Ciencia: Secesionismo académico de salón

Eric Finch

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Secesionismo académico de salón | Cultura 3.0

Publicado por TC el 17 oct, 2013 en Tercera Cultura

Secesionismo académico de salón

En política las personas no suelen comportarse como “agentes racionales” sino como “agentes devotos”. La independencia no es una ecuación.

Desde hace un tiempo, académicos e investigadores catalanes de relevancia, aprovechan su condición de “científicos políticos” y coquetean presentando la cuestión del independentismo como un tema empírico, estrictamente “científico” que se puede resolver en un plano positivo y libre de ideologías. Diversos intentos se han ido sucediendo. Y algunos tienen que ver con la teoría de juegos, que goza de cierta aura de fascinación para el gran público.1

Razón e interés

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Hace unos meses (11-6-2013), se divulgó la noticia de que un politólogo, Joan Barceló-Soler, había publicado un trabajo en una universidad norteamericana utilizando métodos matemáticos para hacer predicciones sobre el secesionismo catalán. No ha sido el primero. Uno de los que más atención ha recibido ha sido un breve ensayo de Clara Ponsatí (23-11-2012) publicado en la La Vanguardia y titulado ‘Beneficios, costes y teoría de juegos’.

Clara Ponsatí es la profesora de la Georgetown University a quien, según denunció el consejero de Economía de la Generalitat, Andreu Mas Colell, no se le renovó su cátedra por motivos políticos. El secretario general de Universidades del Ministerio de Educación, Federico Morán Morán, negó cualquier discriminación. En su artículo, Ponsatí planteaba escenarios estratégicos en torno al proceso secesionista en Cataluña en función de distintas asunciones. Su conclusión era que los catalanes no parecen estar preocupados por la hipotética viabilidad de un Estado propio sino tan solo por la posibilidad de que la independencia dejara a Cataluña fuera de Europa. Según sus palabras, la inquietud sería “por las represalias que pudieran desencadenarse”.

La autora partía de premisas económicas claras: “La independencia eliminaría el déficit fiscal catalán” y eso sería una ventaja obvia para Cataluña y un coste para España. Ser excluida de la Unión Europea sería, asimismo, oneroso para Cataluña, pero también, y en grado no menor, para los intereses económicos de España. Ante ese panorama, la doctora Ponsatí planteaba horizontes “razonables” analizando las situaciones con la lógica de la teoría de juegos. Para ello avanzaba un escenario hipotético donde actuarían dos jugadores representativos, el “votante medio catalán” y el “votante medio español”, ambos con motivaciones y opciones racionales. El primero debería elegir entre independencia y unión y el segundo entre la aceptación de la independencia o su veto. Los cuatro resultados posibles serían: independencia con veto, independencia con aceptación, unión con veto y unión con aceptación. Cada jugador decidiría según su interés y eso daría lugar a previsiones plausibles. Ponsatí explicaba que la actuación racional de los jugadores arrojaría como resultado estabilizaciones llamadas “equilibrios de Nash” y deducía que, en esas condiciones, habría dos equilibrios posibles. Uno es la unión con veto y el otro la independencia con aceptación.

Aceptando que el coste de salir de Europa sea superior al de los beneficios que ofrece la independencia, el razonamiento de Ponsatí es el siguiente: 1) Si la estrategia elegida por España fuera veto, la respuesta catalana bien ponderada debería ser unión puesto que los costes de la independencia serían mayores que sus beneficios. Y si el votante medio catalán vota unión, la estrategia veto no resulta costosa –puesto que no es necesario ejecutarla– y es por tanto una buena decisión. 2) Si la estrategia elegida por España fuera aceptación, el votante catalán debería elegir independencia, pues ello le reportaría la eliminación del déficit fiscal, sin incurrir en coste añadido por la exclusión europea. Ante la opción independencia, la estrategia racional menos gravosa para el interés del votante medio español sería la aceptación.

Llegados a este punto el análisis proporcionaría cierta justificación a la estrategia del veto hispánico, lo cual fundamentaría la “política de amenazas” en cascada del Gobierno español. Pero, en su opinión, el mismo razonamiento conduciría a que si la estrategia del votante catalán fuera la independencia, la actuación económica racional al servicio de los intereses españoles sólo podría ser la aceptación. Ahora bien, como aceptar o vetar son decisiones hispanas cuya ejecución es posterior a la decisión del “votante catalán”, el juego supone opciones decisorias sucesivas y el análisis debería tenerlo en cuenta. Quien juega primero, o sea, el ciudadano catalán con derecho a voto, debe predecir cuál será la reacción del jugador que juega el último, que es el español. Y para eso ha de efectuar el elemental y obligado ejercicio de ponerse en su lugar. Y aquí la profesora Ponsatí aventura un pronóstico contundente. En la disyuntiva hispana de vetar o aceptar, lo mejor sería aceptar puesto que, según ella, eso le “ahorraría costes” onerosos al ciudadano español. Así, basándose en que España se decantará necesaria y racionalmente por esa elección, el votante catalán ha de optar, de todas, todas, por la independencia. Como en el contexto actual, según asegura, las amenazas de veto “no son creíbles” puesto que son “miopes”, “no ejecutables” y tan solo denotan ausencia de cintura e inteligencia, el resultado es solo uno: independencia con aceptación. Y no se priva, para concluir, de advertir a la ciudadanía catalana de que dar credibilidad a las amenazas españolas es “irresponsable”.

Pero, ¿es esto un planteamiento científico? Y nos preguntamos:

¿Seguro que hay que partir necesariamente de premisas como que “la independencia eliminaría el déficit fiscal catalán” y que sería una ventaja obvia para Cataluña y un coste para España?

No solo no tenemos motivos para pensar que la independencia favorecería los intereses económicos de los catalanes, sino que la misma premisa es una “petición de principio” ya que ni siquiera existe un acuerdo respecto a la cuantía del déficit y si se ha dado todos los años. Sin embargo, la autoridad y convicción con la que se esgrime ese argumento desde el aparato del Gobierno catalán es tan persistente que ya se asemeja a un “dogma de fe”.

¿Seguro que hay que asumir solo costes y beneficios económicos en ese tipo de juego? ¿No son tan o más importantes los afectivo-sentimentales?

Para otro científico político, Scott Atran, el análisis de los conflictos étnicos, políticos y religiosos en los términos clásicos del “agente racional” es erróneo, ya que este tipo de conflictos, que incluye la formación de nuevas naciones, tienen que ser analizados desde la perspectiva del “agente devoto”. Aunque estos análisis se aplican especialmente en casos de conflicto sustentado en justificaciones religiosas y mesiánicas supuestamente milenarias, la noción de que la nacionalidad se apoya en “valores sagrados”2 no sujetos a tras*acciones materiales, tiene una validez más general. Las opiniones más difíciles de cambiar, en este sentido, serían justamente las que implican fuertes compromisos colectivos. El coste de una idea culturalmente “desviada” puede ser muy alto en la medida en que su aceptación, aunque más “racional”, arriesga la lealtad del individuo con su grupo de afinidad. Así, la formación de nuevas naciones no sería reducible a movimientos previsibles de “agentes racionales” dentro de un juego puramente económico.

¿Seguro que el “votante medio hispano” y el “votante medio catalán” son jugadores verdaderamente representativos y que las condiciones del laboratorio son estables?

No hay que olvidar que al electorado catalán se le ha ofrecido la independencia como un “producto milagro” en tiempos de crisis, y tras un bombardeo de información muy sesgada sobre el supuesto “expolio fiscal”. Si las condiciones económicas mejorasen o si el ciudadano catalán tuviera acceso a una información más plural que le hiciera más consciente del coste de decir no a España, las actitudes de muchos jugadores se verían afectadas. El incremento de la demanda secesionista a la que el politólogo Barceló-Soler se refiere acríticamente3, no es resultado de una evolución natural, impulsada por los logros y la voluntad competitiva de un grupo humano con rasgos étnico-culturales muy sólidos, sino la consecuencia de muchos años de infatigable adoctrinamiento y de la inversión de muchos millones de euros. La pregunta ya no sería por qué hay un 30-40% de ciudadanos que se declaran independentistas sino por qué no lo son la mayoría.

¿Seguro que es lo mismo jugar en tirada única, que en tiradas repetidas? ¿Seguro que es lo mismo jugar de manera hipotética, que tomar decisiones en circunstancias reales y en medio de grandes tensiones?

En definitiva, ¿a qué juegan los politólogos secesionistas cuando proponen esos modelos “científicos”?

Razón y devoción

Las dificultades con las que topa la ciencia política para alcanzar resultados científicamente “puros”, libres de ideología, pueden entenderse mejor desde los enfoques empíricos de la ciencia cognitiva que están desarrollándose en los últimos años. Daniel Kahneman4, en particular, ha popularizado la idea de que aquello que entendemos por “racionalidad” es solo una capa superficial del pensamiento humano construida sobre niveles más profundos de la cognición humana evolucionada, y que por tanto que nuestra capacidad para razonar objetivamente está limitada por defecto por una larga lista de sesgos cognitivos automáticos.

Más específicamente, una aproximación conocida como “cognición y cultura”5 está estudiando las relaciones entre nuestra cognición, la ciencia y las ideologías. Estos científicos cognitivos hablan de un “razonamiento ideológicamente motivado”. Se trataría de un tipo de razonamiento motivado “en el cual alguna disposición ideológica (como “conservadurismo” o “liberalismo”, por ejemplo) proporciona el objetivo motivador o el interés extrínseco a la formación de ideas adecuadas. En relación a un modelo bayesiano, los individuos buscarán información y le darán crédito condicional en la medida en que coincida con sus disposiciones ideológicas. Caerán en un “sesgo de confirmación” a favor de sus compromisos ideológicos. Se dividirán en varias proposiciones factuales, dado que sus disposiciones ideológicas y sus ideologías son heterogéneas. Y se resistirán a actualizar sus creencias pese a la disponibilidad de información adecuada que debería resultar en la convergencia de sus creencias respectivas.

Estas limitaciones del razonamiento humano explican que, cuando se trata de cuestiones jovenlandesal o ideológicamente sensibles, los hechos no importen tanto como los compromisos ideológicos previos. Cambiar de punto de vista en estos temas es un ejercicio extremadamente difícil para la mayoría de las personas, incluso cuando se presentan hechos que cuestionan las creencias de base. Hay incluso evidencias experimentales de que la presentación de estos hechos refuerza las creencias iniciales, en lugar de aminorarlas6. El escritor científico Chris Mooney ha propuesto hablar del “efecto del petulante inteligente”: “El hecho de que las personas políticamente sofisticadas e informadas a menudo están más sesgadas y resultan más difíciles de persuadir que los ignorantes”

La teoría de juegos estudia la estrategia de las interacciones humanas. Breve pero técnicamente, es el estudio de las “decisiones estratégicas”. Dado que existe una enorme variedad de interacciones, los humanos participamos corrientemente en todo tipo de “juegos” a menudo sin darnos cuenta ni tener un conocimiento consciente de las reglas. Algunos juegos son cotidianos y tienen consecuencias triviales, como los que juegan entre sí los conductores de automóviles durante el atasco de todos los días hacia su lugar de trabajo, pero otros son bastante excepcionales y pueden tener consecuencias potencialmente catastróficas, como el “juego” nuclear entre los líderes de Estado Kruschev y Kennedy durante la llamada “crisis de los misiles” en octubre de 1962. De hecho, en cierto modo la teoría de juegos es una criatura de la guerra fría, aunque los orígenes matemáticos se remontan a John Von Neumann. Fue justamente en los años de la tensión nuclear cuando el matemático John Nash divisó su famoso “equilibrio”, una especie de solución de compromiso al que llegarían los jugadores cuando no existen incentivos para actuar mejor de otro modo.

Los teóricos de los juegos hacen un gran esfuerzo al intentar establecer posibles escenarios de las interacciones humanas complejas y sus modelos matemáticos se han aplicado con bastante éxito a campos del saber tan diversos como la economía, la biología o la filosofía, pero no se trata de una panacea universal, y tiene un limitado alcance predictivo. Como explica a los profanos Ken Binmore7, la teoría de juegos no salvará al mundo “porque sólo funciona cuando la gente juega de forma racional”. Y resulta que la gente no se comporta siempre, quizás ni siquiera muy a menudo, según los cánones de la racionalidad clásica. En particular, el supuesto tradicional de que los individuos se preocupan principalmente por su propio interés, y que harán todo lo racionalmente posible por conseguir estos objetivos está siendo puesto seriamente en cuestión por los economistas conductuales que sugieren una mirada nueva a los “juegos” económicos y políticos que juega la gente. Nuevos supuestos emocionales, biológicos y comportamentales obviados o minusvalorados en el marco de la teoría clásica de juegos deben entrar en liza si queremos entender las decisiones estratégicas de los individuos y los colectivos en un marco científico más válido y aplicable.

Los científicos no están libres de estas limitaciones cognitivas naturales que constriñen el análisis racional, y más habida cuenta de que algunos de esos académicos y profesores no son naturalistas neutrales sino que están devotamente comprometidos, en un plano más cultural, con los mismos fenómenos políticos que pretenden analizar. Desgraciadamente, la deficitaria formación de muchos políticos unido al hecho de contar con un público receptivo a la confirmación de sus doctrinas favoritas es campo abonado para que se recojan positivamente trabajos de este tipo. Estamos, sin lugar a dudas, ante “ciencia nacionalista”, con todo lo que ello significa.

Teresa Giménez Barbat y Eduardo Robredo Zugasti

Publicado en Claves de razón práctica.

Notas:

1 Situaciones propias de la teoría de juegos han sido explotadas, por ejemplo, en algunos programas de televisión.ién tuvo importante repercusión la película Una vida maravillosa, basada en la novela homónima sobre la vida de John Forbes Nash.

2 Atran, S.: Devoted actor versus rational actor. Models for understanding world conflict. Edge.

3 Esa extraordinaria frase: “La creciente percepción de la falta de reconocimiento de las particularidades de Cataluña”.

4 Kahneman,D.(2011).Thinking, fast and slow. Farrar, Straus and Giraux

5 The cultural cognition proyect (Yale Law School)

6 Lord, Charles G.; Ross, Lee; Lepper, Mark R. (1979): ‘Biased assimilation and attitude polarization: The effects of prior theories on subsequentl y considered evidence’, Journal of Personality and Social Psychology (American Psychological Association) 37 (11): Taber, Charles S.; Lodge, Milton (July 2006), ‘Motivated Skepticism in the Evaluation of Political Beliefs’, American Journal of Political Science (Midwest Political Science Association)

7 Binmore, K. (2007): Game theory. A very short introduction. Oxford University Press.
 
yo no me leo el tocho de la Señora esa, pero si eso es lo máximo que sacaba de la disciplina entiendo. Es decir, he leído un poco algunos párrafos hasta que me ha parecido un trabajo del cole.
 
Ahora bien, como aceptar o vetar son decisiones hispanas cuya ejecución es posterior a la decisión del “votante catalán”, el juego supone opciones decisorias sucesivas y el análisis debería tenerlo en cuenta. Quien juega primero, o sea, el ciudadano catalán con derecho a voto, debe predecir cuál será la reacción del jugador que juega el último, que es el español. Y para eso ha de efectuar el elemental y obligado ejercicio de ponerse en su lugar. Y aquí la profesora Ponsatí aventura un pronóstico contundente. En la disyuntiva hispana de vetar o aceptar, lo mejor sería aceptar puesto que, según ella, eso le “ahorraría costes” onerosos al ciudadano español. Así, basándose en que España se decantará necesaria y racionalmente por esa elección, el votante catalán ha de optar, de todas, todas, por la independencia. Como en el contexto actual, según asegura, las amenazas de veto “no son creíbles” puesto que son “miopes”, “no ejecutables” y tan solo denotan ausencia de cintura e inteligencia, el resultado es solo uno: independencia con aceptación. Y no se priva, para concluir, de advertir a la ciudadanía catalana de que dar credibilidad a las amenazas españolas es “irresponsable”.

Pues creo recordar que en condiciones parecidas de repúblicas secesionistas, los serbios y los rusos, e incluso USA en la Guerra de Secesión, por ejemplo prefirieron pasar de las palabras a los hechos, aún siendo 'costoso' para el votante medio de esos países, 'doctora'. Por no hablar de lo que pasó con Companys en su día aquí mismo...

Lo que es verdaderamente 'miope' es no darse cuenta de que 'racionalidad' y 'nacionalidad' suelen ser palabras opuestas, aunque solo se diferencien en una letra.

Yo tampoco le hubiera renovado la subvención por esa cosa de traseril-isis.
 
Última edición:
Caray la chacha...
El votante no catalán es orate de toda tontería y aceptará por sus santos ovarios lo que digan los seres de luz catalanes.
El precio que tenemos que pagar los no catalanes de dónde lo saca?
Eso sí: luego nos hace un descuento como las multas de la DGT.
No cuenta que igual preferimos pagar la 'multa' entera sin descuento.
 
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