacer una cura de adelgazamiento.
Discriminar cuál es la información que me interesa y para qué.
La vuelta a lo real. La vuelta a lo local.
En última instancia, si se rompe la baraja del monopoly al cual algunos juegan
en nuestro nombre, sólo lo finito tiene algún valor. Y el dinero, así como la
información, no son finitos. Es por eso que no valen nada por sí mismos
Valen por lo finito que se puede conseguir con ello.
Eso es válido para cualquier recurso.
La oferta y la demanda no determinan el valor de las cosas sino el valor del dinero.
Si no hubiera comida - por ejemplo- un plato de lentejas determinaría lo que vale
un millón de euros, no al revés. De esta forma no deberíamos decir que un plato
de lentejas vale un millón de euros sino que un millón de euros valen un plato de
lentejas.
Son puras matemáticas y sentido común.
Sólo lo finito puede determinar el valor de aquello que no lo es y no sirve de por sí para nada.
El dinero sólo tuvo una función dentro de la economía real mientras estuvo respaldado
por un bien finito. No importa ahora que haya mucho más oro o menos del que se cree.
Lo que importa es que el oro no es infinito. El dinero sí.
La economía ficticia en la que estamos inmersos ha llegado a un límite.
De alguna manera es tan fácil hacer montañas de dinero para aquellos que están en el ajo
que ya no sirven para mover la economía real y por lo tanto no sirven para nada.
El dinero es el combustible pero no es el motor. Y cuanto más hay su octanaje es más bajo.
La crisis es en realidad la toma de consciencia de que puesto que la cantidad de dinero
existente supera en mucho los bienes finitos reales, el excedente no sirve para nada.
No mueve nada, no da poder. Y como además no tiene ninguna utilidad intrínseca, es pura
sarama.
Es por ello que el crédito debe de ser restringido: los mismos intereses son sarama.
La auténtica riqueza ahora no es el dinero sino lo que ya no se puede comprar con él.
Disfrutad pues de vuestro plato de lentejas. Literalmente no tiene precio.
Gracias a internet se tiene acceso a tal cantidad de información contradictoria
y de manera instántanea que el resultado es el caos más abosuluto para los que
acceden a ella y la inopia para los demás.
Parece como si la información se hubiese desligado de la realidad tal como
la economía finaciera se ha - mucho antes - desligado de la eonomía real.
Cualquier cosa es ya conspiranoica. Incluso la verdad oficial. Tal vez la que más.
Como civilización tenemos un atracón de información. Como si hubiésemos estado
tan hambrientos de ella durante tanto tiempo que al tenerla a nuestro alcance
sin restricciones nos hubiéramos dedicado a consumirla sin mesura y sin selección.
De manera que ahora toca hacer una cura de adelgazamiento.
Discriminar cuál es la información que me interesa y para qué.
La vuelta a lo real. La vuelta a lo local.
En última instancia, si se rompe la baraja del monopoly al cual algunos juegan
en nuestro nombre, sólo lo finito tiene algún valor. Y el dinero, así como la
información, no son finitos. Es por eso que no valen nada por sí mismos
Valen por lo finito que se puede conseguir con ello.
Eso es válido para cualquier recurso.
La oferta y la demanda no determinan el valor de las cosas sino el valor del dinero.
Si no hubiera comida - por ejemplo- un plato de lentejas determinaría lo que vale
un millón de euros, no al revés. De esta forma no deberíamos decir que un plato
de lentejas vale un millón de euros sino que un millón de euros valen un plato de
lentejas.
Son puras matemáticas y sentido común.
Sólo lo finito puede determinar el valor de aquello que no lo es y no sirve de por sí para nada.
El dinero sólo tuvo una función dentro de la economía real mientras estuvo respaldado
por un bien finito. No importa ahora que haya mucho más oro o menos del que se cree.
Lo que importa es que el oro no es infinito. El dinero sí.
La economía ficticia en la que estamos inmersos ha llegado a un límite.
De alguna manera es tan fácil hacer montañas de dinero para aquellos que están en el ajo
que ya no sirven para mover la economía real y por lo tanto no sirven para nada.
El dinero es el combustible pero no es el motor. Y cuanto más hay su octanaje es más bajo.
La crisis es en realidad la toma de consciencia de que puesto que la cantidad de dinero
existente supera en mucho los bienes finitos reales, el excedente no sirve para nada.
No mueve nada, no da poder. Y como además no tiene ninguna utilidad intrínseca, es pura
sarama.
Es por ello que el crédito debe de ser restringido: los mismos intereses son sarama.
La auténtica riqueza ahora no es el dinero sino lo que ya no se puede comprar con él.
Disfrutad pues de vuestro plato de lentejas. Literalmente no tiene precio.