Sapere_Aude
Madmaxista
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El secreto de Kinsey – la falsa ciencia de la Revolución sensual
por Sue Ellin Browder
Ya han pasado más de 50 años desde que comenzó la revolución. La “liberación” se ha anunciado a bombo y platillo en los medios de comunicación nacionales, se ha promocionado en películas, los chicos playboy y las chicas Cosmo la han acogido como una libertad tan deliciosa como la manzana de Adán. Ningún estadounidense de menos de 40 años puede recordar verdaderamente una época en la que el sesso fuera tabú en la televisión, “vivir juntos” significara estar casados, “lgtb” significara feliz y casi todos los niños vivieran con los dos padres.
A decir verdad, la revolución ha sido un desastre. Antes de que el impulso por desatar las costumbres sensuales de EE. UU. comenzara realmente en la década de 1950, las únicas enfermedades de tras*misión sensual que se conocían ampliamente eran la gonorrea y la sífilis. Hoy tenemos más de dos docenas de variedades, desde la enfermedad pélvica inflamatoria (que deja estériles a más de 100 000 mujeres estadounidenses cada año) al SIDA (que actualmente ha infectado a 42 millones de personas de todo el mundo y ha apiolado ya a otros 23 miillones). Según un informe realizado por científicos del National Cancer Institute, el riesgo que tiene una mujer que tiene tres o más parejas sensuales en su vida de sufrir cáncer cervical se ve incrementado en un 1500%. En otro descubrimiento que resulta contrario a lo que los investigadores sensuales pregonan, una encuesta del National Opinion Research Center de la Universidad de Chicago mostraba que los hombres y las mujeres casadas, de media, estaban sexualmente más satisfechas que las parejas solteras que simplemente vivían juntas. Y aunque las parejas que conviven se casen, son entre un 40 y un 85% más propensas a divorciarse que aquellas que van directamente al altar.
Entonces, ¿qué ha pasado? ¿La ciencia estaba equivocada? Bueno, no exactamente – la verdad es más compleja.
El hombre estafa
Alfred C. Kinsey tenía un secreto. El zoólogo de la Universidad de Indiana y “padre de la revolución sensual” casi redefinió por sí mismo las costumbres sensuales de lo estadounidenses de a pie. El problema es que tuvo que mentir para hacerlo. La importancia de este argumento no debe subestimarse. Se ha empleado la ciencia que inició la revolución sensual para influenciar resoluciones judiciales, aprobar leyes, introducir la educación sensual en nuestras escuelas e incluso para condicionar una redefinición del matrimonio. El Kinseyismo fue la misma base de esta empresa. Si su ciencia era defectuosa – o peor aún, un absoluto engaño – entonces las predisposiciones culturales hacia el sesso no son sólo jovenlandesalmente sino también científicamente inapropiadas.
Consideremos los hechos. Cuando Kinsey y sus compañeros publicaron sensual Behavior in the Human Male en 1948 y sensual Behavior in the Human Female en 1953, pusieron patas arriba los valores de la clase media. Sorprendentemente, muchas prácticas sensuales tradicionalmente prohibidas, anunciaban Kinsey y sus colegas, eran comunes; el 85% de los hombres y el 48% de las mujeres decían haber tenido sesso prematrimonial, y el 50% de los hombres y el 40% de las mujeres habían sido infieles después de casarse. Insospechadamente, el 71% de las mujeres decían que su aventura no había dañado su matrimonio, e incluso algunas pocas dijeron que había mejorado. Y lo que es peor, el 69% de los hombres había estado con cortesanas, el 10% había sido gays durante al menos 3 años y el 17% de los granjeros varones había tenido sesso con animales. Implícita en el informe de Kinsey estaba la idea según la cual estos comportamientos eran biológicamente “normales” y no dañaban a nadie. Por lo tanto, la gente debía dejarse llevar por sus impulsos sin cohibición ni remordimiento.
El informe de 1948 sobre los hombres fue alabado por la crítica y vendió la extraordinaria cifra de 200 000 copias en dos meses. El nombre de Kinsey estaba por todas partes, desde títulos de canciones (“Ooh, Dr. Kinsey”), hasta las páginas de Life, Time, Newsweek y New Yorker. Kinsey “ofrecía datos”, publicaba la revista Look. Revelaba “no lo que debía ser sino lo que es”. Apodado “Dr. Sex” y aplaudido por su valentía personal, se le comparó con Darwin, Galileo y Freud.
Pero tras la aprobación general, muchos científicos advertían de que las investigaciones de Kinsey eran gravemente defectuosas. La lista de críticos, opina el biógrafo de Kinsey, James H. Jones, “parece una agenda telefónica de la vida intelectual estadounidense”. Incluía a las antropólogas Margaret Mead y Ruth Benedict; al psicólogo Lewis M. Terman de la Universidad de Standford; al doctor en medicina Karl Menninger (fundador del afamado Menninger Institute); a los psiquiatras Eric Fromm y Lawrence Kubie; al crítico cultural Lionel Trilling de la Universidad de Columbia, y a un montón más.
Cuando se publicó el volumen sobre las mujeres muchos periodistas pasaron de ser admiradores a críticos. Aparecieron artículos de revistas con títulos como “¿Es el Informe Kinsey un fraude?” y “El amor no es una estadística”. La revista Time publicó una serie de artículos que revelaba la dudosa ciencia de Kinsey (uno se tituló “¿sesso o poción mágica?”).
Por supuesto, eso no quiere decir que no hubiera ninguna verdad en los informes Kinsey. La sexualidad es ciertamente una materia digna de estudio. Y mucha gente sí que habla de boquilla sobre la pureza sensual mientras que secretamente se comporta diferente en su vida privada.
Sin embargo, la versión de la verdad de Kinsey estaba tan burdamente simplificada, exagerada y mezclada con falsedades que es difícil distinguir la realidad de la ficción. El distinguido antropólogo británico Geoffrey Gorer lo expresó claramente cuando dijo que los informes eran propaganda disfrazada de ciencia. De hecho, los errores en el trabajo de Kinsey suscitaron tal controversia que la Fundación Rockefeller, que había financiado la investigación original, retiró su financiación de 100 000 dólares anuales. Un año después de que apareciera el libro sobre la sexualidad femenina, el mismo Kinsey se quejaba de que casi ningún científico, a parte de algunos de sus mejores amigos, seguían defendiéndole.
Entonces, ¿cuáles eran los problemas que los mejores científicos del mundo tenían con la obra de Kinsey? La crítica se puede resumir en tres puntos problemáticos.
Problema nº 1: los humanos como animales.
Antes de que comenzara a estudiar la sexualidad humana, Kinsey era el mayor experto mundial en avispas. Formado como zoólogo, veía el sesso como una respuesta fisiológica puramente “animal”. En sus libros, se refiere continuamente al “animal humano”. De hecho, según Kinsey, no había diferencia jovenlandesal entre un comportamiento sensual y otro. En nuestro mundo secular de relativismo jovenlandesal, Kinsey era un relativista sensual radical. Hasta la antropóloga liberal Margaret Mead afirmaba certeramente que según Kinsey no habían ninguna diferencia jovenlandesal entre tener sesso con una mujer y tenerlo con una oveja.
En su volumen sobre las mujeres, Kinsey equiparaba el orgasmo humano con el estornudo. Al señalar que esta absurda descripción obviaba los aspectos psicológicos de la sexualidad humana, el antropólogo de la Universidad de Brooklyn George Simpson observaba que “es realmente una teoría simiesca del orgasmo”. Por supuesto, los seres humanos se diferencian de los animales de dos formas importantes: podemos pensar de manera racional y tenemos libre albedrío. Pero según la cosmovisión de Kinsey, los humanos se diferenciaban de los animales sólo en lo relativo a la procreación. Los animales tienen sesso únicamente para procrear. Por otra parte, para Kinsey la procreación humana casi pasaba desapercibida. En las 842 páginas del volumen sobre la sexualidad femenina la maternidad no se mencionaba ni una sola vez.
Problema nº 2: muestras sesgadas.
Kinsey presentaba sus estadísticas como si se aplicaran a la progenitora, padre, hermana o hermano común. Al hacerlo, afirmaba que el 95% de los estadounidenses había infringido alguna de las leyes sobre delitos sensuales y podían acabar en la guandoca. Por lo tanto, se dijo que los estadounidenses debían cambiar sus leyes para “adecuarlas con los datos”. Pero en realidad, los informes de Kinsey nunca se ajustaban a la población general. De hecho, muchos de los hombres a los que Kinsey entrevistó eran realmente reclusos. Wardell B. Pomeroy, coautor junto con Kinsey y testigo de la investigación, escribió que hasta 1946 su equipo había obtenido los historiales sensuales de 1400 delincuentes por agresión sensual. Kinsey nunca reveló a cuántos de estos delincuentes se incluyó entre los “alrededor de 5300” hombres blancos. Aunque sí admitió haber incluído “varios cientos” de cafres. Además, al menos 317 de los sujetos investigados por Kinsey ni siquiera eran adultos, sino niños abusados sexualmente.
Para empeorarlo más aún, alrededor del 75% de los adultos se prestaron voluntariamente a darle a Kinsey sus historiales sensuales. Como dijo el psicólogo de la Universidad de Stanford, Lewis M. Terman, los voluntarios en los estudios sensuales son entre dos y cuatro veces más activos que los no voluntarios.
El trabajo de Kinsey no mejoró en su volumen sobre las mujeres. De hecho, entrevistó a tan pocas mujeres comunes que tuvo que redefinir “casado” para que incluyera a cualquier mujer que hubiera vivido con un hombre durante más de un año. Este cambio incluía a cortesanas entre su muestra de mujeres “casadas”.
En el New York Times del 11 de diciembre de 1949, W. Allen Wallis, entonces presidente del comité de estadísticas de la Universidad de Chicago, desestimó “todo el método de recogida y presentación de las estadísticas que sustenta las conclusiones del Dr. Kinsey”; Wallis señaló que “hay seis aspectos importantes en cualquier investigación estadística y Kinsey falla en cuatro”.
En resumen, el equipo de Kinsey investigó los comportamientos sensuales más exóticos de Estados Unidos – al tomar cientos, si no miles, de historiales clínicos de pervertidos sensuales – y luego hizo pasar este comportamiento como sexualmente “normal”, “natural” y “corriente” (y por tanto, social y jovenlandesalmente aceptable).
Problema nº 3: estadísticas defectuosas.
Teniendo esto en cuenta, es poco sorprendente que las estadísticas de Kinsey fueran tan profundamente erróneas que ninguna encuesta científica seria haya podido reproducirlas.
Kinsey afirmaba, por ejemplo, que el 10% de los hombres de entre 16 y 55 años eran gayses. Pero en una de las encuestas nacionales más exhaustivas sobre el comportamiento sensual que se han hecho nunca, los científicos de los Human Affairs Research Centres de Seattle descubrieron que los hombres que se consideraban exclusivamente gayses suponían sólo un 1% de la población. En 1993, la revista Time informaba de que “todas las encuestas recientes de Francia, Gran Bretaña, Canadá, Noruega y Dinamarca indican resultados inferiores al 10% y parecen estar entre el 1 y el 4%”. La incidencia de la gaysidad entre los adultos está realmente entre el 1 y el 3%”, dice Joel Best, sociólogo y profesor de derecho penal de la Universidad de Delaware y autor de Damned Lies and Statistics. Sin embargo, Best afirma que los activistas gays y lesbianas prefieren usar la ya desacreditadas cifra del 10% “porque insinúa que los gayses son un grupo minoritario aunque numeroso, casi equivalente al de los afroamericanos – demasiado numeroso como para ser ignorado”.
No sorprende entonces que las cifras de Kinsey, que mostraban que la infidelidad matrimonial resultaba inofensiva, nunca resistieran un análisis serio. En uno de los estudios del Journal of Sex and Marital Therapy sobre la infidelidad, el 85% de los matrimonios resultaban perjudicados por esta y el 34% terminaban en divorcio. Incluso los cónyuges que permanecían juntos normalmente describían sus matrimonios como infelices. El doctor en psiquiatría de Atlanta, Frank Pittman, estimaba que entre las parejas que han estado casadas y luego se divorciaban, “más del 90% de los divorcios tenían que ver con infidelidades”.
En una conferencia de 1955 patrocinada por Planned Parenthood, Kinsey se sacó otra estadística bomba de su chistera. Afirmó que de todas las mujeres embarazadas, casi el 95% de las solteras y el 25% de las que estaban casadas, habían abortado secretamente a sus bebés. Un increíble 87% de esos abortos, aseguraba, eran realizados por auténticos médicos. De este modo, dio autoridad científica a la idea de que el aborto ya era una práctica médica corriente – y por lo tanto debiera ser legal.
La vida entre las ruinas
Cuando Reader's Digest preguntó a la popular terapeuta sensual Ruth Westheimer lo que pensaba sobre la errónea información de Kinsey, supuestamente contestó: “No me preocupa mucho si es correcta o no. Sin él, no sería la Dra. Ruth”.
Sin embargo, los engaños de Kinsey sí que importan hoy, porque todavía estamos viviendo bajo los modelos de sexualidad de Kinsey. Se infiltra por toda nuestra cultura. Como observa Best, las malas estadísticas son importantes por muchas razones: “Pueden usarse para suscitar la indignación o el miedo entre la población, pueden distorsionar nuestra comprensión acerca del mundo y pueden llevarnos a realizar malas elecciones legales”.
En un estudio del Journal of Social Psychology de 1951, se dividió a los estudiantes de psicología de la Universidad de California, Los Ángeles, en tres grupos: algunos estudiantes realizaron un curso intensivo de 9 semanas sobre los hallazgos de Kinsey, mientras que los otros dos grupos no recibieron ninguna instrucción formal sobre Kinsey. Después, a los estudiantes se les hizo un examen sobre sus posturas hacia el sesso. Comparados con aquellos que no recibieron ninguna formación sobre Kinsey, los que estaban empapados del Kinseyismo eran siete veces más propensos a ver el sesso prematrimonial más favorable de lo que lo hacían antes y dos veces más propensos a ver más favorable el adulterio. Después de Kinsey, el porcentaje de estudiantes abiertos a una experiencia gays se disparó del 0 al 15%. Los estudiantes formados en el Kinseyismo eran también menos propensos a que la religión influenciara su comportamiento sensual y menos aptos para seguir las normas sensuales que les enseñaban sus padres.
La influencia en las decisiones judiciales
Se puede decir que la pseudociencia de Kinsey es la que más daño ha hecho a nuestro sistema judicial. Aquí es donde los abogados utilizan los “datos” de los investigadores para derogar o debilitar las leyes contra el aborto, la pronografía, la obscenidad, el divorcio, el adulterio y la sodomía. En el número de mayo de 1950 de la Scientific Monthly, el abogado de Nueva York Morris Ernst (que representaba a Kinsey, a Margaret Sanger, al American Civil Liberties Union y a Planned Parenthood) describió el ambicioso plan legal para los descubrimientos de Kinsey. “Debemos recordar que hay dos partes en la ley”, dijo Ernst. Una era “descubrir los hechos” (el trabajo de Kinsey); el otro era aplicar estos descubrimientos en el tribunal (el de Ernst). Al señalar que la ley necesita más herramientas “para ayudarla en su búsqueda de la verdad”, el abogado pedía que se introdujeran “nuevas normas” en los juicios basados en los “datos” de Kinsey, de la misma forma en la que los jueces permitían otras herramientas científicas como las huellas dactilares, los resultados del polígrafo o los análisis de sangre. El inagotable Ernst también instó a los tribunales a revisar las leyes relativas a la institución del matrimonio.
Un lamentable legado
Inspirado en el primer informe Kinsey, Hugh Hefner fundó Playboy en 1953. Una década después, Helen Gurley Brown convirtió Cosmopolitan en una revista sobre sesso para las mujeres. Incluso hoy en día, revistas como Self o Glamour siguen citando a Kinsey al respecto, sin reconocer nunca los graves errores de los que está plagada su investigación. Unas 30000 páginas web ofrecen pronografía y las productoras estadounidenses crean 600 vídeos prono al mes. Aunque es difícil conseguir una cifra fiable, la industria del sesso estadounidense obtiene entre unos 2.5 y 10 mil millones al año. Claramente, vivimos el legado de Kinsey.
En su libro The End of Sex, un obituario sobre la revolución sensual, el articulista de Esquire George Leonard advierte con exactitud que “allá donde separemos el 'sesso' del amor, la creación y el resto de la vida...trivializamos y despersonalizamos el acto mismo del amor”. Amar a los demás únicamente por su sexualidad los despoja de su humanidad. Cuando Kinsey arrancó el misterio del amor de la sexualidad humana, nos dejó un mundo sexualmente destrozado.
por Sue Ellin Browder
Ya han pasado más de 50 años desde que comenzó la revolución. La “liberación” se ha anunciado a bombo y platillo en los medios de comunicación nacionales, se ha promocionado en películas, los chicos playboy y las chicas Cosmo la han acogido como una libertad tan deliciosa como la manzana de Adán. Ningún estadounidense de menos de 40 años puede recordar verdaderamente una época en la que el sesso fuera tabú en la televisión, “vivir juntos” significara estar casados, “lgtb” significara feliz y casi todos los niños vivieran con los dos padres.
A decir verdad, la revolución ha sido un desastre. Antes de que el impulso por desatar las costumbres sensuales de EE. UU. comenzara realmente en la década de 1950, las únicas enfermedades de tras*misión sensual que se conocían ampliamente eran la gonorrea y la sífilis. Hoy tenemos más de dos docenas de variedades, desde la enfermedad pélvica inflamatoria (que deja estériles a más de 100 000 mujeres estadounidenses cada año) al SIDA (que actualmente ha infectado a 42 millones de personas de todo el mundo y ha apiolado ya a otros 23 miillones). Según un informe realizado por científicos del National Cancer Institute, el riesgo que tiene una mujer que tiene tres o más parejas sensuales en su vida de sufrir cáncer cervical se ve incrementado en un 1500%. En otro descubrimiento que resulta contrario a lo que los investigadores sensuales pregonan, una encuesta del National Opinion Research Center de la Universidad de Chicago mostraba que los hombres y las mujeres casadas, de media, estaban sexualmente más satisfechas que las parejas solteras que simplemente vivían juntas. Y aunque las parejas que conviven se casen, son entre un 40 y un 85% más propensas a divorciarse que aquellas que van directamente al altar.
Entonces, ¿qué ha pasado? ¿La ciencia estaba equivocada? Bueno, no exactamente – la verdad es más compleja.
El hombre estafa
Alfred C. Kinsey tenía un secreto. El zoólogo de la Universidad de Indiana y “padre de la revolución sensual” casi redefinió por sí mismo las costumbres sensuales de lo estadounidenses de a pie. El problema es que tuvo que mentir para hacerlo. La importancia de este argumento no debe subestimarse. Se ha empleado la ciencia que inició la revolución sensual para influenciar resoluciones judiciales, aprobar leyes, introducir la educación sensual en nuestras escuelas e incluso para condicionar una redefinición del matrimonio. El Kinseyismo fue la misma base de esta empresa. Si su ciencia era defectuosa – o peor aún, un absoluto engaño – entonces las predisposiciones culturales hacia el sesso no son sólo jovenlandesalmente sino también científicamente inapropiadas.
Consideremos los hechos. Cuando Kinsey y sus compañeros publicaron sensual Behavior in the Human Male en 1948 y sensual Behavior in the Human Female en 1953, pusieron patas arriba los valores de la clase media. Sorprendentemente, muchas prácticas sensuales tradicionalmente prohibidas, anunciaban Kinsey y sus colegas, eran comunes; el 85% de los hombres y el 48% de las mujeres decían haber tenido sesso prematrimonial, y el 50% de los hombres y el 40% de las mujeres habían sido infieles después de casarse. Insospechadamente, el 71% de las mujeres decían que su aventura no había dañado su matrimonio, e incluso algunas pocas dijeron que había mejorado. Y lo que es peor, el 69% de los hombres había estado con cortesanas, el 10% había sido gays durante al menos 3 años y el 17% de los granjeros varones había tenido sesso con animales. Implícita en el informe de Kinsey estaba la idea según la cual estos comportamientos eran biológicamente “normales” y no dañaban a nadie. Por lo tanto, la gente debía dejarse llevar por sus impulsos sin cohibición ni remordimiento.
El informe de 1948 sobre los hombres fue alabado por la crítica y vendió la extraordinaria cifra de 200 000 copias en dos meses. El nombre de Kinsey estaba por todas partes, desde títulos de canciones (“Ooh, Dr. Kinsey”), hasta las páginas de Life, Time, Newsweek y New Yorker. Kinsey “ofrecía datos”, publicaba la revista Look. Revelaba “no lo que debía ser sino lo que es”. Apodado “Dr. Sex” y aplaudido por su valentía personal, se le comparó con Darwin, Galileo y Freud.
Pero tras la aprobación general, muchos científicos advertían de que las investigaciones de Kinsey eran gravemente defectuosas. La lista de críticos, opina el biógrafo de Kinsey, James H. Jones, “parece una agenda telefónica de la vida intelectual estadounidense”. Incluía a las antropólogas Margaret Mead y Ruth Benedict; al psicólogo Lewis M. Terman de la Universidad de Standford; al doctor en medicina Karl Menninger (fundador del afamado Menninger Institute); a los psiquiatras Eric Fromm y Lawrence Kubie; al crítico cultural Lionel Trilling de la Universidad de Columbia, y a un montón más.
Cuando se publicó el volumen sobre las mujeres muchos periodistas pasaron de ser admiradores a críticos. Aparecieron artículos de revistas con títulos como “¿Es el Informe Kinsey un fraude?” y “El amor no es una estadística”. La revista Time publicó una serie de artículos que revelaba la dudosa ciencia de Kinsey (uno se tituló “¿sesso o poción mágica?”).
Por supuesto, eso no quiere decir que no hubiera ninguna verdad en los informes Kinsey. La sexualidad es ciertamente una materia digna de estudio. Y mucha gente sí que habla de boquilla sobre la pureza sensual mientras que secretamente se comporta diferente en su vida privada.
Sin embargo, la versión de la verdad de Kinsey estaba tan burdamente simplificada, exagerada y mezclada con falsedades que es difícil distinguir la realidad de la ficción. El distinguido antropólogo británico Geoffrey Gorer lo expresó claramente cuando dijo que los informes eran propaganda disfrazada de ciencia. De hecho, los errores en el trabajo de Kinsey suscitaron tal controversia que la Fundación Rockefeller, que había financiado la investigación original, retiró su financiación de 100 000 dólares anuales. Un año después de que apareciera el libro sobre la sexualidad femenina, el mismo Kinsey se quejaba de que casi ningún científico, a parte de algunos de sus mejores amigos, seguían defendiéndole.
Entonces, ¿cuáles eran los problemas que los mejores científicos del mundo tenían con la obra de Kinsey? La crítica se puede resumir en tres puntos problemáticos.
Problema nº 1: los humanos como animales.
Antes de que comenzara a estudiar la sexualidad humana, Kinsey era el mayor experto mundial en avispas. Formado como zoólogo, veía el sesso como una respuesta fisiológica puramente “animal”. En sus libros, se refiere continuamente al “animal humano”. De hecho, según Kinsey, no había diferencia jovenlandesal entre un comportamiento sensual y otro. En nuestro mundo secular de relativismo jovenlandesal, Kinsey era un relativista sensual radical. Hasta la antropóloga liberal Margaret Mead afirmaba certeramente que según Kinsey no habían ninguna diferencia jovenlandesal entre tener sesso con una mujer y tenerlo con una oveja.
En su volumen sobre las mujeres, Kinsey equiparaba el orgasmo humano con el estornudo. Al señalar que esta absurda descripción obviaba los aspectos psicológicos de la sexualidad humana, el antropólogo de la Universidad de Brooklyn George Simpson observaba que “es realmente una teoría simiesca del orgasmo”. Por supuesto, los seres humanos se diferencian de los animales de dos formas importantes: podemos pensar de manera racional y tenemos libre albedrío. Pero según la cosmovisión de Kinsey, los humanos se diferenciaban de los animales sólo en lo relativo a la procreación. Los animales tienen sesso únicamente para procrear. Por otra parte, para Kinsey la procreación humana casi pasaba desapercibida. En las 842 páginas del volumen sobre la sexualidad femenina la maternidad no se mencionaba ni una sola vez.
Problema nº 2: muestras sesgadas.
Kinsey presentaba sus estadísticas como si se aplicaran a la progenitora, padre, hermana o hermano común. Al hacerlo, afirmaba que el 95% de los estadounidenses había infringido alguna de las leyes sobre delitos sensuales y podían acabar en la guandoca. Por lo tanto, se dijo que los estadounidenses debían cambiar sus leyes para “adecuarlas con los datos”. Pero en realidad, los informes de Kinsey nunca se ajustaban a la población general. De hecho, muchos de los hombres a los que Kinsey entrevistó eran realmente reclusos. Wardell B. Pomeroy, coautor junto con Kinsey y testigo de la investigación, escribió que hasta 1946 su equipo había obtenido los historiales sensuales de 1400 delincuentes por agresión sensual. Kinsey nunca reveló a cuántos de estos delincuentes se incluyó entre los “alrededor de 5300” hombres blancos. Aunque sí admitió haber incluído “varios cientos” de cafres. Además, al menos 317 de los sujetos investigados por Kinsey ni siquiera eran adultos, sino niños abusados sexualmente.
Para empeorarlo más aún, alrededor del 75% de los adultos se prestaron voluntariamente a darle a Kinsey sus historiales sensuales. Como dijo el psicólogo de la Universidad de Stanford, Lewis M. Terman, los voluntarios en los estudios sensuales son entre dos y cuatro veces más activos que los no voluntarios.
El trabajo de Kinsey no mejoró en su volumen sobre las mujeres. De hecho, entrevistó a tan pocas mujeres comunes que tuvo que redefinir “casado” para que incluyera a cualquier mujer que hubiera vivido con un hombre durante más de un año. Este cambio incluía a cortesanas entre su muestra de mujeres “casadas”.
En el New York Times del 11 de diciembre de 1949, W. Allen Wallis, entonces presidente del comité de estadísticas de la Universidad de Chicago, desestimó “todo el método de recogida y presentación de las estadísticas que sustenta las conclusiones del Dr. Kinsey”; Wallis señaló que “hay seis aspectos importantes en cualquier investigación estadística y Kinsey falla en cuatro”.
En resumen, el equipo de Kinsey investigó los comportamientos sensuales más exóticos de Estados Unidos – al tomar cientos, si no miles, de historiales clínicos de pervertidos sensuales – y luego hizo pasar este comportamiento como sexualmente “normal”, “natural” y “corriente” (y por tanto, social y jovenlandesalmente aceptable).
Problema nº 3: estadísticas defectuosas.
Teniendo esto en cuenta, es poco sorprendente que las estadísticas de Kinsey fueran tan profundamente erróneas que ninguna encuesta científica seria haya podido reproducirlas.
Kinsey afirmaba, por ejemplo, que el 10% de los hombres de entre 16 y 55 años eran gayses. Pero en una de las encuestas nacionales más exhaustivas sobre el comportamiento sensual que se han hecho nunca, los científicos de los Human Affairs Research Centres de Seattle descubrieron que los hombres que se consideraban exclusivamente gayses suponían sólo un 1% de la población. En 1993, la revista Time informaba de que “todas las encuestas recientes de Francia, Gran Bretaña, Canadá, Noruega y Dinamarca indican resultados inferiores al 10% y parecen estar entre el 1 y el 4%”. La incidencia de la gaysidad entre los adultos está realmente entre el 1 y el 3%”, dice Joel Best, sociólogo y profesor de derecho penal de la Universidad de Delaware y autor de Damned Lies and Statistics. Sin embargo, Best afirma que los activistas gays y lesbianas prefieren usar la ya desacreditadas cifra del 10% “porque insinúa que los gayses son un grupo minoritario aunque numeroso, casi equivalente al de los afroamericanos – demasiado numeroso como para ser ignorado”.
No sorprende entonces que las cifras de Kinsey, que mostraban que la infidelidad matrimonial resultaba inofensiva, nunca resistieran un análisis serio. En uno de los estudios del Journal of Sex and Marital Therapy sobre la infidelidad, el 85% de los matrimonios resultaban perjudicados por esta y el 34% terminaban en divorcio. Incluso los cónyuges que permanecían juntos normalmente describían sus matrimonios como infelices. El doctor en psiquiatría de Atlanta, Frank Pittman, estimaba que entre las parejas que han estado casadas y luego se divorciaban, “más del 90% de los divorcios tenían que ver con infidelidades”.
En una conferencia de 1955 patrocinada por Planned Parenthood, Kinsey se sacó otra estadística bomba de su chistera. Afirmó que de todas las mujeres embarazadas, casi el 95% de las solteras y el 25% de las que estaban casadas, habían abortado secretamente a sus bebés. Un increíble 87% de esos abortos, aseguraba, eran realizados por auténticos médicos. De este modo, dio autoridad científica a la idea de que el aborto ya era una práctica médica corriente – y por lo tanto debiera ser legal.
La vida entre las ruinas
Cuando Reader's Digest preguntó a la popular terapeuta sensual Ruth Westheimer lo que pensaba sobre la errónea información de Kinsey, supuestamente contestó: “No me preocupa mucho si es correcta o no. Sin él, no sería la Dra. Ruth”.
Sin embargo, los engaños de Kinsey sí que importan hoy, porque todavía estamos viviendo bajo los modelos de sexualidad de Kinsey. Se infiltra por toda nuestra cultura. Como observa Best, las malas estadísticas son importantes por muchas razones: “Pueden usarse para suscitar la indignación o el miedo entre la población, pueden distorsionar nuestra comprensión acerca del mundo y pueden llevarnos a realizar malas elecciones legales”.
En un estudio del Journal of Social Psychology de 1951, se dividió a los estudiantes de psicología de la Universidad de California, Los Ángeles, en tres grupos: algunos estudiantes realizaron un curso intensivo de 9 semanas sobre los hallazgos de Kinsey, mientras que los otros dos grupos no recibieron ninguna instrucción formal sobre Kinsey. Después, a los estudiantes se les hizo un examen sobre sus posturas hacia el sesso. Comparados con aquellos que no recibieron ninguna formación sobre Kinsey, los que estaban empapados del Kinseyismo eran siete veces más propensos a ver el sesso prematrimonial más favorable de lo que lo hacían antes y dos veces más propensos a ver más favorable el adulterio. Después de Kinsey, el porcentaje de estudiantes abiertos a una experiencia gays se disparó del 0 al 15%. Los estudiantes formados en el Kinseyismo eran también menos propensos a que la religión influenciara su comportamiento sensual y menos aptos para seguir las normas sensuales que les enseñaban sus padres.
La influencia en las decisiones judiciales
Se puede decir que la pseudociencia de Kinsey es la que más daño ha hecho a nuestro sistema judicial. Aquí es donde los abogados utilizan los “datos” de los investigadores para derogar o debilitar las leyes contra el aborto, la pronografía, la obscenidad, el divorcio, el adulterio y la sodomía. En el número de mayo de 1950 de la Scientific Monthly, el abogado de Nueva York Morris Ernst (que representaba a Kinsey, a Margaret Sanger, al American Civil Liberties Union y a Planned Parenthood) describió el ambicioso plan legal para los descubrimientos de Kinsey. “Debemos recordar que hay dos partes en la ley”, dijo Ernst. Una era “descubrir los hechos” (el trabajo de Kinsey); el otro era aplicar estos descubrimientos en el tribunal (el de Ernst). Al señalar que la ley necesita más herramientas “para ayudarla en su búsqueda de la verdad”, el abogado pedía que se introdujeran “nuevas normas” en los juicios basados en los “datos” de Kinsey, de la misma forma en la que los jueces permitían otras herramientas científicas como las huellas dactilares, los resultados del polígrafo o los análisis de sangre. El inagotable Ernst también instó a los tribunales a revisar las leyes relativas a la institución del matrimonio.
Un lamentable legado
Inspirado en el primer informe Kinsey, Hugh Hefner fundó Playboy en 1953. Una década después, Helen Gurley Brown convirtió Cosmopolitan en una revista sobre sesso para las mujeres. Incluso hoy en día, revistas como Self o Glamour siguen citando a Kinsey al respecto, sin reconocer nunca los graves errores de los que está plagada su investigación. Unas 30000 páginas web ofrecen pronografía y las productoras estadounidenses crean 600 vídeos prono al mes. Aunque es difícil conseguir una cifra fiable, la industria del sesso estadounidense obtiene entre unos 2.5 y 10 mil millones al año. Claramente, vivimos el legado de Kinsey.
En su libro The End of Sex, un obituario sobre la revolución sensual, el articulista de Esquire George Leonard advierte con exactitud que “allá donde separemos el 'sesso' del amor, la creación y el resto de la vida...trivializamos y despersonalizamos el acto mismo del amor”. Amar a los demás únicamente por su sexualidad los despoja de su humanidad. Cuando Kinsey arrancó el misterio del amor de la sexualidad humana, nos dejó un mundo sexualmente destrozado.