Serrat y Sabina: el símbolo y el cuate

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Oceanía (1984)
Crítica de cine | Serrat y Sabina: el símbolo y el cuate

Por: MANUEL DE LA FUENTE

El símbolo y el cuate es el título del documental sobre la última gira conjunta realizada por Joaquín Sabina y Joan Manuel Serrat por Latinoamérica. A lo largo de varios meses, los cantautores recorren Argentina, Chile, Perú, Uruguay y México perseguidos por la cámara que filma sus momentos de intimidad, desde que escriben las canciones en España hasta que ofrecen su concierto de despedida.

Vemos sus bromas en los camerinos, sus viajes en autobús, sus encuentros con amigos como Ricardo Darín o Eduardo Galeano, al tiempo que se repasa la trayectoria de ambos músicos y su compromiso con estos países en las últimas décadas. Así, se insertan imágenes que recuerdan el enfrentamiento de Serrat con la dictadura de Pinochet o la relación de Sabina con el subcomandante Marcos.

Contado así, parece hasta bonito. Es más, contado así, debería haberse convertido en una película de éxito, en un mamotreto publicitario para enriquecer aún más las arcas de estos músicos. Sin embargo, el problema radica en que estamos en 2013 y lejos quedaron ya los años 90. A muy pocos les interesan ya los poemitas del Nano y las alocadas correrías de antisistema de salón del colega Joaquín y, además, lo que quedaba de industria del cine español ha sido totalmente demolida por la política cultural del Partido Popular. Por lo tanto, la película queda como una especie de documento amateur crepuscular sobre los restos de una cultura oficial que tanto dinero y favores políticos costó en edificar y que sólo ha tardado unos meses en ser desmantelada.

Es una lástima, porque los personajes retratados son unos auténticos diamantes en bruto, una gran materia prima para reflexionar sobre la deriva de la industria cultural española. Especialmente relevante es el caso del colega Joaquín, que sigue mereciendo un retrato audiovisual en condiciones. El colega creció musicalmente (es un decir) en unos años, la década de 1980, en la que era muy fácil prosperar si sabías dónde refugiarte. Joaquín lo tuvo bien claro: donde hubiese dinero público que recompensase la adecuada alineación política.

Joaquín anduvo un poco perdido al principio: ofreció una serie de conciertos con Javier Krahe, hablaba de yonquis y quinquis en sus canciones y no acababa de definirse del todo. Hasta que le llegó la ocasión cuando Javier Krahe cantó una canción, "Cuervo ingenuo", tremendamente crítica con la traición de Felipe González del ingreso en la OTAN.

Aquella cultura oficial que decidía, en las partidas de billar en Moncloa, qué programas de televisión se censuraban, le dio a elegir a Joaquín: o renegaba de su amistad con Krahe o se acabó la bromita de ser el simpático crápula de la corte. Joaquín entendió el mensaje, dejó de lado a Krahe mientras éste era apartado de todos los circuitos culturales y el colega de Úbeda subió como la espuma. A partir de entonces, llegarían las superventas con discos como Física y química, con un mensaje más suave.

En aquella España de la juerga del 92, sus canciones pasaron a ser loas de las fiestas madrileñas y del ambiente de la cultura del pelotazo: canciones como "Y nos dieron las diez", "Conductores suicidas", "Yo quiero ser una chica Almodóvar", "Todos menos tú", "La del pirata cojo" o "Pastillas para no soñar" hablaban de jolgorio, de lo divertido que era estar en el centro de aquello y de lo que mola vivir hasta el límite (pero sin pasarse).

Como la cultura oficial de la España democrática paga, y muy bien, a los traidores, el colega Joaquín subió y subió, convirtiéndose en el gamberro gracioso que vendía una imagen de golfo autodestructivo mientras iba de cenas a la Moncloa, a la Zarzuela o donde le llamaran. Un auténtico rebelde contestatario que iba haciendo sus cancioncillas y sonetos llenas de enumeraciones, homenajes, rimas del estilo noche / coche y metáforas sobre gatos que vagan por los callejones, abrazos que suenan a golpes de exclamación y lunas que levantan las faldas de las chicas. Una fórmula muy sencilla que permitía mayores beneficios cuanto menores eran los riesgos.

Mientras tanto, los ayuntamientos de todos los partidos políticos, también del PP, no paraban de organizar conciertos del colega porque sabían que tendrían éxito, que el cantante no les incomodaría en nada y que así podrían dar una imagen progre. Viendo que las ideas, y que el dinero público, se iba acabando, el colega decidió llamar a Joan Manuel Serrat, y ambos se pusieron a grabar canciones juntos y a irse de gira, demostrando que dos cancioneros diferentes pueden unirse cuando se trata de recibir aplausos.

Esto es lo que muestra El símbolo y el cuate: el "símbolo" es Serrat y el "cuate", Sabina, y los dos exhiben lo que les queda de poderío en los escenarios de lo que parece que va a ser su última gira. Así lo van expresando en distintos momentos de la película: ignoramos si el cansancio que alegan es real o si sus promesas de retirada son tan sinceras como las de los Rolling Stones.

En cualquier caso, El símbolo y el cuate muestra que ese compromiso político de los años 70 y 80 sí fue real en el caso de Serrat: ahí está, por ejemplo, el concierto que ofreció en el Estadio Nacional de Chile en 1990 y que quedó como un momento muy revelador de su oposición a Pinochet. En lo que respecta a Sabina, en la película queda claro que su único compromiso real es consigo mismo, con divertirse y con su imagen de chico malo en el que puedes confiar si te vas de copas.

En un momento del film, Joaquín confiesa que ahora se va de gira con su mujer porque, de lo contrario, se desmadraría y no llegaría a dar ningún concierto. Pero el gran momento de cinismo llega cuando, sin venir a cuento, habla de su "socio" Javier Krahe. Esa insistencia de Joaquín, expresada a través de conciertos, discos y entrevistas, por mostrarse como un hipócrita con el asunto Krahe revela que estamos ante un individuo que no se rinde, que, incluso en su decadencia, no renuncia a la mentira.

Por lo menos, el director tiene el buen gusto de no dejar entera ninguna canción de Sabina en la película. El documental tampoco recoge la gran duda pendiente: cómo es posible que Serrat se dejara arrastrar al submundo de Joaquín, a ese nido de chistes continuos sobre lo duro que es madrugar con resaca.

La respuesta daría pie a otra película, a una cinta que analizase los entresijos económicos del negocio, que reflexionase sobre la figura del artista y que, en definitiva, nos contase cómo se formó, en la tras*ición política, una cultura oficial de artistas que van dando lecciones de compromiso en todas partes, tanto en España como en Sudamérica. Una cultura oficial tan sometida que apenas tiene capacidad de respuesta cuando todo un sistema político decide aniquilar cualquier tipo de disidencia. Si tenemos que esperar que el colega Joaquín nos lo explique en un documental que narre sus hazañas, podemos esperar sentados.

FICHA TÉCNICA

Serrat y Sabina: el símbolo y el cuate
España, 2013, 85'
Director: Francesc Relea
Intérpretes: Joan Manuel Serrat, Joaquín Sabina y sus sustancias
Sinopsis: Serrat y Sabina lanzan una amenaza: van a grabar un nuevo disco. Después siembran el terror: van a dar una gira. No contentos con eso, provocan el pánico general: se va a filmar una película sobre la gira. Pero nos podemos consolar pensando en que, por lo menos, no salen cantándole canciones al Príncipe Felipe ni anunciando una segunda parte

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Respecto a lo de que Serrat, a diferencia de Sabina, sea un hombre de principios tengo serias dudas,
En septiembre de 1975, tras el fusilamiento de cinco terroristas de la ETA y el FRAP el Nanu, como gesto de protesta, decidió tomarse unas merecidas vacaciones en Méjico, país presidido a la sazón por Luis Echeverría, el cual en 1968, siendo ministro del Interior, ordenó al ejército perpetrar la tristemente famosa matanza de los estudiantes concentrados en la plaza de las Tres Culturas de la Ciudad de México. Peccata minuta:rolleye:


Así se defienden los derechos humanos.
 
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